Entrevista a Gabriela Pucci, gran bailarina, coreógrafa y maestra de ballet, tres condiciones que rara vez se ven juntas. Integró el Ballet Estable del Teatro Colón, ganó el premio a la maestría artística del Concurso Internacional de Danzas del Bolshoi en 1977 (pocos años antes de la premiación a Julio Bocca) y fue coach de Maximiliano Guerra.
Por: Carolina Lázzaro/Luz Lassalle
Ph Carlos Villamayor
¿Cómo fueron tus comienzos con la danza?
Empecé con mi mamá. Ella estudiaba en la Escuela Nacional de Danzas, era compañera de Olga Ferri y de Norma Fontenla. Luego a ellas se fueron a la escuela del Colón y a mi mamá mis abuelos no la dejaron. Se recibió en el ´46 y empezó a dar clases en el living de casa. Cuando mi mamá me llevó al Colón a ver La bella durmiente del bosque le dije: “Yo voy a bailar ahí”. Ahí mi mamá habló con Norma (Fontenla) y Gloria (Kazda), me vieron y le dijeron que me presentara al Colón.
¿Cuándo entraste en la escuela del Colón?
A los 8 años. Aida Mastrazzi fue mi primera maestra. Pero siempre seguí haciendo clases en paralelo con mi mamá y los sábados iba a hacer clases con Gloria, en lo de Otto Weber.
¿Y en el Ballet?
En el 74 entré al Ballet con 15 años. Gané el concurso para estable, pero no me efectivizaron, siempre me tuvieron como contratada. A los 17 concursé para solista, porque ya estaba haciendo roles protagónicos. Lo gané, pero tampoco me lo dieron.
Hacían los concursos, pero daban los contratos a dedo. Pasé por todos los roles, desde el último hasta el primero, de todos los ballets. Pero siempre como contratada.
¿Qué te llevás de ese periodo?
Placer, a pesar de todo. Porque hay que separar las aguas. Yo en un momento estaba enojada con la Danza, pero la Danza no tiene la culpa. El problema es el entorno, y yo no tenía ganas de bancármelo. En un momento me empezaron a sacar de los roles que yo tenía. Un día me harté, agarré mis cosas y me fui. Ni pedí explicaciones. Yo era una persona que no me callaba la boca, y eso me jugó en contra.
Me dediqué a dar clases y criar a mis hijas. Y luego empecé a bailar de nuevo. Hice giras por la Argentina, con Alejandro Toto, Daniel Escobar, Mario Galizzi, de manera independiente. Bailé hasta los 40 años.
Contanos cómo surgió esta posibilidad de viajar al Concurso Internacional del Bolshoi
Alexander Plissetsky vino a la Argentina como maestro y coreógrafo. Montó Raymonda y Carmen. Nos daba muchas clases. A mí me cambió la cabeza, mi forma de bailar, mi forma de ver la danza, de trabajar la técnica. Y él habló con mi mamá -yo era menor de edad todavía,- y yo me animé porque iba a ir Olga Ferri, que iba como jurado.
Plissetsky me ensayaba en lo de Olga. Una semana antes Olga me dice que no viaja. Yo ya había comprado todo: los trajes, diez pares de zapatillas de puntas, tenía todas las coronas hechas ¡debíamos tanta plata! Mi mamá había vendido todo lo que tenía para comprar el bendito pasaje. La verdad es que yo no quería ir sola…pero qué iba a hacer
¿Qué repertorio llevaste?
Para la primera ronda la variación de Giselle y Quijote. Eran tres rondas. Allá la gente cuando le gusta aplaude, cuando no le gusta, abuchea. Cuando terminé de bailar me fui rapidísimo porque tenía muy poco tiempo para el cambio de vestuario. Y me fueron a buscar al camarín porque la gente seguía aplaudiendo. Yo estaba en pelotas (risas) y no puede salir. Así que cuando hice mi próxima entrada, la gente me vió y arrancó el
aplauso. Fue muy halagador.
¡Qué bien!
Sí…fui una de las favoritas de ese momento. La segunda ronda fue Corsario y la variación de Carmen. Me preguntaron si no traía otra variación, porque Maia (Plisétskaya) era la única que bailaba Carmen en el Bolshoi, y no me autorizaba a hacerla. Yo les dije que no traía nada más, y que si no, me iba. ¡Pero no por cocorita! Sino porque yo me quería rajar (risas). Hubo algún revuelo, y al final pude bailarla. Así pasé la segunda ronda.
Para la tercera ronda, Raymonda y Cisne Negro. Ya era con orquesta. Gané el Premio a la Maestría Artística, y me tuve que quedar unos días más para las funciones de cierre. ¿Y qué me dieron para bailar? ¡Carmen!
En esa función de cierre me vio Valery Kovtun. Y después en el ´78 cuando vinieron a la Argentina y Maia (Plisétskaya) se lesionó, me eligió para bailar con él.
