De la mano de Mauricio Wainrot y dando inicio a una nueva temporada en el Teatro Colón, los cuerpos Estables se lucen en esta propuesta ante la monumental obra de Carl Orff.
Por Leila M. Recchi
Carmina Burana (canciones profanas). Coreografía sobre la cantata escénica de Carl Orff. COREOGRAFÍA, LIBRETO Y PUESTA EN ESCENA: Mauricio Wainrot. MÚSICA: Carl Orff. INTÉRPRETES: Ballet Estable del Teatro Colón, DIRECTOR: Mario Galizzi. DIRECCIÓN MUSICAL: Carlos Calleja / Sebastiano De Filippi. REPOSITORES COREOGRÁFICOS: Victoria Balanza / Alexis Mirenda. SOPRANO: Laura Pisani (12, 14, 17, 19, 22, 27) / Laura Rizzo (13, 16, 20, 23, 26). CONTRATENOR: Martín Oro (12, 14, 17, 19, 22, 27) / Fernando Ursino (13, 16, 20, 23, 26). BARÍTONO: Alfonso Mujica (12, 14, 17, 19, 22, 27) / Cristian Maldonado (13, 16, 20, 23, 26). Coro Estable del Teatro Colón, DIRECTOR: Miguel Martínez. Coro de Niños del Teatro Colón, DIRECTOR: Cesar Bustamante. Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. ESCENOGRAFÍA Y VESTUARIO: Carlos Gallardo DISEÑO DE ILUMINACIÓN: Eli Sirlin. ASISTENTE DE ILUMINACIÓN: Carolina Rabenstein. ASISTENTE TÉCNICA: Analía Morales. PRODUCCIÓN: Auditorio Nacional del SODRE (Uruguay). Funciones: 12, 13, 14, 16, 17, 19, 20, 22, 23, 26 y 27 de Marzo. Teatro Colón, 20hs (Domingo 17/03 17hs).
Hace 25 años en el Royal Ballet of Flander (Bélgica) se presentaba por primera vez la puesta de Mauricio Wainrot para Carmina Burana. Esta cantata, con la emblemática música de Carl Orff y producción del Auditorio Nacional del SODRE (Uruguay), reestrenó en el Teatro Colón este pasado Martes 12 de Marzo como inauguración de la Temporada 2024 del coliseo porteño y se mantendrá en escena con un total de 11 funciones hasta el Miércoles 27.
Carmina Burana (o cánticos del monasterio de Beuern) es una colección de cantos, poemas y textos de los siglos XII y XIII atribuidas a los monjes goliardos, cuyos manuscritos fueron encontrados en la Abadía de Benediktbeuern en Baviera, (Alemania) perteneciente a la Orden Benedictina.
La propuesta de Wairot se ordenará en cinco escenas: Fortuna imperatrix mundi, Primo vere, In taberna, Cour d’Amours y, nuevamente, Fortuna imperatrix mundi. Porque si hay algo constante desde la base musical en la obra de Orff es la idea de circularidad, la literal rueda de la fortuna que oímos en los primeros minutos, como representación de la vida misma. Como bien explica Wainrot, refiere a “la continua rotación de nuestras vidas y nuestras elecciones. La Fortuna no será nunca permanente, siempre fluye girando al unísono de los hechos que nos toca vivir, gozar y sufrir. El significado de Fortuna será el éxito o el fracaso, la salud o la enfermedad. Fortuna es sinónimo de suerte, dicha y de desdicha”.
Al sonar las primeras notas de la famosísima O Fortuna (que abre la cantata) es imposible evitar la piel de gallina: la entrada del coro y la orquesta es precisa e intensa, mientras que el despliegue del ballet presentará una corporalidad comprometida con la música. Si bien parecieran percibirse pequeñísimos (milimétricos) desfasajes, el conjunto cumplirá al entregar un muy buen comienzo que deja sin aliento al espectador. Tanto es así, que inicialmente el púbico aplaude, emocionado, en cada esbozo de silencio, incluso cuando la acción se sigue desarrollando.
Como apreciaremos también a lo largo de la jornada, la iluminación y el vestuario colaborarán con el estímulo visual, dando alternancia de claroscuros hasta pasar a Primo Vere. En sintonía, la escenografía será despojada pero efectiva. Un punto alto lo veremos ya posicionados en la segunda escena con Ecce Gratum, Floret Silva y Swaz hie gat umbe.
