Tomás Alegre y la tradición el piano argentino
La tradición argentina de grandes pianistas goza de un vigor impulsado por intérpretes de la talla de Martha Argerich, Daniel Barenboim, Bruno Gelber y Nelson Goerner. Esta historia nos hace poner el ojo en las nuevas generaciones, buscando intérpretes que estén a la altura de sus altos estándares. Tomás Alegre es, sin dudas, uno de los pianistas más importantes de su generación. Con él hablamos de su pasado, presente y futuro en la música.
Por Virginia Chacon Dorr
La construcción de tu nombre como pianista siempre estuvo entrelazada con otros grandes nombres del piano argentino, así que quería que me cuentes cómo se dio todo este proceso de conocer a Martha que te recomiende el tema de la beca para estudiar con Nelson…
Para poner en contexto yo debuto a los 12 años en el Gran Rex, ese fue mi primer gran concierto que fue con la Orquesta Académica del Teatro Colón, toqué un concierto de Mozart. A partir de ese momento supe que me iba a dedicar al piano, y siempre tuve el sueño de que algún día Martha Argerich me escuche tocar, y ese sueño se pudo cumplir algunos años después, en el 2011, cuando gané el concurso «Martha Argerich Presents Project», súper importante para un pianista argentino. El premio incluía master classes y por supuesto tocar en su Festival en Lugano, Suiza. En esa época yo tenía 18 años, estaba por terminar el colegio, y quedé seleccionado para participar de todas estas clases con maestros elegidos por Martha. Por supuesto ella no da clases, pero es la que está detrás de todo en su festival. Al final del seminario ella me escuchó por primera vez en vivo y en directo, se interesó en mi interpretación y hablamos bastante.
Luego pasé un tiempo en Madrid. Martha me llamó entonces por teléfono y la sorpresa fue que me había gestionado una beca para estudiar con Nelson Goerner. Yo le había dicho que quería estudiar con él en Ginebra, donde luego estuve cuatro años.
Qué importante esto que hace Martha Argerich, ¿no? De alguna manera se preocupa por el futuro de la tradición de pianistas, argentinos y argentinas, que maravilla al mundo.
Hay que valorarlo, hay que impulsarlo. Nuestra tradición viene del gran pianista Vincenzo Scaramuzza, con él empieza la historia. Le enseñó, entre otras personas, a Martha Argerich y Bruno Gelber. Tenemos una gran tradición, es una línea que se mantiene y hay que cuidarla.
¿Tenés ganas de dedicarte a la parte pedagógica del piano? Porque no es para todo el mundo.
No es fácil, de hecho, Martha nunca fue profesora. En mi caso a mí me encantaría dar clases, para mí sería un honor ayudar a otros jóvenes a desarrollarse, poder impulsarlos en esta pasión por la música.
Fuiste alumno del gran maestro ruso Dmitri Bashkirov, suegro de Daniel Barenboim. ¿Cómo fue esa experiencia? ¿Qué es lo que más recordás de tu experiencia?
Tuvimos una gran relación desde el comienzo. Desde las primeras clases sentí que él me respetaba mucho como intérprete y artista. Por supuesto yo lo respetaba a él como el gran maestro que fue, una leyenda. Recuerdo toda la expectativa que tenía conmigo para el futuro. Estudié cuatro años con él acá en la escuela Reina Sofía de Madrid. Recuerdo que al principio siempre había algunos gritos, él imponía su carácter, tenía esa forma rusa antigua. Pero me di cuenta que también era necesario porque lo que buscaba era sacar todo el jugo a cada uno de sus alumnos. Defectos siempre tenemos todos, y él se adaptaba muy bien a cada uno de nosotros para sacar lo mejor. Pero más allá de eso, a mí siempre me respetó un montón y de hecho me alababa, lo cual era un honor.
Tenés una relación especial con Mozart: tu debut fue con él y hace poquito tocaste su Concierto No. 12, ¿cómo es tu relación con este compositor y cómo concebís su música para teclado?
