Panorama Sinfónico cerrando 2017

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En este detallado artículo Pablo Bardin realiza una reseña de los últimos conciertos de la temporada sinfónica. Preocupante actualidad de la Orquesta Sinfónica Nacional y de la Orquesta Estudiantil de Buenos Aires, con la renuncia de su hístorico director Guillermo Zalcman incluída.

 

 

 

ORQUESTA FILARMÓNICA DE BUENOS AIRES

Enrique Arturo Diemecke dirigió los últimos dos conciertos del abono, 16 y 17. El 16 fue dedicado a música de las Américas y se inició con la Sinfonía Nº2, “India”, de Carlos Chávez, considerado el compositor mexicano más importante, y a su vez esta sinfonía es probablemente su obra más vigente como símbolo de la fusión de la formación académica occidental con la música de los pueblos indígenas. Compuso seis sinfonías y todas tienen sus valores (tengo los LP de su grabación integral que hizo con la Filarmónica de México, ya que también era un muy positivo director y nos visitó como tal varias veces ofreciendo sus partituras y las del repertorio), especialmente la “Antígona” y la “Romántica”. Fue estrenada la “India” en una transmisión radial de la Orquesta de la CBS en Enero 1936 y en Abril en un concierto de la Sinfónica de Boston. Sus concisos doce minutos en un movimiento y tres secciones amalgaman la forma clásica y sus principios de repetición y variación con las melodías de las etnias huicholes, yaquis y seris del norte contrastando los episodios poderosos y rítmicos con las nostálgicas melodías. En la percusión se utilizan instrumentos regionales como el teponaxtle (tambor de madera hueca), el grijutan (cascabel de pezuña de ciervo) y el tenabari (sonaja de capullos de mariposa). Me extrañó que Diemecke, siendo mexicano, haya descuidado los adecuados ensayos, ya que los primeros minutos fueron caóticos; gradualmente mejoró, pero esperaba mucho más de él en esta obra.

Siguió una obra muy interesante e inesperada en la producción de Leonard Bernstein: la Serenata “El Simposio de Platón”, tan ajena a obras como “West Side story”. Escrita para violín solista, cuerdas, arpa y nutrida percusión, se estrenó en septiembre de 1954 con Isaac Stern, Bernstein y la Filarmónica de Israel en La Fenice de Venecia. Aquí se ha dado algunas veces. “El simposio” o “El banquete” alude a un encuentro de amigos que después de la cena comparten la bebida y la discusión estética, filosófica y política. Bernstein eligió en sus cinco movimientos los discursos acerca del amor de los comensales. Fedro (lento) y Pausanias (Allegro) discurren inicialmente, Fedro exponiendo la melodía que reaparecerá luego con frecuencia. Un simpático Allegretto nos trae al autor de comedias Aristófanes. Sigue un breve y brillante Presto (Erixímaco). Luego, el expresivo Adagio de Agatón. Y finalmente, el “Molto tenuto” (Lento) de Sócrates contrasta con el Allegro Molto vivace de Alcibíades. Música inventiva y fresca, tonal, a veces sorprende con momentos percusivos muy sonoros dentro del general tono equilibrado y clásico.

Fue la obra elegida por Midori para su retorno después de muchos años. Nacida en Osaka, Japón, en 1971, Zubin Mehta con la Filarmónica de Nueva York la lanzó a la fama a los doce años. Siguieron rutilantes años adolescentes y de juventud en los que Midori estuvo entre las más aclamadas violinistas. (Curioso que sólo se la conozca por lo que presumo es su apellido, quizá sea un seudónimo). Pero luego bifurcó en dos caminos: la docencia y el activismo por la paz. Dos organizaciones existen desde hace 25 años: Midori & Friends, que brinda educación musical a niños sin recursos de Nueva York, y Music Sharing, con base en Japón, que integra a personas a la música. Ahora da menos conciertos. Su interpretación de la Serenata fue bella, fina y pura, aunque a veces faltó volumen, y Diemecke la acompañó con mucho cuidado. Ella ofreció fuera de programa un Bach perfecto e íntimo, el Preludio rápido de la Partita en Mi mayor.

