
La Maestra Zeniodi, primera mujer designada como Directora Titular de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, hizo un alto en su agenda para conversar con MusicaClasicaBA. A lo largo de su prestigiosa carrera ha asumido roles históricamente reservados a hombres y ha apostado por la música como agente de cambio. También ejerce la maternidad con plenitud: para ella, no hay roles menores, y se entrega a cada uno con excelencia.
Por David Lifschitz / Ph. Juanjo Bruzza – Prensa Teatro Colón
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Su trayectoria es un testimonio de talento, dedicación y perseverancia. Su historia forma parte del documental «Maestra» de Maggie Contreras, que visibiliza los desafíos que enfrentan las mujeres directoras en un ámbito predominantemente masculino.
En esta entrevista íntima, rememora sus orígenes en su casa natal en Grecia, donde la dedicación al arte era casi una obligación. También relata cómo superó prejuicios para alcanzar los podios más importantes del mundo y comparte su visión sobre su llegada a la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, a la que considera una de las dos agrupaciones sinfónicas más destacadas de Sudamérica.
-¿Cómo descubrió su vocación musical?
-Por inspiración de mi abuela. Ella provenía de Izmir y había sido testigo de su gran esplendor económico y cultural. Cuando todavía era parte de Grecia, la ciudad tenía el puerto más grande de Europa, lo que la convirtió en una ciudad multicultural. Había un gran bienestar económico, lo que facilitaba la convivencia pacífica entre griegos, ingleses, italianos, españoles, armenios, franceses, judíos y turcos. Ella creció en ese clima y se convirtió en bailarina, mientras que su hermana tocaba el piano. Hasta que ocurrió la Catástrofe, el gran incendio de la ciudad, que provocó el éxodo de la población griega desterrada hacia la Grecia actual. Mi familia tuvo que huir en barcos italianos. Se convirtieron en inmigrantes, pero no perdieron su amor por el arte.
-Además, antes del exilio habían vivido en una ciudad culturalmente vibrante.
-Sí. En Izmir conocieron La Traviata y Rigoletto. En mi casa se respiraba cultura. Cuando nací, había un piano del año 1895 que todavía conservo. En ese entorno era ley que yo tenía que hablar francés, bailar ballet y tocar el piano; seguí esos caminos hasta que decidí dedicarme al instrumento.
«Con la OFBA se generó una energía muy especial que reconozco como felicidad.»- Zoe Zeniodi
-¿Cuándo recibió la propuesta para ser la Directora Titular de la OFBA?
-En realidad no recibí una invitación. En 2023 y 2024 había venido a Buenos Aires para dirigir en dos conciertos de la OFBA. En aquel momento, los músicos y todo el equipo de la orquesta buscaban un director titular. El cargo estaba vacante desde hacía algunos años. Y fue por esa relación forjada en apenas dos conciertos, que los músicos me eligieron para estar al frente de la agrupación.
-¿El cambio de gestión en la Ciudad de Buenos Aires no alteró los planes?
-No, porque los integrantes de la OFBA me habían elegido.
-¿Qué significa para usted este nombramiento?
-Es un placer, me siento más feliz que nunca. Primero, por haber sido nombrada por los músicos, que es el mayor honor que puede recibir un director de orquesta. Todos somos colegas y estamos colaborando para llevar a buen puerto un proyecto común. Siento que aprecian mi trabajo. Además, el director no existe sin una orquesta. Y con la OFBA se generó una energía muy especial que reconozco como felicidad. Con esa emoción compartida pudimos trabajar arduamente durante muchos ensayos para encarar programas muy difíciles. También es una responsabilidad grande. Vamos a trabajar no solamente en lo artístico, sino también sobre otros aspectos que puedan ser mejorados. Por supuesto que el objetivo final siempre es compartir nuestra música con el público y la gente de Buenos Aires.
-¿Qué diferencia encuentra entre las maneras de trabajar en Argentina y en el resto del mundo?
-Creo que no son tan diferentes. En el hemisferio sur -inclusive en Grecia- las cosas están un poco más relajadas. También pasa en Australia, que está en el sur, aunque son más organizados. Pero el factor común es la humanidad. Es una virtud que valoro porque favorece a una mejor conexión entre la música y los intérpretes.
-¿Qué cambios son necesarios?
-Habría que mejorar cuestiones ligadas con la administración y organización de los requerimientos de la orquesta. Por otro lado, aunque en los conciertos de la OFBA la sala siempre está llena, quiero atravesar las paredes del teatro para presentarnos en otros escenarios. Necesitamos crear nuevo público, compartir la música y difundirla entre la gente como una expresión artística para todos.
En un campo donde la presencia femenina es minoritaria, alcanzó éxitos notables. Su participación en el documental Maestra lo testimonia. ¿Se siente protagonista de una ruptura histórica?
-Hace exactamente 19 años creía que no podía llegar a la dirección por ser mujer. No ha pasado tanto tiempo, y la situación cambió radicalmente. Pero todavía no es suficiente: en la actualidad, el 10% de todos los directores son mujeres, pero venimos de ocupar apenas el 1% de los puestos disponibles. Desde ese punto de vista sí me siento protagonista porque estoy incluida en esa porción de mujeres que lo lograron habiendo iniciado el camino con total incertidumbre. Hay personas que todavía no han acusado recibo del cambio. Espero que algún día no hablemos sobre hombres y mujeres, sino sobre excelencia musical, trabajo responsable y entrega. Tenemos que preguntarnos qué es lo que podemos ofrecerle al mundo del arte. Porque para mí, la cultura y la civilización conducen hacia el verdadero futuro.
