La Scala en los tiempos del coronavirus: espléndida versión de concierto de Aida

Los amantes de la lírica deben estar agradecidos de que, pese a todo, el espectáculo continúe, aunque sea a trancas y barrancas. Porque resulta bastante chocante ser espectador de Aida en el coliseo milanés en versión de concierto y con el aforo reducido a un tercio de su capacidad.

 

Por Fernando Peregrín Gutierrez.

La covid 19 está dañando con cierta severidad al mundo de la lírica internacional. Un ejemplo claro lo tenemos en el Teatro allá Scala, el templo de la ópera italiana. La programación para el otoño de este año ha tenido que cambiarse a fondo debido a las restricciones por motivos de seguridad  impuestas por las autoridades sanitarias locales y nacionales. El aforo de los teatros de ópera se ha reducido drásticamente y las escenificaciones han sido sustituidas por versiones de concierto.

Los amantes de la lírica deben estar agradecidos de que, pese a todo, el espectáculo continúe, aunque sea a trancas y barrancas. Porque resulta bastante chocante ser espectador de Aida en el coliseo milanés en versión de concierto y con el aforo reducido a un tercio de su capacidad. Por muy buena que sea la versión de concierto, se pierde, en este caso, la espectacularidad de la histórica y  puesta en escena de Franco Zeffirelli (con escenografía imponente de Nicola Benois)—todo lo kitsch, grandiosa y exagerada que se considere, pero siempre con esquisto buen gusto—, hoy reemplazada por la más convencional, austera y controvertida producción de Ronconi y Pagano,  y la sensación de efervescencia y expectación propia de las grandes ocasiones y que se masca en el ambiente de una La Scala llena a rebosar, sobre todo en su ruidoso, conocedor y entusiasta paraíso.

Y era una noche que, en lo musical, tenía todas las características de un acontecimiento a la altura de la leyenda scaligera. Empezado por la versión elegida por el maestro Chailly, que fue la que tuvo como definitiva el compositor hasta agosto de 1871. La diferencia respecto de la versión del externo absoluto y que hoy día se interpreta en todos los teatros del mundo, está en el principio del tercer acto, en el que aparecía originalmente un coro propio de un savant (como dice el propio Verdi) a cuatro voces y al estilo de Palestrina, que antecedía al recitativo de “Aida” que lleva a su duetto con “Amonasro”, y faltaba la bella romanza de la esclava etíope “O ciel azzurri”, de claro estilo del exotismo musical de la época.

Si bien es cierto que el coro a cuatro voces permitió oír con claridad el gran equilibrio y la señalada calidad de las cuatro cuerdas del conjunto estable de La Scala, tengo para mí que la edición elegida por Chailly no pasará de una curiosidad interesante pero sin suficientes méritos para sustituir a la que se ha hecho ya clásica y habitual.

El reparto era de los mejores que se pueden reunir para esta ópera tan popular de Verdi. Empezando por la soprano madrileña Saioa Hernández, en un momento clara ascensión vocal y artística, que se encuentra en la consolidación del brillo de una gran estrella de la lírica. Su registro, más que notablemente homogéneo, es equilibrado en toda su extensión y es difícil inclinarse por los agudos carnosos y plateados o por los graves rotundos y llenos de armónicos, emitidos sul fiato y conservando todo su timbre y redondez. Esta característica propia de las grandes cantantes, le permite colorear con la voz y con asombrosa riqueza de colores hacer evidentes todas las emociones y los claroscuros de los personajes que interpreta, como pudimos comprobar en su extraordinaria “Aida”.

A su lado, la mezzosoprano georgiana Anita Rachvelishvili no desmereció ni un ápice de la protagonista en su rol de “Amneris”. Tanto ella como Saioa Hernández saben la sutil diferencia entre el canto dramático y el de forza. Un momento de fulgores verdianos que tan difíciles son de oír en estos tiempos sucedió durante su gran escena del inicio del IV acto (“La aborrita rivale”), en la cual la mezzosoprano georgiana desplegó toda la riqueza de su canto para dar carne y sangre a la celosa hija del rey. Empero el momento mejor, el de mayor gloria y esplendor fue su gran dúo con “Aida” , el cual pareció una competencia (muy conjuntada a la vez) de la esencia misma de una de las cumbres del melodrama verdiano.

Al lado de estas dos grandes damas verdianas, el resto del reparto palideció un tanto, aunque siempre a un alto nivel que se hizo patente en todos los conjuntos de los solistas en los que interviene también el extraordinario coro (“Alta cagion v’aduna”, “Su! Del Nilo”…”Gloria all’Eggito”) y en los finales de actos cantados al unísono en los que destacaban por potencia y brillantez las voces de “Aida” y “Amneris”.

De los roles masculinos, destacó el de “Ramfis”, interpretado con voz potente, oscura, autoritaria y noble por el bajo cantante coreano Jongin Park. A su lado, el bajo-cantante Roberto Tagiavini fue un “Rey” menos imponente. Su voz es de un color bello, aunque tal vez demasiado juvenil para este personaje, que requiere de graves oscuros y resonates, cosa que sí exhibió en mayor medida Jongin Park.

El tenor lírico con pequeñas gotas de spinto, Francesco Meli se ha convertido en el tenor de moda en La Scala y favorito de Chailly y su “Radamés” fue notable pese a las limitaciones de su voz y de su técnica. Se siente en terreno seguro y de lucimiento en los agudos bien emitidos en forte y fortissimo, aunque sin notorias y deseables resonancias de testa. Cuando tiene que apianar notas agudas, recurre con frecuencia al falsete.

Amartuvshin Enkhbat, barítono mongol que se prodiga últimamente en Italia, y que sustituyó al inicialmente previsto Luca Salsi, otro habitual de Chailly, cumplió como “Amonsro”. Es a veces algo tosco y canta, como está de moda, casi siempre en forte . Su registro grave es endeble y no supo dar réplica adecuada en el duetto padre-hija con “Aida”, otro de los ejemplos de dúos entre genitore e figlia en los que Verdi era un maestro.

Estupendo el resto del reparto vocal, sobresaliendo Chiara Isotton como “Sacerdotisa”.

Quizá la única ventaja de las óperas en versión de concierto sea que los cantantes están delante de la orquesta. Y que, desde el punto de un oído analítico, se aprecia más la calidad de todos los solistas y la conjunción y equilibrio de planos sonoros de todas las secciones de la orquesta.

En ese caso, la Orquesta de la Scala tal vez sea la mejor del mundo para el repertorio melodramático italiano, en el que se muestra mucho más convincente que cuando interpreta repertorio sinfónico. Empero, con todos los problemas técnicos que debe afrontar el maestro para el equilibrio sonoro entre escena y foso, la experiencia sonora se acerca más a oír una estupenda grabación en un gran equipo doméstico de Hi Fi de audiófilos (High End).

Riccardo Chailly se mostró como el gran verdiano de sus primeros años. Sabe que para Verdi, la música de ópera es diferente de la sinfónica.  Así, los pasajes instrumentales y los numerosos conjuntos de solistas, coro y orquesta resultaron insuperables. Una verdadera fiesta del sonido del más puro estilo verdiano.

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