
A unos cien kilómetros de Milán y siendo un destino muy accesible como excursión del día para quien se esté hospedando en la ciudad cabecera del norte de Italia, una visita a Cremona permite descubrir un bellísimo lugar con una tradición antiquísima relacionada con la música, que sigue pulsantemente viva.
Por Pablo A. Lucioni
La región Lombardía supo ser a lo largo de la historia una de las zonas más prósperas y poderosas de lo que hoy conocemos como Italia. Con la bulliciosa ciudad de Milán como epicentro, el desarrollo industrial de todo ese territorio fue profundo, pero luego de la explosión de la producción en masa, con el planteo conocido como “Made in Italy” de revalorización y defensa de la italianidad de un producto, se potenciaron cantidad de actividades realizadas por pequeñas y medianas empresas, incluidas las manufacturas de artesanía más meticulosa.
Una visita a Cremona permite entrar en contacto con una de las tradiciones vivas más atesoradas del Made in Italy, no iniciada por una cuestión de marketing y posicionamiento comercial hace pocas décadas sino por una vocación de excelencia que se ha preservado y desarrollado a través de cinco siglos y que, desde 2012, fue declarada Patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
La ciudad del violín:
Si bien ya en la zona existía fabricación de instrumentos de cuerdas, se acepta en general que la estandarización del formato de violín que conocemos en la actualidad, se le debe al taller de construcción de Andrea (Andrés en italiano) Amati (c.1505 – 1577) que estableció el tamaño, medida, materiales y los métodos de construcción, no sólo de los violines sino también de violas y violonchelos.
Antonio y Girolamo, sus hijos, continúan la tradición llevando adelante el taller del padre, y luego el nieto Niccolò Amati, formaría en el mismo atelier a quienes serían considerados los representantes de la madurez plena de esta práctica artesanal: Andrea Guarneri (1623 – 1698) y Antonio Stradivari (c. 1643 – 1737).

El estrellato de Stradivari:
De todos estos grandes constructores, que en la mayoría de los casos trabajaban en talleres familiares activos por generaciones, es llamativa la trascendencia de Stradivari, y el hecho de cómo, aún entre gente no conocedora de música y menos de instrumentos musicales, hablar de un “Stradivarius” es sinónimo de excelencia y del summum de algo. Se estima que de los algo más de mil instrumentos construidos por este, unos seiscientos cincuenta llegaron hasta nuestros días íntegros, pero sólo algunas decenas en condiciones reales de ser tocados a nivel profesional.
Hoy en día es frecuente escuchar hablar de estos maravillosos instrumentos como obras de arte. Desde varias perspectivas podría estarse de acuerdo o no con este enfoque, ya que sin duda no fueron creados como un producto abstracto sino como un instrumento, un bien de uso. De excelencia sí, y de una valía que quedó demostrada a lo largo del tiempo, catapultándose durante el Siglo XX los valores de los más destacados instrumentos sobrevivientes a cifras millonarias. Al igual que en el caso de muchas pinturas de los grandes maestros, algunos fueron comprados como inversión por empresas o fundaciones, y al hecho extraordinario de que una artesanía de madera hecha hace trescientos cincuenta años siga utilizable y con una sonoridad notable, según algunos insuperable, se suma un factor especulativo económico.
Antonio Stradivari fue un gran experimentador, y no sólo construyó buenos instrumentos según la tradición cremonesa, sino que investigó el resultado de refinar los modelos estándar, combinando maderas, redefiniendo curvaturas de talla y probando variantes en la fabricación de los barnices con que se recubren los exteriores. El resultado ha sido de una optimización tal de todos los factores que definen el sonido, que llevó a un consenso general, existente desde hace tres siglos, de que no hay mucho más para lograr, que el diseño de Stradivari sería insuperable. Tanto es así, que los grandes lutieres actuales, fundamentalmente reproducen los últimos modelos de Stradivari o de Guarneri “del Gesù”, a lo sumo con personalizaciones mínimas según el consumidor.
Estos 450 gramos de una combinación estratégica de arce de los Alpes y abeto de los Dolomitas, confeccionados de forma exquisita, tras haber pasado algunos ejemplares particulares por las manos de violinistas famosos de la historia, han llegado a alcanzar en subastas, récords insólitos como el del Stradivarius 1715 “Baron Knoop”, vendido este año por veintitrés millones de dólares.