¿El viaje te sirvió para capitalizarte desde lo artístico?
Aprendí desde lo humano hasta lo artístico, para mí fue un antes y un después. Pensá que en esa época no teníamos internet. Recién se estaban empezando a llegar las películas de ballet al cine. Pude ver de cerca gente que era IMPRESIONANTE.
¿Y acá tuviste algún reconocimiento por este premio recibido?
Felicitaciones sí, y me hicieron algunas notas. Pero cuando fui con mi mamá a ver al interventor del Teatro Colón, que en ese momento era Gallacher (comodoro Ernesto Miguel Gallacher “Administrador General” a cargo de la Dirección. NdE) trayendo el premio que considerábamos que era para todos, nos dijo: “Eso es una cosa personal suya, no tiene nada que ver con nosotros”. Así como nos sentamos, nos levantamos y nos fuimos.
Fuiste bailarina del primer Modern Jazz Ballet. Contanos cómo surgió eso
En el ´74 yo había entrado al Ballet del Teatro Colón junto con Rodolfo (Olguín). Y me convocaron para integrar el Moder Jazz Ballet. Ahí bailaba con Mario Galizzi. Estaban también Norma Binaghi, Casaretto, había unos cuantos del Colón. Había mucha base de clásico. Rodolfo y Noemí trajeron la danza Jazz al país. Hicimos funciones en la Luna Park, en el Globo, en la 9 de julio con Julio Bocca y Raquel (Rosseti).
Trabajamos un montón.
Hablanos de la pintura de Vacarezza, para la cual fuiste modelo
Hay una pintura en la rotonda, en homenaje a Norma Fontenla y José Neglia. Los brazos y las piernas son los míos. Vaccarezza lo pintó y yo fui su modelo. Horas y horas, agarrada de una silla en puntas, y después con el brazo así (lo muestra) y en arabesque. No sabés lo que fue.
Trabajaste con Maximiliano Guerra.
Yo ya lo conocía, porque habíamos compartido una gira a Paraguay años atrás. En el 2001 empecé como maestra en su compañía, Ballet del Mercosur. Luego fui codirectora de la compañía. Hicimos giras, por Europa y por la Argentina. Y fui también su coach personal. El ahora está en Washington (EEUU) como director de una escuela.
Tu lado pedagógico, que tenés tan desarrollado, ¿lo aprendiste de algún lado o fue una búsqueda personal?
En casa se daba clase durante todo el día. Y a la noche esa misma sala la usábamos de comedor. Entonces en la cena empezábamos a hablar de danza con mamá, yo me paraba, agarraba la barra, le mostraba los pasos que había aprendido, intentaba desmenuzar para entenderlos, los comentábamos; cómo es, por dónde pasa, para dónde va. Teníamos un ida y vuelta constante. Desde muy chica fui así. Hasta el día de hoy sigo descubriendo cosas. Cada vez me admiro más de cómo esta técnica es tan perfecta.
Hablanos de tu parte artística como coreógrafa
Poner coreografías es un ejercicio. Pensá que en el estudio hubo momentos que teníamos setecientas alumnas. Me la pasaba todo el día poniendo coreografías. Y tenían que ser variadas, para presentar en los espectáculos. A veces tenés que coreografiar cosas impuestas, con tal música, o sobre tal tema. Yo ponía muchas variaciones, las combinaciones de pasos. Después, podés hacer algo propio, que te salga, con alguna música que te inspire. Entonces ahí es al revés, se empieza con la idea
Recientemente estuviste dando clases al ballet estable del Teatro Colón, ¿quién te convocó?
Me llamó Mario (Galizzi). La verdad me sorprendió un montón, no lo esperaba. De algún modo me fui a despedir del Teatro, a cerrar ese ciclo. porque yo me había ido muy mal, fui a eso. No fui a buscar nada, ni pretendo que me llamen de nuevo, no quiero nada.
¿Cómo fue la experiencia?
Me dio mucha pena no ver la pasión, el desenfreno, la locura -porque tenés que tener un poco de locura para esto-. Falta entusiasmo, faltan ganas. No había una sonrisa, no hay diversión. Estamos en el mundo de las ocho/diez piruetas, ninguno hacía más de tres. Yo los entusiasmaba quería ver si alguno hacía más. Falta desafiarse. En mi época nos divertíamos un montón, no parábamos de practicar. Nos tenían que decir: “Por favor siéntense, quédense quietos”. Hacíamos competencias de piruetas, hacíamos levantadas.
Yo corrijo mucho, y se fueron a quejar por eso. Algunos me amaron y otros me odiaron. No tienen obligación de hacer la clase, viene el que quiere. Sólo los contratados hacen buena letra.
¿Qué pensás de la designación de Julio Bocca como director del Ballet?
Ojalá pueda hacer el cincuenta por ciento de lo que dijo que va a hacer. Que se pueda arreglar lo de la jubilación. Él está muy apoyado políticamente, así que puede ser que lo logre.
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