Un Fausto que no logró salir de las sombras

Imagen de Un Fausto que no logró salir de las sombras

Por Pablo A. Lucioni

Fotografías: Liliana Morsia (B.A.L.) 

Buenos Aires Lírica, Teatro avenida, función del 16/4/2016.

Por segunda vez Buenos Aires Lírica abordaba este clásico de Charles Gounod, en esta ocasión con una reposición de la puesta que se había visto el año pasado en Rosario. La concepción de la producción no ayudó a darle vuelo a esta obra, que más allá de varias páginas musicales célebres, en general parece tener dificultades para funcionar de manera dinámica con las expectativas escénicas actuales. 

 

Pablo Maritano es uno de nuestros directores de escena jóvenes más creativos y efectivos, que elaboró, sobre todo para óperas cómicas, algunas puestas memorables. Pero difícilmente este vaya a ser recordado como uno de sus trabajos más logrados. El Faust que creo para B.A.L. fue débil, no logró aportarle vuelo al intenso drama que la obra plantea. Y sobre todo no pudo imprimirle envergadura conceptual a lo que aparentemente buscaba la apuesta: reformular en términos más cercanos la acción y “amenizar” algunas secciones.

 

La leyenda del hombre que le vende el alma al diablo tiene un carácter universal, pero no parece tenerlo como tal la obra de Gounod, donde hay referencias varias a elementos de otras épocas. Inclusive el mismo texto de Goethe que toman los libretistas, hacía referencia a una época claramente ya pasada: el medioevo, pues los mismos europeos de la primera mitad del XIX veían los dramas con la fe que atraviesan los personajes, como algo superado, de un oscurantismo ya imposible. Ni que hablar de lo distante que quedaría para los habitantes de la puesta que vimos: gente de algo que parecía la segunda guerra mundial.

 

Los soldados volviendo de la guerra, tras hacer un bailecito insólito en muletas y sillas de ruedas tomado de otra ópera, terminan mostrando banderitas francesas: aparentemente todo pasaba ahí. Pero eran soldados con uniforme kaki como el norteamericano. Incongruencias como estas hubo varias, y en definitiva uno hasta podría intentar pasarlas por alto cuando el sustento de la acción y el posicionamiento narrativo construyen el drama, pero acá sólo parecían manifestaciones de arbitrariedad. Contradicciones como una mención de la oscuridad y un Mefistófele totalmente iluminado, un cofre tentador  que no es más que una modesta caja puesta a proscenio y no en el umbral de Margarita, la “misa negra”  con cruz invertida al principio del Acto III, la ridiculización casi infantil de personajes como Siebel y Marthe Schwerlein… ¿con el fin de amenizar? Es real que esta es una ópera con momentos de estatismo, que se hace tediosa más de una vez por el formato, pero si a uno como espectador le pasa eso, lo mínimo que se espera es que la propuesta desde el escenario crea más que uno en la obra, no al revés.

 

 

No sabemos si esta producción original para el Teatro El Círculo de Rosario condicionó en algo esta reposición, pero muchas de estas dificultades parecían de nivel conceptual ya.Entre los cantantes indudablemente fue el Méphistophélès de Hernán Iturralde el que funcionó como columna vertebral en lo dramático, y probablemente también en lo musical. Le dio cuerpo pleno a este personaje demoníaco, y a pesar de una imagen hierática optada por la puesta, como venida del cine expresionista, fue el centro expresivo, y la figura de autoridad, el único que mostraba un convencimiento orgánico en lo que hacía. La pareja de Darío Schmunck en el protagónico y Marina Silva como Marguerite no estuvo mal, ambos cantaron prolijo en esencia, pero costaba encontrar el supuesto vértigo y efervescencia que debería impulsar al Dr. Fausto una vez que recuperó la juventud, ¡y se supone que ese es el motor principal de todo del drama! La Marguerite tampoco transmitía el candeur virginale que se supone que arroba a Faust; tal vez fue algo más efectiva para toda la parte final. El Valentin de Ernesto Bauer fue un poco rígido, tanto vocal como escénicamente. Siebel y Marthe estuvieron muy bien en las voces de Cecilia Pastawski y Virginia Correa Dupuy, respectivamente, aunque como se comentó, sus personajes, que están llamados a aportar alguna cuota de distensión, aquí casi eran una caricatura.

 

La dirección de Javier Logioia Orbe fue correcta en líneas generales, haciéndose cargo de una partitura que tiene sus complejidades, de tipo estilístico principalmente. En ese sentido musicalmente se cumplió, pero no está demás, ni es exagerado, pretender un grado mayor de refinamiento que claramente este tipo de óperas francesas parecen necesitar.

 

© Pablo A. Lucioni

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