El año pasado fue Barenboim con la Staatskapelle Berlin. Este año será la London Symphony (Orquesta Sinfónica de Londres) dirigida por Sir Simon Rattle.
En ambos casos fueron o serán lo mejor de la temporada sinfónica (quizás hubiera debido agregar SINFÓNICA en el título de estas líneas ya que yo al menos tengo enorme interés en las visitas de la mezzosoprano Elina Garanca y del ilustre John Elliot Gardiner con sus conjuntos English Baroque Soloists y Monteverdi Choir).
Dieron dos conciertos memorables en el Colón el 18 y el 19 de mayo con distintos programas.
Por Pablo Bardin.
Pero antes de avanzar en este artículo se impone una aclaración con respecto a dos entrevistas realizadas antes de la llegada de Rattle por Pablo Gianera en La Nación y Federico Monjeau en Clarín. Ambas fueron muy interesantes con respecto a los puntos de vista del director y ambas tuvieron una omisión increíble.
Me quedé asombrado e investigué; mi memoria octogenaria no me traicionó: hace 22 años estuvo Rattle aquí con esa Sinfónica de Birmingham que él había logrado convertir en una de las mejores de Inglaterra; fue en el Colón y los trajo el Mozarteum Argentino…O sea, la London Symphony vino por primera vez a Buenos Aires; Rattle por segunda.
Datos: La City of Birmingham Symphony Orchestra se presentó el 3 y el 4 se septiembre de 1997 con estos programas: el 3: Mark-Anthony Turnage: Drowned out (1ª audición); Mahler: Sinfonía Nº5; el 4: Serenata para 13 instrumentos de viento, K.361, de Mozart; Bruckner: Sinfonía Nº9. Programas difíciles y comprometidos y excelentes conciertos que impresionaron mucho.
Ya de por sí es extraordinario que críticos de gran carrera y profesionalidad como Gianera y Monjeau o no recuerden o no hayan asistido a esos conciertos, ¡pero mucho más extraño es que Rattle no se acuerde! Extraña amnesia por cierto. Como por otra parte he leído entrevistas de Monjeau con Alcaraz y Gianera con Diemecke que demuestran que objetan fuertemente aspectos de la gestión actual del Colón y sé que son críticos honestos, no hay aquí boicot al Mozarteum (ya lo hace la actual dirección del teatro); pero me pareció tan injusto como extraño que aquella visita no sea mencionada. ¡Y encima dirigió la Quinta de Mahler en ambas visitas!
Después de todo, fue la gran tarea de Rattle en Birmingham la que lo hizo candidato a la Filarmónica de Berlín, cuya dirección, sucediendo a Abbado, fue ganada por pocos puntos a Barenboim; todavía el año pasado Rattle dirigió tanto a la orquesta berlinesa como a la londinense; este año ya está solamente en la London Symphony. Ví por TV el concierto de despedida de Rattle con los filarmónicos berlineses después de 15 años de trabajo conjunto y resultó evidente el afecto tanto de la orquesta como del inmenso público asistente.
En Buenos Aires hemos podido ver cuatro orquestas londinenses: la admirable Philharmonia, que también vino después de pelearse con Legge como New Philharmonia; la notable de la BBC, especializada en el siglo XX, que vino dos veces, creo que con el Mozarteum; la orquesta ampliada de St-Martin-in.the.Fields que con Marriner hizo las sinfonías de Beethoven (también creo que con el Mozarteum; en ambos casos si algún memorioso me corrige se lo agradeceré); y la Royal Philharmonic (que había sido de Beecham mucho antes de la venida de la orquesta a Buenos Aires; esto fue en la buena época de Harmonia). Quizá la cuestión malvinense haya descartada alguna gira; sea como fuere, no sólo la London Symphony nunca llegó aquí, también nos falta la muy buena London Philharmonic. No estoy contando las orquestas de cámara; varias vinieron, sobretodo la English Chamber Orchestra con Leppard. Es que Londres era y es el centro sinfónico del mundo, además de ser la ciudad donde más música sinfónica se grabó. Con sólo mencionar a EMI/Angel y Decca/London basta.
