Obelisco de Cemento y Marabú

Hernán “Cucuza” Castiello presenta su disco “Tangolencia Rockera”. La cita es este viernes 13 de diciembre en La Trastienda; lugar de Tango y Rock, tal cual la esencia de este álbum mezcla perfecta de tachas y arrabal.

 

Por Natalia Cardillo.

“Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese… qué sé yo, ¿viste?”. Salís caminando por Corrientes. Lo de siempre, en la calle y en vos;  cuando de repente, bordeando una salida del subte B te cruzás con Cucuza; “Cucuzita”, como le decían en sus primeros años de vida, aquellos en los que ya cantaba canciones en dos por cuatro. “Cucu, ¿cómo va? No me digas que ya andás por acá y todavía tengo esa reunión que te comenté, antes de que hagamos la nota…”. “Sí, se me hizo temprano; pero tranquila, que ahora aprovecho a caminar un poco por acá. Te digo algo: a mí me encanta andar como turista por el centro. No te hagas problema que yo voy a la hora que quedamos”. Y al rato, puntual, impregnado en humildad y lunfardo, siete y cuarto de la tarde entra al bar donde lo estábamos esperando. “Primero lo primero”, dice. Sencillo y cordial, como siempre, mete la mano en su bolso y me da el disco que, de sólo verlo, uno ya advierte que es mucho más que canciones.

Tremenda foto de tapa. ¿De quién es?

La foto es de Nicolás Foong y Gabriela Manzo, “Manzo Foong”. El diseño del disco es de Romina Mazzone, mi mujer, y el fileteado porteño en mi cabeza y rostro también. Romina tiene esta cosa artística ya de familia. El abuelo de ella era un dibujante e historietista muy famoso, Adolfo Mazzone. Es de estas personas que se sientan en un piano y salen tocando. Hizo un curso de filete porteño un mes y le pintó a mi hijo Mateo una guitarra que terminó en una exposición de fileteadores. 

El fileteado tiene esa belleza tan particular, tan de Buenos Aires…

Me pareció justamente muy oportuno en este trabajo, que… Bueno, yo no llamo a lo que hago fusión, me parece que es muy ambicioso eso. Es más algo interno, de haber crecido con el Tango y el haberle encontrado este costado al Rock, más tanguero. Soy muy fanático del Rock. El desafío fue cantarlo como un cantor de Tango; que alguien que canta Tango haga, por ejemplo, un tema de Babasónicos o del Indio Solari.

Se nota ese trabajo y se nota también que no es forzado. Esa – como a vos no te gusta llamarla – fusión está muy bien lograda.

Pasa que fusión para mí es algo de quien se sienta a elaborar mucho, y no es que esto no lo esté, pero lo siento algo más intuitivo. La letra para mí es importante.  Para llevar letras del Rock al Tango, las letras no deben hacerme ruido. Que la poesía, la lírica, puedan tener que ver con un tango. Por lo menos para lo que yo entiendo por Tango. Y después ya se me hizo un ejercicio natural. Como me gusta mucho el Rock, a partir de La Menesunda, todo empezó en forma inconsciente y ahora tengo el oído entrenado en “modo Menesunda” (risas). Cada vez que escucho un tema de Rock, veo si le puedo encontrar el Tango. Es un vicio.

¿El criterio entonces básicamente es ese? ¿En lo primero que pensás es en las letras?

Sí. Porque si veo que lo puedo llevar melódicamente al Tango pero la letra no me cierra, no puedo.

¿Hay algún artista en particular que te lleve naturalmente a estas cosas?

García (Charly) no está muy lejos, Fito (Páez) no está lejos. Ellos son Tango. En el disco hacemos “Irresponsables” de Babasónicos que es un re hit y la verdad que lo escuché ochenta mil veces y, antes de tener la oreja en “modo Menesunda”, nunca me di cuenta que es un tangazo. Me pasó con un tema de Peligrosos Gorriones también: “Por tres monedas”. Si bien hay cosas que están en la superficie, te metés un poquito y encontrás. El 13 de diciembre, al concierto en La Trastienda, viene Mateo Sujatovich, el hijo de Leo. Yo conozco “Conociendo Rusia” su banda. La conozco por mi hijo, y hace poco escuché un temazo que se mandó que se llama “Cabildo y Juramento”, tremendo. Y lo vamos a hacer ahí.

