Charles Dutoit – Resurrección 2023 (c) Máximo Parpagnoli
El Teatro Colón en La Rural: Resurrección, la música que trasciende a la escena.
El Teatro Colón decidió iniciar la temporada fuera de sede, con un espectáculo que se sabía podía ser polémico, por distintas cosas. Resurrección es una creación con música de Gustav Mahler, dramaturgia de Piersandra Di Matteo y dirección de escena de Romeo Castellucci, que llega luego de haberse presentado en el festival de Aix-en-Provence en julio de 2022.
Por Pablo A. Lucioni.
La producción original se creó para rehabilitar el Stadium De Vitrolles, que estaba abandonado desde 1999, y no es casual el título ni la elección. Ese espacio en Francia para 5000 espectadores ameritaba más una puesta de este tipo, porque si se considera que el escenario y auditorio montado ad-hoc en La Rural con no poco esfuerzo, da cabida a aproximadamente 2000 espectadores, es aún inferior a la capacidad del Colón.
Si hay algo que pareciera no aportar mucho son las eternas discusiones acerca de si la música clásica puede ser hecha en espacios que no están pensados para eso, si el sonido amplificado es aceptable o si una obra instrumental en vivo debiera aparecer como soporte de un espectáculo escénico. La mayoría de estas cuestiones eran sabidas, y para los puristas que las consideran inaceptables, lo más saludable será no ver “Resurrección”.
El escenario, con distribución en ancho y cerca de ochenta metros de frente, muestra un impersonal terreno baldío yermo, donde de manera casual, una mujer que salió a buscar al caballo de la gráfica del espectáculo, aparentemente perdido, termina encontrando “un cuerpo”. A partir de una llamada por celular (todo pareciera ocurrir en época actual) un contingente creciente de miembros del Alto Comisionado para los Refugiados de la ONU (UNHCR en inglés, ACNUR en castellano), va desenterrando lo que al final son muchas decenas de cuerpos. Castellucci aclara en una entrevista del programa de mano, que “La intuición me llegó considerando las organizaciones, laboratorios u ONGs que buscan recuperar los muertos anónimos en fosas comunes…”. Es curioso que sea específicamente elegido el homenaje a la UNHCR (y esto es inequívoco por las identificaciones en personas y vehículos) siendo que esta no es una actividad primaria de la organización, avocada a proteger refugiados.
La sinfonía No.2 comienza su Totenfeier ("Ritos Fúnebres") acompañando este proceso de desenterramiento de cadáveres, que de parecer un caso aislado, se va haciendo evidente que son muchos y que inequívocamente se trata de una fosa común. Lo potente y conmovedor que ocurre en escena al comienzo, termina suavizándose o siendo naturalizado por la proliferación (el hecho de que el proceso de desentierro y traslado del cuerpo a una bolsa plástica blanca se repita una y otra vez y por cada vez más trabajadores). El crescendo y la progresión hacia un clímax de este magistral primer movimiento en lo musical, resulta tener una contrapartida escénica de reiteración, porque a partir de los primeros quince minutos, el espectáculo teatral no tiene nada más que decir. Sólo agrega eventos anecdóticos, detalles, que no rompen el estancamiento de la narrativa general, la cual es fuerte en concepto, pero ofrece poco en cantidad.
Para poblar el silencio de cinco minutos que Mahler plantea en la partitura antes de iniciar el segundo movimiento, a modo de espacio de reflexión sobre el primero, la puesta decide volver a la ambientación sonora bucólica con pájaros y ruidos de campo, y mientras siguen los trabajos se ingresan tres furgonetas que hacia el final retirarán los cuerpos y una pequeña pala excavadora que más allá de desplazamientos vanos, no será usada para nada.
El segundo movimiento en sí, un Ländler, una danza relajada, es reservado para acompañar el desentierro de varios niños pequeños, que se hace a proscenio. Por el destaque, y que lo hacen dos de las mujeres de UNHCR con una ritualidad maternal, se supondría sea uno de los momentos más dramáticos de toda la acción escénica, sin embargo, Mahler lo explica como “recuerdo de un momento feliz compartido” (con el difunto)… Este es uno de varios ejemplos de la poca sintonía específica de la acción escénica con la partitura y con el sentido programático que el mismo autor nos legara como su visión de las cosas.
La organización de la platea, construida toda con estructura de caños y butacas móviles, hace que, desde el principio, el espectador vea sólo parte de la sección de vientos y apenas completos los bronces, resultando un efecto a medias del de un foso de teatro de ópera. Por ejemplo, al comienzo, y siendo claro que el sonido es amplificado, al no verse una sola de las cuerdas tocar, pareciera que lo que se escucha es una grabación. Esto es más notable aún en lo que ocurre en Luz Primordial (cuarto movimiento) en que la mezzo no llega a entenderse dónde está.
La versión musical fue buena en general, con una detallada concertación de Charles Dutoit guiando desde el podio a la Filarmónica de Buenos Aires. El sonido electrónico resultó aceptable, con un tema que siempre es el más difícil de trabajar con una orquesta grande: el balance. Esto fue particularmente notorio en la percusión, que tenía una intensidad estruendosa. En las voces solistas, sin la claridad del sonido directo, fue bueno el trabajo de la mezzo Guadalupe Barrientos en el cuarto movimiento y también el de la soprano Jaquelina Livieri en el último.
Otra complejidad fue que el Coro Estable tenía que avocarse a la temporada de ópera, y debió confiarse el quinto movimiento al Grupo Vocal de Difusión y varios refuerzos para la ocasión. Esta agrupación, de vasto repertorio y dirigida por Mariano Moruja, se integró bien a la producción y tuvo una participación convincente. Por la diagramación del espacio escénico quedó dividida en dos secciones aisladas por no menos de 30m. de distancia, que eran ocupados por la orquesta. En este caso la dificultad de oírse para ambas masas corales (femenina y masculina), planteó dificultades, que hasta aportaron cierto efecto de intermodulación.
En definitiva, el gran espectáculo escénico que esta propuesta pretende ser, no es más que eso: grande, amplio. No ilustra, mucho menos realza la música de Mahler. Llama la atención sobre un hecho triste que la humanidad conoce desde que nuestros antepasados Homo sapiens colaboraron a la extinción de los neandertales, y que se repite en distintos contextos y con distintas armas, pero eso es todo. Demanda recursos materiales y humanos importantísimos, mueve algunas toneladas de tierra, ensucia decenas de prístinos uniformes blancos, en un gran despliegue, siendo que se podría narrar lo mismo con muchísimo menos.
El homenaje a los cuarenta años de democracia, tal como es reclamado por el Colón con esta producción, es tenue, no porque falte la obvia referencia a los cuerpos enterrados, sino porque no es más que eso.
Pero ante todo siempre sobrevive la música, y la versión fue buena, haciendo que algunos, con lógica, se pregunten si se ameritaba tanto despliegue que distrajera de ella.
© Pablo A. Lucioni