La London Symphony nació en 1904 y después de la Segunda Guerra Mundial tuvo una actividad creciente. En una ciudad donde ninguna orquesta es menos que muy buena fue adquiriendo una imagen de organismo muy técnico y versátil, que pasó por las manos tan distintas de Georg Solti, Andre Previn y Michael Tilson Thomas, entre otros famosos. Tuve una sola oportunidad de escucharla pero fue nada menos que en la Novena de Mahler dirigida por Solti en el magnífico Royal Festival Hall el 7 de mayo de 1967; para aquilatar lo que era la vida sinfónica de entonces, pocos días antes escuché la Novena por Klemperer con la Philharmonia. La London Symphony me pareció extraordinaria entonces y nada menos que 52 años más tarde lo confirmó; es una de las máximas orquestas del mundo, en un plano donde sólo pondría a la Filarmónica de Berlín, la Concertgebouw y la Orquesta de Chicago. Claro está que un poco más abajo hay una cantidad de orquestas de gran calidad, como las de Viena, Berlin Staatskapelle, Dresden Staatskapelle, New York e Israel Philharmonic, Boston Symphony, etc. En la actualidad ofrece 120 conciertos por año. A diferencia de esas otras grandes mencionadas, la London Symphony es más abiertamente comercial, como lo demuestran sus muchas grabaciones de música para películas (no es un criterio que me gusta).
Pienso que el carisma de Rattle es justo lo que la orquesta buscaba; alguien innovador, energético, dispuesto a probar nuevos repertorios en un organismo que aprende material nuevo con pasmosa velocidad, y también dirigir crossover con brillante soltura; pero que tiene el conocimiento y la profundidad para afrontar las obras de mayor sustancia de un modo intenso y cautivante. Tenía 42 años cuando vino con la Bournemouth; ahora ha llegado a los 64 y su personalidad comunicativa e investigadora es la misma, aunque cargada de la sabiduría de la edad cuando los años se han aprovechado bien. Sus famosos mechones de pelo blanco siguen estando; son su marca de fábrica. Cuando hace música su concentración es total y hace los gestos necesarios para obtener expresividad de una orquesta que sabe ir de un pianissimo de tres pes a un fortissimo de tres efes en segundos y que puede articular a la perfección en los pasajes más rápidos sin perder belleza tímbrica y siempre con los ritmos incorporados en detalle y las grandes melodías cantadas con cálida e impecable afinación por las cuerdas, así como los bronces sortean cualquier dificultad , las maderas cantan con virtuosismo y la percusión es casi inverosímil en su potencia y exactitud.
La Sinfonia da Requiem es una de las mejores obras de la primera etapa creadora de Benjamin Britten. Su op.20, fue escrita en Estados Unidos en 1940 en plena guerra y sus tres movimientos sin solución de continuidad se denominan “Lacrymosa”, “Dies irae” y “Requiem Aeternam”. A los 27 años ya su dominio técnico era pleno y muy personal, y esta partitura es de sus más impactantes e inspiradas. Es extraño que siendo él pacifista y objetor de conciencia haya dicho sí a un encargo de la Japón belicista de entonces (pocos meses después atacaron Pearl Harbor). La obra debía celebrar los 2600 años de la dinastía Mikado del Emperador Hirohito y es obvio que un Requiem no era adecuado. Dice Gianera en su comentario que “el gobierno japonés no aceptó la pieza debido a ´una melancolía´ que la volvía ´impropia´ para su fin ceremonial. Se le objetó incluso la condición cristiana, a lo que Britten respondió que era cristiano”.