Me dijiste en la calle hace un rato que te gusta ser turista en Buenos Aires. ¿Qué te gusta buscar y encontrar?

Me pasa que me siento muy arraigado no sólo a Buenos Aires, si no a mi barrio. Me invitan a cantar a Rosario y para mí es irme de gira al exterior (risas). Es muy fuerte la pertenencia que tengo con mi barrio. Nací en Villa Ortúzar, y toda mi vida me moví en veinte cuadras a la redonda. Me mudé a Villa Urquiza, ahora a Villa Pueyrredón, y así; pero nunca a más de veinte cuadras de donde nací. Y la verdad que cada vez que me muevo se me hace hasta problemático, ¿viste? Entonces vengo al centro y como tengo la suerte de no venir seguido, cada vez que vengo lo veo como un turista, lo disfruto. Es como otro lugar. 

Los diferentes barrios aledaños al centro, como San Telmo por ejemplo, son dignos de mirar con ojos de turista. A mí más de una vez me ha pasado el proponerme mirar con esos ojos. 

Totalmente. A mí me pasa algo quizá de veterano o tanguero estereotipado, pero yo veo el Obelisco y me conmuevo. Y pienso realmente en las épocas doradas del Tango, y que en estas mismas calles por ejemplo pasaba todo el nervio tanguero de esos tiempos; Troilo, Manzi, Cadícamo, toda esa gente que vivió ese momento. Y hay una melancolía, como dijo una vez Charly García: “la melancolía de lo no vivido”. Me pasa eso yendo por avenida Corrientes. Y miro como alguien que vive en Villa Pueyrredón, que es un barrio donde casi no hay edificios y te encontrás con todo esto; y me vuelvo a emocionar, conmover, siempre.

Y eso,  ¿te inspira al momento de cantar? ¿A qué recurrís en ese instante?

No particularmente. Yo tengo un problema que a la vez es una suerte; todo lo relacionado entre el Tango y yo, lo asocio mucho a mi crianza. Yo era un pichón que a los cinco años ya cantaba Tango. Tengo cincuenta. Toda mi vida fue cantar Tango. Entonces no lo llevo como algo separado de mí. No lo racionalizo. Está naturalizado. Al momento de interpretar uno se pone en función de eso; pero siempre tiene que ver con algo más visceral, y como te decía, con la crianza. De chico cantaba letras que tal vez no entendía, pero a los ocho años… Mi viejo me llevaba a lugares “dudosos” a cantar (risas).

¿Cómo cuáles?

Algunos cabarets, por ejemplo. Yo cantaba en clubes, pero algunas veces aparecía en algún lugar medio turbio. Me acuerdo que a los ocho años confirmé que me gustaba el Tango. Tengo viva la sensación; recuerdo que estaba en un lugar con mucho humo, mucha luz roja, estaba escuchando el tango “Silbando”, en una versión instrumental; lo tocaba la gente que me acompañaba a mí, y se me puso al piel de gallina. Ese día me di cuenta de que el Tango me gustaba de verdad. Y lo canté toda la vida. Recuerdo ese momento muy especialmente.

En algún momento apareció el fútbol. ¿Alguna vez pensaste en no cantar?

Sí. Siempre fueron de la mano el fútbol y el tango. A los seis años comencé a cantar y casi a la misma edad comencé con el fútbol. En un momento me corrí del Tango y el fútbol me empezó a tomar. Ya jugaba en reserva. Hubo un contrato en Argentino Jrs. Y ahí saltó lo incompatible de la noche y la música con el deporte de día. Entre los dieciocho y los veinticinco años que jugué, no canté profesionalmente. Luego, al tiempo de eso, no inmediatamente, volví a la música. Fue una decisión. Nunca dejé de cantar socialmente. En algún momento me iba a pasar igualmente, porque la vida del deporte es mucho más corta que la de la música. 