La tercer escena, In Taberna, está brillantemente abordada y agrupa muy bien todos los aspectos de esta puesta en términos visuales, físicos y musicales. La coreografía será representada muy logradamente por los bailarines, mientras que la musicalidad coral y vocal irán in crescendo para llegar al Cour d’Amours, donde habrá una breve pero muy buena participación del Coro de Niños del Teatro Colón. Será notorio en este momento de transición también el trabajo de la colorimetría, que pasa de la oscuridad a algo de calidez que emulará la pasión y el goce que emulan los textos.
La vuelta del O Fortuna para cerrar con Fortuna imperatrix mundi es igual pero diferente: la rueda gira y todo vuelve al punto de inicio pero con las características propias de un final que anímicamente produce, como la vida misma, altibajos. Metafóricamente hablando, podríamos decir que se trata de una bella melancolía en la que nos veremos sumergidos, aunque con la satisfacción de haber presenciado un gran espectáculo.
Es importante como siempre destacar el nivel de los cuerpos estables del Teatro Colón y sus responsables, profesionales de calidad y de vital importancia en la cultura local. Bajo el ala de Miguel Martínez, y cantando desde los palcos bajos, el Coro se escucha seguro constantemente (en especial, las voces masculinas), con una presencia que siempre está a la altura.
Lo mismo ocurre con el Coro de Niños con dirección de César Bustamante, que en sus pequeñas intervenciones sonará prolijo y conmovedor. Los solistas vocales (ubicados en los palcos) fueron los sobresalientes Laura Pisani (soprano, cuyo Dulcissime llegando al final del Cour d’amours es magnífico), Martín Oro (contratenor) y Alfonso Mujica (barítono), quienes también entregan una gran performance aunque, cabe mencionar, que en muy pequeños momentos se perdían las voces por detrás de la orquesta, lo que es una pena teniendo en cuenta los trabajados matices sonores que aportan a la pieza.
Por su parte, la Orquesta Filarmónica se suma a la seguridad y calidad ya mencionadas, con momentos brillantes en la percusión y los metales especialmente. La dirección musical de Carlos Calleja se aplaude, ya que logra juntar todas las piezas del rompecabezas satisfactoriamente.
El ballet dirigido por Mario Galizzi conmueve también en su interpretación de la coreografía de Wainrot. Volvemos a notar en muy sutiles instantes algunos desfasajes, sin embargo no afectan al desarrollo de la escena sino que por el contrario se complementan correctamente con la música y la vorágine que esta obra nos presenta en su totalidad.
Importante mención para los maestros ensayistas Natalia Saraceno, Vagram Ambartsoumian y Leonardo Cuestas, además de los repositores coreográficos Victoria Balanza y Alexis Mirenda. A lo largo de las jornadas, los destacados primeros bailarines son Federico Fernández y Juan Pablo Ledo, y los solistas Omar Urraspuro, Camila Bocca Ayelén Sánchez, Dalmiro Astesiano y Jiva Velázquez, acompañados por un increíble cuerpo de bailarines.
Es muy gratificante también la labor de Carlos Gallardo en la escenografía y vestuario, al igual que la iluminación de Eli Sirlin y la asistente Carolina Rabenstein. La colorimetría que resultará del trabajo conjunto de todas estas partes es muy lograda, y colaborará en la misión de graficar estos extremos circulares que nos ofrece la música.
No es redundante decir que el cerebro de esta producción es Mauricio Wainrot (coreógrafo, libreto y puesta de escena). Robert Denvers fue quien en 1997 le propuso realizar una coreografía a partir de la icónica y brillante cantata de Carl Orff. Si bien tuvo ciertos reparos al principio, accedió y el magnífico resultado continúa a la vista: imágenes compuestas por el movimiento en diálogo con la música (gran descripción que hace Laura Papa para el programa del Teatro Colón).
Puede parecer una obviedad, pero es muy importante mencionar la obra del compositor alemán como uno de los hitos musicales del siglo XX: Carmina Burana es la monumental obra cumbre de Carl Orff, y poder tenerla en el teatro lírico más importante del país es un lujo.
Brindamos porque este inicio de temporada sea una fiel muestra de lo que vendrá.