La sinfonía fue estrenada el 30 de marzo de 1941 por la Sinfo-Filarmónica de New York dirigida por John Barbirolli en el Carnegie Hall. Notas del propio compositor: “Lacrymosa es una marcha lenta en un metro persistente de 6/8 con un fuerte centro tonal en Re”. El Dies Irae “adopta la forma de una danza macabra” cuya organización consiste en “una serie de climax, de los cuales el último es el más poderoso y provoca la desintegración de la música” (de lo más disonante y rítmico que haya escrito). El tercer movimiento es “muy sereno, sobre el fondo de las cuerdas y las arpas” pero también profundo y noble. La obra está dedicada “a la memoria de mis padres”, que habían muerto meses antes de ponerse a trabajar en ella. Sé que esta sinfonía se ha escuchado antes en Buenos Aires pero carezco del dato preciso. Por mi parte hace 40 años que poseo un gran disco de la Sinfónica de Londres dirigido por Previn que tiene a Interludios y Passacaglia de “Peter Grimes” en un lado y la Sinfonia da Requiem en el otro; lo escuché con frecuencia, y por ello me conmovió profundamente escuchar la magnífica versión de Rattle con la misma orquesta. Todas las cualidades que mencioné en el párrafo anterior estuvieron en plena evidencia.
Y después del intervalo, la Quinta de Mahler. El gran Hermann Scherchen me reveló en vivo el famoso Adagietto en 1958 con la Orquesta de Amigos de la Música, pero yo ya tenía su esencial grabación de la obra entera en un álbum Westminster que además incluía el único movimiento terminado de la Décima. Las grabó en 1952 con la Orquesta de la Ópera de Viena y compré los discos en 1956 cuando estudiaba en Washington; yo ya conocía las Nos. 1, 2, 9 y 10 (esta última en vivo dirigida por Fritz Zaun con la Orquesta de Amigos de la Música en 1953) y esta nueva experiencia iluminó mis 18 años irrevocablemente. “La canción de la Tierra” en vivo en el Colón dirigida por Böhm y la grabación de Walter con Patzak pero sobretodo con Kathleen Ferrier ya me habían convencido: Mahler fue el máximo creador de canciones con orquesta. Curiosamente el Adagietto de la Quinta también fue dirigido por Fritz Mahler, pariente de Gustav, con nuestra Filarmónica en 1961. Mi primera Quinta completa en Buenos Aires (ya la había escuchado por la Sinfónica de Hartford dirigida por Winograd en el Carnegie Hall en 1953) fue la de Calderón con la Filarmónica en 1970 (él fue el único en dirigirlas todas, incluso la Décima completada por Cooke). Sobrevino luego el estreno de “Muerte en Venecia” de Visconti, que se iniciaba con el Adagietto, e hizo que el gran público se acercara a la Quinta de Mahler. La Quinta fue tocada regularmente a partir de la de Calderón. Mis favoritas fueron en primer lugar la de Haitink/Concertgebouw, seguida por Rattle/Birmingham y Decker/Filarmónica. Y ahora escuché una que logró equipararse por completo con la de Haitink: Rattle/London Symphony. Y esto tanto en la extraordinaria calidad de ambas orquestas como en la madurez y expresividad de directores que la han estudiado exhaustivamente.
En realidad los cinco movimientos de la Quinta tienen una característica especial: los dos primeros están unidos y los dos finales también. Todas las sinfonías mahlerianas tienen una marcha fúnebre salvo la Cuarta y la Octava; una verdadera obsesión de un compositor que tuvo la premonición de una muerte temprana pero que también dio un contenido metafísico a su creación (otra obsesión: la de Rachmaninov con el Dies Irae). Otro aspecto esencial: los tremendos contrastes entre los momentos trágicos y las grandes melodías de sostenido lirismo. Y una orquestación de absoluta originalidad, tan valiosa como las de Strauss pero muy distinta. Todo esto se aplica al primer movimiento, que sin tapujos se llama “Trauermarsch” (“Marcha fúnebre”), Pero el siguiente “Stürmisch bewegt” (“Tormentoso y agitado”) es quizás lo más áspero que haya escrito Mahler y lo más audaz en su visión armónica, que lleva al mundo de la Escuela de Viena; una belleza distorsionada que parece reflejo del cerebro reptiliano que todos tenemos y generalmente controlamos. El extenso Scherzo a su vez es sardónico y salta de un extremo a otro con una invención inagotable. El célebre Adagietto, de inigualable quieta melancolía, cita dos Lieder a cual más significativo: uno de los “Kindertotenlieder” (“Canciones para los niños muertos”) y uno de los Rückert, de absoluta sublimidad: “Ich bin der Welt abhanden gekommen” (“Me extravié en el Mundo”). Pero lo liga a un amplio Rondó alegre y positivo que termina jubiloso (y es mucho mejor que el que corona a la Séptima, en una onda bávara con demasiada cerveza).
