Los hermanos Erica y Herman Cornejo
“La palabra clave es ‘disciplina’, si hay una varita mágica es que te toque esa disciplina”
Los bailarines, oriundos de San Luis, iniciaron sus estudios en la Escuela Superior de Arte del Teatro Colón. Luego formaron parte del Ballet Argentino de Julio Bocca, y en 1998 se mudaron a la ciudad de Nueva York, donde integraron el cuerpo principal del prestigioso American Ballet Theatre. Allí Herman celebró su 20º aniversario en 2019 y Erica, luego de muchos años en la compañía, se retiró finalmente en el Ballet de Boston.
Aquí charlamos con ellos sobre sus inicios y cómo es que han logrado ambos carreras tan exitosas en el mundo de la danza.
Por Carolina Lázzaro/Luz Lassalle
Se suele decir que las bailarinas y bailarines clásicos que triunfan es porque están tocados por una varita. En el caso de ustedes, dos hermanos talentosos, exitosos, con carrera internacional ¿es casualidad, es una fórmula, es genético?
Herman Cornejo: Yo creo que con el talento se nace, pero hay que trabajar mucho. Para mí tuvo mucha importancia mi hermana, que fue la que me inculcó ese trabajo tan duro siempre, y todavía lo sigue haciendo. Entonces lo de la varita mágica es relativo. Sí, hace falta ese talento natural para llegar un poquito más lejos, pero lo que cuenta es el trabajo duro. Y esa fue la unión nuestra como hermanos, el apoyarnos para seguir fuertes hasta el final.
Érica Cornejo: Estoy completamente de acuerdo con lo que dice Herman. Nacés con un don, con algo especial; yo lo sentí desde pequeñita, no me preguntes por qué, simplemente lo sentía. Pero no sólo es tener el don, sino también la pasión, la disciplina. No nos quedamos con “puedo saltar, puedo girar”; siempre hemos sido bastantes fuertes técnicamente y no sentíamos la dificultad como capaz le pasa a otra gente, pero nunca nos conformamos con eso. Era poder transmitir lo más puro, el ser honesto en nuestra danza, no tratábamos de copiar a nadie, simplemente tratábamos de ser, pero siempre con esa disciplina, ese amor y ese cuidado que lleva todo, para que se vea fluido y con un sentido.
H: Creo que esa es la palabra clave: “disciplina”, si hay una varita mágica es que te toque con esa disciplina.
E: Podés nacer con mucho talento, pero a veces pasan cosas, y depende también qué tan fuerte mentalmente seas, porque es una carrera dura. Pueden pasar cosas que te tiren abajo, y la gente abandona… Pero tanto mi hermano como yo sabíamos perfectamente lo que queríamos, y fuimos buscando el camino; teníamos esa claridad y esa fuerza interna.
Sabemos que cuando hay un niño o niña bailarina, la familia se aboca a apoyar este estudio tan intenso, con tantos horarios, entrenamientos y sacrificios, ¿qué pasa cuando hay dos niños en la familia? ¿Ustedes tienen más hermanos?
H: Somos nosotros dos, nada más. Creo que para nuestros padres fue espectacular que estuviéramos en la misma, y encima juntos. Era como tener la vista en un solo lugar.
E: Yo creo que es más fácil ¿no? Porque éramos los dos apasionados, los dos teníamos muchas oportunidades, y para nuestros padres, sólo era seguirnos.
H: Creo que la única dificultad que podría presentarse a un padre es que uno de los dos no triunfara. Entonces tendría la preocupación de cómo atajar la situación. Pero por suerte, y a Dios gracias, con Eri fuimos siempre más o menos por el mismo camino. Incluso en el ABT cuando éramos solistas, bailábamos juntos algunos roles. El director Kevin McKenzie tuvo una buena visión para hacernos bailar juntos en roles que no fueran de pareja.
