Por Pablo Lucioni
PH: Máximo Parpagnoli – Portada: Arnaldo Colombaroli
Se sabía desde hace tiempo que no iba a verse la fastuosa producción con vestidos de Valentino que en 2016 había dirigido Sofía Coppola en la Ópera de Roma. Más allá del interés o expectativa que generara la puesta de la cineasta norteamericana, la alternativa, que era la producción de Franco Zeffirelli para el mismo teatro de hace diez años, a muchos, al menos en los papeles, no les pareció un mal trueque. Así es que esta Traviata 2017 del Colón vino con el sello del gran maestro italiano, siendo la primera vez que alguna de sus producciones se veía en nuestro país, y con un par de cantantes protagonistas que están teniendo bastante trascendencia internacional.
La soprano albanesa Ermonela Jaho interpretó a la Dama de las camelias en la versión Piave-Verdi. Es una cantante con varios reviews elogiosos por sus actuaciones en distintos teatros internacionales, y se presentaba por primera vez en el Colón. Desde el comienzo se evidenció una voz modesta de caudal, con algunos recursos técnicos paliativos, muy probablemente destinados a cubrir cierto agotamiento, que la llevaron regularmente, sobre todo en el Acto I, a engolar el centro y los graves, a un nivel que llegaba a hacer difícil su audición en muchos recitativos. Una de las cualidades que más se le han elogiado es su temperamento dramático. En este aspecto, su Violetta fue muy torturada desde el principio, con un tono trágico casi permanente, que llegaba a parecer excesivo, o al menos demasiado continuado. Mejoró sensiblemente en lo vocal a partir del final del primer acto. Su voz rendía mejor en el agudo, y las coloraturas y momentos de canto pleno y ligero eran resueltos con mucha mayor fluidez. En definitiva su aproximación actoral parecía requerir, para no resultar poco sustentada, una voz de mayor dimensión y garra.
Saimir Pirgu, también albanés, y que ya cantó varias veces junto a Jaho, fue un Alfredo de bello timbre y fraseo, puro en lo vocal, pero que tampoco llegó a darle un vuelo particular a su personaje. Es cierto que en buena medida el rol es así, y que desde una visión de ajuste a las características del personaje, hasta podría decirse que fue exacto, pero claramente se han visto Alfredos con mucho más despliegue e intensidad, y eso los vuelve más disfrutables para el público.
Fabián Veloz era el único principal local del elenco, y siendo un consumado barítono verdiano, fue un muy efectivo Giorgio Germont, cantado con una resolución exacta e inspirada en lo musical, con voz más generosa y cómoda en su capacidad que los protagonistas. Su interpretación fue bastante estática, no particularmente emotiva, pero puede que parte de eso estuviera limitado por la dirección escénica.
Lo que teóricamente tenía que ser un punto fuerte, la producción de Zeffirelli, verdaderamente fue a nivel espectáculo, apenas una puesta más, sin fuerza teatral, sin ninguna idea que superara los convencionalismos más básicos, con detalles bastante cuestionables, como que Alfredo al comienzo del Acto II deje una escopeta que quedará en una mesa, peligrosamente al alcance de todos hasta el final de la escena, una tendencia a arrojar papeles, copas u otros elementos contra el suelo muy rutinaria y como gesto arquetípico inverosímil…La escenografía en sí, que utilizó muchos telones pintados representando cortinados recogidos de las esquinas, tal vez podían ser frecuentes en el Siglo XIX o principios del XX, pero hoy se ven como signo de una producción modesta. Teóricamente la otra puesta, la de Sofía Coppola, no se hizo por los altos costos, pero la diferencia con esta era notable (pueden verse escenas en Internet de la de 2016). Es triste que Zeffirelli termine siendo recordado en Buenos Aires por esta producción, que sin duda no es representativa del gran creador y hombre de escena de hace algunas décadas. El régisseur Stefano Trespidi tiene la curiosa especialidad de ser director repositor de los trabajos del gran maestro, y en esa función, lejos de haberle dado vida teatral a la puesta, parecería ser responsable de la multitud de convencionalismos, marcaciones generales y desarrollo sin emoción más que enunciada, con que transcurrieron los tres actos.
En el podio de la orquesta, la concertación del maestro italiano Evelino Pidò fue buena en general. El rubro musical funcionó bien, fue prolijo y con bastante claridad conceptual y estilística de la obra. Tuvo cierta tendencia a generar tuttis muy expansivos con la orquesta, pero esto podría considerarse un detalle insignificante. El balance normalmente fue adecuado, considerando el caudal moderado de algunas de las voces. El coro trabajó bien en sus intervenciones del Acto I y II.
Con el correr de las funciones, esta producción fue de lo más variopinta. Jaquelina Livieri fue una muy buena Violetta en el segundo elenco, la función del Abono Nocturno debió ser suspendida por un corte de luz general en el Teatro que no pudo ser resuelto, en que no funcionaron las medidas de seguridad…Como balance, siendo la única puesta de Zeffirelli que se veía en Buenos Aires, el aniversario 160 del estreno de la ópera en nuestra ciudad, y una de las producciones más resonantes de este año, el resultado final, que no fue malo sino más bien pálido, indudablemente no llegó a conformar lo que se esperaba de él.
© Pablo A. Lucioni