Heitor Villa-Lobos fue probablemente el compositor más fecundo de la historia y sólo se me ocurre Telemann para parangonarlo, pero naturalmente esa exuberancia creacional no siempre estuvo controlada por la autocrítica, y el gran compositor brasileño es desparejo. Creo que son muy valiosas sus Bachianas Brasileras y sus Chôros, pero sus numerosas (doce) sinfonías me parecen (no las conozco a todas) menos logradas. Diemecke eligió la Sinfonía Nº4, “La Victoria”, supongo que en primera audición (esas cosas deberían aclararse en los programas, son importantes). Forma parte de una trilogía basada en textos de Luis Gastao d´Escragnolle Dória que celebran el fin de la Primera Guerra Mundial, en la que Brasil había aportado divisiones marinas, aéreas y terrestres. La Tercera se denomina “La Guerra”, y la Quinta, “La Paz”, nunca fue completada (¿?). Fue estrenada en 1920 por la Orquesta del Teatro Municipal de Rio de Janeiro dirigida por el compositor (que vino aquí en 1953 y entre otras obras estrenó la Sinfonía Nº 6, “Sobre la línea de las montañas de Brasil”; estuve allí y me gustó). El “Allegro impetuoso” inicial es un tremendo barullo dominado por los bronces; luego un Andantino que cita “La Marsellesa”; un Andante expresivo e intenso; y un Final muy complejo que superpone con hábil contrapunto varios materiales y llega a una Apoteosis fortissimo. Esta obra va con el temperamento sanguíneo de Diemecke, que logró una versión convincente por parte de una amplia orquesta, donde incluso hubo una rareza: una línea de bronces extra se colocó detrás de la nutrida percusión.

El último concierto corrió riesgo de naufragar porque se enfermó repentinamente el gran pianista Boris Berezovsky, que iba a acometer el terrible Segundo concierto de Prokofiev. Como pocos lo tienen en repertorio (Votapek, que lo hizo magistralmente aquí décadas atrás, me dijo que la cadenza era la más difícil de todas) se tuvo la fortuna de encontrar disponible al pianista británico Freddy Kempf, de 40 años, que no sólo lo conoce sino que lo grabó junto al famoso Tercero. Prokofiev era un gran pianista y él mismo estrenaba sus conciertos. Tras el breve pero muy interesante Primero, ya muy característico de su estilo, escribió el Segundo en 1913 y hubo público que lo sintió como paralelo al futurismo plástico. El primer movimiento contrasta el tema inicial Andantino con la tremenda garra del Allegretto, de enorme vitalidad rítmica. Y la desmesurada cadenza pone vallas que hasta a Liszt le hubieran resultado arduas. Un Scherzo: Vivace es una breve toccata de espectacular brillantez. El relativo remanso está en el tercer movimiento, un Intermezzo Allegro moderato con algo de marcha. Y el Allegro tempestuoso sale disparado inaugurando el final; luego un episodio lírico lento y angustiante provee un contraste antes de las páginas finales arrolladoras. Kempf en el primer movimiento fue algo cauto, con tempo más lento en las partes rápidas, lo que quita brillo y audacia a los desafíos (escuchar a Pascal Rogé en su magnífica grabación), pero a partir del Scherzo su trabajo estuvo mucho más asentado y terminó siendo bastante bueno, todo un elogio dada la complejidad del concierto. Diemecke a su vez no estuvo del todo acertado en el primer movimiento pero luego acompañó bastante mejor; la orquesta también debe sortear momentos arduos, en especial rítmicamente. Quizá para demostrar que no sólo puede tocar música dura y percusiva, Kempf eligió el Vals Nº9, Op.69 Nº1 de Chopin como pieza extra; lo hizo con elegancia y grato sonido aunque se tomó licencias de tempo.

La Sinfonía Nº9, “Del Nuevo Mundo”, de Dvorak, la había hecho Diemecke cuando realizó la integral de sus sinfonías hace ya muchos años. La conoce a fondo y tiene empatía por el estilo, de modo que la versión fue cálida y estilística, con una orquesta concentrada y que generalmente tocó muy bien, pese a un par de inesperadas pifias (los oboes en los tresillos del movimiento lento, la trompa después de tocar impecablemente un largo solo en el Finale). Tras los aplausos, se entregaron flores a dos admirables primeros atriles: la concertino Haydée Seibert y la violista Marcela Magin; ambas hicieron una gran tarea durante décadas; se las va a extrañar.