H: Yo lo que siempre tengo presente es lo divertido que era. ¡Nosotros la pasábamos bomba! (risas). Los dos éramos muy iguales en nuestra forma de bailar. Siempre teníamos muy activo el ataque, en la música, y trabajábamos fuerte para coordinar. Era espontáneo, porque a veces pasaban cosas que no estaban planificadas o fallaba la música, y nosotros nos leíamos la mente. Hacíamos lo mismo. Era increíble.
¿Y cómo es su historia? ¿Empezás vos Erica, tomando clases en San Luis?
E: No; nosotros nacimos en San Luis, pero de bien chiquititos nos mudamos a Buenos Aires. Empecé a los cuatro años en José C Paz, en una escuelita pequeñita. ¡Con mi primera maestra todavía seguimos hablando! Sonia Laporte. Empecé con ella, pero después de un par de años, ella me veía el talento que tenía entonces les decía a mis papás: “La tienen que llevar al centro, para que se siga perfeccionando”, y ella misma nos dio los nombres de Mercedes Serrano y Wasil Tupin. Y ahí es cuando Herman empezó ballet conmigo ¡Qué lindo! (se ríen).
¿Cómo fue eso? ¡Cuéntenlo!
E: Herman contá vos
H: Yo había empezado con patín artístico a los seis años, por decisión propia. Después con mi mamá íbamos a buscar a mi hermana todas las tardes al estudio de Wasil Tupin, y a mí me encantaba verla ahí en el salón, con todos los alumnos, el piano, la música. Y recuerdo que me colgaba en la ventana, veía los pasos y me iba al pasillo a hacerlos solo. Y se ve que Wasil Tupin me vio a través de la puerta y un día me llamó a su despacho, me puso un caramelo de miel en la mesa y me dijo: “Si querés el caramelo tenés que venir mañana a la clase” y yo agarré el caramelito, así que me tocó volver a la clase el día siguiente (risas).
Así arrancaron entonces… ¿Cómo fue la educación que siguió? ¿Los dos pasaron por el Colón?
E: Sí, aunque yo no llegué a terminar el último año del Colón (Instituto Superior de Arte del Teatro Colón) porque Julio Bocca había hecho una audición; estaba rearmando de vuelta el Ballet Argentino con bailarines jóvenes. Yo todavía no tenía 16, pero bueno, me permitieron audicionar y me tomaron. Entonces en el Colón expresamos la situación y me dijeron: “Tenés que terminar; si no, no te damos el diploma”. Pero el estar en Julio Bocca requería varias horas, o sea fue la decisión que tuve que tomar. Dije: “Bueno, muchas gracias por toda la enseñanza”, porque de todos los maestros que tuve en el Colón aprendí cantidad de cosas, me abrieron la mente en diferentes formas y fue una enseñanza increíble. Pero yo sabía que no quería perder esa oportunidad, y aposté por quedarme en el grupo de Julio.
H: En el Colón estábamos a dos años de diferencia. No compartíamos clases, pero sí algunas de las giras cuando se empezaron a hacer funciones por las provincias, llevaban un grupito, sobre todo bajo la dirección de Raúl Candal, cuando él fue director del Instituto. Esos son de los recuerdos más lindos que yo tengo de mi infancia, todos los años del Teatro Colón; hoy en día sigo insistiendo que el Instituto debería volver a estar donde la compañía, porque da a los bailarines una visión mucho más amplia de lo que es esta carrera.
¿A qué te referís estar donde la compañía?
H: Estar en el mismo edificio. Compartir los pasillos, poder pasar por los salones y verlos entrenar, es algo que no se le puede prohibir al alumno, porque es el incentivo y es la visión de adónde querés llegar. Para mí esos años en el Colón fueron mágicos porque estábamos todos en la misma institución. Vi pasar a Maxi (Guerra), a Julio (Bocca), a Paloma (Herrera), y uno quiere ser eso.