Paseando por las calles de Cremona:
La ciudad es compacta y fácilmente caminable, con su centro histórico desarrollado en torno a la Piazza del Comune, que es dominada por el masivo “Torrazzo”, el campanario de la catedral (Duomo). Esta estructura, que se destaca desde decenas de kilómetros de Cremona, porque sus 112 metros de altura superan, por mucho, el perfil de una ciudad muy plana, sin construcciones modernas que le hagan competencia. Estando en la Piazza es interesante tomar conciencia de que el centro histórico y su configuración actual no han cambiado desde que todos los lutieres históricos habitaban la ciudad, y uno ve igual que ellos la impronta renacentista lombarda de todos los edificios principales, preservada intacta desde aquel momento.
La construcción de violines no pasa desapercibida ni aún caminando de forma desentendida por el centro. Hay cantidad de bottegue (talleres) de lutieres, muchos con vidriera a la calle u otros tantos internos en edificios, con distintivas placas de bronce que sólo dicen el nombre y una silueta de violín como símbolo.
A unos escasos trecientos metros del Duomo, en la Piazza Marconi, se alza un edificio con arquitectura de era fascista que se inició durante la Segunda Guerra Mundial, el Pallazo dell Arte. Este es uno de los intentos de renovamiento urbano de la época, que igual conjuga una estructura brutalista con un exterior de ladrillos que lo suaviza e integra al casco histórico. Tras una renovación extensa que se concluyó en 2013, fue despojado del carácter multifuncional que había tenido, para consagrarlo exclusivamente a albergar el fondo de la Fondazione Stradivari, que previamente tuvo sede en varios edificios de la ciudad.
El Museo del Violín:
En su ubicación definitiva, y con el Pallazo dell Arte absolutamente dedicado a la exposición, el actual Museo del Violino ofrece una muestra multimedia, muy bien curada, donde se ilustra la evolución histórica del instrumento, se detalla el “’árbol genealógico” de los principales constructores cremoneses desde Amati hasta la actualidad, con una exposición de instrumentos históricos excepcionales, y un moderno display en grandes cajones retráctiles de todas las herramientas, moldes y formas que se conservaron del taller original de Stradivari. También cuenta, como en todo museo moderno que se precie, con un recorrido especial multimedia destinado a niños.
En el edificio se organizan conciertos frecuentes con instrumentos de la colección, y además se realiza el Concurso Trienal de Lutería «Antonio Stradivari», donde se premian por categoría, los mejores instrumentos presentados por lutieres de los cinco continentes.
La propuesta es interesante y disfrutable aún para quien no es músico, y no deja de ser un gran ejemplo de cómo armar un museo que integre a nivel histórico el pasado notable de la ciudad con su presente activo, volviéndose un manifiesto de la continuidad de esta tradición a lo largo de los siglos.
Cremona, siempre Cremona:
La tradición del violín se vuelve lo más destacado, aún por la misma ciudad. Pero Cremona tuvo otro hijo célebre relacionado con el quehacer musical que fue Claudio Monteverdi (1567-1643), figura principal de la evolución de la música del Renacimiento hacia el Barroco, y del desarrollo del género operístico. Es cierto que la carrera principal del compositor se dio entre Mantua y Venecia, pero se formó en el mismo ambiente y contemporáneamente con los grandes lutieres.
Numerosos son los artesanos extranjeros que optaron por formarse en la Escuela Internacional de Lutería de Cremona. Abierta en 1938, es el único instituto público reconocido en todo el mundo que otorga el título de Lutier. Con una duración de cinco años, enseña a fabricar instrumentos de cuerdas de manera manual con muchísima práctica en taller, y sigue transmitiendo lo aprendido de los grandes maestros como Stradivari, Guarneri y Amati.
En la ciudad actualmente están registrados unos ciento cincuenta lutieres, en varias asociaciones que los nuclean, la mayoría italianos, pero hay también desde japoneses, y, por supuesto, argentinos.
Es recomendable, más allá del paseo por la ciudad y la visita al Museo de Violín, participar de una de las clases sobre construcción de instrumentos que organiza el Municipio y que pueden reservarse en el Infopoint Cremona, justo en frente del Torrazzo. Hay varios talleres que ofrecen visitas o clases y además la Escuela Internacional tiene desde pequeños cursos a clases abiertas. Pero todo esto dependerá de cuán interesado este el visitante.