 


 

 

ORQUESTA SINFÓNICA NACIONAL

La Sinfónica Nacional terminó antes de tiempo un año arduo y negativo pese a ciertos notables conciertos, marcado por la terrible burocracia del Ministerio de Cultura de Avelluto. Tiene a su favor un público abundante y fiel que los aplaude a rabiar y los apoya en sus reclamaciones, pero casi nada ocurre. Como sucedió en varios anteriores conciertos, una integrante de la Orquesta repasó sobriamente las demandas esenciales: pago de honorarios muy atrasados a directores y solistas nacionales y extranjeros; pago de sueldos a los muchos instrumentistas jóvenes contratados, recalcando que a muchos se les debe el año entero y que sin embargo siguen poniendo el hombro, ya que sin ellos no podrían darse conciertos (no hesito en llamar abominable a este tratamiento ministerial); incumplimiento de la promesa de llamar a concurso ahora en diciembre para cubrir esos cargos, vagamente pasado a 2018; mantenimiento de los sueldos muy bajos de los instrumentistas estables, bien por debajo de nuestras orquestas provinciales, lo que es un total dislate. Tocan en ropa de calle como protesta, pero a la japonesa, siguen tocando y cumplen con su público. Y justamente pese a que no interrumpen los conciertos, el hecho de decir públicamente la verdad es resentido no sólo por Avelluto sino también por el titular de Medios, Lombardi, cuyo bajo aprecio por la Orquesta y no reconocimiento de sus derechos se verifica en hechos como mezquinarles oficinas pese a que hay tantas disponibles (el programador sigue teniendo que trabajar fuera del ex Correo, p.ej.) o las cinco miserables líneas que le dedican en una inmensa e impresionante síntesis enviada por mail de todo lo que hizo el ex Correo durante 2017, en innumerables campos de la cultura: es sin duda el Centro Cultural más importante de Latinoamérica. Yo no admito su gratuidad pero eso es otro tema.

El concierto del 1º de diciembre hubiera debido ser dirigido por el notable maestro chileno Maximiano Valdés, que este año dio un notable concierto con la Filarmónica. ¿Fue el ejemplo del regreso de su compatriota Francisco Rettig a Chile este año, harto de ser manoseado por cuarta vez por el Ministerio? ¿Habrá pensado que no le iban a pagar? Parece probable. En fin, la Sinfónica recurrió a un probo director argentino que ha tenido mucho contacto y gran empatía con la Sinfónica a través del tiempo: Gustavo Becerra. Hubo un cambio en el programa pero no fue grave; Valdés iba a dirigir la Sinfonía Nº2 de Sibelius, pero como la hizo hace poco Eichenholz con la Estable, y muy bien, no era necesaria; y el reemplazo fue un entusiasmo de Becerra que comparto: las Variaciones Enigma de Elgar. Anécdota: en 1973 iba a dirigirlas Zorzi con la Filarmónica en el Colón, y yo le sugerí que programara sus propias Variaciones Enigmáticas, lo que hubiera hecho un lindo sándwich para la “pièce de résistance”, “Haroldo en Italia” de Berlioz con Tichauer; pero los acontecimientos políticos hicieron imposible este plan.

Lo importante fue que quedó incólume la obra con solista: el Cuarto concierto de Rachmaninov con Antonio Formaro. El pianista es reconocido como figura señera argentina de su generación y estudió Rachmaninov con Lazar Berman, de modo que estaban dadas las garantías para escuchar el raramente programado Cuarto, obra muy difícil cuya primera versión data de 1927 pero fue muy revisada en 1941 sobre todo en el tercer movimiento. Como bien dice Ashkenazy, que grabó los Cuatro, es una obra que debe revalorizarse ya que tiene no sólo ideas notables sino una modernización del lenguaje (es su etapa final, la de la Tercera Sinfonía y de las Danzas sinfónicas). Recordar que el famoso Tercero es de 1909. Formaro es un especialista del Romanticismo como docente e intérprete (fue invitado a tocar Mendelssohn en la Gewandhaus de Leipzig) y recientemente hizo una gira por Argentina y Perú con el Segundo de Rachmaninov. De modo que era esperable su seguridad técnica y de estilo en este arduo e interesante concierto, con el cual hizo un aporte valioso a la temporada. Fue concentrada la tarea de Becerra con la Orquesta para darle al pianista la plena colaboración que la partitura exige, pero Rachmaninov imbrica en complicadas marañas rítmicas a la orquesta con el solista, y hubo detalles por mejorar. El resultado final fue sin duda positivo.

El concierto había empezado con una buena versión de la Obertura de “El Holandés Errante” de Wagner, pese a algunas hesitaciones de los bronces. Y terminó con una interpretación noble y detallada de las Enigma, donde cada variación tuvo su carácter y los ataques y cortes fueron limpios y muy bien ensayados. Mis parámetros son Sargent (que las dirigió aquí en 1958) y las grabaciones de Barbirolli y Boult, y debo decir que Becerra y la Nacional fueron dignos descendientes.