Y bueno, parecido a lo de mi hermana, yo no llegué a terminar el cuarto año. Entré a la compañía de Julio con catorce años y también, fue la misma decisión. Un diploma no te da la carrera, la experiencia en el escenario te la da. Además, para mí fue más fácil aún decidirme, porque Érica ya estaba en lo de Julio y siempre nos gustó estar juntos, así que dije: “Si mi hermana está, yo voy” (se ríen).
O sea, compartieron Ballet Argentino y luego también se fueron juntos a EEUU ¿Fue así?
H: Sí, siempre juntos.
E: Imaginate, ir a EE.UU. era “Si vamos, ¡vamos todos!” (risas).
Me acuerdo de que el ABT fue al Teatro Colón a bailar y me encantó; fue algo energético, la forma de bailar, los bailarines… y se me metió en la cabeza audicionar ahí. A través de Julio, que era principal en ese momento del American Ballet Theatre, justo dio la casualidad de que había un evento en el Metropolitan y fuimos a bailar ahí, en el ´98. Yo tenía 19. No sé exactamente el motivo, pero iba a estar Menem, que era el presidente en ese momento, y Bill Clinton. Un evento de los dos países, no sé exactamente qué, pero celebraban algo.
H: Sí, un evento cultural. En la unión política pusieron la cultura (risas). Después no apoyan la cultura, pero para mostrarse, la danza siempre viene bien.
E: En ese evento se dio la oportunidad para que bailáramos un tango. Ana María Stekelman nos preparó y fue así como fuimos a EEUU, para bailar en ese evento. Habíamos pedido permiso a Kevin McKenzie, el director de ABT para tomar una clase. Y después de la clase nos llevó a la oficina y nos ofreció Studio Company que es la compañía más pequeña que ellos tienen. Y ya no nos regresamos.
¿Se quedaron solos o se fueron en familia?
E: Mi mamá fue la que se quedó con nosotros un periodo, hasta establecernos.
¿Y hasta cuando estuvo con ustedes?
H: Estuvo un año. Tenía una visa de turista por seis meses, después pidió una extensión por seis meses más, y al año se tuvo que volver. Y ahí fue que mi papá aplicó para su traslado – él es militar- a Washington D.C. entonces ellos pudieron venir por otros dos años. De ahí se volvieron a la Argentina hasta que mi hermana quedó embarazada y le dijo a mi mamá que necesitaba su ayuda, y le tramitamos la Green Card, así que hace ocho años ya vive acá en Estados Unidos con nosotros
Hicieron prácticamente toda su carrera juntos ¿Cómo fue la separación?
E: En esa época mi esposo -que todavía no era mi esposo- también estaba en el ABT, era solista; y con él, con Herman, teníamos un grupito de latinos que siempre estábamos juntos, salíamos. Y cuando llevábamos un par de años de novios a Carlos le salió la oportunidad de ser principal en el Boston Ballet, y obviamente, luchás tanto por lo que querés, que nunca hubiera dicho “si él se va yo me tengo que ir, o él se tiene que quedar”. No. “Andá, bailá, y después vemos cómo nos juntamos”. Cada uno en su momento buscó lo que quería. Mientras estuvimos separados nos casamos, y seguimos un año más a la distancia.
En esa transición, mientras estuvimos yendo y viniendo de Boston a New York, Mikko Nissinen que es el director del Boston Ballet siempre me ofrecía darme un contrato de principal, porque yo tomaba clases con ellos y a él le encantaba como bailaba. Pero yo sentía que todavía en el ABT tenía que cerrar algo. Había nuevas oportunidades, cosas que no había hecho, y pensaba “tengo que sacarle el jugo a esto”. Hasta que sentí que era el momento de hacer la transición. Fue duro dejar el ABT porque fue mi primera compañía, me vio crecer. Y dejar a mi hermano ¡que nunca lo había dejado! Pero de todas maneras, era la felicidad de que cada uno iba a hacer lo que le gustaba, en el lugar que fuese.
