Entrevista a Pablo Saraví
Discípulo de Miguel Puebla, Szymsia Bajour, Alberto Lysy y Yehudi Menuhin, ha ganado los primeros premios en todos los concursos argentinos en su especialidad; trece Premios Konex, dos como solista y otros como líder de grupos sinfónicos o de cámara. Ha sido concertino adjunto y codirector de la Camerata Bariloche. Es miembro fundador de la legendaria World Orchestra for Peace, con la cual ha dado cerca de 30 conciertos por la paz en muchos países del mundo con Georg Solti y luego Valery Gergiev como directores.
Pablo Saraví es actualmente concertino de la Academia Bach de Buenos Aires, de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires y del Cuarteto Petrus. Experto en violines, ha escrito varios libros: Liuteria Italiana en la Argentina, Un Guarnerius en Buenos Aires y Obras maestras de la luthería italiana. Además, desde hace 7 años tiene a su cargo el programa Cuatro Cuerdas, que se emite por Radio Nacional Clásica.
Por Maxi Luna.
¿Cómo ha sido este esperado retorno a los ensayos y los conciertos con la orquesta?
Nosotros, en el Teatro Colón, estuvimos todo el 2020 sin poder tocar y recién en febrero de este año, de a poquito, empezamos a volver al escenario. Al principio al aire libre, en el Anfiteatro de Parque Centenario, luego en marzo tuvimos toda una semana dedicada al homenaje a Astor Piazzolla, ahí sí dentro del Teatro. Pero después -por cuestiones de la pandemia y de las restricciones- volvimos atrás, en el sentido de que se volvió a cerrar todo, y tuvimos que esperar en nuestras casas instrucciones del Colón. Finalmente en julio volvimos, aunque con grupos más chicos, y está funcionando muy bien hasta ahora. La respuesta del público, por supuesto reducido por el aforo, es excelente. Para el músico una de las cosas más importantes es tener la cabeza en lo que hace y estar en el escenario, que para eso es que nos hemos preparado. Emocionalmente es muy importante recuperar eso.
¿Cómo te trató la pandemia a nivel humano y artístico?¿Pudiste aprovechar para realizar algún proyecto pendiente?
Fue tan inesperado que costó entender lo que pasaba y cuánto tiempo podría llegar a ser, ni el más pesimista habrá atinado a que sería tanto tiempo. En mi caso personal tenía programados muchos conciertos, no solo aquí en Argentina sino que tenía planeados tres viajes distintos a Europa, y al ver que todo se caía volví a un proyecto anterior, bastante avanzado igualmente: la publicación del libro Liuteria Italiana en la Argentina. Es sobre los luthiers italianos inmigrantes, un tema que ya había trabajado varias veces. A tal punto que hace 20 años había realizado un libro sobre el tema, pero ahora lo retomo con mucho más material, más información y más amplitud. Así que la pandemia me dio el tiempo posible para terminarlo.
Tiene una gran presentación, mucha documentación fotográfica y, si bien tiene muchos datos y detalles específicos para luthiers, es un libro que apunta también al público general. Principalmente se dirige a músicos que toquen instrumentos de cuerda, a historiadores de la música y a coleccionistas.
Es un libro hermoso y de altísima calidad ya a la vista, además en versión bilingüe tengo entendido, ¿no?
Sí, está en castellano e inglés. Además está realizado con mucho cuidado, muchísima documentación fotográfica. Es un libro que contiene 64 biografías, son más de 370 páginas con un papel de altísima calidad. Realmente está hecho a un nivel internacional. Es como un libro de arte, un libro objeto que uno compra una sola vez.
Está incluida también la Colección del Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco. Es la historia de Isaac Fernandez Blanco, que era un gran coleccionista, y es una historia muy inspiradora. Lo cierto es que, previamente, la colección estuvo 50 años en el Teatro Colón pero sin cuidados musicológicos. Alrededor del año 2008 el museo me pidió encontrar un restaurador y se lograron restaurar 18 instrumentos de altísimo valor histórico y sonoro, que actualmente se pueden apreciar en el museo. Esta historia fue incluida en un capítulo del libro porque en esa colección trabajaron como reparadores o restauradores algunos de los artesanos que están en los capítulos anteriores, que eran inmigrantes, y así se cierra entonces todo un círculo.
Todo esto me lleva a tus inicios. Tengo entendido que tu primer interés por el violín comenzó a través de saber cómo era su construcción, no fue que quisiste aprender a tocar, sino que querías aprender a construir violines, ¿es así?
Recuerdo perfectamente que lo primero que me llamó la atención del violín, fue la forma y cómo emitía el sonido.