El Tango está más instalado en vos desde siempre, pareciera. Pesó más. Esta mezcla adentro tuyo es justamente muy argentina. Todos acá somos un poco fútbol y un poco tango. 

Sí. Tuve la suerte de siempre saber lo que iba a hacer. Desde que nací fui cantor. Y futbolista. Estoy recontra hecho.

De chico ganaste un concurso.

Sí, por interesado (risas). Fue en un programa de televisión. Un programa ómnibus, largo. Se llamaba “El Tango del millón” y lo conducía Juan Carlos Mareco. Lo veíamos siempre. Y un día escucho que hacían este concurso y que el que lo ganaba se llevaba una pileta “Pelopincho”. Le pedí a mi vieja que me llevara. Y fui. Una vez no gané. Fui una segunda vez y me llevé la pileta. Después seguí cantando en lugares de Tango – con la Pelopincho (risas) – . Estaba buenísimo, venían todos los pibes de la cuadra… Y el piso, la terraza, no sabés lo que era… Un desastre.

Y ahí tu vieja dijo “¿para qué le habré dicho que sí?”.

Sí. Duró poco la pileta. Mi viejo harto de pasar brea por las filtraciones (risas).

Has compuesto canciones también. 

A los dieciocho años tuve una banda de Rock y ahí componía. Tangos no. Un día apareció uno, sin ambición de mostrarlo siquiera. Salió. Un día me presenté a un certamen de cantores, el “Hugo del Carril”, con este tema que se llama “Tibieza”. Intenté anotarme como cantor, no había más cupo. Entonces busco el tema para que participe aunque sea la canción. Busco la letra de este tango, hice el demo. Lo presenté y ganó. No fui a buscar el premio porque ni me enteré. Fue fenómeno eso. La orquesta de la Ciudad la interpretó. Después escribí cuatro o cinco canciones más. Pero no las muestro mucho.

¿Nació naturalmente esto? Hay gente que no se le anima al Tango. Hay mucho prejuicio con respecto a una composición actual del Tango.

Tibieza salió. Así, de una. No lo pensé.

¿Tenés referentes de composición?

Me gusta mucho Acho Estol, el Tape Rubín. Y de antes, me gusta mucho Cadícamo, Discépolo. Espero no parecer pedante, pero si Tibieza tiene algo de alguien, es más discepoleano. Es un tango duro. Habla de la mediocridad de uno mismo. Es más tortuoso, de preguntas más que de respuestas.

Más oscuro.

Claro. No es un tango que termina bien. El tipo todo el tiempo se está preguntando cómo hacer para salir de ese lugar de la vida en donde está; salir de la “mitad”.

Y hablando de aquellos monstruos, de aquella época, vos te codeaste con algunos… Goyeneche por ejemplo.

Con el Polaco, que es mi referente más querido. Él, también con Rubén Juárez. Tuve esa suerte, en las épocas de peñas de Tango, yo era el pibito raro que cantaba tangos. Todas las noches las cerraba Goyeneche… o Floreal Ruíz. Más de una vez pude compartir esos escenarios. Un lujo, tan chiquito además. Del que sí tengo un recuerdo más firme es del tano Marino (Alberto), que había hecho amistad con mi viejo y si sabía que yo cantaba y podía, venía a escucharme. De grande conocí más a Juárez, otro gran ídolo y con él pude compartir música, charlas. Pero cuando era chico, los tipos que yo conocía de los discos estaban ahí y eso era increíble.

Y ellos te hablaban, te daban cabida.