Ya la versión de Rattle con la Birmingham había sido muy buena pero ésta resultó superlativa: todo tuvo garra, claridad, sentido formal, sutileza en los pianissimi, colosal fuerza en los momentos de climax y comunicativa poesía en las grandes melodías. El rendimiento de los bronces fue magnífico, más allá de nimios detalles (muy pocos) que evitaron la total perfección; las maderas cantaron, las percusiones coronaron los momentos más poderosos y las cuerdas tuvieron una riqueza y calidad de timbre emocionante. Estamos teniendo un gran año Mahler; ésta fue la cumbre, pero no olvidemos las notables versiones de la Sexta por la Sinfónica y Chiacchiarini y de la Tercera por la Filarmónica y Diemecke: hacemos muy buen Mahler aunque no lleguemos al Everest.
Hasta el último acorde habían tocado durante 93 minutos y yo pensé que no habría pieza extra pero la hubo: la Canción de cuna y el Final de la suite de “El pájaro de fuego” de Stravinsky, unos 7 minutos más: total 100 minutos. Música estupenda, muy tocada y que hemos escuchado con gran frecuencia en admirables interpretaciones; a ellas se agrega la de este concierto, donde la melodía del fagot idealmente expuesta en la Canción de Cuna, el ultra pianissimo de las cuerdas en la transición y la gran melodía folklórica pianissimo de la trompa en el Final fue creciendo y creciendo hasta parecer un gigantesco coral en los últimos minutos llegando al ultra-fortissimo sin la menor estridencia.
El segundo concierto fue algo menos interesante como programación. Por cierto que no objeto la Sinfonía fantástica de Berlioz, pero sí creo que hubo un error de criterio en la Primera Parte: Rattle eligió cinco de las ocho Danzas eslavas op.72 de Dvorák en vez de darnos el total. Cincuenta minutos de Berlioz más veinte de Dvorák equivalen a 70 minutos, contra los 93 del día anterior; la inclusión de las Danzas que faltaron (Nos. 5, 6 y 8) sólo hubiera añadido 13 minutos. Y aunque me adelanto, sumando la pieza fuera de programa (3 minutos) se llegaba a 16 minutos; más 70, 86 contra 100. Y aquí doy mi opinión: las Danzas eslavas de Dvorak en sus dos series, op.48 y 72, son las mejores danzas sinfónicas que se hayan escrito, muy superiores a las Danzas gitanas de Brahms (que sólo orquestó 3 de las 21 ¡y 6 fueron orquestadas por Dvorák!), ya que éstas se basaron en melodías existentes pero todo en Dvorak es creación pura y de máxima calidad dentro del género. Smetácek estrenó la serie op.72 con la Filarmónica en 1966 con gran éxito: nunca se repitió esa integral y lamentablemente nunca hubo una integral del op.42, que a mí me gusta todavía más (gana en brío y frescura en la comparación). Un espléndido disco de George Szell dirigiendo la Orquesta de Cleveland nos da las dos series y siendo un vinilo ¡dura 67 minutos con excelente sonido!. De paso, los originales de ambas series fueron para dos pianos; las orquestaciones son magníficas y además cambian muchos detalles con respecto a la versión pianística. Las elegidas por Rattle fueron: Nº 1, una adzemek, danza saltada emparentada con la skocna; Nº2, una mazurka; Nº3, una skocna; Nº4, una sousedka (vals checo); y Nº7, un kolo, danza serbia en ronda, muy brillante. Debo decir que Rattle, no siendo checo, tiene evidente afinidad con su música y dio versiones muy auténticas, con brío simpático en las danzas rápidas y con sentimiento comunicativo en las más lentas y melódicas. Y la Orquesta rivalizó con la Filarmónica Checa en pujanza y color.
