
Con Ruth Iniesta, Carlos Álvarez y Emilio Sagi
Fernando Peregrín Gutiérrez
12 de diciembre de 2020
Con esta obra se consagró definitivamente el maestro Sorozábal como compositor; en ella supo reflejar el ambiente del Madrid de la época del estreno, conjugando sabiamente los ritmos tradicionales del sainete, como el pasodoble, la mazurca o el chotis, con otros como el fox trot o la farruca, dándole un nuevo carácter y sentido, más cercano a la modernidad, e incluso a la opereta; el propio compositor había tratado de buscar nuevos medios e incluso, por ejemplo, dotar a los números musicales de cierto sentido bailable.
Una vez más el Teatro de la Zarzuela –como otros muchos coliseos a lo largo de los últimos tres decenios- acoge el espectacular montaje que allá por 1990 ideara Emilio Sagi, a quien se homenajea por sus 40 años de actividad, en torno a este sainete ampliado y magnificado que es La del manojo de rosas, una partitura muy inspirada, con unos planteamientos vocales e instrumentales de gran calidad y con un empleo de aires de moda de la época en la que tiene lugar a acción, 1934.
Todo funciona fluidamente, sincronizado y bien medido, con aire de comedia musical. Resultan especialmente brillantes los bailables (con el sello de Goyo Montero). Es ejemplo el chotis que enfrenta al aviador “Ricardo” y al mecánico “Joaquín”, con los viandantes repartidos en dos estratos sociales. Desde este punto de vista son bienvenidas las libertades escénicas, nada representativas ni de la época ni del lugar. El lujo que invade la escena nos aleja de la entraña casticista de una obra que, sin caer en lo casposo, pretendía reflejar, de manera no del todo original, una realidad social a través de un texto discutible, aunque lleno de felices hallazgos. El resultado es el que estamos acostumbrados a ver en las puestas en escena de Emilio Sagi: un espectáculo bonito, detallado y muy esclarecido.
Gerardo Trotti realiza una escenografía realista de notable belleza. La Plaza Delquevenga (según reza el libreto) se convierte en una calle, llena de activos transeúntes, vecinos, bicicletas … que dejan su papel de figurantes y encarnan personajes mudos a cuyas vidas asistimos. Se logra así un bonito, idealizado y poético fresco humano del Madrid de entonces.
El diseño y la confección del vestuario dan un colorido y una elegancia–tal vez excesiva para los obreros y otros personajes de las clases populares del Madrid de la década de 1930–que contribuye a el buen gusto general que caracteriza esta estupenda escenificación.
En la compañía de canto tuvimos una pareja protagonista de lujo: Ruth Iniesta como “Ascensión” y Carlos Álvarez como “Joaquín”. La soprano de Zaragoza es hoy más lírica que ligera. Su voz en más voluminosa y amplia que es sus inicios. Se acerca mucho a la “Ascensión” ideal tanto cuando canta que cuando habla con expresión y acentos muy propios de las madrileñas de aquellos años. Su romanza fue extraordinaria, así como sus dos dúos con “Joaquín” (especialmente el segundo, en forma de habanera).
Tiene además la ventaja de que sus experiencias iniciales en el teatro musical y sus buenas maneras de bailar, se adecúan perfectamente a este rol, uno de los más logrados de Sorozábal
Mas quizá el gran triunfador de la noche fue el barítono Carlos Álvarez, que recibió una gran ovación tras su gran romanza “Madrileña bonita”, interpretada con gran precisión y con una potencia vocal rara vez oída en el Teatro de la Zarzuela. Su presencia física su dicción y sus dotes de actor, le permiten una caracterización de su personaje que es muy difícil de superar. Su voz apenas está afectada por los años de profesión, excepto un tanto en las notas más agudas, en las que pierde un poco del bello y rotundo timbre que le es propio.
El resto del reparto no desmereció de los dos protagonistas. Destacó la pareja cómica Sylvia Parejo (“Clarita”), soprano ligera que canta con buena técnica y es una buena actriz, y David Pérez Bayona (“Capó”), tenor ligero de color a veces demasiado claro.
Más robusta y muy agradable la voz y la interpretación de Vicenç Esteve (“Ricardo”), el rival de “Joaquín” y joven y simpático aviador. Milagros Martín (Doña Mariana”), estuvo a la altura que necesita este rol menor. Ángel Ruíz interpretó el personaje de “Espasa” (nombre de una famosa enciclopedia española durante decenios) principalmente actoral, con pequeñas partes cantadas, utilizando un lenguaje lleno de palabras rocambolescas y disparatadas. Aunque su intervención fue una de las más aplaudidas, tuvo momentos de sobreactuación.
La orquesta, reducida para la ocasión en la que vivimos, a veintipocos elementos, sonó muy bien dirigida, sin batuta, con estilo, claridad y sensibilidad, con hechuras y expresión adecuada, por García Calvo. Gran y justo éxito final con especiales ovaciones para Ruth Iniesta y Carlos Álvarez.
Un ejemplo, en suma, de que la zarzuela cuando se ofrece en versiones de alta calidad es un género que merecería mayor atención en Europa, principalmente en Italia.