Alejandro Parente, primer bailarín del Teatro Colón por largos años, se despidió en Agosto pasado del escenario que lo vio crecer. Hoy hace un repaso de su carrera y su trayectoria, nos cuenta su día a día y nos deja vislumbrar los planes que tiene para su futuro.
Por Carolina Lázzaro y Luz Lassalle. PH: Máximo Parpagnoli
Contanos cómo llegaste a la danza, sobre tu ingreso al Colón y cómo fue para tu familia esta vida con un «chico bailarín» en casa.
Mis primeras clases fueron en un antiguo y legendario estudio, de Olga Kirowa. Y llegué ahí me parece por una casualidad: me gustaba escribir poemas, le escribía a una maestra y ella le recomendó a mi mamá que me llevara a una escuela de arte. Capaz mi madre tenía la idea de que podía ser bailarín, pero yo no la tenía.
Mi ingreso al Colón fue accidentado, el examen físico lo tomaban en el Hospital Argerich, en La Boca, y no salí aprobado. Ese día se inundó la zona, llovía mucho, y ella forzó un poco la situación, me llevó a otro Hospital, me hicieron nuevas radiografías, nuevos informes y los volví a presentar y me aprobaron. Después pasé también por el examen técnico: un día de pruebas, clases e improvisación. Creo que mi entrada al Teatro Colón convulsionó un poco la casa. Empecé a levantarme muy temprano -teníamos que viajar una hora hasta el Teatro en colectivo- y empecé a volver también tarde porque después de la escuela muchas veces me volvía al centro para tomar clases particulares: dos veces por semana, después tres y luego todos los días.
¿Tuviste que afrontar burlas o discriminación por ser un varón dedicado a la danza clásica?
La verdad no recuerdo haberme sentido discriminado; no por hacer danza, por lo menos. Tampoco que me hayan burlado. Me habré peleado varias veces, pero no por defender mi carrera. Por otro lado, también puedo reconocer que estaba muy en mi mundo, y capaz si esas cosas pasaban, no me daba cuenta.
¿Sentís que te perdiste de algo por la dedicación extrema que requiere esta profesión?
Si retrocediera en el tiempo, jugaría más a la pelota, es lo único que perdí. Pero después viví un montón de cosas que vale la pena haberlas transcurrido, tanto en el Colón o, con amigos, parejas. Eso no lo cambiaría por nada.
Hace unos años ganaste un juicio al Teatro Colón por los roles protagónicos realizados y no remunerados como tales ¿Cómo y por qué se llegó a esa situación?
Lo del juicio es una historia larga. En algún momento de los últimos 20 años, un poco más, el Colón dejó de ocupar sus cargos protagónicos -primeros bailarines y solistas- y empezaron a realizar contratos. Incluso hubo algunos años donde no se pagaba ni siquiera la diferencia de rol. A mí me hubiera gustado que mucho antes el teatro me diera el puesto que no tuve hasta el final de mi carrera. Siempre fui un primer bailarín, pero sin el cargo estable porque no lo habían dado más. Me parece que la última primera bailarina era Karina (Olmedo) con el puesto estable.
¿Cómo fue la elección de La Viuda Alegre para despedirte? Cómo te sentiste en la función final, en ese momento en el que se cierra el telón…
Se fueron dando circunstancias que se aproximaban a un momento ideal de retiro del Teatro. Entre ellas, que el coreógrafo se contactó con Marianela Núñez para que lo baile en el Colón; por otro lado, mi maestra Rada Eichenbaum, que fue mi madre artística durante muchos años en mi adolescencia, me insistía mucho en que baile ese Ballet. Así que al enterarme de que lo traían dije: «Es el momento de dar el paso». Con respecto a bailar con Marianela tiene que ver con que en los últimos cuatro o cinco años de mi carrera fue con quien más bailé. Me pareció un buen cierre; es una estrella internacional de la danza, así que, no había forma de que no me acompañe con todo el arte y con todo el saber que ella tiene; y en lo personal, era mi mejor decisión: que esté ella ahí.
En la función final estaba a pleno, me sentía feliz, no significaba que era el último cierre del telón sino que era un momento de síntesis en mi carrera. Ahora me doy cuenta de que me siento mejor cerca de un escenario que lejos. Pero hay muchas formas de estar cerca, así que ese cierre de telón, me abrió otras puertas, otros horizontes.
En una nota que te hicieron contaste que Hydn se sorprendió de que bailando así te retiraras. ¿Cómo lo ves vos?
Me parece que el coreógrafo habrá sido gentil con el comentario (risas). Lo veo como un gesto más, de un hombre tan gentleman como él.
¿Cómo es un día típico, hoy por hoy, en tu vida? Qué planes tenés para el futuro?
Día a día es distinto. Tengo contratos para dar clases afuera en la Scala de Milán, en la Ópera de Roma, incluso en Londres, para el próximo año. Y espero también en el Colón, estar un tiempo como maestro de la compañía.
Luego de mi última función en agosto, tuve un viaje a Roma donde di clases, después estuve bailando con Marianela en Valencia y de jurado en Danzamérica, así que en ese momento no sentí el cambio. Después, al regresar a Buenos Aires, tuve dificultades cuando quise entrar al Colón y en ese momento sí sentí, no el cambio con mi carrera, pero sí el cambio del recorrido diario, de que ya no era lo mismo… la casa donde uno trabajaba, ya no se relacionaba de la misma manera con mi vida.
¿Tenés algún referente, algún gran bailarín o bailarina al cual admires? ¿Y algún maestro o maestra que te haya marcado en tu carrera?
Si me tuviera que ir a una isla con dos o tres videos de bailarines o bailarinas, sin duda elegiría a Barýshnikov. Pero también me parece que la inspiración del arte puede llegar de muchos lugares distintos: desde la literatura, la pintura o incluso de la naturaleza misma. Me gustaría hacer hincapié en que la danza es un arte donde es necesaria la inspiración y también el conocimiento y el saber.
Mis maestros… ya hablé un poco de mi maestra Rada. Recuerdo los largos cafés después de las clases, donde nos contaba historias de Europa, o de las guerras, de los bailarines; me parece que esa otra parte de la enseñanza, de la educación, va pasando de mano en mano en una tradición, una cultura, que no es posible reemplazar ni con libros, ni con videos, ni de ninguna otra forma que no sea de persona a persona.
Y ya como bailarín profesional, recuerdo siempre a Zarko Prebil, que nos enseñó Don Quijote, tantas veces, de tantas formas distintas. A Alexander Prokofiev; a Victor Valcu también. Maestros que enseñan la técnica pero también dejan un saber artístico muy importante.?
¿Recordás algunas anécdotas graciosas? ¿Tenes algún momento, o alguna función que atesores en el corazón, aquella inolvidable?
Están todos aquellos momentos, de diferentes funciones, donde la intensidad de la atención y de la entrega eran tales que no había otra cosa que estar ahí, muy presente. La música, el compromiso con la obra, estar maquillado, esperando, respirando ese aire previo a dar el primer paso en el escenario. Todo eso hace que mi carrera y lo que yo he pasado arriba del escenario se traslade a un nivel casi fuera del tiempo, toca por momentos lo espiritual y lo más humano que tenemos, que es el estar conectados.
Sobre las anécdotas, habría que preguntarle a Edgardo (Trabalón), a todas mis compañeras (Karina Olmedo, Maricel Di Mitri, Silvina Perrillo, Gabriela Alberti) porque yo a veces los veo, me miran y se ríen, así que se deben acordar de anécdotas graciosas. Yo las olvidé por suerte (se ríe), así que no están en mi memoria.