Giselle 2022 – Osipova – Camargo (c) Máximo Parpagnoli-
Reseña del domingo 17 de abril, Teatro Colón: El ballet Giselle, interpretado por la primera bailarina Natalia Osipova y Daniel Camargo en los roles principales.
Por: Luz Lassalle – Carolina Lázzaro.
Giselle es un ballet en dos actos con música de Adolphe Adam, coreografía de Jules Perrot, Jean Coralli y Marius Petipa (con adaptaciones por parte del coreógrafo argentino Gustavo Mollajoli) y libreto de Théophile Gautier y Jules-Henri Vernoy, basado en la obra De l’Allemagne (1835) de Heinrich Heine. Considerada una obra maestra en el canon del ballet clásico, fue interpretada por primera vez por el Ballet du Théâtre de l’Académie Royale de Musique en el Salle Le Peletier en París, Francia, el 28 de junio de 1841. Giselle es una de las obras maestras del ballet blanc.
El pasado domingo 17 de abril, Música Clásica BA fue invitada por el área de prensa del Teatro Colón para asistir a la función de Giselle con artistas invitados. Se trata de Natalia Osipova y Daniel Camargo en los roles principales.
El Teatro está colmado de gente, desde la platea hasta el paraíso; no es para menos, pasaron dos largos años antes que se pudiera concretar un ballet completo de estas características y con la orquesta en vivo. La emoción y el entusiasmo del público se siente allí presente. La orquesta comienza a tocar las partituras que corresponden a la obra de Adolphe Adams para ir preparando los sentidos, para el solo disfrute de la obra artística.
Se abre el telón y todo parece en su lugar: la escenografía justa, típica de esta historia, la aldea, los campesinos con su pantomima, las primeras presentaciones de los personajes.
En el momento de la aparición de Giselle, Natalia Osipova la ovación que surgió espontáneamente del público no tardó en llegar, como un rugido que resonó por unos instantes más fuerte que la propia orquesta.
La bailarina de origen ruso, apareció radiante, fresca llevándose el escenario por delante, copando todo con la propia presencia escénica, su gestualidad y expresión no se limitan a la sola pantomima, esta mujer es el personaje en sí mismo que sabe trascender tanto a la bailarina como a la actriz. La historia sigue con los condimentos propios de la obra.
El encuentro de los dos personajes, el galanteo de él, una sutil resistencia de parte de ella pero que a la vez se deja encantar con destellos de una juvenil picardía, y el momento clave de esta obra: el mensaje del porvenir reflejado en una margarita deshojada por ella que ya desde el principio le anticipa que este amor no será correspondido. Sin embargo, este Conde envuelto en ropas de campesino se las arregla para que ella caiga en sus brazos desoyendo el destino. Este primer acto continúa con las danzas propias del cuerpo de baile de la obra, mucho color y alegría que reflejan la buena cosecha de la vendimia.
El ballet estable del Teatro Colón a la altura de las circunstancias como era de esperar, pisando fuerte SU escenario con gracia y altura artística.
El pas de paysan muy bien interpretado por Maxi Iglesias y en esta oportunidad Rocio Agüero, que le dan frescura a la obra, un pas de deux cargado de todo lo que tiene que tener este tipo de escenas, la alegría festiva se va a contra-arrestar con la siguiente escena, que refleja el descubrimiento del desengaño de amor. El revuelo en el escenario es parte de lo que acontece, pero el ojo que sabe seguramente pudo apreciar ese sutil cambio del semblante de Giselle al caer en la cuenta del engaño de amor. Este momento es crucial en la historia y es el que consagra, o no, a la bailarina.
Claramente la interpretación de la Osipova fue sublime, reflejando en todo su ser este desconcierto; se pudo apreciar cómo su mirada se fue nublando, su respiración se fue transformando, se iba lentamente metiendo en un universo paralelo a lo que acontecía por fuera, ya nada importaba, se vio claramente como ella se sentía sola en ese escenario poblado por todo el cuerpo de baile. Este sentimiento de agobio va creciendo hasta llegar a la locura, la famosa locura de Giselle que la lleva a la muerte.
Nuevamente se ve a la bailarina trascendiendo las fronteras, su actuación va más allá de la técnica tan estricta y necesaria del ballet, va más allá de interpretación: ya no es Natalia Osipova, es Giselle una campesina del siglo XIX, muerta por el amor no correspondido.
Así como el primer acto es un cuento viviente, el segundo acto es una obra de arte en sí misma, es el romanticismo puro en el acto blanco, con su características espectral y siniestra, sin olvidar a la belleza como factor fundamental de la época en que nació este género, y toda la esencia que ésta conlleva.
No se dejan esperar las mágicas primeras apariciones espectrales que le dan a la escena un misterio único y surrealista. La aparición de Myrtha, Reina de las Willis, espectro de una mujer imponente, inmensa, que dirige a su séquito y condena a aquellos hombres que fueron capaces de arruinar la vida de alguna mujer llevándola incluso a la muerte. El rol fue interpretado por Ayelén Sánchez, con una calidad artística impecable, una presencia escénica fuerte y el potencial para sostener durante todo el segundo acto. El cortejo de las Willis maneja una sincronicidad a la perfección, desde las distancias entre cada una de las bailarinas, los arabesques exactamente a la misma altura, la posición de la cabeza y los brazos.
Todos estos detalles transfieren a este acto una magnitud única, con un gran agregado hipnótico que mantendrá a los allí presentes en una unánime inspiración simultánea más larga de lo habitual. El cuerpo de baile se funde en este mágico segundo acto, todas las Willis -veinticuatro como corresponde, según nos contó Gallizi en entrevista-, perfectamente unificadas.
Leer nuestra entrevista a ????? ???????, recientemente designado ???????? ??? ?????? ??????? ??? ?????? ????́?, quien asumió tras la renuncia de Paloma Herrera.
https://musicaclasica.com.ar/revista/revista-musica-clasica-buenos-aires-3-0-33-abril-2022/
Podemos observar un Albretch (Daniel Camargo), desolado en la tumba de su amada; nos encontramos ante la presencia femenina inalcanzable, etérea ante lo terrenal de la vida humana, temáticas propias de las obras de ballet del siglo XIX; junto a una Giselle impoluta, impecable, ambos envueltos en este doloroso amor sembrado, pero a la vez imposible de cosechar. Ambos llevaron adelante un hermosísimo pas de deux con la sazón justa de dulzura, dolor, arrepentimiento, y el amor eterno no consumado. Y, si hablamos de la altura artística y técnica, ya no hay palabras que puedan describir tal escena. Ella ya no es Giselle, ni tampoco Natalia Osipova, ella es el espectro de una mujer dolida, pero que aún sabe amar, hasta su piel parece translúcida. La magnificencia de la altura técnica e interpretativa supera todo tipo de expectativa.
DIRECTOR
Mario Galizzi
DIRECTOR MUSICAL INVITADO
Manuel Coves
BAILARINA INVITADA
(Royal Ballet de Londres)
BAILARÍN INVITADO
Daniel Camargo
REPOSICIÓN COREOGRÁFICA
Martín Miranda
Néstor Asaff
ESCENOGRAFÍA Y VESTUARIO
Nicola Benois
ILUMINACIÓN
Rubén Conde