Hubo luego, ante el cerrado aplauso, dos emotivos discursos: del violinista Pablo Borzani, que tras varias décadas tocando en la Sinfónica se retiraba alabando el espíritu solidario y la entrega musical de sus colegas, y de Becerra, que comunicó su intenso amor a la música y su respeto y cariño por la Sinfónica.

Este concierto originalmente no era el último; se había programado una despedida de gran interés para el 15 de diciembre. A la Sinfónica se hubieran agregado el Coro Polifónico Nacional, solistas vocales y el organista Diego Innocenzi en un programa que se hubiera iniciado con “El Sueño de una noche de verano” de Daniel Doura, y luego la Primera sinfonía para órgano y orquesta de Alexandre Guilmant y la fascinante Misa Glagolítica de Janácek que a instancias mías estrenó brillantemente Russo décadas atrás y nunca se repitió. Debería reprogramarse para 2019 e iba a dirigir Bernhard Wulff. Pero hace ya varios meses se supo que el Estado necesitaba la sala para un evento y se borró del mapa el concierto. Ya que el ex Correo se usa mucho para congresos y afines y está cerca de la Rosada (también se quedaron con el único estacionamiento de la zona, el subterráneo frente a la fachada Sarmiento del CC).

No puedo ser optimista con respecto al futuro de la Sinfónica; ojalá me asombren y hagan lo que corresponde. Sé que ya existe una variada e interesante programación para 2018; ¿pero qué garantía hay de que se desarrolle sin más líos absurdos de país de mala opereta?

 


 

 

ORQUESTA ESTABLE DEL COLÓN

En una buena iniciativa, la Estable el 22 de Diciembre se despidió del público con un concierto festivo similar a los que se hacen en Viena el último día del año dedicado a valses, polcas y oberturas de los grandes de esa música popular de tan empinada calidad que ahora se la considera del repertorio clásico, y con justicia. Y la dirigió Carlos Vieu, un artista versátil y muy musical que entiende esa tradición y obtuvo un razonable “vienesismo” de la orquesta porteña. No hubo intervalo y así se escucharon cinco obras del más grande de estos geniales creadores, Johann Strauss II, y del croata Franz Von Suppé, un especialista de las oberturas de opereta que supo combinar la belleza melódica de los cantábiles lentos con el esplendor vital de las danzas de la época expresado mediante una orquestación eficaz.

Tengo una sola queja: son tantas las piezas realmente lindas de JSII que por qué elegir cinco tan remanidas. ¿Será que el archivo del Colón anda escaso de este repertorio? Pero dicho esto, estamos muy necesitados de esta música bella, espontánea, refinada, culta, que pronto genera una atmósfera distendida que nos hace olvidar la tensión de una ciudad casi invivible. Y no sólo Vieu, que evidentemente goza con ella, sino toda la orquesta, que tocó con ganas y espontaneidad, se alegraron de poder hacer esta música. La Obertura de “El Murciélago”, con su gran variedad de melodías y ritmos, lo inició; se trata, no lo dudo, de la mejor opereta vienesa de la Historia, y la única que se da en la Staatsoper de Viena (las otras van a la Volksoper, que sin embargo también la programa). Anécdota de una frustración: en enero de 1961 llegué de noche a Viena desde Salzburgo, tras horas en un camino de nieve y hielo. Con el coche fui a la Staatsoper para enterarme de lo programado, y allí supe que me había perdido un “Fledermaus” (Murciélago) dirigido por Karajan!

Luego vino el que para mí es el mejor de todos los valses, el del Emperador (Kaiser Walzer), por la sostenida inspiración y profunda belleza de sus melodías y la unidad lograda entre el ensoñado prólogo y la cadena de valses, orquestada con un conocimiento admirable. Otra anécdota: pedí a una de mis hijas en la fiesta de casamiento que me dejara elegir el vals y le advertí que no quería esa fea cadena de valses de ritmo uniforme que pega fragmentos de varios y que hoy es práctica de los DJs, y me lo admitió: elegí el Emperador, y no les fue fácil a los adolescentes adaptarse a la flexibilidad rítmica de un genuino gran vals bien tocado. Ahora hasta hacen trencitos en el vals… Y bien, Vieu y sus colaboradores nos dieron una muy buena versión y pasé unos minutos de pura felicidad. Después de todo, señores progres, Brahms me da la razón, era un entusiasta de estos valses.

