El 26 de junio de 1985, un Julio Bocca de apenas 18 años ganaba el primer premio en el V Concurso Internacional de Ballet de Moscú, el certamen de danza clásica más importante del mundo y un momento «mágico» con el que saltó a la fama y comenzó una carrera artística de reconocimiento mundial, según recuerda el protagonista en esta nota.
«Fue el sueño del pibe hecho realidad», se ríe con ganas el bailarín cuando evoca la sucesión de acontecimientos que comenzaron con su deseo de participar, desde el sur del mundo y casi sin recursos, del certamen más codiciado entre los artistas de todo el planeta.
En junio de 1985, Bocca era un bailarín muy joven y desconocido que había participado de un concurso internacional de ballet en Osaka, Japón, con suerte esquiva: «En la segunda ronda, me sacaron», recuerda a la agencia Telam, aunque destaca que había aprendido muchas cosas de esa experiencia: cómo funcionaban esos certámenes, la potencia de las grandes compañías que mandaban a sus bailarines acompañados por maestros y bien equipados, y la ambición de cada teatro del mundo por preparar a sus artistas para que ganaran.
Bocca tuvo más bien poco de todo eso, aunque supo elegir una compañera ideal: Raquel Rossetti, integrante del Ballet Estable del Teatro Colón, una artista con su carrera consolidada, que había regresado de bailar en Suiza y no necesitaba de ningún concurso internacional porque ya tenía una trayectoria en el teatro más importante de la Argentina: «Lo acompañé porque le tuve fe y confié en su talento, que le descubrí a sus 15 años cuando bailamos juntos por primera vez en un programa de televisión», recuerda la compañera de Bocca.
A esa pareja se sumó la maestra Gl oria Kazda, de la que Rossetti fue discípula mimada y que había formado a verdaderas leyendas de la danza nacional; Norma Fontenla y Silvia Bazilis, por mencionar solo dos de muy distintas generaciones.
También el coreógrafo Gustavo Mollajoli aceptó crear un dúo para ellos sobre música de Astor Piazzolla. Y poco más.
«Me dije a mí mismo que participar sería la única posibilidad de pisar el Bolshoi y, entonces, decidí ir», retoma Bocca y cuenta que, mientras el resto de los concursantes se entrenaban en sus horarios de trabajo y en sus teatros, él y Rossetti lo hacían al terminar una jornada laboral; mientras el resto viajaba con sus maestros, ellos iban solos, apenas despedidos en Ezeiza por sus familias y unos amigos; si el resto llevaba recursos para alojarse con comodidad, ellos cuidaban el dinero: «Pero bueno, son cosas que también hacen más excitante y más lindo todo lo que uno ama», dice Bocca.
La primera ronda del certamen fue el 20 de junio y Bocca y Rossetti presentaron un dúo que se volvería legendario en la carrera del máximo bailarín argentino: el Grand Pas de Deux de Don Quijote, que repitió cientos de veces, con el que se retiró ante más de trescientas mil personas que fueron a despedirlo a la avenida 9 de Julio en diciembre de 2007.
Solo que ese día de junio de 1985 las cosas no empezaron bien. «Elegimos Quijote porque nos sentíamos mejor preparados en esa pieza, por nuestro físico, por la energía que requiere y el estilo. Recuerdo que en la primera ronda, tuve un pequeño percance, no sé qué me pasó, además de los nervios, pero quedé en una posición extraña, parado sobre una pierna en un movimiento que, claro, no era el correcto», reconstruye Bocca y parece que vuelve a sentir la inquietud del momento.
El público, balletómano y riguroso, estalló en risas que quedaron registradas en un video casero que alguien tomó desde la platea y esas burlas aumentaron los nervios del muchacho argentino: «Entonces, Raquel, con una gran sonrisa luminosa y mientras seguíamos bailando, me mira y me dice, casi sin mover los labios: `La puta que te parió, calmate´. Fue como un cachetazo, me tenté y me permitió relajarme. De ahí en más, terminamos el pas de deux y fuimos ovacionados», dice entre carcajadas Bocca.
Lo que no dice es que esa ovación, la primera de otras muchas que recibirían en ese concurso, fue tan sostenida que tuvieron que salir muchas veces a saludar y a agradecer al mismo público que apenas unos minutos antes se reía de un error del chico sudamericano y ahora caía rendido ante su talento.