De chico, mi padre nos llevaba a mis hermanos y a mí a los conciertos en Mendoza y en uno de ellos, al finalizar, nos llevó al camarín de un violinista muy importante, y pude ver de cerca el instrumento y vi que los orificios en la tapa no eran pintados como yo pensaba de lejos, sino que eran calados. Así que le dije a mi papá que me gustaría ver un violín y cómo hacerlo, pero no me tomó muy en serio. Igualmente le insistí y me dijo que había averiguado, que en Mendoza no había quien enseñara luthería. Y era verdad. Me dijo, como sugerencia, que si me gustaba el violín sería bueno entonces que aprendiera a tocarlo. Desde ese día comencé a pedir que me compre un violín, hasta el punto de llegar a llorar incluso.
Finalmente averiguó en la Escuela Superior de Música que dependía de la Universidad Nacional de Cuyo (ahora llamada Facultad de Artes y Diseño) y me anotó, pero debía dar un exámen de ingreso en poquísimos días y no tenía ningún conocimiento musical. Fue mi papá quien se encargó en dos días de enseñarme los conceptos básicos -ahí me di cuenta de que sabía música y que en su juventud había estudiado violín-. Luego una señora vecina del barrio que era profesora de canto me enseñó a reconocer las notas con su piano, un piano afinado por suerte. Y así en mi cabeza quedaron grabadas como a fuego cada una. Ese hecho me salvó en el examen de ingreso porque algunas cosas teóricas no las tenía bien, pero cuando hicieron el examen auditivo vieron que tenía un oído muy apto para la música. Y dije por suerte antes, sobre el piano afinado, porque si hubiera estado medio tono bajo seguramente no habría aprendido las notas correctamente. El oído absoluto es útil, pero tiene que educarse desde el principio con algo certero. Como decía Mozart en una carta a su padre: “Un verdadero talento es aquel al cual ningún maestro pudo arruinar”. Así que busquen siempre buenos profesores.
Hablando de maestros, contame tu experiencia con dos grandes maestros como Alberto Lysy y Yehudi Menuhin.
Cuando fui a estudiar a la Academia Menuhin, Alberto Lysy ya me había invitado previamente pero no me había sentido lo suficientemente preparado. Y en el interín, entre la primera vez y la segunda, había pensado estudiar con el gran violinista de origen polaco nacionalizado mexicano Henryk Szeryng. Pero justo murió y casi inmediatamente llegó la nueva invitación de Lysy y esa vez la acepté enseguida. Tuve que dar un examen de admisión en el que me fue muy bien y, luego de algunas clases con Menuhin, me invitaron a ser profesor asistente de la Academia. Yo creo que eso fue reflejo del trabajo que había hecho antes, de base muy sólida.
Yo acababa de ganar el puesto de concertino en la Filarmónica y me costó mucho conseguir la licencia especial y solo la conseguí porque Menuhin hizo una carta dirigida a las autoridades del Teatro Colón, por lo que les fue imposible decir que no (risas). Estuve ahí hasta fines de 1989 y pude hacer muchos conciertos, tomar muchas clases, especialmente con Lysy porque Menuhin no estaba todo el tiempo en la Academia porque viajaba mucho. Los conciertos eran bastante seguidos porque Lysy había armado una Camerata, como la que había armado acá (Camerata Bariloche) y lo que se escuchaba era el resultado de las enseñanzas a los alumnos. Nosotros teníamos un repertorio de cuerdas bastante amplio, pero además nos hacía tocar muy frecuentemente como solistas.
Ir a la academia fue una experiencia realmente inolvidable y muy buena para mí, porque me preparó para todo lo que siguió en adelante.
Has ganado varios premios, ¿qué tan importantes son a la hora de forjar una carrera?
A lo largo de los años siempre he tomado estos premios o concursos como escalones de superación personal. En la época en la que yo me presenté, primero a concursos nacionales, no había tantos y era una forma de hacerse visible y también de tener una meta para uno mismo, de ver hasta dónde uno puede llegar preparándose bien y después ser juzgado por pares.
Ahora, lo que pasa es que en los últimos 25 o 30 años los concursos se han multiplicado, especialmente los internacionales, y han dado lugar a algo que yo no creo que esté tan bueno desde el punto de vista artístico. Se han convertido casi en una competencia deportiva, de ver quién toca más rápido o de manera más infalible, y eso es lo que premian. Es decir, se estableció una forma de tocar demasiado estandarizada que apunta a que musicalmente sea irreprochable, que sea visiblemente virtuoso y absolutamente infalible. Entonces lo que a mí no me gusta tanto es que yo escucho a los ganadores del primer premio de varios concursos, los comparo sin verlos y me parece que tocan demasiado parecido. Me pregunto ¿dónde está la parte artística? ¿Qué valor tiene eso musicalmente?
