Nuova Harmonia continuó su temporada con dos notables conciertos camarísticos con la Orquesta de Cámara de la Filarmónica Checa y por el Sestetto Stradivari. Además, el Club Sirio Libanés en su ciclo clásico presentó al violoncelista Claudio Baraviera con la pianista Agustina Herrera y hubo una grata Schubertiada en el ciclo Intérpretes Argentinos de domingos a la mañana en el Colón.
Ésta es una selección personal en la miríada de conciertos de cámara que ofrece Buenos Aires semana a semana, y obviamente siempre hay algunos que lamento no poder escuchar.
Por Pablo Bardin.
PH: Enrico Fantoni
ORQUESTA DE CÁMARA DE LA FILARMÓNICA CHECA
El solo hecho de ser un desprendimiento de la espléndida Orquesta Filarmónica Checa me generó confianza en este conjunto. Tengo una reserva con respecto al difundido uso del término Orquesta de cámara a lo que es una Orquesta de cuerdas, como en este caso. La verdadera orquesta de cámara es la perfecta para las sinfonias clásicas de Mozart y Haydn con maderas, bronces y timbales y unos 35 a 45 ejecutantes. Tal como vino a Buenos Aires, estuvo integrada por 4 primeros violines, 3 segundos, 2 violas, 2 violoncelos y 1 contrabajo; total 12. Suficiente para música clasicista pero algo parca para románticos; quizá sea más grande en Praga. El concierto tuvo lugar el 23 de agosto.
Surgió en1977 fundada por Pavel Prantl; desde 1988 a 1995 se presentó dirigida por el concertino Petr Skvor, y en 1996 regresó Prantl hasta su muerte en 2008. Desde entonces su concertino y director artístico es Vlastimil Kobrle.
El programa empezó y terminó con obras valiosas poco tocadas, tuvo a dos obras de muy frecuente ejecución y se complementó con tres piezas del Dvorák más liviano. Fue muy justo que se iniciara con una figura clave de la historia orquestal y de la sinfonía: Johann Wenzel Stamitz para los alemanes, Jan Vaclav Stamic para los checos. Una corta vida le bastó para dejar honda huella: 1717-57, del final del rococó al primer clasicismo. Nació en Bohemia, estudió en la universidad de Praga y luego convirtió a la Orquesta de la Corte del Príncipe Elector Carl Theodor de Mannheim en un modelo para Europa, con gran influencia sobre Mozart. Según Peter Gradewitz en el Diccionario Grove, Stamitz escribió 74 sinfonías, y si bien influido por Sammartini, desarrolló la forma sonata, la secuencia de movimientos sinfónicos de las sinfonías clásicas intercalando el minué a los tres movimientos rápido-lento-rápido, creando un nuevo estilo de ejecución, mayor contraste entre temas, y más diálogo entre grupos de instrumentos. Su música es vigorosa, melódica, dinámica y bien construida. Escuchamos la Sinfonía Nº1, en sol mayor, op.3 Nº1, W.QS-3, escrita entre 1751 y 1754; si bien firmada por Stamitz hay quien la atribuye a Giovanni Sammartini y Antoine Mahaut; sin embargo hay un manuscrito en la biblioteca de los Príncipes Thurn und Taxis que incluye un Minué con Trio. En Buenos Aires los checos la tocaron en tres movimientos: un Allegro con tema inicial directo y rítmico y uno complementario melódico, un Larghetto (Andante sempre piano) expresivo y armonioso y un Presto jubiloso de fuerte impulso. La sinfonía es la primera de la serie denominada de Mannheim. En la versión puede objetarse que no trajeron clave, pero éste es de mero apoyo y traerlo para sólo esta obra no parece indispensable. El conjunto, sólo caballeros, guiado con firmeza por Kobrle, se reveló homogéneo, afinado y ajustado.
