La triunfal ejecución de la Música para los reales fuegos artificiales en 1749 inauguró el último, intenso y doloroso capítulo de la vida de Georg Friedrich Handel: triunfos musicales y honores se fueron alternando cada vez más frecuentemente a desafortunados accidentes y complicaciones de su estado de salud.
En 1750, durante un viaje entre Holanda y Alemania, Handel sufrió un accidente mientras viajaba en carruaje entre Harleem y La Haya. Solo un año después su ojo izquierdo comenzó a dar señales preocupantes que fueron condicionando de forma permanente las actividades musicales del anciano músico.
Ninguno de los médicos que Handel consultó (entre ellos el presunto “ophtaliater” John Taylor, quien, años antes, había operado al pobre Bach, con resultados igualmente infaustos) logró mejorar su estado de salud, ya de por sí debilitado por años y años de intensa actividad musical.
Aún así, Handel fue incapaz de alejarse de su música: a sus casi 70 años de edad (edad avanzada para la época), el compositor seguía participando activamente a las frecuentes representaciones de sus obras, sobre todo del Mesías, maravilla que, después de casi diez años de su primera ejecución irlandesa, seguía entusiasmando al público de toda Europa. Su actividad de compositor fue disminuyendo progresivamente, pero nunca cesó completamente: a pesar de que sus ojos ya no lograban responder a los deberes de la escritura musical, Handel, tercamente, siguió sometiéndolos a constantes e imprudentes esfuerzos.
Leer también: El Mesías: La resurrección de Händel
Así fue como nació su último oratorio, ápice de ese repertorio que tan sabiamente había desarrollado y que con tanta paciencia había conquistado después de la repentina crisis de su actividad operística. Jephtha fue compuesto en 1751 con un libretto del Rev.
Thomas Morell, libremente inspirado en la historia del legendario héroe bíblico y en su promesa al Altísimo de sacrificar a la primera persona que encontraría en su camino, si le concedía la victoria militar. Como en el Idomeneo mozartiano, esa persona sería su hija Iphis: sin poner en duda su promesa, Jephtha decide matar a su hija, quien se salva gracias a la llegada providencial de un ángel bajado del cielo.
Handel sabía que no había tiempo: el dolor de sus ojos y su frágil estado de salud eran una amenaza concreta a su labor. Sin pensar demasiado en la calidad dramatúrgica del libretto, en enero de 1751 se puso inmediatamente a trabajar con la esperanza de anticipar el rápido deterioro de su vista.
A pesar de sus intenciones, el dolor fue más rápido que su ingenio musical: a los pocos días de haber comenzado, en febrero del mismo año, Handel tuvo que interrumpir la composición dejando en la partitura un conmovedor testigo de su sufrimiento: «reached here on 13 February 1751, unable to go on owing to weakening of the sight of my left eye».
Leer también: LA RESURRECCIÓN DE HÄNDEL
En marzo sus condiciones de salud mejoraron dándole la posibilidad de concluir la composición antes del otoño de 1751 y presentarla en el Covent Garden en febrero de 1752: fue un éxito rotundo. La música, intensa, emotiva y medida, había dado forma a un oratorio de extraordinaria teatralidad.
El genio de Handel, sin abandonar la dimensión coral y escenográfica típica de este género musical, había conseguido una nueva y conmovedora intimidad que la sociedad inglesa, cada vez más ilustrada y menos barroca, apreció sin reservas.
Las consecuencias de este merecido éxito musical fueron -tristemente- inmediatas: su mirada empeoró con la misma rapidez con la que había tratado de terminar Jephtha. La operación realizada por el supuesto oculista John Taylor, en 1758 complicó aun más su estado de salud.
El 14 de abril de 1759, debido a complicaciones de in ictus cerebral, Handel murió en su casa londinense de Brook Street. Su funeral, uno de los más gloriosos que la historia de Inglaterra recuerde, fue celebrado en la Abadía de Westminster.
Jephtha terminó por ser, inesperadamente, el último adiós a la música de Georg Friedrich Handel. Quizás, al terminar este ciclo sobre Handel, esperaban un final más teatral y místico como fue el Requiem con Mozart o El Arte de la Fuga con Bach. Seguramente no fue intención de Handel decepcionarlos. Y, la verdad, no lo hizo: Jephtha es una obra maestra, digna del más grande de todos los compositores.
Pero así era Handel, así lo conocimos y así nos despedimos (por ahora) de él: su música nunca buscó la gloria de los cielos, el gusto de la metafísica y de lo abstracto, las elucubraciones de una filosofía abstracta tan lejana de su forma de ser y de vivir. Su música fue y sigue siendo puro y perfecto placer, juego, amabilidad, sencillez e inmediatez. “Me debería de sentir culpable si sólo traté de entretenerlos -confesó una vez Handel al poeta y filosofo escocés James Beattie- sólo intenté hacerlos sentir mejor”.
Jeptha – Ivor Bolton (selección)
Jeptha – William Christie (completo)
Por Francesco Milella para https://musicaenmexico.com.mx/