Últimamente los asiáticos vienen arrasando, primero por una cuestión de disciplina. Son capaces de absorber y estudiar muchísimo tiempo, copiar exactamente y hacer lo que se les dice sin objetarlo jamás, por una cuestión de idiosincrasia. Musicalmente es gente de mucho valor también, entonces esa combinación ha hecho que lleguen a un nivel técnico altísimo, inclusive sin precedentes. Por lo cual ahora hay más gente que toca a ese nivel muy alto, pero no son tantos los que sobresalen por ser demasiado personales porque no es lo que estuvieron buscando.
Recuerdo que cuando estaba en la Academia Menuhin un querido amigo que estaba de visita me dijo que tenía que cambiar algunas formas de tocar, aunque eso implicara no hacer lo que yo buscaba musicalmente, para poder ganar concursos internacionales. Me decía que sino no iba a poder hacer nunca una carrera, ni realizar conciertos, porque los managers buscan gente que gana concursos, no gente que toca solamente bien. Ahí es donde yo me di cuenta de que no era lo que quería hacer. Si ese es el precio que hay que pagar para hacer un concurso, no es lo mío. Yo no voy a impresionar a ningún jurado, no voy a tocar para el jurado, yo toco música porque me gusta tocar música.
Por supuesto hay matices, hay gente que hace los concursos de una manera un poco más sana y no va solamente a lo deportivo, pero lamentablemente en los grandes concursos he visto que también se favorece a alumnos de algún maestro en particular y eso es una constante, por lo que hay muchísimas denuncias. Dicho esto, también hay otros que ganan y que no son “alumnos de”. Los concursos son un buen desafío si se los toma como instancias de auto-superación, para lograr el mejor nivel posible.
Escucho a los ganadores del primer premio de varios concursos, los comparo sin verlos y me parece que tocan demasiado parecido. Me pregunto ¿dónde está la parte artística? ¿Qué valor tiene eso musicalmente?
¿Qué hace falta para ser un buen concertino y en qué consiste exactamente?
Bueno, primero que nada hace falta tener un conocimiento del instrumento bastante importante en el sentido de recursos. Por ejemplo, cuando uno marca lo que se llaman los arcos de una fila o los arcos de las cuerdas, se basa en lo que escribió el compositor y también en la experiencia de qué cosa puede sonar mejor en las filas en la determinada orquesta en la que uno está. Muchas veces hay que buscar no lo más cómodo para uno, sino para toda la fila. Tendrá que tomar varias decisiones artísticas y (por supuesto) tocar los solos, así que su nivel individual debe ser muy bueno. Eso es el 50%, el otro 50% tiene que ver con lo personal, en el sentido del manejo de la gente, porque el concertino tiene que velar por el buen funcionamiento entre las filas, no solamente de las cuerdas, sino también de todos los otros instrumentos. El concertino vendría a ser el solista de los solistas, ya que cada fila tiene su solista, que es el líder de su sección y arriba de ellos estaría el concertino que aúna a todos esos líderes. Por eso hay que tener un muy buen manejo del carácter, hay que saber escuchar, hay que saber aconsejar cuando es necesario, hay que saber callar y respetar cuando es necesario. También el concertino tiene que ser el nexo entre los solistas y el director. Esa es la parte del concertino que muchos no ven, pero que es un 50% del puesto. Porque mucha gente se puede capacitar y tocar el violín, mejor que muchos de los concertinos, me incluyo; pero creo que el puesto trae lo otro y es bien difícil de lograr. Lleva un moldeamiento del carácter, porque no se puede ser un líder a los gritos.
El respeto y la admiración de tus pares se nota en el ambiente y también en la empatía con tus compañeros de la Filarmónica. Justo antes de la pandemia la orquesta estaba sonando espectacular, ¿Hubo una evolución o es una idea mía?
Sí, hubo. La conozco muy bien a esta orquesta, desde el 82, ya casi 40 años, y ha tenido distintos momentos con altibajos. En los últimos cuatro años tuvimos bastante recambio porque se jubiló una buena cantidad de músicos e hicimos los concursos de ingreso de los nuevos integrantes. El entusiasmo que han traído es bienvenido porque son generaciones más jóvenes que vienen con otras ganas, otro empuje, con los mismos objetivos pero más frescos y eso es fantástico. Lo cierto es que evolucionaron muy rápidamente y se adecuaron muy bien al sonido de la orquesta y al director.
Las orquestas son instrumentos compuestos por muchas personas, si cambian las personas esos instrumentos pueden funcionar un poco distinto. Por eso las personas que entran a una orquesta, en realidad entran a una comunidad, y es tarea también del concertino intervenir cuando hay problemas y tratar de que todo funcione de la mejor manera posible.
¿Cuáles son tus metas y proyectos?
