Un gran encuentro con Verdi.

Imagen de Un gran encuentro con Verdi.

Por Pablo A. Lucioni

Fotografías: Liliana Morsia (Buenos Aires Lírica) 

Buenos Aires Lírica, Teatro Avenida, función del 7/8/2016.

 

Buenos Aires Lírica presentó una nueva producción del Ernani de Verdi. Fue una espléndida versión musical, con voces que rindieron maravillosamente, y una concepción musical general clara, precisa y muy en estilo.

 

Esta ópera, que realmente no es de las más trascendentes de la producción verdiana, atesora buenas páginas musicales, pero en idea, ambientación, y recursos, parece como un anticipo de Il TrovatoreLaForzaDon Carlo… En definitiva no hace más que confirmar las temáticas tan presentes en la época, que pareciendo obsesiones de Verdi, eran en mayor medida una cuestión de las preferencias recurrentes de los novelistas y el gusto del público. Buenos Aires Lírica hace justo una década ya había hecho otra producción, buena, con algo más de despliegue escénico, pero la versión 2016 en primer lugar será recordada por lo musical, ya que contó con participaciones de altísimo nivel.

Es que por algunas de las cuestiones argumentales, y de tratamiento, por no ser tan sólida como otras obras más maduras del autor, esta ópera brilla cuando los cantantes la iluminan, y así fue en este caso. La Elvira de la soprano paraguaya Monserrat Maldonado fue espléndida e integral. Su voz esmaltada, pareja de una punta a la otra del registro, ágil, que corre perfectamente, resolvió con una precisión y seguridad notables cada una de las exigencias de coloratura, y en escena tenía presencia, desenvolviéndose con soltura. De todos sus pretendientes, el que más se destacó por su autoridad, y su energía desbordante fue el Silva de Sávio Sperandio. Este bajo brasilero tiene una voz muy caudalosa, realmente imponente, que le otorga una autoridad notable ya por su estatura vocal, y que funciona excelentemente en roles dramáticos. Cada vez que estaba en escena su personaje era el centro activo, casi volviendo justificable que en un origen, y dentro de las peripecias que sufrió, esta ópera estuvo a punto de llamarse Don Ruy Gomez de Silva. El Ernani de Nazareth Aufe empezó algo apagado, pero fue ganando confianza durante la obra. Él es prolijo en lo musical, y funciona bien para roles líricos, pero teniendo al bajo que tenía a su lado, parecía casi una necesidad que el tenor tuviera algo más de squillo, para balancear y poder sacarse chispas con este rival, luego dueño de su destino. Aparte de lo vocal, en escena también le hubiera venido bien algo más de maleabilidad. El Don Carlo de Lisandro Guinis, el único argentino de los roles principales, estuvo bien. Su voz, de timbre más bien opaco, a veces llegaba con lo justo en sonoridad, pero cumplió, y en escena tenía el carácter y la estampa del personaje.

 

 

Lo que sí corresponde destacar es la excelente preparación musical de Juan Casasbellas, habitual director del coro de B.A.L., pero que ha dado distintas muestras, en particular esta, de ser un excelente concertador. Se nota su entendimiento de las necesidades vocales, y sus escenas de conjunto estuvieron resueltas de manera impecable, con una lectura de cada uno de los planos entre solistas y coro. La orquesta además, en este caso respondió particularmente bien a su concepción y conducción, logrando una calidad y precisión notables, que habían estado ausentes en los títulos anteriores de la institución.

La puesta de Crystal Manich estuvo bien en términos generales, pero con algunos detalles particulares cuestionables. En el baile de máscaras del Acto IV, que es una celebración, el coro canta y se asusta porque según dice entra una máscara con manto negro que apenas puede esconder su ira, en referencia clara a Silva que vendría de incógnito. La régie hace que todos estén de negro, en la fiesta, y que quien entra sea un personaje de la comedia del arte también vestido de negro, haciendo movimientos burlones. Es muy difícil justificar eso… Para varios de los soliloquios, la apuesta era de un oscurecimiento casi general de la escena, dejando expuesto al personaje con la voz cantante recortado por dos o más luces frontales. Parecía excesivo el recurso, sobre todo porque ocurrió varias veces, con monólogos a veces no tan introspectivos.

Pero en la ópera, y en particular en Verdi, es sabido que cuando las voces brillan, el resto de los factores pasan a un segundo plano, y en este caso hubo buenas voces, que rindieron especialmente bien como resultado de una preparación musical muy inspirada.

 

© Pablo A. Lucioni

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