Mirá, a través de las fotos que tengo advierto algunas cosas. Tengo una con Floreal que me está mirando así como con una especie de mirada de abuelo. Creo que les inspiraba cierta ternura, ¿sabés? Me pasa hoy a mí con chicos que hacen Tango. Recuerdo a Héctor Varela. Me escuchó cantar luego de él y su “grupete”. Ahí nomás felicita a mis padres y les dice que cuando yo cumpla quince años me lleven para que él me escuche de nuevo. Pero al final esa misma noche termino cantando con Varela. Porque viene en un momento bromeando y me dice “Che, ¿te animás a cantar conmigo?”. En esa época estaban de moda “Azúcar, pimienta y sal”, el dúo Falcón y Soler. Y yo que “no me comía ninguna”, que miraba “Grandes valores del Tango” y conocía muchos tangos, le dije que sí, y terminé cantando con la orquesta de Varela con menos de diez años de edad. 

Evidentemente estabas signado por este recorrido.

Sí, pero por suerte en forma algo inconsciente. Porque si hoy me pasa algo así, estoy una semana sin dormir (risas). En ese momento se dio de esa manera. 

Nombraste a tu papá un par de veces. Él tuvo mucho que ver en todo esto de Buenos Aires, el Tango…

Sí, totalmente. Mi papá era un tanguero con todas las letras. Escuchar, bailar Tango, todo eso venía de él.

¿Qué escuchaban?

Ricardo Tanturi con Enrique Campos. Roberto Goyeneche. Gardel, por supuesto. Julio Sosa. Un abanico muy grande. De doscientos tangos que sé, cien son de cuando los escuchaba con mi viejo.  Gran parte de mi repertorio hoy salió del que escuchaba cuando era pibe. Mirá, con el tiempo me enteré que mi mamá era profesora de piano. Yo no tenía ese conocimiento de chico. Había ya algo musical en mí. Al tiempo me enteré que mi abuelo cantaba muy bien. Es más, me llega luego una grabación de mi abuelo, cantando con guitarras que me dejó mudo. Hasta todo esto, nada de eso era consciente en mí. Me había llegado el comentario que mi abuelo cantaba, pero no lo había escuchado. Me llega esta grabación, que la consiguió mi tío. Fue muy fuerte para mí. Cantaba muy bien, era muy gardeleano. Yo decía siempre que no tenía antecedentes musicales en mi familia hasta que escuché esta grabación.

¿Y eso cuándo fue?

Hace tres años. 

Toda una revelación. Le encontraste más el sentido a todo lo que venía sucediendo desde hace décadas.

Total. Muy fuerte.  Lo de mi mamá, sí, lo supe tiempito antes. Pero no mucho antes tampoco.

Ahora, no creo que ella lo haya negado, pero ¿qué sucedió para que no te enteraras de eso hasta ahora?

Nosotros éramos una familia clase media de antes, venida a menos, de laburantes. Entonces de inmediato no había un piano en casa. En algún momento mi vieja vendió el piano para comprar, no sé, un mueble. Todo eso hizo que de chico no me llegara esa información. Mi vieja hoy tiene ochenta años; en su época era estudiar corte y confección o maestra de piano, y se recibió, aunque no ejerció. Pero bueno, nunca dio clase y eso quedó ahí. Hubo otras prioridades. La vida.

¿Ustedes son varios?

Tengo un hermano. La familia de mi viejo sí, es muy numerosa. Mi hermano mayor tuvo mucho que ver en esto de La Menesunda, con el Rock. Yo con cinco años escuchaba Tango, y mi hermano,  que tiene siete años más que yo, mientras yo escuchaba Floreal Ruiz o Goyeneche, mi hermano venía con Deep Purple, Almendra. Y yo digo que ahí me salvó un poco la oreja, la cabeza, porque jamás fue para mí problemático escuchar Tango y Rock. 

Otra cosa que se dio naturalmente.

Es lo que te iba a decir, nada forzado. Se escuchaba todo. 

¿Hoy qué escuchás?

