Ethan Hawke encarna al eximio trompetista norteamericano y retrata, junto al director Robert Burdeau, uno de sus períodos más oscuros. El film exhibe luces y sombras de uno de los talentos más descollantes del siglo XX.
Por Iván Gordin.
La heroína se llevó a algunas de las más grandes figuras del jazz (Miles Davis, Billie Holiday, Charlie Parker, Bill Evans) y Chet Baker (1923-1988) no fue la excepción. El cantante y trompetista norteamericano, sublime intérprete de baladas (entre ellas la versión definitiva de “My Funny Valentine”), sufrió un destino peor que la muerte: olvidar su genio musical. De eso se trata Born To Be Blue (2015), sobre un pequeño período donde Baker intentó escapar del infierno de la mediocridad. El nuevo film de Robert Burdeau evita (y se burla sutilmente) de los lugares comunes del género biopic, y cuenta la historia de un ser vulnerable e inseguro de sus propias capacidades.
Los sesenta fueron tiempos extraños, y más para Chet Baker. El denominado “James Dean del jazz”, quien ya gozaba de cierto prestigio, pasó la década esquivando cárceles y debiendo dinero a la mitad de los dealers de Nueva York. Las consecuencias no tardaron en llegar: el músico recibió una salvaje golpiza que destruyó buena parte de su dentadura y, por consiguiente, su única fuente de ingreso. La carrera de Baker pudo haber terminado mucho antes si no hubiera refugio en un improbable amor con una actriz (Carmen Ejogo). Esta relación es el corazón de la película. No hay grandes traumas expiatorios, ni escenas de alto impacto de inyecciones intravenosas. El verdadero centro narrativo de la película se halla en la tensión del protagonista con su contraparte femenina.
Ethan Hawke (Antes del amanecer, Boyhood), actor melómano y admirador de Baker, brinda una interpretación magnífica y equilibrada, resaltando el carácter vulnerable y autodestructivo del músico pero sin crear un monstruo acartonado. Por otro lado, Carmen Ejongo (Selma, Alien: Covenant), compone a una mujer segura y perspicaz que funciona como contrapunto perfecto para el conflictuado ego del jazzista.
El director Robert Burdeau utiliza esta dinámica para huir del relato biográfica estilizado; ese que siempre nos cuenta el cómo, cuándo y por qué de las cosas. Aquí, el trauma familiar, que muchas veces se utiliza como principal conflicto y catalizador del drama, pasa a un segundo plano. Aquí la música es el principio y el fin de todo: la frustración que muchas veces se vive en el aprendizaje musical, la exigencia por estar a la vanguardia y la competencia con colegas.
Born To Be Blue no es una carta de amor a una figura histórica, ni un melodrama que justifica los actos cuestionables de una persona. Es la película sobre un músico (extraordinario, por cierto) y la lucha interna contra sus propias posibilidades.