He tenido la suerte de poder hacer prácticamente todo lo que he querido. He tocado mucho en orquesta, he tocado mucho música de cámara, bastante como solista, he enseñado. De estas cosas la que más me gusta actualmente es la música de cámara. Siempre me gustó, lo que pasa es que nunca pude ejercerlo al nivel de la orquesta porque, como te dije, el puesto de concertino es muy exigente, entonces un grupo de cámara full time es casi imposible en Argentina, porque tendrías que tener un salario para eso y el salario de orquesta siempre va a ser mejor que el salario que se pueda lograr con un grupo de cámara.
Como objetivo me sigue interesando trabajar mucho con mi cuarteto de cuerdas, que es el Cuarteto Petrus. Estamos proyectando una nueva grabación en la que haríamos una obra Argentina, probablemente el primer cuarteto de Constantino Gaito, y una obra de la misma época, principio del siglo XX, que todavía no decidí si es el segundo cuarteto de Pizzetti o alguna otra de esa época. Yo apuesto, en general, a que parte de mi repertorio sea de compositores argentinos, no por una cuestión solo nacionalista, sino porque es música muy valiosa, que vale la pena hacer. Pero además, si los músicos argentinos no nos ocupamos de nuestros propios artistas, es más difícil que lo hagan en otros países que tienen los propios. Creo que tenemos que ayudarnos entre los artistas locales para que estos se visualicen, se escuchen, y por eso es que varios de los discos que he grabado son de música argentina.
Yo he sintetizado mis repertorio en lo que más me gusta hacer a mí, porque si yo no creo realmente en lo que estoy haciendo, a nivel estético me refiero, prefiero no hacerla. Sigue habiendo compositores actualmente que trabajan de una manera súper valiosa y deberían ser conocidos, así que después veremos si volvemos a un repertorio más tradicional o a un repertorio especialmente compuesto para el cuarteto. Eso todavía no está definido y estamos abiertos.
Yo me hago muy frecuentemente esta pregunta: “¿Ser músico es realmente lo que quiero?” Por suerte me sigo respondiendo que sí.
¿Algún proyecto como solista?
Yo cada vez tengo menos conciertos como solista por una cuestión de que hay gente joven que los hace muy bien y no es lo que más me gusta hacer. Es una cuestión de tiempo que uno tiene que invertir y el estrés en el escenario es más alto. Pero es cuestión de gustos y de lo que uno quiera hacer. Yo lo he hecho mucho, y estoy muy orgulloso de poder haber interpretado todo el repertorio habitual del violín, inclusive varios conciertos del siglo XX muy buenos.
A esta altura yo aspiro a algo que me haga sentir satisfecho en todo sentido y que no pase el estrés de un solista, la música de cámara en este momento para mí es lo ideal.
También aspiro a seguir realizando más libros, por ejemplo un pequeño manual de consejos y puntos de vista y también anécdotas reales para ilustrar.
Me gustaría que le puedas dar alguna recomendación a los jóvenes músicos, especialmente a los estudiantes de violín.
Que se acuerden que el arte musical no empieza en el año 2000. Esto apunta a que, con las herramientas tecnológicas actuales, tenemos acceso al arte de grandes intérpretes de los años 40 para acá. Tienen a disposición interpretaciones de grandes modelos, no para imitar -porque nadie puede imitar exactamente a un músico y que suene igual- pero al oírlos van a ganar muchísimo en aprendizaje. En el camino van a descubrir su propia personalidad. Acá volvemos a lo que dije de los concursos, después de la década del 90 se cambió la forma de tocar de casi todos los instrumentos, se estandarizó, por eso es bueno conocer lo anterior.
Por otro lado, usen buenas ediciones. Y hagan caso a sus maestros, que son los que los van a guiar, pero sean curiosos.
Como última cosa, les diría que la pregunta que tienen que hacerse frecuentemente, es “¿Por qué quiero ser músico? ¿Qué es lo que me lleva a mí querer pararme delante de otras personas y tocar la obra de un tercero o una mía? ¿Para demostrar algo?¿O porque es mi herramienta de expresión y no encuentro otra mejor?” Yo me hago muy frecuentemente esta pregunta: “¿Ser músico es realmente lo que quiero?” Por suerte me sigo respondiendo que sí (risas). Pero hay que tener muy claro el objetivo y adónde uno quiere apuntar.
Me hace acordar a lo que le preguntaron una vez al gran cellista Pablo Casals, que ya tenía 91 años: “Maestro, ¿usted por qué sigue estudiando todos los días?” ”Porque siento que estoy progresando…”.
La pasión no hay que perderla. Y si uno no la tiene, la tiene que buscar hasta encontrarla.
Esta entrevista se publicó originalmente para nuestra revista Revista Música Clásica 3.0 del mes de agosto 2021.