American composer and record producer Quincy Jones at work in a recording studio, 1963. (Photo by Gai Terrell/Redferns/Getty Images)
“Quincy”, film codirigido por Rashida Jones (su hija y actual guionista de Toy Story 4) y Alan Hicks (director del documental sobre el pianista Clark Terry, amigo y mentor de Quincy), no solo repasa la astronómica carrera del proclamado “mejor productor del mundo”, sino que destierra la idea de que una persona puede reducirse únicamente a sus éxitos personales.
Como si fuese la letra de algún tango, un octogenario músico camina atónito por los viejos callejones de su humilde barrio natal. La gente lo mira con atención, se pregunta por qué lo persigue un equipo de filmación. Una mujer lo reconoce, le susurra algo a su hija y le indica sin demasiadas vueltas: “andá a saludarlo”. La niña no pierde el tiempo, corre hacia el anciano y, mientras las cámaras la enfocan en un primerísimo primer plano, escupe: “Mi mamá dice que vos sos el que hizo famoso a Michael Jackson”. El viejo ríe y piensa para sí mismo con cierto desdén: “Si vos supieras querida…”.
El anciano es Quincy Jones (85), y la escena forma parte del documental de Netflix sobre este prolífico y brillante músico norteamericano. “Quincy”, film codirigido por Rashida Jones (su hija y actual guionista de Toy Story 4) y Alan Hicks (director del documental sobre el pianista Clark Terry, amigo y mentor de Quincy), no solo repasa la astronómica carrera del proclamado “mejor productor del mundo”, sino que destierra la idea de que una persona puede reducirse únicamente a sus éxitos personales.
Barack Obama lo condecora, Ray Charles le dedica sus canciones, Frank Sinatra lo elogia, Dr. Dre lo admira, Michael Jackson le ruega que sea su productor. Una figura con semejante pedigree parecería ser una estrella archiconocida en el mundo de la música; pero no, Quincy brilla en la periferia, ahí donde conviven las batutas con las consolas de sonido, ahí donde el más gigante de los egos se reduce a una sencilla y devastadora pregunta: “¿Puedo hacer otra toma?”. Es que Jones se siente cómodo con la pleitesía ajena; le gusta ser el ídolo y confidente de sus colegas ya que, en lo que respecta a lo musical, siempre tiene la respuesta correcta. Sin embargo, cuando los íconos musicales que supo construir empiezan a perecer para convertirse en nombres tallados en un museo, el pulso y la afinación de este genio musical empiezan a zozobrar.
“Quincy” podría haberse convertido en la mera celebración de un currículum —y en parte lo es—; no obstante, evita caer en el video-homenaje obvio que podría hacer una hija a su padre en un cumple de 80, para introducirse en una reflexión sobre el sufrimiento como inspiración y el valor del legado en la tercera edad. Rashida, interlocutora y entrevistadora durante gran parte del metraje, muestra la cara más íntima de un artista que parece impenetrable delante y detrás del escenario. Sus preguntas resultan un contrapunto más que interesante en una carrera artística de ascenso imparable. Gracias a ella, y al impecable montaje de la película, entendemos las razones detrás de las decisiones del artista: su determinación por estudiar en París con Nadia Boulanger; o la complejidad que implica ser un músico negro en un país como Estados Unidos.
En definitiva, y rememorando aquella primera escena tanguera con la que empezamos esta nota, este documental es una gran respuesta a aquella niña inocente y a todo aquél que quiera conocer por dentro y por fuera a uno de los artistas más brillantes que ha dado la música popular del siglo XX. Así que la próxima vez que se lo crucen caminando a Quincy en su barrio va a ser un poco más difícil saludarlo.