Las Danzas folklóricas rumanas, SZ (catálogo Szöllösy) 56, BB 58 y 76, de Béla Bartók, si bien originales para piano, se han hecho famosas en el arreglo para cuerdas de Franz Willner, con lucimiento para el concertino, y la Camerata Bariloche las tocó década tras década; son probablemente lo más conocido del siglo XX para conjunto de cuerdas. Conviene señalar que este grupo, como nuestra Camerata, decidió que los violines y violas toquen parados, presumiblemente para estar más alertas. Kobrle se lució en los difíciles solos y todo el grupo se integró al estilo intenso y comunicativo bartokiano con gran solvencia.
En cuanto al Divertimento K.136 de Mozart, es in duda la obra más tocada de todo el repertorio para cuerdas. Junto con K.137 y 138 son la creación de un adolescente de 16 años de inmenso talento. Como los tres divertimentos tienen tres movimientos, algunos los llaman sinfonías de Salzburgo, donde fueron compuestas (generalmente el divertimento tiene más partes). Puede extrañar que se toque menos que la famosa “Una pequeña música nocturna” pero así es. La interpretación de los checos estuvo entre las muy buenas escuchadas en nuestra ciudad.
Hay un prejuicio que no comparto con respecto a la música de salón. Sin pretender que sean piezas indispensables, es abundante y raramente escuchada la música de salón para pìano escrita por Sibelius, Tchaikovsky y Dvorák; sugiero a los lectores que traten de conocerlas: pasarán muy agradables momentos. Una de esas piezas entusiasmó a algunos y de allí pasó a ser gustada por muchísimos: la Humoresque Nº 7 de las ocho del ciclo de Dvorák se difundió enormemente en muchos arreglos, sobre todo para violín y piano; pero también los hay para orquesta de cuerdas y es lo que escuchamos. Música muelle y dulce aunque con ritmo, los checos la tocaron con fruición. Las “Humoresques” son de 1894, los Ocho valses de 1879-80. En este caso fue el compositor quien arregló el primero y el cuarto para cuarteto, fácilmente adaptable para conjunto de cuerdas añadiendo contrabajo. El primero, Moderato, es melancólico y expresivo; el segundo, Allegro vivace, brillante y dinámico; ambos son exquisitos. Y los checos los comunicaron con una naturalidad muy convincente.
Lo mejor estuvo al final: la Suite para cuerdas, JW 6/2, de Leos Janácek, escrita a los 23 años en 1877 y ya demostrativa del talento y fuerte personalidad del compositor moravo, quien recién se haría famoso a partir del estreno de su ópera “Jenufa” décadas más tarde. La obra se toca raramente aquí, aunque tiene muchas grabaciones, no menos de 15; en 1958 la estrenó Teodoro Fuchs con la Orquesta de Amigos de la Música. (La otra suite de Janácek, “Idilio”, fue creada al año siguiente; la estrenó en mi ciudad la Orquesta de Cámara de Hamburgo en 1966). En seis movimientos, primero Janácek quiso relacionarnos con danzas barrocas, pero luego, salvo el habitual Preludio, eliminó las referencias por considerar que él se había alejado demasiado de la presunta danza evocada. Los 22 minutos de música fluyen espontáneos, con claro dominio de la armonía y la textura de cuerdas y ya con aspectos que sugieren el Janácek futuro. El Preludio, Moderato, se inicia en los instrumentos graves y luego los violines cantan una bella melodía. El Adagio está sutilmente expresado por violines y violas. Un Andante con moto pastoral y de raíz folklórica es sucedido por un Scherzo, Presto, donde aparece la veta áspera e inquietante del lenguaje de fuertes contrastes posterior, ya que se complementa con un tema central tranquilo. Un Adagio meditativo lleva al Andante final melancólico y de armonías muy trabajadas. La noble interpretación del conjunto checo fue lo más logrado de la noche.
