Madama (Madame) Butterly en el Teatro Real de Madrid, Urbi et Orbi

Imagen de Madama (Madame) Butterly en el Teatro Real de Madrid

Después de haberla estrenado en 2002 y repuesto en 2007, el montaje de Mario Gas, Ezio Frigerio (escenografía) y Franca Squarciapino (figurines), esa mítica pareja italiana artística y personal, el Teatro Real presenta de nuevo Madama Butterfly, de Giacomo Puccini, en dieciséis funciones, una de las óperas más visitadas y reclamadas en los escenarios de todo el mundo.

La trágica historia de la geisha Cio Cio San, mejor conocida como Madama Butterfly emociona, a costa de hacer sentir en la segunda década del siglo XXI, que en plena era Meiji, no se había acabado el Shogunato y las mujeres continúan siendo, geishas o no, moneda corriente de compra y venta, sujetas al más obsoleto e inmoral mercado de la carne. Y esto continúa a día de hoy, en muchos lugares del planeta.

 

El propio Puccini tampoco estuvo, en la maraña de sus complicados amoríos, ausente del trato y maltrato inmerso a veces en el tráfico de menores, como algunos miembros del sexo femenino del servicio de sus casas. Aparte de la ingente literatura psicológica que podría fabricarse en torno a esta historia vejatoria para la identidad de la mujer, que solo se “realiza” como se decía en tiempos, a través del orden del falo (¡ay, Lacan!), se podría agregar a la supremacía del deseo del hombre, la división en castas, las peores, las inferiores o empobrecidas y el status internacional que ya comenzaban a tener las tropas estadounidenses por el mundo. Organizadas hoy en día, desde hace tiempo, son los muy reconocidos por sus proezas polifacéticas, los inefables Marines.

Una historia que narra la dura lucha entre dos civilizaciones irreconocibles y que la lucidez de Claude Lévi-Strauss, el antropólogo francés y judío, describió, con una claridad meridiana, en dos párrafos que aparecen citados en el programa de mano: “Son casi países conquistados, que tienen que adaptar su cultura a las formas de vida occidental. La civilización occidental tiene recursos, sucursales, soldados y misioneros instalados en todo el mundo para imponer su modelo cultural”. Es sorprendente y paradójico, que en la semana del World Pride internacional que se celebra en Madrid a bombo y platillo, salga ahora a la luz una de las óperas que tienen uno de los libretos más reaccionarios y terribles de la historia del género: las comparaciones que cita Butterfly con el trato dado a las “mariposas pinchadas en tableros, en ultramar”, o la conversación “de hombre a hombre” que mantienen el cónsul norteamericano con el aprovechado y hedonista Pinkerton, entre otras “joyas” discursivas, son antológicas.

Pero, como tenemos los humanos una enorme capacidad de reciclarlo y recuperarlo todo, a pesar de un texto operístico que sonroja hasta la vergüenza propia y ajena, somos capaces de dejarnos llevar por la envolvente música de Puccini, los decorados giratorios llenos de ingenio, un vestuario magnífico, narrando una geografía, la de esta geisha que parece ser la única que conserva intacto el territorio de su dignidad y de su honra, entre tanto personaje flexible y adaptativo. De hecho, la sombra del sepukku, el suicidio ritual de “quien muere, cuando no ha sabido conservar la vida con honor”, planea desde el primer minuto de la representación. Desde el comienzo, todo el drama está ya escrito y en la retina del espectador.

 

La historia está situada, esta vez, de una manera diferente, a través de la dirección de escena de Mario Gas con la narración en un plató de cine de los años 30, con el que consigue desplegar tres perspectivas simultáneas, que le imprimen un carácter activo y ágil, totalmente cinematográfico. Con este subterfugio, casi trampantojo, la ilusión y la inmersión en la acción es completa.

