Teresa Berganza. La nobleza del canto

La cantante de ópera española Teresa Berganza en blanco y negro

Volver hacia la perspectiva artística de Teresa Berganza es una manera de mantener presente su legado. En estas líneas se elaboran algunas impresiones en referencia a su arte excelso.

Por Javier Villa

 

Cuando un artista nos deja físicamente, solemos poner en consideración la magnitud de sus aportes. Es como si, de alguna manera, intentáramos resignificar su presencia en nuestras vidas, ya que hay algo del orden de lo afectivo que no puede abstraerse del lazo que nos produce un artista admirado. Así pues, el legado ya no es percibido del mismo modo: suele abrirse una nueva dimensión que pondera lo establecido y rescata aspectos menos frecuentados.

La reciente partida de Teresa Berganza ha conmovido al universo de la música porque con ella se fue, en cierta medida, una época dorada del canto lírico. Indudablemente, su calidad artística reunió el dominio de la técnica vocal, el conocimiento estilístico y una encomiable sensibilidad. Su inconfundible voz recuperó el protagonismo de la mezzosoprano rossiniana, jerarquizó el estilo de canto mozartiano y difundió incansablemente el repertorio de la música española. 

Es indudable que los aportes que ha hecho a la interpretación vocal han sido determinantes para considerarla como una de las artistas más destacadas del siglo XX, no solo por el lucimiento de sus cualidades, sino principalmente por su compromiso ético ante el canto.

Pero ¿qué cualidades definían su modo de cantar?

En principio, nos encontramos ante una voz con un timbre cálido y brillante, capaz de ejecutar con una notable precisión las agilidades vocales que se encuentran, por ejemplo, en Rossini o en las obras del período barroco. Aun cuando el virtuosismo era uno de sus atributos más importantes, Teresa Berganza encaraba sus interpretaciones con un palpable sentido de la simpleza, sin ningún tipo de exageraciones o manierismos. Quizás esa sea una de las cualidades que, unidas a la belleza de su voz, hacían que su canto sonara fácil; es lo que suele denominarse como «el buen gusto para cantar».

Además, desde el punto de vista técnico, su voz presentaba igualdad a lo largo de su extensión, es decir que sonaba pareja desde el grave hasta el agudo. Lo mismo podríamos decir de la estabilidad de su sonido, representada en la calidad de los ligados que realizaba sin ningún tipo de dificultad. En relación con el fraseo, la cantante madrileña conocía en profundidad las características de cada estilo que afrontaba y le aportaba los conocimientos musicales que había adquirido a lo largo de su formación integral como intérprete. 

Todos estos atributos estaban presentes de un modo muy espontáneo y natural; es por ello que sus interpretaciones sonaban matizadas, pero con un grado palpable de libertad que le permitía vincularse de un modo directo con el lenguaje de cada compositor.

La cantante española Teresa Berganza en un rol de La Cenerentola

Aparte de las habilidades técnicas o de las destrezas que puede mostrar un intérprete en escena, detrás de cada decisión artística se encuentran criterios éticos y estéticos que hablan de cuál es la concepción que se tiene sobre el arte. A lo largo de varias entrevistas, Teresa Berganza destacó la importancia de respetar la creación de los compositores; podríamos decir que es casi una constante que ha guiado no solo su modo de encarar la interpretación vocal, sino también de relacionarse con el público.

«Si sabes música, puedes defenderte siempre; si no, te defiendes solo haciendo gorgoritos. La música es la base de todos los intérpretes, es nuestro lenguaje», recalcaba en una conferencia realizada en la Universidad de Deusto en Bilbao.

A finales de la década del 60, un afamado director de orquesta había escrito variaciones para que Berganza las cantara en el aria final de La Cenerentola, uno de los pasajes rossinianos de mayor dificultad técnica. Si bien durante las sesiones de práctica solía cantarlas, en la función del ensayo general no lo hizo. El director azorado le preguntó por qué no lo había hecho y Berganza respondió: «Maestro, si supiera lo que me ha pasado… me ha llamado Rossini esta noche y me ha dicho: “No se te ocurra hacer esas variaciones porque yo no las hubiera escrito nunca”». Más allá de la picardía de su ocurrencia –que derivó en el aplauso unánime de los músicos de la orquesta–, Teresa Berganza había logrado sostener el convencimiento con el que fundamentaba su propia concepción musical.

El gran respeto que tenía por la partitura, la llevó –años más tarde– a cuestionar la concepción de algunos directores de escena que parecían estar más ocupados en generar disrupciones antes que en elaborar trabajos actorales profundos. En este sentido, la mezzosoprano sostuvo con firmeza sus convicciones, aun cuando el mundo de la ópera parecía –y parece– no querer saber nada con ese tipo de opiniones fundadas en la experiencia y el conocimiento.

Luego de su retiro de la actividad profesional, Teresa Berganza se dedicó de lleno a brindar clases magistrales con el fin de transmitir su experiencia en el canto. Una de sus máximas preocupaciones fue hacerle notar a sus alumnos la importancia de la emisión natural del sonido, tan cercana a la palabra hablada. Ese criterio no solo tenía que ver con una cualidad estética del canto, sino también con la posibilidad de ofrecer interpretaciones alejadas de exhibicionismos superficiales. Algunos videos de sus clases, que se encuentran en las redes sociales, permiten ver a una apasionada Berganza intentando entusiasmar a sus alumnos, pero fundamentalmente transmitiéndoles el valor de la preparación y del estudio continuo para llegar a la esencia de la obra.

El legado de Teresa Berganza es tan inmenso que volver a visitarlo es una forma de seguir sosteniendo su presencia. Es casi como una actitud de agradecimiento para con alguien que ha nos ha brindado un vínculo tan estrecho con la belleza y la sensibilidad.

Esta nota forma parte de la revista Música Clásica 3.0 #36 – Julio 2022
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