Un público entusiasta aunque algo escaso obtuvo tres piezas fuera de programa: el rápido y chispeante tercer movimiento del Divertimento K. 138, muy bien tocado; un arreglo poco feliz de “Escualo” de Piazzolla donde no los encontré cómodos; y un brevísimo y sorprendente Pizzicato de Gluck; creo sin seguridad que es de su notable y avanzado ballet “Don Juan”, cuya escena final del encuentro con el Comendador es similar a la Danza de las furias de “Orphée et Eurydice”. En suma, una visita positiva que nos puso en contacto con la musicalidad atrapante de los checos.
PH: Enrico Fantoni
En cierto modo hubo una conexión con el siguiente concierto, del Sestetto Stradivari: si los checos nos referían a su Filarmónica, los Stradivari son miembros de esa admirable institución, la Orquesta de la Academia Nacional Santa Cecilia. La tuvimos con Antonio Pappano hace dos años, confirmándome lo que una anterior visita con Lorin Maazel y un gran concierto en Roma con Previtali y Backhaus en 1954 me habían comunicado: que son una orquesta de primer nivel internacional. Curiosamente tanto el primer violín como el primer violoncelo se apellidan Romano, probablemente son hermanos, y son los de mayor intensidad y dinamismo en un grupo de alto nivel. David en violín y Diego en violoncelo dialogan y comunican sus fraseos a un grupo atento e integrado. Los secundan Mabrlène Prodigo en segundo violín, Sara Gentile en segundo violoncelo, David Bursack y Raffaele Mallozzi en violas (el programa no aclara quién es primero y quién segundo). El sexteto fue fundado en Diciembre 2001 y tuvo el privilegio de tocar en instrumentos Stradivari; de allí su nombre (supongo que los siguen utilizando).
Cierta foto muy descontracturada del sexteto en la tapa del programa parece haber inducido a Elisabetta Riva, Directora Artística del Coliseo, a conclusiones erróneas. Expresa: “Con una imagen renovada y juvenil, el Sestetto Stradivari nos invita a un juego entre formal e informal. Moderno y antiguo, buscando un nuevo lenguaje visual en la forma de comunicar y difundir la música clásica, superador de cualquier dicotomía.” Y no es así: los cuatro caballeros de riguroso negro, las dos damas con elegantes trajes rojos, tocaron de modo concentrado y de aspecto habitual, sin nada que sugiera lo que escribe Riva. La música de cámara debe tocarse así: no necesita de ningún aspecto visual especial, sólo adecuada luz, ambiente grato, acústica correcta. No es un show; o el oyente se entrega a ella o es mejor que no vaya, no hay que atacar su esencia.
El sexteto de cuerdas es en principio una textura de gran riqueza, que permite fortalecimiento armónico, contrapuntos, colores especiales. Sin embargo el repertorio es muy chico, con apenas cinco obras de grandes autores y difusión: tres de ellas, todas alemanas, fueron tocadas la noche del 3 de septiembre: el Sexteto de la ópera “Capriccio” de Strauss, “Verklärte Nacht” (“Noche transfigurada”) de Schönberg, y el Sexteto Nº2 de Brahms. Las otras son el Sexteto Nº1 de Brahms y “Souvenir de Florence” de Tchaikovsky. Existen obras a explorar, pero sólo estas cinco se destacan.
El Sexteto de “Capriccio” es en realidad el Preludio con el que se abre esa extraña ópera en un acto que dura dos horas y media y está definida como ”una conversación en música”, escrita por el libretista Clemens Krauss y el compositor Richard Strauss, en plena Segunda Guerra Mundial. Ejemplo máximo de escapismo refinado, el sexteto está “compuesto” por un músico enamorado de la Condesa, que lo está escuchando. Esta música íntima, tardorromántica aunque ambientada en el siglo XVIII, entrelaza bellos motivos sólo interrumpidos por un arranque dramático de un minuto antes de volver a su contemplación. La versión del Stradivari fue minuciosa y correcta aunque todavía no han penetrado toda la sutileza de la obra.
