Por Pablo A. Lucioni
Fotografías: Liliana Morsia (Mozarteum Argentino)
Mozarteum Argentino, Teatro Colón, función del 18/4/2016.
Nuevamente para abrir una temporada el Mozarteum Argentino confió en la magia y calidad de la gran mezzosoprano norteamericana Joyce DiDonato. En su tercera visita a nuestro país volvió a cautivar a la audiencia, dando otra íntegra muestra de su distintiva jovialidad, sus dotes comunicativas con el público y su jerarquía como intérprete.
Se nota que DiDonato ya ha conquistado un núcleo de público fiel en Buenos Aires, y desde el arranque se percibe que la audiencia la acompaña, que no tiene que demostrarle nada a nadie. Pero más allá de eso, sus tres visitas al Colón, que daban tanto lugar a comparación entre ellas, siempre fueron de muy alto estándar musical, y aun las más exigentes expectativas parecen haber sido conformadas en todos los casos.
Empezó el recital sin preámbulo alguno con “De España vengo” de El niño judío. Como ella misma se ocupó de aclarar luego: no es española, pero al igual que en algunas declaraciones recientes suyas, aseguró que siente un gran afecto por la música de ese país. Realmente estuvo en estilo e idiomáticamente prácticamente inobjetable.
En recitales su ya emblemática voluntad comunicativa la muestra dicharachera, haciendo distintos comentarios en una simpática mezcla de italiano con entrecruce de palabras del español más alguna que otra precisión en inglés. Esta curiosa extravagancia, lejos de dificultar el entendimiento, pareciera universalizarla, llevando a que pocos se queden afuera de lo que dice, y a establecer un verdadero diálogo con el público y el momento presente, como ya había demostrado hace unos años, incorporando una falsa alarma de incendio del teatro a lo que cantaba.
Luego hizo el interesante pequeño ciclo de canciones Shéhérazade de Ravel. Estas obras, que no se escuchan demasiado, son de un lenguaje muy envolvente, muy propicias para la generación de climas más que para la bravura vocal, y en esto Joyce también dio muestras de desenvolverse bien, con una arrobadora interpretación de Asie por ejemplo, o mostrando una sutilísima expresión para componer actoralmente L'indifférent.
Le siguió la tan difícil “Bel raggio Lusinghier” de la Semiramide de Rossini, que según algunos comentarios suyos previos, parece que cantaba por primera vez en vivo, siendo que el rol recién lo va a estrenar en Munich el año próximo. Fue vocalmente radiante, e intensa, no sin alguna pequeña dificultad con el uso del aire en las muy exigentes repeticiones finales.
Tras el intervalo abrió con las tristes Tres tonadillas de Granados, para dar lugar a un exquisitamente melancólico y sensible “Lascia ch’io pianga” del Rinaldo.de Händel.Como al preguntarle al público si había estudiantes de canto en la sala recibió un rotundo sí de varios lugares, le dedicó lo que iba a cantar posteriormente a ellos: el aria “Caro mio ben” de Giordani, una pieza tradicional para el estudio vocal, y también dio el consejo de que siempre había que volver a los orígenes. Empezó tal como todos recordamos la obra, pero en un momento, el acompañamiento al piano del muy buen y plástico Craig Terry, tuvo un inesperado desliz de unas frases rápidas y sincopadas, extrañas. Joyce sutil pero claramente, como toda su gestualidad, lo miró sorprendida, como si hubiese sido una arbitrariedad de su compañero al teclado, y a partir de ahí, generaron un atractivo y osado diálogo sobre las tres arias antiguas del bloque, donde ambos mostraron una amplia soltura para variar estas piezas históricas en clave de jazz, siempre sobre la línea original de la harmonía de los temas. Le echó halagadoramente la culpa a Terry, quien hace dos años le propuso esta “crazy idea”, que también fue bien recibida por el público.
El programa cerró con una brillante versión de “Tanti affetti in tal momento” de La Donna del lago de Rossini, donde refrendó lo que a esta altura ya nadie duda, y es que DiDonato es una de las más grandes intérpretes de estas heroínas de su generación.El afecto y entusiasmo del público fue compensado por ella con tres bises, en los cuales inclusive se la pudo escuchar cantar en alemán un seductor y climático “Morgen!” de Strauss.
Algún obsesivo perfeccionista podría observarle algunos episodios mínimos con el aire en ciertas coloraturas o un par de difíciles notas sobreagudas levemente tirantes o no exactas de afinación; pero en ella, por lo que da, más que generar insatisfacción uno le termina agradeciendo la entrega y la apuesta.
En definitiva fue otra noche de pleno disfrute junto a esta gran artista que demuestra segundo a segundo que la rigurosidad no tiene por qué estar reñida con el disfrute; que es posible ser simpática, afable, dada al público, y estar en las más altas esferas de la interpretación y la expresividad con una concentración inquebrantable. Es indudable que todas las cualidades que en ella se conjugan se ven rara vez juntas, pero cuando uno las atestigua, es conquistado instantáneamente.
© Pablo A. Lucioni