-Hace 20 años creía que nunca llegaría a estar en el podio del director. ¿Quiénes la estimularon para superar las barreras de género?
-La primera persona que me apoyó fue Thomas Sleeper, mi profesor de Dirección. Él me vio dirigir por primera vez en una clase y cambió mi mirada sobre la profesión. A mi primer profesor de piano también lo reconozco como inspiración. Pero, en términos generales, las personas con pasión, determinación, paciencia y resiliencia son mis fuentes de inspiración. Pero no solo en el campo del arte, en el mundo de la ciencia, por ejemplo, hay personas que trabajan muy duro para cambiar el mundo y ayudar a los jóvenes.
-Es directora no solamente por razones musicales.
-Exactamente. Desde el mundo del arte es posible tejer relaciones entre los niños y los jóvenes. Ellos representan el presente y la potencia del futuro. Nuestra energía debería estar concentrada en ellos si es que pretendemos modificar algo en este mundo. Hay que ayudarlos a ver que los cambios se pueden realizar.
-¿Su propia historia puede ser inspiradora?
-Yo puedo testimoniar que en mi vida nada fue fácil. Todo lo que conseguí a fuerza de mucho trabajo. Pero no se trata de tener fortaleza, sino también carácter y, me atrevería a decir, alma. El trabajo del Director no es distinto a otros. Para ocupar un lugar en el mundo del arte se tiene que tener fe en la humanidad. Y me incluyo a mí como individuo. Todos formamos parte de ese colectivo porque no estamos aquí para vivir solos.
-¿Qué características definen la función de un Director de Orquesta?
-Lo primero es sacar lo mejor de cada músico. En segundo lugar, tener conocimiento de la partitura y trabajar a fondo con ella. Hasta ahora no he dicho nada sobre cómo comunicarse con el cuerpo y las manos. Eso es lo último. Antes es importante entender lo que el compositor quiso decir y las razones que lo llevaron a escribir una pieza determinada. Entonces, el director estudia mucho, inspira a los músicos, y crea un espacio abierto y libre en el que pueden expresar la música de la mejor manera.
«Reflexionar sobre quiénes somos y lo que podemos ofrecer es clave para alcanzar el mejor rendimiento.» – Zoe Zeniodi
-¿La dirección de la Orquesta Juvenil Greco-Turca supone una experiencia diferente?
-Cuando estás específicamente frente a esta orquesta ecuménica, la música toma otra dimensión. Hay que tener en cuenta que se trabaja con inmigrantes y refugiados, todos niños que vienen de otro país y no conocen el idioma con el que nos comunicamos. Me encanta compartir la música ellos; traen consigo el conocimiento propio de su edad y son honestos.
-¿Llegó a la dirección de la OFBA con un plan a largo plazo?
-Sí. Quiero estar aquí por mucho tiempo. No sé qué va a pasar, pero mi plan es quedarme y trabajar para llevar la música no solo por la ciudad, sino por el resto del país y Latinoamérica. La OFBA se integra con músicos muy talentosos; los solistas son fenomenales. Asumo la responsabilidad de estar con ellos para trabajar y llevar adelante un proyecto excepcional.
-¿Su plan incluye trabajar sobre la identidad de la agrupación?
-Por supuesto. Reflexionar sobre quiénes somos y lo que podemos ofrecer es clave para alcanzar el mejor rendimiento. Cada orquesta construye su propia identidad y para consolidarla se necesitan años de trabajo. Aunque las decisiones artísticas influyen, hay cuestiones que no se explican con facilidad. La OFBA es una de las dos mejores orquestas de América del Sur, tiene un nivel excelente y mi objetivo es llevarla a niveles mucho más altos.
-¿Cuál es su estrategia para alcanzar esa meta?
-Diseñar programas bellos y ofrecerles tanto a los músicos como al público momentos de calidad musical, ofreciendo las mejores condiciones para que estén a gusto, para que, en definitiva, el amor por la música se le pueda transmitir al auditorio.
-¿Con qué rol se identifica actualmente?
-Mamá y directora. El de mamá es el más importante de toda mi vida. Nada lo supera. Define mi personalidad y mi carácter. Todo lo demás es trabajo. Y sí, el segundo rol es como directora. También soy pianista, pero en este momento no tengo mucho tiempo para tocar. El instrumento me conecta con mi propio sonido.
-¿Cuál es la clave para equilibrar la vida personal con la profesional?
-Es difícil. Soy mamá de mellizos que tienen casi nueve años. Estoy viajando mucho. A veces no sé ni dónde estoy. También la administración es difícil, aunque en este momento estoy mejorando el balance.
-¿Qué siente cuando se sube al escenario del Teatro Colón?
-El Teatro Colón es la octava Maravilla del Mundo. Cuando entré por primera vez empecé a llorar. La historia del coliseo es impresionante, impecable, no sé cómo explicarla. Desde el primer momento, lo sentí muy dentro de mí. No quiero ser metafísica, pero puedo sentir todo su pasado glorioso. Lo más interesante es que esa primera impresión la tengo impregnada. Cada vez que entro siento lo mismo. Me quedo con la boca abierta.
-¿Cuál cree que es su aporte para mejorar el mundo?
–Creo que mantener mi ética y mis principios. Tengo conciencia de todo lo que vengo haciendo y, sobre todo, el cómo y el por qué. Estoy trabajando para el ser humano. Para mí, brindar un concierto frente a 3.000 personas en el Colón no solo puede habilitar un diálogo con la música, sino también llorar, reír, entender e imaginar nuevos escenarios. En este planeta convulsionado, es mucho.