Estando en compañías diferentes, ¿los han invitado a bailar juntos?
H: Sí. Y eso fue lo lindo de esta separación, que dejó ver que nosotros también nos elegimos para bailar. Que no era sólo porque estábamos juntos. Hemos hecho muchísimas galas. Y una de las más emotivas para nosotros fue ir a bailar al Teatro Colón, en una de las galas internacionales. Estaba Lidia Segni como directora. Estaba Malakhov, Sergio Neglia, un montón de gente del extranjero
E: Fue bárbaro volver al Colón después de tantos años, ver a todos los compañeros, ¡a la gente que me cambiaba! Porque yo me acuerdo cuando era chiquita que hacíamos las funciones con la compañía principal; las celadoras que nos cuidaban, ¡todas estaban ahí!
Ambos tienen hijos, Érica con un hijo de ocho años y Herman que ha sido padre hace poco. ¿Pueden contar cómo es la maternidad /paternidad para una persona que se dedica a la danza?
E: Yo sentía que ya estaba lista y lo planeamos con mi marido. Mi embarazo fue lo más maravilloso que pudo haber en este mundo, nunca me enfermé. Estaba con más energía y más radiante. Disfruté mucho del periodo de embarazo, de tener la barriga, una sensación tan bonita. Llegué a bailar hasta los cinco meses embarazada. Pero sí seguí enseñando un montón, fue de mis primeras oportunidades de enseñar realmente.
Acá en EE.UU. cuando vos quedás embarazada las compañías de ballet ya no te pagan el sueldo completo, te pagan un porcentaje. Si llevás más de cinco años, tenés más beneficios. Por eso las bailarinas planifican bien sus embarazos. En mi caso, como el Boston Ballet tiene summer program yo pude seguir trabajando.
Y cuando mi hijo nació, como dicen, te cambia la vida y las prioridades. Pero a los cuatro meses de haberlo tenido ya estaba bailando Cascanueces (risas). Me reintegré bien, estaba muy calma mentalmente, no sentía presión. Mi cuerpo ya estaba bien; hice mis ejercicios, para para ponerme fuerte.
Fue bastante difícil por momentos, porque siempre que me tocaba bailar me gustaba estar tranquila, sola, concentrada, escuchando música, en mi burbuja. Pero cuando tenés un niño ¡ya no es una burbuja! A veces mi marido tenía que trabajar y no tenía a alguien que me lo cuidara, entonces me lo llevaba al teatro. Y él sentado en mi falda mientras yo me maquillaba, y me sacaba las pinturas.
Mi mentalidad tuvo que cambiar, porque yo era muy disciplinada, pero mi bebé quería estar todo el tiempo conmigo, ¿y yo cómo precalentaba? Con mi bebé cargado en brazos hacía plié, lo dejaba en el piso y hacía penché y lo miraba y le daba besitos (risas) y lo hacía dormir un poquito para poder salir a la función. Mis compañeras me decían “No te preocupes, ponelo en el chango, ya está dormido, anda a bailar”, y yo ya estaba lista ahí en la pata para salir. En ese momento era confiar en mi técnica, confiar en mí, no estresarme, sentía que todo el trabajo que había hecho antes me hacía sentir tan fuerte que no tenía que preocuparme, era relajarme, respirar, y disfrutar como siempre lo hacía.
H: En mi caso fue bien diferente. Mi bebé llegó en enero de 2020 cuando recién se estaban empezando a conocer las noticias sobre la pandemia. Se empezaban a cancelar los ensayos, las funciones, y la gente se tenía que quedar en su casa. Lo bueno es que tuve la oportunidad de ver crecer a mi hijo todo su primer año, y fue muy lindo. Es cierto que la experiencia entre un varón y una mujer es distinta, porque esto que le pasó a Érica, de tener que planificar el embarazo -porque para la mujer es más difícil, a mí no me pasó. Y aunque las mujeres van consiguiendo más derechos, y la cosa está empezando a cambiar, también puede cambiar para los varones. Nosotros también queremos pasar tiempo con nuestros hijos.