Tango, siempre. Clásicos y nuevos. Gracias a Mateo, mi hijo, que es músico, escucho también bandas nuevas. Estoy bastante aggiornado a la música actual. Escucho lo que él escucha, como por ejemplo “Conociendo Rusia” que hablábamos recién. Escucho “El Kuelgue”. De todo un poco. 

En estas generaciones nuevas, ¿encontrás también temas o letras que se puedan llevar al Tango?

Sí. Me está pasando. Justamente con “Conociendo Rusia” surgió esto de tocar en vivo este tema “Cabildo y Juramento”. Seguramente hay. Hay un regreso a las canciones más Pop, al Indie… a la balada… más allá del Trap que es lo que escuchan ahora los pibes. 

¿Y cómo ves el Tango, hoy?

Al Tango lo veo bien. Personalmente, en un momento tuve miedo que ese renacer del género fuera una moda. Ahí por el año 2000. Tanguero de toda la vida, temí eso. Pero lo veo instalado. Mucha gente joven que lo está continuando. 

Y figuras que lo están defendiendo, como vos, como Ariel Ardit.

Sí, totalmente. Viste que antes había mucho prejuicio cruzado, del tanguero al rockero y al revés. Hoy por hoy veo saneado eso. Cuando yo le propongo a un rockero hacer algo con La Menesunda me responden “Pará QQ, hay que tocar Tango…”; dicho desde un lugar muy respetuoso. 

También debe tener que ver que los rockeros llegaron a la edad en que el Tango llega. 

Sí, también. Me parece a mí, que la crianza es muy fuerte. Te marca. No descubro nada diciendo esto, pero en mi caso fue muy así. Con el Rock pasa también lo que en un momento pasó con el Tango; hay lugares, como el Marabú, que ya no existen más. Hoy ya no existen Cemento, o el Parakultural. Ambos géneros viven hoy ese anhelo de lo que ya no está; lugares que no están, artistas que no están. Se había ido Pugliese. Ahora lamentablemente no está más Spinetta. No está más Cerati. El Rock está haciendo ese recorrido del mismo modo. 

Sí, en ese punto también se encuentran. Las historias se repiten. Aparecen subgéneros. QQ, hablanos de los arreglos de este disco hermoso. ¿Cómo los trabajaste?

Mirá. El disco básicamente está grabado en trío. A veces se suman contrabajo y violín. Y hay temas en formato banda de Rock. Los arreglos tangueros salieron bastante de tanto tocar. Luego se fueron escribiendo, pero también fue algo orgánico primero. Siempre dejo lugar a la improvisación durante las grabaciones, igualmente. Es un caos guionado (risas). Yo soy insoportable igual. Soy el tipo que no sabe música y pretende explicarle al músico lo que quiere. Así que mucho se debe a la intuición. Y luego encuentro en Noelia Sinkunas, la pianista y en mi hijo Mateo, una base de mejoramiento de ideas, u otras nuevas que ellos traen. Es una creación en conjunto. 

¿Adónde te gustaría llegar con todo esto?

Con La Menesunda me gustaría llegar a un lugar muy referente para mí, como un Obras Sanitarias, por ejemplo, que tiene mucho que ver con mis épocas de ir a escuchar Rock. Para mí, haber llegado a La Trastienda, que ya sucedió una vez… Lo hice también en Niceto… Eso me encantó. No necesito mucho más. Lo hice además en lugares típicamente tangueros, como El Faro. Siempre jugando al Tango y al Rock. Que La Menesunda se banque ambos públicos. Ya haber llegado a La Trastienda para mí es re grosso. Siempre iba a escuchar músicos allí y ahora ese escenario lo piso. No quiero mucho más. Un Obras o un Luna Park, que sería… lujo. Y más allá del lugar físico al cual llegar, la verdadera ambición, mi misión es que sea un puente, ¿viste? Un puente entre ambos géneros. Por ejemplo, poder contar con Palo Pandolfo, que para mí fue una inspiración o con Acho Estol. Cada uno en lo suyo fueron para mí “musos” en todo esto. El segundo disco de Los Visitantes, “Espiritango” tiene tres o cuatro temas que la rompen; en un momento donde no estaba bien visto hacer Tango por rockeros. 

