Una noche extraordinaria junto a Martha Argerich, Daniel Barenboim y la West-Eastern Divan Orchestra

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En el contexto del Festival Barenboim que se lleva a cabo en el Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner, el pasado lunes 5 de agosto se realizó el segundo concierto de la gran pianista Martha Argerich con la West-Eastern Divan Orchestra, bajo la dirección del Maestro Daniel Barenboim.

Por Carlos Romero.

 

En el contexto del Festival Barenboim que se lleva a cabo en el Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner, el pasado lunes 5 de agosto se realizó el segundo concierto de la gran pianista Martha Argerich con la West-Eastern Divan Orchestra, bajo la dirección del Maestro Daniel Barenboim.

La primera parte del concierto inició con la Sinfonía en Si menor no. 8, D. 759 “Inconclusa”, de Franz Schubert, que, a pesar de solo tener dos movimientos, posee un grado de complejidad musical muy alto y enormes contrastes dinámicos logrados de forma exquisita por esta orquesta conformada en 1999 por jóvenes músicos palestinos, israelíes y de otros países árabes. El acercamiento de Barenboim sobre cómo dirigir esta obra fue muy interesante. Se enfocó más en manejar las dinámicas y el carácter musical, y no tanto en marcar la métrica todo el tiempo, ya que notoriamente esta última no resulta un problema para los músicos de la WEDO, quienes manejaron un excelente empaste sonoro y una impresionante musicalidad general.

En el Concierto para piano y orquesta No. 1 op.23 de P. I. Tchaikovsky, el ingreso de Martha Argerich al escenario acompañada de Daniel Barenboim fue, de entrada, una ovación completa del público, que llenaba el auditorio de aplausos dándole una cálida bienvenida a la pianista de gran renombre internacional. Inmediatamente, el triple llamado de los cornos franceses daban inicio al primer movimiento, Allegro non troppo e molto maestoso – Allegro con spirito, que junto a la orquesta completa establecen una rápida transición desde la tonalidad de Si bemol menor (tonalidad general del concierto) hacia Re bemol mayor, donde Argerich inició con los muy característicos acordes ascendentes, llenos de mucha presencia, mucho carácter y dando la sensación de estar despegando hacia un territorio musical enorme, complejo y hermoso. 

Es impresionante el manejo de energía que emplea Martha, sabiendo que no debe gastar todo desde el inicio con el fin de poder brindarle a cada sección, a cada material nuevo que aparece y a cada cadencia la atención y la musicalidad que requieren; y esto, lo logra de manera increíble. Es de notable calidad también la relación de escucha mutua entre ella, Barenboim y la orquesta; una relación que es de constante acompañamiento y comprensión musical del momento, tanto en los pasajes donde el piano lleva la melodía principal como en aquellos en los que toman el primer rol los instrumentos solistas de la orquesta.

En el Andantino semplice – Prestissimo, a pesar de un pequeño altercado al inicio entre Barenboim y un señor del público que habló fuerte comenzada la música, Martha Argerich y la West-Eastern Divan Orchestra prosiguieron con admirable profesionalismo no permitiendo que el suceso afectara después en su interpretación de un movimiento que busca establecer calma e introspección en un principio, para después buscar la aceleración y el virtuosismo en muchos pasajes técnicamente muy complicados para el piano. De todas formas, Martha los hace notar relativamente sencillos. En realidad, de eso se trata también un poco: Ocultar, hacer parecer fácil lo que es complicado; está en su naturaleza personal. Incluso habiendo tocado ese concierto una gran cantidad de veces, siempre y en cada ocasión logra de alguna forma sacar a la luz pequeñas ideas musicales que están en medio de ese oleaje de notas.

El último movimiento, Allegro con fuoco, es la mejor expresión de cómo la música, por un lado, se trata de jugar. Como lo dijo Argerich en alguna entrevista que le hicieron para el Festival de Verbier en 2012, recordando sus primeras impresiones musicales, para ella en su infancia “tocar era un juego”. En esta ocasión eso fue muy evidente. La delató una sonrisa hacia el final, justo después de tocar impecablemente el colosal y famoso pasaje de octavas a una velocidad casi imposible, como quien estuviera jugando con el mejor juguete del mundo. El agradecimiento del público al final fue enorme. Se esperaba un pequeño bis, que finalmente no dio a pesar de la insistencia de la audiencia por medio de aplausos, pero a nivel personal, ese Concierto para Piano y Orquesta de Tchaikovsky es más que suficiente para quedarse maravillado con el grado de musicalidad, carisma y humildad que desborda Martha Argerich; algo verdaderamente muy inspirador para todos los que nos relacionamos con la música de cualquier forma. 

Luego del intervalo, la West-Eastern Divan Orchestra y Daniel Barenboim se adentraron en el Concierto para Orquesta del compositor polaco Witold Lutoslawski. Lleno de métricas complejas, contrastes dinámicos, contrapuntos atonales y timbres muy interesantes en cada uno de sus tres movimientos, la orquesta compuesta de jóvenes talentos demostró un alto nivel de compresión del texto musical, entablando una excelente calidad sonora entre cada uno de los integrantes. La obra presenta un amplio rango de climas a generar: misterio, saturación, soledad, persecución…; todos logrados de forma precisa bajo la guía de un director que siempre ha puesto su foco en los detalles, por más que sean eventos sonoros que pasarían desapercibidos por un oído no tan entrenado en esa obra específica.

De esta forma y con un caluroso aplauso de agradecimiento de parte del público por una noche extraordinaria, cerró otro concierto más del Festival Barenboim, que continuará sus presentaciones los próximos días de esta semana con la participación de la renombrada violinista alemana Anne-Sophie Mutter como solista en otros dos conciertos con orquesta.

 

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