No están ausentes de la ilusión a la que nos entregamos en esta noche, olvidando el escandaloso discurrir de la existencia de Butterfly, el movimiento de cámaras, gentes, dentro y fuera del teatro, el público de siempre, el nuevo, curioso y atento del exterior, los políticos, los conocidos, las socialites, los que vienen a que los admiren, los que vienen a mirar, todos aprovechando el respiro con que las altísimas temperaturas de días anteriores habían sofocado a la capital de España. Se celebra como en un ritual, el comienzo del verano, el final del frío, la llegada de las vacaciones para algunos.

Y volviendo al territorio de la auténtica magia, la del cine dentro de la ópera, el color, la levedad femenina de una Ermonela Jaho que parece haber nacido cantando este papel y con un kimono primigenio colocado desde su cuna. Su desenvoltura en escena es prodigiosa, así como la capacidad que ejerce para subyugar con sus pequeños gestos gráciles a todos los presentes. Se engalana con una voz que tiene una muy bella línea de canto, expresiva, de filatos, sutil y flexible, que enciende los ardores de un Pinkerton muy marinero, Jorge de León, que podría jugar con más variedad de sentimientos y teatralidad, en una prestación que no

carece de interés y seriedad, aunque todas las ovaciones fueron para el lucimiento, la “finezza” vocal y teatral, hasta las lágrimas, tantas y tan sentidas, de la soprano albanesa.

Bien acompañada estuvo por otra compatriota, la Suzuki que defiende Enkelejda Shkosa, holgada en su papel y su desenvolvimiento vocal, igual que Ángel Ódena, elegante, fino y conciliador cónsul Sharpless (¡el propio apellido es una pista en toda regla!) con una voz reconocible aunque algo opacada por momentos en esa velada. De todas forma , la perfección aburre y Ódena siempre cumple con generosidad y su prestancia escénica es sorprendente. Alguien apuntó: “Parece Clark Gable en “Lo que el viento se llevó”… El Goro de Francisco Vas es creativo, algo desbordado, pero cumple bien con su rol de casamentero interesado y avaro, así como el príncipe Yamadori de Tomeu Bibiloni y especialmente el tío Bonzo, de Fernando Radó,rotundo y tenebroso en sus también premonitorias maldiciones a la mayor gloria de Kami.

El Coro dirigido por Andrés Máspero siempre está en el lugar que le corresponde, así como la Orquesta Titular dirigida en esta ocasión por un Marco Armiliato que pudo ser más fino en los volúmenes, los tempi, en la interpretación de este Puccini lujoso y orientalizante, con una percusión estridente. Su entusiasmo sin embargo, y su entrega, no defraudaron y tuvo una empatía evidente con los cantantes y todo lo que sucedía en el amplísimo teatro en que se convirtió esa representación, el marco y el corazón entregados de todos aquellos valientes que hacen posible cada vez, el milagro renovado del Teatro Real y su proyecto.

 

Alicia Perris

 


 

Madama Butterfly. De Giacomo Puccini (1858-1924). Tragedia “giapponese” en tres actos. Libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica, basado en la obra de teatro de David Belasco, inspirada en un relato de John Luther Long. Estrenada en el Teatro Alla Scala de Milán, el 17 de febrero de 1904. Viernes 30 de junio, 2017. Primer Cast. Esta función fue retransmitida en directo desde la Plaza de Oriente de Madrid a numerosas pantallas y centros de toda España, así como en Palco Digital y Facebook, también en plazas y lugares públicos, centros culturales y museos.

Ficha artística

Dirección musical: Marco Armiliato

Dirección de escena: Mario Gas

Escenografía: Ezio Frigerio

Figurines: Franca Squarciapino

Iluminación: Vinicio Cheli

Dirección del coro: Andrés Máspero

Reparto

Madama Butterfly (Cio-Cio-San): Ermonela Jaho

Suzuki: Enkelejda Shkosa

Mrs. Kate Pinkerton: Marifé Nogales

B.F. Pinkerton: Jorge de León

Sharpless: Ángel Ódena

Goro: Francisco Vas

El príncipe Yamadori: Tomeu Bibiloni

El tío Bonzo: Fernando Radó

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