Historias para no dormir: la siniestra vida de Carlo Gesualdo

¿Tu ídolo te decepcionó? ¿Te cuesta separar la obra del artista? Si les cuesta este dilema más que actual, aquí tienen un desafío superlativo. Esta es la historia de un músico espeluznante: asesino, brujo, sadomasoquista y… gran compositor.

Por Iván Gordin.

 

Si Igor Stravinsky se obsesiona con vos, y Werner Herzog y Bernardo Bertolucci hacen películas sobre tu figura, es porque seguramente tu vida no fue muy normal. Este el caso de Carlo Gesualdo, laudista y compositor del Renacimiento tardío, cuya producción estuvo centrada especialmente en madrigales polifónicos. ¿Pero por qué artistas tan disímiles le prestan atención a este compositor? Bueno, quizás tengan algo que ver los sádicos y violentos hechos que marcaron su vida. Ah, y eso incluye demonios y fantasmas.

Muchas veces pensamos la música clásica como un asunto bastante serio. En general, asociamos a sus grandes referentes como sirvientes de una corte europea, expertos en etiqueta y protocolo (vos no Mozart). Hombres cristianos que se desviven por el contrapunto y la armonía, no por el asesinato y el sadismo. Gesualdo, por otro lado, vivió una vida (y una muerte) que hasta al más perverso cineasta le costaría pensar (salvo que tu nombre sea Clive Barker). Príncipe y noble de una prominente familia aristocrática en el Reino de Nápoles, a los 20 años, Gesualdo se casó con su prima hermana de 24 años, la legendariamente atractiva Maria d’ Avalos, que ya tenía dos matrimonios previos. Se decía que la pareja había expirado en “exceso de felicidad conyugal”.

 

Una noche fatídica en octubre de 1590, Gesualdo la descubrió “en el acto” con el duque de Andria, Don Fabrizio Carafa (en ese momento llevaba puesto el camisón de seda de María). Gesualdo inmediatamente comenzó a masacrar a la pareja: les cortó las extremidades con su espada, mutiló sus órganos sexuales y perforó sus cráneos con las balas de su arma. Luego, supuestamente, asesinó al bebé que pudo haber sido (o no) hijo suyo o de Don Fabrizio al matarlo a golpes en el patio de su castillo. Qué agradable sujeto.

Inmune a la ley a fuerza de su noble estatus, las cosas no mejoraron mucho para el príncipe después de eso: casado nuevamente, sufrió ataques de depresión que solo podían ser aliviados por las golpizas regulares de un grupo de niños que se mantenían en su castillo para este expreso propósito. Enredado tanto en la Inquisición Española como en un juicio de brujería, atormentado por los hechizos y pociones de su antigua concubina rechazada, Gesualdo terminó sus días en un tumulto depresivo y se dice que fue golpeado hasta la muerte, a sus 47 años.

 

 

Armonías asesinas

Stravinsky y Schoenberg destacaban a Gesualdo como un profeta que inspiró innovaciones radicales en el siglo XX (en 1960 Stravinsky compuso Monumentum pro Gesualdo y reelaboró ??al menos una docena de sus madrigales). El italiano era un pionero en las formas canónicas complejas y rompió con estructuras contrapuntísticas, tonalidades y relaciones establecidas. Asimismo, fue audaz y salvajemente más allá de lo que cualquiera de sus colegas manieristas habían ido, incluso en el semillero musical comparativamente vanguardista de Ferrara, donde se mudó después de casarse. su segunda esposa (que debe haber sido una mujer valiente). «Su arte es infinito … y se mueve de una manera extraordinaria», comentó un asistente del Príncipe Alfonso II en la corte donde trabajaba Gesualdo.

Las progresiones armónicas de Gesualdo siguen siendo desconcertantemente viscerales. El periodista Alex Ross, del NY Times, explica esto fácilmente: “Para decirlo en términos modernos: si una pieza está en La menor, uno esperaría escuchar acordes relacionados como Re menor y Mi mayor, cuyas notas se superponen con la escala de La menor. Uno no esperaría, digamos, Do sostenido mayor, que es ajeno a la clave. Ese acorde suena desafiante al comienzo de una de las mejores obras de Gesualdo, el madrigal Moro, lasso, al mio duolo”.

Con métodos armónicos tan extremos para la época y una biografía más que cruenta, no es de extrañar la producción en masa de leyendas y mitos sobre maldiciones y melodías demoníacas. Es más, parece que la principal preocupación de los eruditos de la época no era tanto el cruel femicidio de su pareja, sino más bien los temidos e insidiosos tritonos que el compositor usaba para sus obras. Parece que al clero no le costó demasiado “cancelar” a Gesualdo, nosotros la tenemos más fácil: ya está muerto. Bah… eso dicen.

 

Esta nota se incluyó en la revista digital Música Clásica 3.0.

 

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