Kaufmann y el delirio del público argentino.

Imagen de Kaufmann y el delirio del público argentino.

Por Pablo A. Lucioni

Fotografías: Arnaldo Colombaroli (Teatro Colón) 

 Abono Verde, Teatro Colón, función del 14/8/2016.

 

 

Pasada una semana de haber cantado en el Colón por primera vez, llegó el tan ansiado recital de Jonas Kaufmann, donde llevó al paroxismo al público del Teatro. En un programa variado, que además incluyó varios bises, su demorado contacto con los espectadores argentinos terminó siendo estruendoso y muy emotivo.

 

Es que cuando el sábado anterior este gran tenor de la actualidad estuvo junto a Daniel Barenboim en el cierre del Festival de Música y Reflexión, el hecho de que sólo cantara dentro de programa el pequeño ciclo de lieder de Mahler, le había dejado gusto a poco a muchos. En un Colón que no estaba tan lleno como se podría haber imaginado, la función vespertina del domingo 14 tuvo un nutrido grupo en las secciones altas que ya desde su salida a escena recibió al tenor alemán con una efusiva ovación. El programa era variado, y de principio a fin, hubo gente decidida a aplaudir una a una, entre medio, las piezas de un mismo autor, lo cual hacía que otra parte el público chistara para recordar la costumbre que es esperar al final del grupo. Él, lejos de fastidiarse, cada vez que se producía este aparatoso fenómeno de disociación entre el público, se reía?

Al piano tuvo un muy buen acompañante en Helmut Deutsch, con quien trabaja regularmente, y con quien se ve que tiene un entendimiento cabal. Todo el programa fue una excelente y muy elaborada muestra de canción de cámara, donde Kaufmann hizo gala de varias de las cualidades que lo convierten en uno de los cantantes más exquisitos de la actualidad. Hubo algunos comentarios previos, a consecuencia del concierto con Barenboim, sobre cuál era la dimensión real de su voz. Y es una realidad que su caudal no era desbordante, pero porque lo escuchamos, en particular en este caso, en un programa claramentecamarístico, además trabajado desde una perspectiva intimista, que justamente permitía la creación de momentos delicados por el canto medido. Curiosamente él optó por tener el telón abierto, sin caja, lo cual acústicamente condiciona bastante, pero además volvía más despojada su presencia junto al piano en escena: más expuesta y directa.

Empezó con cuatro lieder variados de Schubert, que fueron cálidos e íntimos, mostrando un trabajo sutil y sensible con ellos. Luego siguió con cinco de Schumann, que también en alemán, tuvieron una impronta más firme, con otra presencia, marcando algo que se fue haciendo claro: cada autor y grupo de canciones tenía una textura, un enfoque particular, y eran perfectamente distinguibles entre sí.

Para terminar la primera parte hizo un grupo de chansons de Duparc que dieron lugar para confirmar el excelente dominio técnico y la sutileza de Deutsch en el piano, recreando la sutil y burbujeante atmósfera de L?invitation au voyage, con todas sus modulaciones y dinámicas. En francés el cantante también se desenvolvió con soltura y desde otra posición con respecto a los autores alemanes.

La segunda mitad del recital empezó con los Tres Sonetos de Petrarca, S.270 de Franz Liszt. Este pequeño ciclo, que Kaufmann cantó en muchos escenarios del mundo y que tiene grabado, lo mostró con un italiano de carácter casi nativo, muy expresivo, desplegando todo tipo de colores vocales, haciendo un par de portamentos en pianísimo, y exponiendo la soltura con la que se mueve en la mezza-voce. Resultaron antológicos por la calidad con que cantó los tres.

El último bloque fue con diversos lieder de Richard Strauss. Ya desde el principio con Heimliche Aufforderung mostró una propuesta con más carácter y despliegue vocal, y fue en una progresión que llevó a queCäcilie, una obra intensa e interpeladora, tomara una dimensión profundamente dramática y expansiva.

El programa fue una espléndida muestra de coherencia y buen gusto estilístico, más orientado a ofrecer un producto artístico refinado que a conquistar adeptos, y sin embargo: cuán bien conquista a quien lo escucha. La mayoría son obras que tiene muy trabajadas, que las cantó en los teatros más importantes, y que de hecho, entre sus dos presentaciones del Colón, cantó en Sao Paulo y Lima, pero no por eso las hace de oficio. Siempre se distingue además lo buen decidor que es, cuán substancioso es su uso del lenguaje, y el vuelo que adquiere la música cuando hay tanto soporte de una buena comunicación del sentido literario: todo sinérgicamente se carga de una trascendencia que pocos cantantes generan.

 

 

Tras una estruendosa ovación, aparte de un ramo de flores oficial del teatro, desde el público le dieron una rosa roja y un osito de peluche que sería testigo, sentado por él en el piano mirando al público, de la generosa tanda de bises que iba a hacer.

Los bises empezaron con La fleur que tu m`avais jetée de Carmen, donde utilizó improvisadamente la rosa que se le había dado y permitió apreciarlo en rol y emisión operísticos. La respuesta del público fue fervorosa, y se inició un ritual que se repetiría seis veces luego, con dos salidas, la segunda el pianista con partitura en mano para volver a cantar, y así totalizaron siete arias / canciones. Siguió Celeste Aida, en una buena versión, pero que terminó con unos agudos tirantes y algo calados en pianísimo. Luego vino una dramática y vibrante L?anima ho stanca de Adriana Lecouvreur, para pasar a la no muy conocidaOmbra di Nube de Licino Recife, que es un clásico para él. Lo siguiente fue el ya emblemático Nessun dorma de Turandot, donde el público tenue y espontáneamente lo acompañó haciendo el coro a boccachiusa, generando un momento bastante mágico. Tuvo unos problemas claros en los agudos finales, incluido sostener el último ?vincerà!?, que gracias a que el público estalló en una ovación no tuvo que mantener, e inclusive el pianista desistió de tocar los compases finales porque nadie parecía querer escucharlos. Siguió con una intensa y rica versión de la canzone Core 'ngrato, y completó su séptima obra fuera de programa con lo que es un clásico para sus finales: Dein ist mein ganzes Herz de Franz Lehár.

Fue una tarde muy emotiva, excelente en lo musical y estilístico para las obras que estaban en programa, generosa por la cantidad de bises, muchos de ellos muy buenos, y que dejó a toda la audiencia del teatro con la sensación de haber vivido una tarde especial, probablemente de esas que con el tiempo, y en el recuerdo, adquieren un carácter mítico.

 

© Pablo A. Lucioni

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