Luego, por supuesto, “A orillas del hermoso Danubio azul” (si van a Viena, no busquen tal cosa: el río se ve marrón), tan famoso en su versión orquestal y penúltima obra de todos los conciertos de Año Nuevo vieneses con su Filarmónica. Pocos saben que la versión original no era para orquesta sino para coro, pero se la escucha rara vez de esa manera. Vieu retuvo un poco demasiado la famosa melodía principal en sus primeras cuatro notas y cuando ya es vals se atuvo al ritmo marcado. Pero Böhm (otra anécdota) cuando ofreció el vals fuera de programa en un glorioso día de Colón (de los que no volverán) con la Filarmónica de Viena en un domingo a la mañana, tras anunciar que iba a tocar el Himno Nacional Austríaco (que de paso es de Haydn) y hacer que todos se levantaran, dio la entrada al comienzo del vals: regocijo y todos se sentaron; y Böhm lo fraseaba distinto, con fuerte rubato en la melodía principal. Para los nostálgicos como yo: esto ocurrió el 19 de Septiembre de 1965. Salvo ese detalle, Vieu lo dirigió admirablemente.

Luego un vals famoso, más corto porque no tiene introducción: “Voces de primavera”, que muchas cantantes grabaron en un arreglo que pone el acento en su florida melodía principal. Se pasó luego a las polcas: la muy célebre “Tritsch-tratsch”, tocaba con ritmo y entusiasmo, y la “Pizzicato” que Johann II compuso con su talentoso hermano Josef (cuyos valses tienen gran calidad); las cuerdas se lucieron.

Y pasamos a Von Suppé, mucho más célebre por sus oberturas a operetas que por las operetas completas. Al menos cuatro se tocaban mucho, sobre todo en arreglos para banda, pero nunca suenan mejor que en su versión original orquestal. Dos en particular eran muy escuchadas en épocas radiales ya lejanas: “Poeta y aldeano” y “Caballería Ligera” (que muchos confundían con el final de la obertura de “Guillermo Tell” de Rossini). Pero otras dos al menos son muy atrayentes: “La bella Galatea” y la que eligió Vieu como primera de las dos, “Mañana, tarde y noche en Viena”, por la cual tengo un viejo entusiasmo debido a la magnífica grabación de Beecham. Tanto en ella como en “Poeta y aldeano” tuvimos el lujo de los ideales solos de violoncelo de Stanimir Todorov, primer atril de la Estable, que tiene como segundo concertino a Oleg Pishenin, presente en este caso; dos eslavos talentosos contribuyen a la calidad de nuestra orquesta. Y Von Suppé tenía verdadera inspiración melódica, así como el dinamismo rítmico para los valses y momentos de alegre exaltación. Conviene aclarar que en el diccionario Grove, el propio Grove llama a las obras elegidas por Vieu no operetas sino piezas de teatro con canciones; en ese caso, qué notable que piezas livianas tuvieron tan espléndidas oberturas. Fue un raro placer escucharlas y deberían programarse con más frecuencia. Vieu acertó por completo en el estilo y supo coordinar los frecuentes cambios rítmicos y ataques brillantes requeridos.

No es habitual en los conciertos sinfónicos locales dar piezas fuera de programa, pero esta vez hubo dos. Una, muy linda pero fuera de la onda vienesa, la Farandole de “L´Arlésienne”, de Bizet-Guiraud. Y la otra siguió el rito de la capital austríaca: la Marcha Radetzky de Johann Strauss I, con palmas del público.

Una noche grata y relajada, festejada por el propio Vieu, muy efusivo con la orquesta y sus solistas, expresando que se habían divertido mucho a pesar del calor. Yo también. Vuelva a hacerlo con otro repertorio más innovador el año próximo.

 


 

 

LA ORQUESTA ESTUDIANTIL EN LA FACULTAD DE DERECHO

De la alegría a la tristeza. El 25 de Noviembre fui a la gran sala de la Facultad de Derecho (cuyas butacas están en deplorable, increíble estado desde hace años; ¿tan pobres están?) donde los sábados a las 18 dan conciertos las otras orquestas de Buenos Aires o del Gran Buenos Aires, porque como tantas otras veces me atraía el programa de la Orquesta Estudiantil de Buenos Aires. Normalmente los dirige Guillermo Jorge

Zalcman pero esta vez el anuncio decía que el Director Asistente Marcelo Alejandro Toso iba a dirigir, cosa que me extrañó. Por primera vez en mucho tiempo se escuchó una selección del ballet “Las criaturas de Prometeo” de Beethoven; generalmente sólo se da la Obertura, pero esta vez se tuvo acceso a 9 números. Desde la vieja integral de Walter Goehr en los años 50 conozco esta música, muy agradable, sin los arranques dramáticos de tantas obras suyas, escrita para un ballet del innovador Salvatore Viganò en 1800-1801; en total, Obertura, introducción y 16 piezas. La dirección fue correcta pero rígida y la orquesta respondió bien.

