Es un grupo de voces blancas con una tradición épica en la historia de los grupos vocales en el mundo: Han cantado en la Capilla Imperial de Viena desde 1296, luego en 1498 Maximiliano I trasladó su corte a la capital austríaca, donde fueron llegando un ramillete de compositores e intérpretes que hoy forman parte de la trayectoria de la música europea y universal: M.Haydn, Schubert, que fueron Niños Cantores, pero también Bruckner, Mozart, Salieri, el otro Haydn, Joseph por citar a algunos de los más renombrados.
Ya es tradicional en esta formación el concepto de viaje y representaciones constantes por parcelas del grupo de Niños y así, desde 1926, han realizado cerca de mil giras en casi cien países distintos, llegando a alcanzar la cifra de veintisiete mil conciertos. Una especie de movimiento perpetuo es parte sustancial de esta organización casi perfecta, que funciona y ha funcionado siempre como un aparato de altísima precisión.
En la actualidad cuenta con alrededor de cien cantantes, entre los 9 y 14 años, aunque algunos parecen sensiblemente más pequeños por su apariencia y complexión, divididos en cuatro coros.
Ellos comparten espacio y tiempo con la Filarmónica de Viena y el Coro de la Ópera Estatal de la misma ciudad, cantan todos los domingos en misa en la Capilla Imperial, como suelen desde 1498 y tienen una sala de conciertos propia, la Muth. Su seducción puede compararse, en otro campo, a la que producen las actuaciones de la Escuela Española de Equitación o la Cripta de los Capuchinos, o el Prater, verdaderos “must” de un recorrido epidérmico por la capital de Sissi y Francisco José.
Tienen un buen número de cds y dvds, desde hace décadas y francamente, siempre es un hallazgo poder escucharlos, aunque en Viena no es fácil conseguir un lugar los domingos desde donde, como simples turistas, podamos oír y ver algo.
Para la primera parte de la velada escogieron un repertorio que supone un gran despliegue de autores y composiciones clásicas, muchas en latín medieval, sobre todo para niños pequeños, a quien les resulta obviamente más lúdico cantar las tradicionales partituras de la música vienesa que también descubre puntualmente la Musikverein en su Concierto de Año Nuevo anual. Pero hay un intento de demostrar que pertenecer a esta formación no es un mero pasatiempo de infantes, sino un compromiso que llega a la ejecución y comprensión de todo tipo de repertorios (clásico y locales, venidos de todas las tierras del fenecido Imperio Austrohúngaro).
Jimmy Chiang, es el maestro que los trajo a Madrid, porque tienen varios. Nació en Hong Kong, pero está compenetrado como un guante con las tradiciones musicales de la música occidental y es un gran pianista, que, a la vez que dirige a los Cantores, disfruta y se explaya por el teclado con un gusto y una musicalidad que transmite a los pequeños, para conformar un todo fantástico y sorprendente. Trabaja con los Niños Cantores desde 2013 y los lleva con versatilidad, gesto amable y divertido, pero con absoluto rigor y disciplina.
Para el concierto en el Auditorio los Niños hicieron su entrada por el patio de butacas en vez de por el escenario, sorprendiendo al público, que pudo deleitarse, con una sugerente bruma de colonia infantil de recién bañados a su paso. Vestidos con su uniforme de marineros, representando a un país que tan lejos está del mar, del que siempre ha tenido la nostalgia o la potestad a distancia (sus antiguos territorios en la actual Italia por ejemplo, le daba la opción de salir a navegar por el mundo), su trayectoria nos retrotrae inevitablemente a los viejos aromas del Imperio Austrohúngaro y a las músicas y folklore de sus innumerables regiones multiculturales, antes de que el resultado de la primera Guerra Mundial, lo barriera para siempre.
Schubert : Die Nacht & Nachthelle – Korea 2009
Con ellos se vuelve a Schönbrunn y los palacios, y los fiacres, rodando con repetido tintineo por las calles donde se entrecruzan los cafés y la Sacher Torte, los edificios que vieron reinar a María Teresa y desperezarse a sus atrabiliarias hijas, María Antonieta y la reina Carolina, que destrozó la República Partenopea. Es también la textura de Freud y su interpretación de los sueños, y la herencia napoleónica con el Aguilucho y su malhadada suerte con su madre, la reina-rehén del corso, que lo dejó abandonado a su suerte para instalarse en Parma, en el ocaso de Waterloo.
Nostalgia, antiguas nostalgias y una ternura única transmiten estos niños que siempre ponen cara de atención, por momentos se pierden y olvidan las letras de alguna rara partitura, recuperan el hilo, bostezan y hacen una mueca inevitable. Están viviendo todavía la época dorada en que la vida no les ha robado el fiato instintivo, ni la comunicación con el agua que recuerda el útero materno, y así respiran como peces, con unas branquias privilegiadas donde no existe el esfuerzo que años después tienen que llevar a cabo los cantantes para colocar la voz.
Existe una excelente relación de trabajo con el director Chiang, pero con una absoluta dedicación a sus indicaciones. Siempre conmueven por su edad, por sus mohines, por su esfuerzo, por esas horas en que en Viena seguro estarían durmiendo y aquí actúan, desgranando a hurtadillas un remedo de cansancio. Mirándolos cantar se comprueba que se trata de un arte efímero y sutil, como la propia e inevitable madurez posterior de sus voces. Es un privilegio caduco, excepcional y fascinante compartir por un tiempo su espacio sonoro y vital.
Regalaron bises (no faltó la inefable Marcha a Radetzky con sus guiños al público) y muchos aplausos. Colegios de niños locales entre el público, que se portaron mejor que los mayores. Como es habitual en el Auditorio, falta educación para los conciertos o educación en general: se llega tarde, se entra, se sale en medio de la ejecución, se caen los programas con estrépito amplificado, se tose sin parar, se hacen todo tipo de ruidos. No basta solo con tener tiempo y dinero para acudir a las veladas de música o vivir en la cercanía chic del centro capitalino o tampoco gastarse una pequeña fortuna en abonos. Hay que aprender de una vez por todas a saber estar…
Los Niños Cantores fueron (menos mal) los auténticos y últimos protagonistas de la noche y son mágicos.
Por Alicia Perris.
Desde Madrid par MusicaClasicaBA
Dirección: Jimmy Chiang, obras de Gallus, de Kerle, Fux, Hasse, J.S.Bach, J. Haydn y W. A. Mozart (primera parte) y J. Strauss, Weelkes, Morley, Haydn, Wirth (arreglos), A. Dvorak, Z. Kodály, R.Schumann, J. Strauss (hijo) y J. Lanner (segunda parte).
Auditorio Nacional de Madrid. 28 de septiembre de 2016.