En cambio entendieron cabalmente esa extraordinaria partitura de Schönberg, un poema narrativo que está basado en un texto de Richard Dehmel sobre la confesión de infidelidad de una mujer a su esposo. En el absoluto límite del cromatismo y con asombrosa penetración psicológica, la música nos lleva a través de las vicisitudes emocionales de la pareja con una inventiva melódica, armónica y textural que hacen de ella una obra maestra y la más famosa de Schönberg, tanto en su versión de cámara de 1899 como en su orquestación posterior. Es expresionismo puro. Y aquí la intensidad y dinamismo de los Romano supo captar las esencias de la obra y todo el grupo tocó creyendo en la partitura a través de sus múltiples cambios de tempo y de sentimiento. Fue una gran versión.
El segundo Sexteto de Brahms, en Sol mayor, op.36, data de 1864-5 y se distingue por su compleja trama. No es tan expresivo como el Nº1, cuyos dos primeros movimientos llegan de modo muy inmediato al oyente; resulta más intelectual y técnico, con mucho contrapunto; pero también tiene cierto encanto en momentos contrastantes y reflexivos. Los dos elementos del Scherzo tienen una extraña característica: es el Scherzo y no su Trío el que tiene un carácter tranquilo; el Trío es un Presto giocoso difícil y brillante. El tercer movimiento, Poco adagio, es un tema con cinco variaciones y coda; el tema no me parece interesante, pero sí lo son las variaciones, muy imaginativas y yendo de lo sombrío a lo luminoso. El movimiento final es una forma sonata con algo de rondó por las repeticiones. El Stradivari expuso la obra de Brahms con inteligencia, cohesión y profesionalismo.
No está de más recordar que a través del tiempo Italia ha generado notables conjuntos de cámara: el Trío de Trieste, el Cuarteto Italiano, el Quinteto y Sexteto Chigiano, el Cuarteto Beethoven (piano y cuerdas). Cuando la natural vehemencia italiana es controlada por el conocimiento y la disciplina los resultados pueden ser fascinantes.
CLUB SIRIO LIBANÉS
En Ayacucho a una cuadra de Las Heras está el Club Sirio Libanés, un elegante edificio que en su primer piso tiene un ámbito con mucho mármol y madera que se usa entre otras cosas para ofrecer conciertos mensuales clásicos con programación ecléctica, a veces crossover, coordinada por María José Maito. No es cómodo el modo de acceso porque la gente se acumula parada en planta baja, y casi sobre la hora hay que subir la amplia escalera para ubicarse sin lugar fijo, pero el ciclo tiene éxito, que ya la sala estuvo llena el 7 de agosto. Cuando uno sube se encuentra con un salón que tiene dos laterales con las sillas en hileras haciendo algo así como un anfiteatro cando se unen a la sección central. El año pasado pude apreciar allí un notable concierto del Cuarteto Gianneo; esta vez me atrajo el retorno de un artista por quien tengo gran respeto: el violoncelista argentino Claudio Baraviera. Vive en Sevilla desde hace 18 años, donde es primer atril de la Orquesta Real de Sevilla. Artista veterano, estudió con el notable maestro argentino José Puglisi y se perfeccionó en Moscú donde estudió durante seis años en el Instituto Gniesen. Al volver a Argentina en 1982 fue violoncelo solista de la Orquesta de Cámara Mayo y tras un posgrado en Moscú regresó aquí y fue primer atril de la Sinfónica Nacional desde 1991 hasta 2001. A partir de entonces estuvo en Sevilla pero venía con su esposa Vera Anosova a dar recitales. Esta vez su acompañante fue la pianista Agustina Herrera, de amplia carrera en Argentina y el exterior. Estudió con muy variados maestros en Argentina y en Freiburg, tales como Béroff, Votapek, Sancan, Ljerko Spiller y Nicolás Chumachenco. Recitales, cámara, solista con orquestas y docencia han signado una vida muy ocupada. Actualmente dicta cátedras de piano y cámara en el Conservatorio Manuel de Falla. Baraviera y Herrera formaron el dúo en 2007.