Fue de los primeros compositores que interpreté, siempre me fue muy fácil acercarme a su música. Hay ciertos compositores que son complejos de abordar, yo con Mozart siempre siempre me sentí muy seguro. Y más allá de la admiración por toda su obra, su música es muy directa y fácilmente llega al corazón de la gente. Eso no muchos compositores lo tienen.
Por ahí muchos piensan que como llega fácil, entonces es fácil de tocar. Pero en absoluto lo es. La claridad que necesita, la pulcritud que demanda, es como que uno tiene que convertirse en un actor, porque todo lo que hace Mozart se relaciona con la ópera. Porque era el género, era su género. Tenés que saber cantar con el instrumento, acercarte a la voz humana.
Creo que todo lo que un ser humano puede experimentar en su vida está en la música de Mozart. Su vida fue corta pero la vivió muy “a full”, exprimió lo máximo de cada una de sus facetas. Eso se nota en su música: está lo solemne, la luz, la oscuridad, la ligereza, la alegría… Es todo una cosa, todo está conjugado, y por eso es tan difícil de interpretar.
¿Qué otro compositor o compositora sentís que te da un espacio especial para expresarte como pianista?
Chopin sin duda. Sobre todo la obra final de Chopin, la última balada, la tercera sonata que acabo de tocar hace poco. Lo considero como muy propio, muy mío. Me identifico porque soy una persona de muchas emociones y todas juntas, muy impulsivo, y con esa música siento que me puedo expresar.
Chopin en su última música es como si estuviera en otra faceta que va más allá de este mundo, tiene un espíritu muy elevado.
Hay algo de Chopin muy personal, distinto a la mayoría de los compositores románticos. Tiene que ver con esa sensación, quizás, de que a él no le pesaba el pasado…
En ese sentido él escribía y hacía, desarrollaba su música, mientras que otros estaban mucho más preocupados por el entorno. Brahms sufría mucho por el pasado, por el temor a la sombra de Beethoven, pero Chopin se manejaba más “por la suya”, y en ese sentido su escritura es súper clara. Chopin no tenía esa sombra del pasado, pero sí una influencia muy fuerte. Bueno, Mozart sin duda lo influyó en la línea melódica, un belcantista nato, le encantaban los compositores de ópera. Ahora estoy recordando el desarrollo de la tercera sonata, el contrapunto, la polifonía… Había un estudio minucioso de Bach allí, pero con un estilo claramente romántico.
Estos dos últimos años de pandemia fueron muy complejos para todo el mundo, ¿vos cómo manejaste la situación de estar fuera de los escenarios?
Cuando empezó todo en marzo 2020 estaba en clases. Acá en España el curso es de septiembre a junio, yo estaba haciendo el Máster en interpretación y de repente se cortó todo. La escuela Reina Sofía se reorganizó, se tuvo que reinventar para tratar de dar las clases online así que pude tener clases con mi profesor asistente. No con Bashkirov porque lamentablemente él no se llevaba muy bien con la modalidad, es entendible.
Yo me pude preparar igualmente bien, no me afectó en lo profesional porque seguí preparando repertorio, que es de hecho las obras que estoy tocando ahora, como el segundo concierto de Rachmaninov que espero tocarlo pronto en Argentina. Gracias a Dios tenía piano para estudiar y pude seguir.
Para cerrar la entrevista contame cómo vienen los planes para el futuro, y especialmente en Argentina?
Ahora mi carrera continúa acá (España), estoy haciendo un curso de especialización en la escuela, que sería ya el último. Está programado un concierto con la Orquesta Sinfónica de la Escuela, con dirección de Andras Schiff. Estoy muy ansioso por ese concierto, que está previsto para junio del año próximo.
En Argentina, seguramente en septiembre con la Sinfónica Nacional haremos algo. La última vez que toqué con ellos fue en el Colón en el 2017. Y quizás también hagamos algo con la Orquesta Sinfónica de Paraná, de Entre Ríos, así que espero hacer el doblete.
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