Ambos tienen mucho barrio, mucho barro.

Sí, tanto Palo como Acho. Muy viscerales. Mucha personalidad.

Hablando de Acho Estol, La Chicana tuvo muchísimo que ver con esta especie de fusión, vuelvo a esta palabra ambiciosa pero honesta. 

Sí. Hay algo. Babasónicos suena en este disco a Tango. El Ciruja, un tema que cantó Edmundo Rivero  suena a Ska. Acquaforte acá es un Funk.  También está el gusto, obvio. A mí me cierra, por eso lo hago (risas). Con el Chino Laborde hacemos “La abandoné y no sabía”. Es lúdico también, ¿viste? Creo que es un puente y un disfrute.

¿Qué hay dando vueltas en tu cabeza a futuro? 

Mirá, yo no soy muy afecto a grabar discos, lo sufro bastante. Me gusta más el vivo. Disfruto eso. Pero bueno, para el año próximo tengo la idea de grabar un disco con guitarras. La idea es grabar con diferentes formaciones de guitarra. Un disco con distintos grupos o exponentes. El repertorio elegido me representa mucho cantando con ese instrumento. Temas contemporáneos más bien.

¿Y con el Folklore qué te sucede?  ¿No te atrae como área de investigación dentro de nuestra música popular?

No tanto. Me falta conocer mucho. Hay un puñado de canciones folklóricas que me encanta pero creo que esto tiene que ver una vez más con mi formación. Mucho Buenos Aires. Siento que para hacer eso tengo que ser de ahí, de esos lugares donde se gestó.

Claro, pasa por ese sentido de pertenencia del que hemos hablado durante toda la charla. 

Claro, no me lo creo yo, si no. Me pasa eso. Escucho eso y me encanta, pero no me veo. He tenido la fortuna de cantar junto a Vitillo Ávalos, por ejemplo, pero…no. 

¿Con quién más compartiste música, escenarios?

Vitillo es un gran recuerdo. Franco Luciani, increíble músico y amigo. Y después, me he dado muchos gustos: Estelares me invito a cantar con ellos…

¡Qué lindo el tema Autobuses en versión Vals!

Sí, sólo guitarras. Después hubo algo que mis amigos me preguntan si lo puedo creer y yo digo que ni en sueños: canté con Charly García “Confesiones de invierno”. Yo estaba en una reunión y diez minutos después estaba cantando con Charly (risas). No se te puede acomodar la cabeza rápidamente. Luego de eso canté un par de veces más con él, gracias al Zorrito Von Quintiero, un amigo. Esas cosas que suceden…

¿Y quién te quedó pendiente? Tu vecino y admirado, Gustavo Cerati.

¡Sí!… Por suerte lo conocí. Yo tenía una amiga que terminó siendo asistente de él. Ella me avisaba de “data” que no tenía nadie y donde estaba Cerati yo me aparecía (risas). En una de esas apariciones fui a hablar con él, tranquilos, normal… para él… Yo estaba conteniéndome, diciéndome a mí mismo “tranquilo, esto te pasa todos los días”. Si Gustavo hubiese estado vivo, el anhelo me dice que quizá hubiese podido llevarlo conmigo a una Menesunda. 

En alguna grabación futura, quien te dice… Hoy la tecnología permite ciertas cosas…

Ay… Como si yo no fuera inquieto, ¿vos me ponés más ideas en la cabeza?

 

Y una vez más, entre risas, con el cantor de Villa Ortúzar fuimos cerrando el día, que ya había caído, entre las mesas marrones del bar La Academia.

 

CUCUZA

MENESUNDA

TANGOLENCIA ROCKERA

Viernes 13 de Diciembre – 23.30 hrs.

           La Trastienda. Balcarce 460 – San Telmo – Buenos AiresVITADOS DEL TANGO Y DEL ROCKBRE

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