Réquiem: Cierre monumental de un compositor colosal.

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PH: Arnaldo Colombaroli

El Réquiem es el cierre monumental de un compositor colosal, quien confesó hacia el final de sus días que, en realidad, lo estaba componiendo para sí mismo antes de morir. La Orquesta y Coro Estables del Teatro Colón nos permitieron transportarnos a ese importante momento en la historia de la música occidental, con un sonido que, en lugar de aterrar a la audiencia con la idea de la muerte, invitó a mantener una sensación de consuelo y esperanza ante ésta, tal como lo haría Mozart en sus últimos años de vida.

 

Por Carlos Romero.

 

Dentro de la programación de la sala principal del Teatro Colón no es usual asistir a un evento de duración relativamente corta.

Por lo general, los conciertos solistas van de una hora a una hora y media, los conciertos de orquesta y los ballets un poco más, y ni hablar de las extensas óperas; pero cuando se da lugar a un concierto más corto, siempre se compone de un programa que requiere un máximo nivel de atención, energía y análisis, como es el caso del Réquiem de Mozart, que en esta ocasión abrió la temporada anual de conciertos sinfónicos-corales la noche del sábado 20 de abril bajo la dirección del maestro italiano EvelinoPidò, con la interpretación de la Orquesta y Coro Estables del Teatro Colón y los solistas Oriana Favaro (soprano), Guadalupe Barrientos (mezzosoprano), Santiago Ballerini (tenor) y Lucas Debevec Mayer (bajo).

Es importante conocer el contexto de creación de esta obra paradigmática del repertorio musical de Wolfgang Amadeus Mozart a sus 35 años, en especial por ser su último trabajo de composición mientras agonizaba debido a una enfermedad de origen desconocido hasta el día de hoy. La Misa de Réquiem en re menor, con número de catálogo K. 626, fue inicialmente encargada por el Conde Franz von Walsegg en 1791 para ser tocada en las misas funerales de su esposa recién fallecida, pero la enfermedad de Mozart avanzó rápidamente terminando con su vida en la madrugada entre el 5 y el 6 de diciembre de ese año, por lo que el Réquiem quedó inconcluso en algunas secciones y otros números directamente nunca fueron compuestos por él, sino por su discípulo más allegado Franz Xaver Süssmayr.

La sala del Colón presenció entonces el inicio de la Misa con el Introitus, donde la orquesta estableció desde el inicio un sonido más brillante en lugar de pesado y oscuro, abriendo paso a la plegaria que recita el coro: “Requiem aeternam dona eis, Domine” (Dales, Señor, el descanso eterno). Al finalizar el número, la orquesta y el coro ingresaban al Kyrie Eleison, presentando la genialidad del compositor en el manejo del contrapunto en diferentes voces y distintos instrumentos. Estas dos secciones son las que Mozart escribiría completamente, tanto en instrumentación como coros y solistas. Las que le siguen fueron en parte compuestas por él, pero completadas por Süssmayr.

La sección siguiente, la Sequentia, inició con el Dies Irae bajo un sonido que reflejó la excelencia de la forma italiana de conducción del maestro Pidò: con suficiente precisión, pero aún más enfocado en la expresión de las sensaciones de terror y desesperación que expone particularmente ese número. En el Tuba Mirum que le siguió, quedó en evidencia el excelente manejo vocal que poseen los solistas en convivencia los unos con los otros gracias al color expresivo de sus voces, muy acordes a la solemnidad que requiere interpretar una misa. Se abrió paso posteriormente al majestuoso Rextremen dae y luego al Recordare, con un manejo similar al segundo número de la sección. Le siguió el Confutatis, con un sonido imponente, para resolver su tensión luego en el delicado y misericordioso Lacrimosa, logrando tanto el coro como la orquesta matices contrastantes con todo el clima de ansiedad y terror de las partes anteriores.

El Offertorium, compuesto por dos números (Domine Jesu y Hostias), exponen de nuevo la maestría del tratamiento de las líneas contrapuntísticas de Mozart en las partes escritas por él, y lo completado por su alumno. El Sanctus junto al Benedictus y la ante última sección, el Agnus Dei, fueron todos compuestos por Süssmayr, dando lugar a un fenómeno de composición musical interesante donde el estilo es el mismo, pero la forma de exposición de los sujetos melódicos, el contrapunto y la relación coro – orquesta sufren un evidente cambio en calidad. La conexión con las secciones anteriores permanece, pero es notable que no fue escrito por la misma persona. Sin embargo, Süssmayr, en la última sección Lux Aeterna, reutiliza los materiales musicales originales de Mozart usados en el Introitus y el Kyrie, plasmándolos exactamente igual en este último número y modificando solo el texto. Es, tal vez, la forma más apropiada, humilde y respetuosa que puede tener un alumno para cerrar la vida del inmenso trabajo musical de su maestro.

El Réquiem es el cierre monumental de un compositor colosal, quien confesó hacia el final de sus días que, en realidad, lo estaba componiendo para sí mismo antes de morir. La Orquesta y Coro Estables del Teatro Colón nos permitieron transportarnos a ese importante momento en la historia de la música occidental, con un sonido que, en lugar de aterrar a la audiencia con la idea de la muerte, invitó a mantener una sensación de consuelo y esperanza ante ésta, tal como lo haría Mozart en sus últimos años de vida.

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