Hace seiscientos años un virus azotó con fuerza al mundo occidental. Una enfermedad tan mortal que en solo unos pocos años exterminó a la mitad de la población de Eurasia. La peste negra tuvo un tremendo impacto en la historia de occidente y la música, obviamente, no fue la excepción. El incipiente ámbito musical de esa época atestiguó algunos eventos más que extraños y, paradójicamente, germinó lo que hoy conocemos como música clásica.
Por Iván Gordin.
Estamos viviendo un momento histórico, una crisis global que amenaza con cambiar los cimientos de nuestra civilización. Muchos nos preguntamos cómo será el mundo después del COVID19, especialmente en lo que respecta al ámbito musical: ¿Seguirá habiendo conciertos y giras mundiales? ¿Cambiarán las prácticas compositivas? ¿Las grabaciones caseras reemplazarán a los grandes ensambles? A esta altura es difícil conocer las respuestas a estas interrogantes, pero tenemos un antecedente que nos puede ayudar a pensar.
La peste negra golpeó a Europa con más fuerza entre 1348 y 1350, cuando -se estima- mató a la mitad de su población. Debido a su rápido esparcimiento, el pánico se apoderó del continente. La medicina no estaba lo suficientemente avanzada para combatir a la enfermedad, y muchos creyeron que la ira de Dios había sido lanzada sobre la Tierra. La plaga causó una histeria masiva que no cesó, algo que Giovanni Boccaccio describe en la introducción de su libro de 1349, el Decamerón. Si bien esta obra es, en realidad, una ficción históricamente informada, su prolegómeno sirve como un relato histórico de las diversas reacciones ante la crisis. Algunos optaron por arrepentirse de sus pecados, otros por llevar amuletos; pero otros abandonaron la religión por completo para llevar vidas hedonistas. Fue así, entonces, que, en medio del apocalipsis, comenzaron a tener lugar tertulias y fiestas. Muchos creían que el fin estaba cerca y ya no les importaba conservar sus pertenencias, sus casas se convirtieron en propiedad común. Los asistentes podían entrar a cualquier casa y reclamarlas como suyas porque la gente ya no estaba preocupada por los derechos de propiedad.
Ante una calamidad repentina o la inevitabilidad de la muerte, la gente parece ansiosa de fiesta. Esto pasa ahora y ciertamente ocurría en la Europa medieval, donde algunos pocos privilegiados se entregaron a los aspectos más finos de la vida: vinos, cervezas, buena música y, por supuesto, fiestas estridentes. Estas personas sentían que la muerte era inevitable y, al final, todos intentaban evadirla lo mejor que podían. En el proceso, el orden social se destruyó por completo.
No obstante, mientras el orden social de Europa se derrumbaba, la forma musical florecía en nuevos territorios. Y dado este clima “festivo”, diversos compositores empezaron a explorar estructuras de danzas seculares como el virelai, balada y el rondeau. Estas obras eran parte de un movimiento hacia una música más compleja y que integraba cada vez más el tejido social secular de la vida europea, no solo la parte religiosa.
Sin embargo, al igual que sucede hoy en día, algunas personas abandonaron la sociedad y eligieron encerrarse por completo mientras la plaga se extendía a su alrededor. En sus cabañas aisladas, se distrajeron de la muerte y la destrucción con buen vino y música.
Uno de estos “sobrevivientes en cuarentena” fue el compositor Guillaume de Machaut, de Francia, quien experimentó con formas musicales seculares incluso antes de la plaga, escribiendo poemas y convirtiéndolos en texto. Una vez concluído el período de mayor mortandad, su estilo musical, basado en las formas de poesía en verso ya establecidas, ganó popularidad. En 1365, la balada se había convertido en una de las canciones seculares más populares. Y Machaut compuso muchas de ellas. Una de las más bellas proviene de su historia Le Livre dou Voir Dit, y se titula «Nes que on porroit».
Y ya que nos referimos a obras basadas en versos, cada día en la novela de Boccaccio, el Decamerón, termina con una canción interpretada por los personajes: generalmente es una ballata, la versión italiana del virelai francés. Otro sobreviviente de la era de la peste llamado Lorenzo da Firenze adaptó el texto de Boccaccio en forma de dos ballatas. Es el único compositor conocido que ha establecido estos textos. Una de las canciones es una ballata titulada «Non so qual i mi voglia».
El nihilismo y escepticismo que provocó esta tragedia mundial fue uno de los tantos factores que influyó a lo que después se conocería como el Renacimiento. La secularización y emancipación del arte es el sustrato en el cual se basa hoy en día una gran parte de la cultura occidental. Con sus diferencias históricas y contextuales, estas danzas y canciones se pueden escuchar actualmente en autores y latitudes disímiles. Para hacer una simplificación salvaje, podríamos decir que los boleros de Luis Miguel tienen sus orígenes en una plaga mortal medieval.
Si bien la peste fue espantosa, muchas personas encontraron formas de hacer que el paso del tiempo fuera más llevadero, incluso configurando el proceso compositivo de siglos posteriores. ¿Quién sabe? Quizás estos tiempos de Coronavirus definan el futuro de la música para siempre.