Yo en un momento me empecé a deprimir, al no tener función, no tener un proyecto… A mí lo que me motiva es el escenario. En agosto ya había desarmado todo el gimnasio que había armado aquí en mi departamento… Érica fue la que me dio fuerzas para seguir adelante. Ella me ayudó a mantenerme en forma.
E: Es que nosotros estábamos con nuestros alumnos, e intentábamos por todos los medios que no se desmotivaran, les decíamos que esto ya iba a pasar, que había que seguir entrenando, que tenían que estar preparados para cuando la cuarentena termine… Pudimos sostener a todo el alumnado con las clases por Zoom.
Ya que mencionás tu escuela, queríamos saber cómo surgió el proyecto INTEGRARTE, y en qué andan actualmente.
E: Fue en 2016. Con mi marido pasamos por una iglesia, de esas antiguas, con ventanales, vidrios de colores, y vimos ese espacio enorme, con ese piso, y no pude otra cosa que imaginarme un gran salón de danza. Por suerte mi marido es de esos que cuando se le ocurre algo enseguida va y busca y pregunta. Hablamos con los dueños, y empezamos a rentar el salón. Invertimos en un piso flotante, y así arrancó el proyecto.
Siempre digo que hay que soñar, porque lo que yo soñaba era tener el espacio de la mañana a la noche todos los días. Empezamos rentando algunas noches, un par de veces a la semana. Y tanto lo deseé que un día vinieron los de la iglesia a decirnos que las personas que alquilaban durante el día se iban porque habían conseguido un edificio propio. Así que desde ese momento tuvimos todo el espacio para nosotros. Fuimos sumando clases y convocamos a otros maestros. Empezamos a dar yoga, danza barroca, clases para adultos, para niños, y pre profesionales (que es para chicos que se están preparando para audicionar en compañías). Y también hacemos muestras. Como el escenario era muy chiquito, armamos una especie de caja negra en el lado opuesto, con un ciclorama, patas, todo bien completo. Y donde era el escenario original armamos la silletería. Las muestras son abiertas a la comunidad, la gente colabora con lo que quiere
Se llama INTEGRARTE porque justamente integramos a través del arte. A veces vienen personas que tienen timidez, vergüenza, y se van felices, liberados. Todo el que viene acá se va en paz.
H: Yo quisiera agregar que con este proyecto Érica y Carlos han logrado que la gente se profesionalice, y eso es algo que no es muy común acá. Ellos preparan bailarines con todo lo necesario, para que los alumnos dejen de ser alumnos, y que realmente se conviertan en artistas.
Herman, también estás con un proyecto novedoso. Contanos de qué se trata
H: Por suerte ahora tengo mucho tiempo libre. En el ABT todo va muy lento, hay mucha burocracia con todo esto de los protocolos. Solo tenemos clases y después quedamos libres todo el día. Así que puedo dedicarme full a esto. Todavía no está disponible, porque requiere de una gran compaginación entre programadores, artistas, directores de imágenes, cineastas, pero tenemos toda la intención de que esté listo para agosto.
Se trata de una plataforma para acceder a un teatro virtual, en donde la gente pueda entrar a los contenidos, visitar la sala, el hall, interactuar con los visitantes que se encuentren en el momento allí, como si estuvieran dentro del teatro. Como una realidad virtual.
Todo esto surgió a partir de la pandemia y que la gente se tuvo que quedar en sus casas. Creo que muchos van a seguir prefiriendo quedarse adentro, así que la idea es ofrecer a esta gente la oportunidad de visitar un teatro sin moverse.
Esta entrevista se publicó originalmente para nuestra revista Revista Música Clásica 3.0 del mes de julio 2021.