El músico canadiense percibía sus documentales de radio como obras de arte y composiciones, pero para esta ocasión vamos a tomar sus creaciones puramente instrumentales y más específicamente su cuarteto de cuerdas.
Por Pablo Viera Vignale.
Es de consenso general que Glenn Gould fue uno de los más brillantes pianistas del siglo XX así como un provocador pensador musical y un innovador en cuanto a técnicas de grabación.
Más allá de esto, curiosamente, el músico canadiense se consideraba principalmente un compositor por más que su catálogo de obras publicadas haya sido cercano a nulo. También es cierto que él percibía sus documentales de radio como obras de arte y composiciones pero para esta ocasión vamos a tomar sus creaciones puramente instrumentales y más específicamente su cuarteto de cuerdas.
Desde su infancia el pianista mostró precocidad, comenzando a escribir pequeñas piezas a los cinco años de edad y más adelante siendo adolescente uno de sus pasatiempos favoritos era el de improvisar imitando estilos de diversos compositores. A partir de esta etapa fue que comenzó a manifestar su deseo de dedicarse tiempo completo a la composición y es importante también mencionar que su abordaje interpretativo siempre lo realizó desde una perspectiva de colega creador y no de instrumentista. Lo cierto es que a lo largo de su carrera Gould sólo completaría una obra de grandes dimensiones, el mencionado Cuarteto de Cuerdas op 1.
Este trabajo le ocupó dos años de su vida, desde abril de 1953 a octubre de 1955 y más precisamente cuando tenía entre veinte y veintitrés años. Influenciado entre otros por Bach, Richard Strauss, Schoenberg y Webern, es el intento de integrar de manera coherente características específicas de sus estilos en una ambiciosa obra. En ella se puede apreciar el vasto conocimiento del contrapunto que Gould poseía a tan corta edad pero también revela la ausencia de dotes fundamentales que son vitales para ser un compositor de calidad.
Primero que nada, el canadiense no supo cómo fusionar exitosamente las divergentes características expresivas de los compositores de los cuales tomó inspiración. Esta manipulación desemboca en que la obra no sea un todo íntegro compatible y ocasiona que la narrativa musical carezca de claridad comunicativa. Por otra parte, Gould en ese momento de su vida no había integrado de manera uniforme, proporcional y definitiva las dosis de sus respectivas influencias a su voz propia. Esto genera una indeseable heterogeneidad en el ADN del cuarteto lo cual revela inmadurez en cuanto a su identidad como compositor.
En tercer lugar, hay un importante elemento de monotonía y linealidad en cuanto al manejo de la forma que evidentemente desestimula al oyente. A lo largo del desarrollo de la obra no encontramos ideas que contrastan adecuadamente entre sí de manera imprevisible para poder generar el elemento sorpresa en cada compás del cuarteto.
Habiendo escuchado su breve catálogo de obras publicadas puedo decir que Gould carecía de un aspecto esencial para ser un buen compositor. No poseía la suficiente facilidad en la manipulación de los tonos y consecuentemente sus obras son el resultado de una artificiosa construcción analítica y no de una fluida expresión proveniente de una habilidad intuitiva.
No sabremos si por negación, ignorancia o falta de autocrítica el canadiense atribuía su fracaso como compositor únicamente a la «ausencia de una voz personal”.
De mi parte me atrevo a especular que él sabía muy íntimamente que no poseía la materia prima para convertirse en el creador que añoraba ser y esta fue indudablemente una de las mayores frustraciones de su vida.