Pero en la Segunda Parte fue Zalcman quien tomó la batuta, y con su gestualidad comunicativa e intensa ofreció el breve “Canto del ministril” para violoncelo y orquesta de Glazunov, aceptablemente tocado por Germán Yanes, y luego (duración 7 minutos) la melódica música incidental “Our Town” para el film homónimo de Copland, en su estilo “Prairie music”.

Y fue aquí donde ocurrió algo que me dejó desconcertado. Dejando el podio Zalcman se dirigió al micrófono de la derecha y habló al público, diciéndoles que había decidido jubilarse y que deseaba a la Estudiantil que siga su trayectoria en años futuros.

Volvió al podio y nos hizo escuchar la muy lograda Suite (seis piezas) del ballet “La amapola roja”, de Reinhold Glière, de ambientación china aunque finaliza con la muy vital Danza de los marineros rusos (créase o no, mi grabación la dirige ese audaz promotor de la vanguardia musical que fue Hermann Scherchen). Y según su costumbre, y en este caso con valor simbólico, dos fragmentos de la suite de “La ópera de los tres centavos” de Weill, incluído el célebre “Moritat”.

Como lo saben quienes me han leído no sólo en los actuales medios sino en el Herald, siempre me referí a Zalcman y a la Orquesta Estudiantil en términos positivos, más allá de errores técnicos, ya que fue una odisea de 36 años desde que Zalcman la fundó. Estrenó la monumental cantidad de cien obras, más que ningún otro director, con una orquesta taller que nació modestamente en una escuela y merced al tesón enorme de su director, fue creciendo y creciendo hasta que finalmente obtuvo apoyo del Estado en años recientes. Pero una conversación hace un par de meses con él (tenemos una vieja amistad desde que él fue colaborador de mi revista Tribuna musical) me reveló que había serios problemas en la transición desde el Ministerio de Educación hasta el Ministerio de Cultura de la CABA, del cual dependen actualmente. A raíz de mi preocupación ante su anuncio que se jubilaba, tomé contacto con él por mail y me encontré con un cuadro amargo.

Tengo su autorización para contar “la vera storia” y la mayor parte de lo que sigue son palabras suyas. Los últimos tres años en Educación representaron el boicot constante de la orquesta tanto de parte de la ministra actual como de los ineptos en los mandos intermedios; ello significó reducción de los fondos, compra nula de instrumentos e insumos y no pago de lo que la ley estipula como viáticos a los chicos, más suspensión de conciertos por falta de transporte del instrumental. A fines de 2016 se prendió una lucecita: a Ángel Mahler le interesó la orquesta y con muchas promesas la orquesta pasó a Cultura. “Pero este año fue tan nefasto y con tantos palos en la rueda que inicié mis trámites de jubilación. Mahler había prometido que me iba a recontratar tras mi jubilación, cosa que no se realizó. Y ahora Mahler fue reemplazado por Avogadro (que ya se sabe, palabras mías, que trabó todo lo de la Sinfónica Nacional). El futuro de la orquesta es incierto: no se nombró mi reemplazante” (será muy difícil encontrar alguien con el espíritu investigador y el tesón de Zalcman). “No se sabe quién copiará el material y quién lo arreglará. No se pidieron fechas para 2018.”

“Y me despidieron de Radio Nacional ya que el Estado no puede pagar dos asignaciones y se considera que mi jubilación es una y lo que pagaba la radio era otra. Eso a pesar de que mi jubilación es parcial ya que sigo trabajando en la UNA y en la radio estaba como monotributista.”. Y así se suspende uno de los programas más valiosos, ya que Zalcman sólo pasaba obras ignotas aquí y era fascinante escucharlo (no soy muy radial en la actualidad pero lo sintonicé muchísimas veces).

Qué grotesco país. ¿Habrá manera de apoyar a la Estudiantil y además lograr que Zalcman siga al frente? Porque tirar a la basura este admirable proyecto es una barbaridad. Si cualquier lector tiene ya sea buenos contactos o una manera de ayudar, por favor hacérmelo saber.

Pablo Bardin

 

 

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