Fernando Peregrín Gutiérrez
13 de octubre de 2020
A Plácido Domingo le cerraron las puertas de la MET de Nueva York tras más de 50 años cantando con gran éxito y entrega en ese mítico escenario. Tampoco le quisieron en Filadelfia ni en la Ópera de San Francisco. De mutuo acuerdo entre el tenor y la ROH Covent Garden y entre éste y la Ópera de Hamburgo, se cancelaron sus actuaciones en ambos teatros líricos.
En España, más que cerrarle las puertas, se las estamparon contra la cara de mala manera. Empezando por el Ministerio de Cultura, muy posiblemente por presiones del lobby del feminismo, que le rescindió sus contratos para actuar en el Teatro de la Zarzuela de Madrid y siguiendo por el Palau de las Arts de Valencia, que borró su nombre de su centro de perfeccionamiento artístico.
No ha sido ese el caso de Austria ni Rusia, ni mucho menos, de Italia, donde se le ha aplicado la presunción de inocencia en el de acoso sexual que le estalló de improviso en pleno ocaso de su carrera artística, a mediados del agosto de 2019.
El Teatro allá Scala dio el primer ejemplo celebrando por todo lo alto, el pasado 15 de diciembre, el 50º aniversario de su debut en dicho templo de la lírica italiana, con una Gala de ópera en la que intervino, entre otros cantantes, su paisana la soprano en pleno crecimiento artístico, Saioa Hernández. El público scaligero acogió con calor e intensidad el aniversario de un artista que tantas noches de gloria tuvo en coliseo lírico milanés, algunas de las cueles forman parte imborrable de la leyenda moderna de La Scala y de mi propia memoria operística.
También le han recibido con las puertas abiertas de par en par en el Teatro del Maggio Musicale Fiorentino, donde ha intervenido en cuatro funciones, del 4 al 13 de octubre, como “Nabucco”, en una puesta en escena convencional, debida a Leo Muscato, pero con detalles escénicos de notable belleza y luminosidad, obra del escenógrafo Tiziano Santi. Tuvo la virtud, rara en estos días, de contar con fidelidad y comprensibilidad el melodrama que crearon Verdi y su libretista Temistocle Solera.
Reconozco que no sé bien como contar a mis lectores el lamentable y triste ocaso de un gran cantante que ha tenido una de las carreras artísticas más brillantes y exitosas del último tercio del siglo pasado. Pido prestado, pues, a Cervantes su lamento por no haber nacido poeta y mutatis mutandis, me gustaría pedirle a Plácido Domingo que se dijera a sí mismo: “yo que me afano y pretendo por parecer que tengo de barítono la gracia que no quiso darme el cielo” y que a continuación, saliera de escena con la cabeza muy alta.
Quizá baste un detalle personal sobre el ruinoso estado final de Domingo. He tratado de describir muchas veces la voz de Plácido Domingo, su timbre único y su inconfundible sonido, y no he sido capaz de explicarlo a satisfacción mía. Ahora, eso sí, en cuanto oía sus primeras notas, la reconocía sin dudar ni un instante. Nada queda de esa experiencia. Sólo en contadas y parciales excepciones pude reconocer la noche del 13 de octubre la voz inconfundible y única del tenor madrileño.
El difícil y exigente rol de “Abigaille”, shakesperiano avant-la-lettre del Verdi que se abocará posteriormente con genialidad al dramaturgo inglés, lo interpretó la soprano uruguaya María José Siri, que actúa con mucha frecuencia en los más importantes tetaros de ópera de Italia. Estrenaba ese papel en su repertorio y se notó la falta de maduración y su falta de medios para el que es territorio de las grandes sopranos verdianas, en especial, las drammatico d’agilità .
El gran triunfador de esta representación fue sin duda el bajo-cantante ruso, con suficiente registro grave para abordar papeles de bajo, Alexander Vinogradov, que encarnó vocal y escénicamente un imponente “Zaccaria”. A su lado, el cantante Alessio Caccimiani, resulto ser más un cura rural à la Georges Bernanos, que un “Gran Sacerdote”.
Muy buena la impresión que dejó en los espectadores el tenor Fabio Sartori, un lirico pieno con cierta belleza de voz, y más que sobrado para el papel de “Ismaele”, pero que se va a atrever, chocantemente, con el “Otello” en este mismo teatro, bajo la dirección de Zubin Mehta, dentro de pocas semanas.
Caterina Piva cantó bien el breve pero exigente papel de “Fenena” y destacó por su bella figura y sus dotes dramáticas. Pero me queda la duda de que sea una verdadera mezzosoprano con suficiente densidad en el registro grave.
Los comprimarios, entre los que se encontraba la soprano española Carmen Buendía, al buen nivel de los importantes teatros líricos italianos.
El coro el Maggio Musicale Fiorentino no es de los más notables que se puedan escuchar en Italia, pero nos ofreció una emotiva interpretación del “Va pensiero”, con un largo pianissimo conclusivo que arrancó una fuerte ovación de los espectadores, algo que, por otro lado, siempre sucede en la patria de Verdi tras este emblemático coro.
El director de orquesta Paolo Carignani dirigió con brío y precisión una orquesta de buena calidad en general, aunque en ciertos momentos sonó como una banda de Plugia. No convencieron en la stretta final de la primera parte, que el maestro llevó con un prestissimo algo exagerado y atropellado.