La Primera Parte se inició con la Sonatina en re mayor D.384 de Schubert, que es para violín y piano, pero la adaptación al violoncelo sonó muy bien (supongo que será la de Wispelwey, no me figura otra grabada); es parte de una serie de tres. En realidad la obra que generalmente se toca es la llamada Sonata Arpeggione, instrumento en desuso reemplazado por el violoncelo. Esta Sonatina es una obra fresca e inspirada en tres movimientos, que permiten destrezas varias en los Allegros y melodía cantante en el Andante. Ya en esta obra pude advertir que la cabeza nevada y noble de Baraviera sigue siendo la de un artista de gran calidad, cuya técnica se mantiene incólume así como su transparente sentido musical; su sonido claro y grato y su afinación y articulación tan cuidada no ha cambiado, demostrando la solidez de su formación. Por su parte, la pianista tocó con gran precisión y ajuste su gratificante música.
Constantino Gaito (1878-1945), formado en el Conservatorio San Pietro a Majella de Nápoles, fue un compositor argentino destacado, con óperas, ballet, oratorio y música de cámara realizadas con técnica segura. Fundó el Conservatorio Gaito (de niño me dio clases de piano elemental) y fue destacado profesor de composición para creadores como Gianneo, Juan José y José María Castro. La Sonata op.26 para violoncelo y piano (que Herrera grabó, no se aclara si con Baraviera) es una obra contundente, con muchos acordes plenos del piano, poderosa y con alguna reminiscencia tanguera en el primer movimiento, melódica en el Andante sostenuto y turbulenta en el Allegro moderato final. Me pareció muy bien tocada por ambos artistas.
La Segunda Parte se inició con un Adagio de Shostakovich, Nº1 de las Dos piezas escritas en 1951; una melodía muy expresiva que figura en la Suite de ballet Nº2, según creí reconocer; fue tocada con un cálido cantabile de Baraviera. El programa se completó con la tardía Sonata para violoncelo y piano, op.119, de Prokofiev, obra de envergadura de la escuela rusa. El Andante grave inicial es extenso, profundo y meditativo pero con elementos complementarios de intensidad dramática. El Moderato siguiente parece un Scherzo más lento por su jovialidad con pizzicato, aunque luego se hace muy melódico. También es amplio el Allegro ma non troppo concluyente, de variado material y con la inconfundible marca agridulce del compositor; me dio la impresión de que quizá se hizo un pequeño corte pero no lo pude comprobar. Tuve la suerte de escucharla por primera vez en vivo por Rostropovich y Dediovkhin en Abril 1961 y profundizar su conocimiento con la magnífica versión grabada de Piatigorsky y Firkusny. Y tras muchos años sin volverla a escuchar, me dio gran placer la versión del dúo argentino: responsable, internalizada, técnicamente muy trabajada y comunicativa. La pieza extra nos permitió gozar con la melodía de “El cisne” de Saint-Saëns, con piano en vez de arpa acompañante. En suma, un logrado recital de artistas admirables.
TEATRO COLÓN
Una de las iniciativas positivas de los últimos años es la serie de conciertos matutinos en ciertos domingos y con gratuidad que ofrece el Colón. La calidad es con frecuencia de buena para arriba y suele tener una razonable cantidad de público; la contrapartida es que muchos están poco informados y aplauden a destiempo y que, a diferencia de lo que ocurre en conciertos pagos, dejan pasar a bebes, lo cual es un disparate siempre.
