El Ensamble Arthaus presentó Historia del Soldado de Stravinsky en el Auditorio Arthaus, con dirección musical de Pablo Drucker y una propuesta escénica de Román Lamas basada en marionetas, títeres y máscaras. La cuidada interpretación musical y la creatividad teatral ofrecieron una lectura dinámica y accesible de esta obra, manteniendo su frescura y profundidad a más de un siglo de su estreno.
Por Gustavo Toba
Historia del soldado fue escrita por Igor Stravinsky en 1918. Surgió a modo de respuesta, según el propio compositor, frente a la necesidad de “crear un espectáculo dramático para un teatro ambulante que fuera lo suficientemente modesto en cuanto al número de músicos” que pudieran interpretarla. Pensada para ser presentada en diferentes pueblos de Suiza, país en el que el músico se hallaba exiliado y falto de recursos, esta obra deja atrás la exuberancia orquestal de La Consagración de la Primavera, El Pájaro de Fuego y Petrushka. Fuese por necesidad material o guiado por su instinto innovador, Stravinsky desarrolla en Historia del soldado una orientación sonora dirigida hacia agrupaciones más reducidas.
«El resultado es una entretenida versión que puede ser disfrutada por un amplio abanico de público, incluido el infantil, sin dejar de lado por ello un riguroso cuidado del espacio escénico.» – Gustavo Toba
El Ensamble Arthaus presentó una sólida interpretación de esta particular composición del genial compositor ruso en el Auditorio Arthaus, con Pablo Drucker a cargo de la dirección musical y una formación instrumental integrada por Federico Landaburu (clarinete), Abner Da Silva (fagot), Valentín Garvie (trompeta), Pablo Fenoglio (trombón), Bruno Lo Bianco (percusión), Guillermo Rubino (violín) y Julían Medina (contrabajo).
La dirección teatral estuvo a cargo de Román Lamas, quien abordó el texto con una original puesta basada en el teatro de marionetas, los títeres y el teatro de máscaras. El resultado es una entretenida versión que puede ser disfrutada por un amplio abanico de público, incluido el infantil, sin dejar de lado por ello un riguroso cuidado del espacio escénico. Sostenida en las formidables actuaciones de Mara Mantelli (Diablo), Luciano Mansur (Soldado) y el propio Lamas (Narrador y diversos roles), las escenas se suceden en una atmósfera de vodevil y teatro popular, más cercana al espíritu ligero del teatro de barraca que a la estética sobria de las grandes salas de concierto. Pero es precisamente en esta liviandad y en el uso de sus variados recursos escénicos donde la puesta de Lamas adquiere toda su profundidad y fuerza.
El motivo fáustico del soldado que vende su alma al diablo es la excusa argumental para una consideración del teatro más festiva que triste en la que el destino de José es simplemente la continua sucesión de sus peripecias. Los personajes representan a sus arquetipos y las escenas se relevan unas a otras entre actores y títeres, marionetas y máscaras, objetos y proyecciones de sombras. La escena del robo del violín nos lleva incluso, por su tono, a una zona lindera con la literatura gauchesca, donde un Diablo tentado por el alcohol y las cartas se ha vuelto ahora un mandinga torpe y campero, engañado por un pícaro paisano.
Lo notable es cómo la representación, que en el teatro tiende naturalmente a ocupar el centro de la escena, en este caso funciona como si hubiese elegido instalarse, de algún modo, en un lugar de acompañamiento. Aquí es la representación la que acompaña a la música, y no a la inversa. Es quizás por eso (y por la notable interpretación del ensamble) que la trabajosa musicalidad de Stravinsky se escucha a lo largo de la obra siempre espontánea y fresca, cercana a la alegre sonoridad de las bandas de feria; sus intrincadas polimetrías resultan ser la red de contención para un salto de circo que sucede en la escena, o el soporte para las risas que cada tanto los actores hacen surgir desde la platea. Y es tal vez en esa distraída percepción de la música donde, de pronto, se hace perceptible toda su compleja belleza.
El final es conocido: unos golpes de percusión (que resuenan como lo que décadas más tarde será un solo de batería) señalan que el Diablo se lleva el alma de José, y con esto se anuncia el cierre de la obra. Más de cien años después de su estreno, en un presente planetario que quizás resultaría una distopía contemplado desde el convulsionado siglo XX de la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, la música de Stravinsky volvió a sonar en Buenos Aires, otra vez, como si fuera nueva.
Ficha:
Sábado 30 de noviembre, Auditorio Arthaus, Bartolomé Mitre 434
Román Lamas: puesta en escena, dirección y realización de títeres y objetos.
Mara Mantelli: asistencia de producción
Julián Cnochaert: colaboración artística
Ensamble Arthaus
Andrés Buhar: dirección general
Lucas Fagin y Daniel DÁdamo: dirección artística
Beatriz Quinteiro: coordinación de producción artística
CALIFICACIÓN: MUY BUENA