Por Fernando Peregrín Gutierrez
El Teatro Real de Madrid ha vuelto a la vida tras el parón obligado por la pandemia Covid 19. Y lo ha hecho con muchas medidas de precaución, todas muy estudiadas y realizadas con precisión. Desde establecer tramos horarios para la entrada según las ubicaciones de las localidades a salidas ordenadas por filas a fin de evitar aglomeraciones.
Para volver a sus actividades, se han programado 27 representaciones semi-escenificadas de La traviata de Verdi, entre el 1ulio. y el 29 de julio. Y lo cierto es que la necesidad virtud, ahorrando a los espectadores la conocida e incomprensiblemente alabada producción de Willy Decker, una puesta en escena calificada como revolucionaria, creativa, original e impactante que cuando la vi, me pareció un insulto a Verdi y a su “Violetta”, por mucho que algunos críticos y comentaristas intentaron buscar explicaciones a ese absurdo capricho del regista buscando una focalización psicológica de los personajes, que si la hay, pasa totalmente desapercibida en este espectáculo con sabor a cabaré.
El responsable del concepto escénico, Leo Castaldi logró que la insinuada escenificación fuese muy fiel al libreto y permitiera un claro y teatral desarrollo de la trama. Su dirección actoral resultó estupenda en el caso de las dos féminas principales, “Violetta” y “Flora” que mostraron dotes muy remarcables de actrices y atrajeron la atención de los espectadores por su belleza y elegancia (y pathos emocionante y convincente en el caso de la protagonista). Lamentablemente, no fue ese el caso de los “Germont”, padre e hijo, que no supieron o no pudieron desenvolverse con propiedad en la escenificación inteligentemente sugerida y de elegante factura,
Para tantas representaciones, el Teatro Real ha contratado a cinco sopranos para el papel titular: Marina Rebeka ( 7 funciones), Ruth Iniesta (3), Ekaterina Bakanova (7), Lana Kos (6) y Lisette Oropesa (4). Asimismo, se está contando con la presencia de cuatro tenores: Michael Fabiano (7 funciones), Ivan Magri (7), Matthew Polenzani (7) e Ismael Jordi (6). Los barítonos que se han repartido esas 27 funciones, han sido Arthur Rucinski (7 funciones), Nicola Alaimo (7), Luis Cansino (7) y Javier Franco (6).
En la función que reseñamos (7 de julio), “Violetta” fue la soprano rusa Ekaterina Bakanova, papel en el que se prodiga mucho. Tuvo en general una buena prestación, que fue a mejor acto tras acto. Como es costumbre, abordó con dificultades el Mi bemol sobreagudo en el “Sempre libera” que requiere de una soprano lírica pero capaz de hacer de ligera cuando se requiere y colorear con las agilidades su nerviosa frivolidad fingida. En el segundo acto, tras la gran escena con “Germont père”, su exclamación climática en el “Amami, Alfredo” fue conmovedora. Lástima que en dicha escena con el viejo padre de “Alfredo”, no luciera como podría esperarse de ella, en parte por la anodina réplica del barítono Luis Cansino, en parte por un acompañamiento orquestal un tanto plano, sin los colores y matices necesarios.
El tercer acto fue su momento mejor. Desde un sentido, nostálgico y melancólico “Addio del passato” hasta su exclamación, con su último aliento, “Oh giogia! que resonó con marcado acento fúnebre en la sala, todo fue soberbio.
Como única pega, se puede anotar que, aunque su articulación del texto italiano es buena, no tiene es vocalità italiana que requiere una soprano verdaderamente verdiana.
El rol de “Alfredo” no le conviene al tenor estadounidense Matthew Polenzani. En sus inicios fue un tenor lírico, aunque de insuficiente registro aguda para este papel, que requiere de un tenor lírico capaz de interpretar papeles de ligero. Tanto por su timbre como por su registro, hoy día se trata de un tenor que tiende a lo spinto. Su fraseo es monótono y poco elegante. Canta siempre “f” y “ff” y los “p” y “pp” , cuando los hace, suenan descoloridos y apenas se preocupa de los reguladores que puso Verdi en una particella tan destacada. Su declaración de amor, “Un dì, felice” careció de esa mezcla entre arrojo, emoción temblorosa y delicadeza que hacen de ésta una de las más bellas declaraciones de amor de todo el repertorio del teatro lírico
Hizo el corte habitual en la cabaletta “O mio rimorso”, no tuvo el brío necesario y terminó intentando dar el Do sobreagudo, que aunque no lo exige el compositor, no puede reemplazarse por un sonido apagado que parecía como mucho un Si 4. Es preferible, si no se puede terminar con ese Do restallante, hacerlo como está en la partitura original.
Tampoco estuvo acertado Luis Cansino, que es un barítono de poca oscuridad y pastosidad en las notas bajas y cuya voz y expresiones corporales y faciales son toscas. Su fraseo rara vez conviene a la dignidad angustiada y exigencia matizada por una súplica postiza del personaje, tanto en el caso de Violetta como en el Alfredo, para que rompan su concubinato para salvar a su hija del rechazo social.
Su gran aria, una de las más bellas de las muchas y extraordinarias compuestas por Verdi para la voz de barítono, “Di Provenza il mar” resultó muy deslucida. Tanto por el tempo que fue, con la complicidad del Maestro Luisotti, más lento que el pedido por Verdi (Andante piutosto mosso), como por ser incapaz de realizar ninguna de las acciaccature requeridas por Verdi (especialmente expresiva es la que figura en la palabra “cor”) y su fraseo, como ya ha quedado dicho, fue bastante deficiente.
De los papeles secundarios, se debe destacar a la excelente “Flora” de Sandra Ferrández, un rol breve pero que requiere un buen saber escénico y una buena voz de mezzosoprano lírica, y la Annina de Marifé Nogales. También destacó por su bella voz de bajo Stefano Palatchi como “Doctor Grenvil).
La orquesta se redujo a menos de 50 instrumentistas, por razones lógicas de separación entre músicos, posiblemente con plantilla muy semejante al día de su estreno en La Fenice.
El Maestro Nicola Luisotti es buen conocedor de la orquesta verdiana, en particular de esta partitura. En general, llevó con mucho cuidado los dos preludios, si bien en el primero faltó ese aroma inconfundible, lleno de luces y sombras, del melodrama que le sigue. Concertó correctamente, aunque no hubo el deseable equilibrio entre foso y escena en momentos como el final del segundo acto. El director y la orquesta estuvieron verdaderamente convincentes en todo el tercer acto, sin duda lo mejor de toda esta “Traviata de la Resurrección.”
El coro estuvo acertado, mas siempre se nota la falta de barítonos y barítonos bajos, y en menor medida, de mezzosopranos, que desequilibran al conjunto.