La Schubertiada del 22 de julio convocó a artistas de primer nivel y fue muy exitosa. De por sí, la idea de escuchar música de Schubert bien seleccionada y evocando las reuniones que el propio compositor hacía con sus amigos es lógica y si hecha con buen criterio es uno de los grandes placeres de la música. Así ocurrió en esta ocasión, en la que una selección de Lieder con la soprano Carla Filipcic Holm y el pianista Pierre S. Blanchard fue complementada por el famoso Quinteto “de la trucha” con tres de los integrantes del Cuarteto de Amigos (Haydée S. Francia, violín; Elizabeth Ridolfi, viola; Myriam Santucci, violoncelo), Blanchard y el contrabajista Hugo Asrin.
Filipcic Holm es sin duda nuestra soprano que mejor conoce y canta el repertorio schubertiano, ya que tiene un bello y personal timbre, acendrada musicalidad y perfecto dominio del idioma; aunque en un teatro tan vasto como el Colón, a veces su voz no se proyecta con suficiente volumen en ciertos pasajes, sobre todo en el grave. Los Lieder que eligió fueron siete y equilibraron los famosos con los poco conocidos. Por supuesto empezó con “Die Forelle” (“La trucha”), citada en el Quinteto, y lo hizo con gracia y liviandad. Siguió el oscuro mundo de “Der Tod und das Mädchen” (“La muerte y la doncella”), uno de los más dramáticos, donde acertó con el clima amargo pero faltó algo de peso en las intervenciones de la Muerte. La muy bella melodía de “Romanze” procede de “Rosamunde” (no lo aclaraba el programa), y se añade a la magnífica música incidental orquestal que se conoce para el drama de Wilhelmina Von Chézy; fue admirable la línea de canto de la soprano. Hay que lamentar que los programas de esta serie no contengan comentarios, ni haya supertítulos, ya que la mayoría de la gente se quedó en ayunas con respecto a los contenidos de los Lieder. La cultura gratis tiene los mismos requisitos que la paga. Una pieza poderosa y raramente escuchada es “Die Allmacht “(“Omnipotencia”), de clima fuertemente dramático y bastante extensa; fue cantada con garra y toda la voz. Luego, un Lied rápido y saltarín, “Rastlose Liebe” (“Amor incesante”), con texto de Goethe, cambió el ánimo hacia la turbulencia emocional. El penúltimo Lied fue el reflexivo y lento “Nacht und Träume” (“Noche y sueños”), antes de finalizar con el estupendo “Der Musensohn” (“El hijo de las musas”), también con texto de Goethe, cuyo estribillo ritmado rápido obliga a la hábil articulación del texto y cuyo acompañamiento de breves y dinámicos trazos es sólo para pianistas de primer rango. Filipcic Holm venció el desafío y cerró la serie con brillo. Blanchard es un pianista francés que se radicó aquí en 2007; tiene una magnífica técnica, así como profundo conocimiento del repertorio; ha aplacado su lado espectacular que le advertí en otras presentaciones y enhorabuena. Sus ejecuciones tuvieron ritmo, sensibilidad para lograr climas, hábil manejo del pedal y dedos muy ágiles y precisos.
Era de esperar una muy buena versión del Quinteto con un pianista de su talento y los instrumentistas de cuerda, ya que las miembros del Cuarteto además de amigas son artistas de límpida técnica y excelente formación y Asrin es un buen contrabajista, y así fue. Sin embargo, hubo dos detalles: al principio mismo un desfasaje obligó a parar y volver a comenzar; y aplausos desmedidos e incorrectos al final del primer movimiento hicieron que interrumpieran los ejecutantes el principio del segundo. Sigo creyendo que habría que hacer lo que pidió Barenboim en un concierto que dio en la Ballena Azul; anunciar por micrófono que se pide al público que no aplauda entre movimientos, ya que molesta a los artistas y a la comprensión de la música. Los cinco movimientos se desarrollaron con toda felicidad de acuerdo a su respectivo carácter, con fraseos naturales y evidente placer por parte de los músicos.
Pablo Bardin