Hay obras que son hitos de renovación en la historia: lo fueron la Sinfonía “Heroica” de Beethoven, la Sinfonía Fantástica de Berlioz y “La Consagración de la Primavera” de Stravinsky. Y tal es su riqueza de ideas que hasta al más avezado melómano le siguen sorprendiendo detalles que no había advertido; y nunca cansan. Escuché en vivo y en grabación un sinnúmero de versiones de la Fantástica y me sigue impresionando como muy pocas partituras. También es verdad que hay empatías, y yo siempre la tuve con Berlioz, sin duda el más gran creador de Francia hasta la llegada de Debussy. Es increíble que haya escrito su obra maestra en 1830 a sólo 27 años con total dominio de su estilo y a sólo tres años de la muerte de Beethoven. Como Stravinsky, escribió mucha música notable después de la Fantástica (y Stravinsky, de “La Consagración…”), pero esa es la obra que señaló un camino fundamental: la “idea fija” inaugura el sentido cíclico en una sinfonía; el carácter programático tuvo sus antecedentes (especialmente la Sinfonía Pastoral beethoveniana), pero aquí alcanza una cima de la cual nacerá el poema sinfónico lisztiano; la orquestación es asombrosa y nada menos que Rimsky-Korsakov reconoce que sus propias ideas se derivan de la visita de Berlioz a Rusia; y la armonía innovadora así como la rítmica incisiva e inesperada y los contrastes dinámicos siguen resultando estimulantes; y además la obra es un sueño autobiográfico. En esa época el opio estaba de moda y el compositor inventa que la Sinfonía es el Episodio de la vida de un artista; bajo los efectos del opio, que ha tomado para olvidar que Harriet Smithson, la actriz que en Ofelia lo había prendado, lo rechazaba (en la vida real eventualmente se casaron). Y así, pasa por “Sueños y Pasiones”, por “Un baile” (el más bello vals de la época, junto con la “Invitación a la danza” de Weber), por la serenidad bucólica de la “Escena en los campos”, por la Marcha al cadalso y finalmente por el “Sueño de una noche de sabbat”, para mí la más genial parte de la sinfonía. Era deseo de Berlioz que después de la Sinfonía se escuchara “Lelio”, en la que el compositor, desintoxicado, vuelve a la vida normal, e imagina una serie de piezas de estilos muy variados, alternando el recitado con las partes musicales. Música interesante y grata, pero en otro nivel de calidad que la Sinfonía. Conocí “Lelio” por la grabación de Boulez, que le hizo caso a Berlioz y que tuvo el privilegio de tener a Barrault como recitante; el gran actor había encarnado a Berlioz en una famosa biografía cinematográfica. En Buenos Aires la combinación se vio una sola vez en una versión historicista dirigida por Herreweghe pero que opacó la música con una disposición escénica que tapaba parcialmente la orquesta y reducía su impacto.
Y bien, como era de prever, la Fantástica es afín al sentido dramático y a la energía de Rattle, y con su virtuosa orquesta dio una versión para recordar. No haré comparaciones, serían demasiadas; pero esta versión fue una de las mejor dirigidas y sin duda la más excitante que he escuchado en vivo. La seguí con la partitura, y cada matiz indicado por el autor tuvo su exacta relevancia.
Tras una tremenda ovación, Rattle agradeció en inglés y pareció muy contento. Él y la orquesta eligieron esa Fuga de Britten que es un prodigio de técnica e inventiva, además de ser todo un desafío para una gran orquesta por sus dificultades extremas. Escuché muchas veces en vivo la magistral obra de Britten, las Variaciones y fuga sobre un tema de Purcell, y varias fueron admirables, pero la Fuga que comento fue apabullante en su perfección y vuelo, además de haber elegido Rattle un tempo muy rápido. El último minuto fue un final de fiesta, un alarde de jubilosa interpretación. Sólo puedo desear que Rattle y su orquesta vuelvan en algún próximo año, quizás incluyendo la obra completa. La plenitud interpretativa se aprecia rara vez y uno sale entusiasmado del teatro; lo vivido en estos dos días me volvió con frecuencia a la mente y a las emociones y me alegró la vida. No es poco en estos tiempos.