La segunda ronda fue el 23 de junio y los argentinos interpretaron un dúo de Corsario y A Buenos Aires, el tango con música de Piazzolla; y la final del 25 de junio, presentaron Cascanueces: «Lo habíamos ensayado menos porque no pensábamos que podíamos llegar a la final», reconoce ahora y recuerda algo maravilloso con lo que no contaban, que es que la final se bailaba con el acompañamiento de la orquesta en vivo y no con la cinta que ellos habían llegado.
«Era el sueño del pibe, bailar en el Bolshoi, una obra de Tchaikovsky y con el asesoramiento de Vladimir Vasiliev, que quiso conocernos y ayudarnos. ¡¡Era y es mi máximo ídolo!!», dice Bocca con el entusiasmo intacto.
«Y después ganamos», sintetiza lo que en realidad fue un acontecimiento nacional y mundial; nadie se explicaba de dónde había salido semejante artista dotado de una técnica impecable, con unas capacidades interpretativas superlativas y que no llegaba a los 20 años.
La recepción en la Argentina fue multitudinaria y decenas de miles de personas se congregaron para verlo en un escenario al aire libre montado en la unión de las avenidas 9 de Julio y del Libertador, donde entonces no bajaba la autopista Illia.
Nunca en el país un espectáculo de ballet había congregado semejante multitud, y no sería la única.
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Un reto oportuno en medio del escenario y la compañera que Bocca necesitaba
La memoria de Raquel Rossetti, maestra de ballet y compañera de Julio Bocca en junio de 1985, sobre los acontecimientos que vivió en Moscú es pródiga en detalles y, cuando recupera cada una de las cuatro variaciones que presentaron, su relato tiene la potencia de reconstruir aquel pasado: «Recuerdo cada una de las rondas tal cual las viví», dice a Télam.
A comienzos de los años 80, Rossetti estaba de regreso en la Argentina luego de desempeñarse como solista en el Ballet de la Ópera de Ginebra, cuando le presentaron a un adolescente prometedor: «Descubrí su talento cuando él tenía 15 años y bailamos juntos por primera vez en un programa de televisión», recuerda.
Por eso, cuando un Bocca de 18 años le pidió que lo acompañara a Moscú, ella, a la que le sobraban motivos para negarse, dijo que sí: «No dudé ni un minuto ya que se trataba nada menos que de participar en el más importante concurso de ballet en el mundo y bailar en ese legendario escenario del Bolshoi. ¡Era como un sueño y todo un desafío!», dice Rossetti y la pasión que la caracterizó sobre el escenario se apodera de sus palabras.
La legendaria maestra Gloria Kazda trabajó con la pareja durante tres meses, en ratos robados al descanso: «Y allí fuimos solos, con la valija cargada de esperanzas y el sueño por cumplirse», rememora.
Raquel Rossetti no se olvida del «percance» de la primera ronda y lo cuenta con la gracia intacta: «A poco de haber empezado el pas de deux, Julio cometió un error movido por los nervios y casi me manda el piso de narices. Hice un esfuerzo para no bajarme de las puntas por nada del mundo y le mandé una puteada de aquellas: `La puta que te parió, tranquilizate´, le dije y esa reacción provocó en él un oportuno sacudón que nos llevó felizmente a terminar las variaciones y la coda como lo esperábamos», dice con divertida formalidad.
La maestra y bailarina también recuerda la última ronda, la definitiva, como un momento mágico: «Ese Cascanueces quedó muy grabado en mi mente y en mi corazón porque fue toda una sorpresa cuando nos dijeron que íbamos a bailar acompañados de la orquesta. ¡Inolvidable! Cuando se abrió el telón y salimos caminando de la última culis del escenario, vestidos de blanco, se produjo ese escalofrío que te recorre el cuerpo, te invade y entonces pensás: `¡Aquí estoy, amo lo que hago y no seré vencida!´ Es ahí cuando aparece la magia», comparte.
Cuando Julio Bocca habla de Raquel Rossetti, le reconoce la templanza, la solidez, la experiencia y la seguridad que fueron imprescindibles para él: «Raquel ganó un premio fuera de competencia a la mejor partenaire, que es una distinción que casi siempre se entrega a los varones. Para mí, que ella me acompañara, poder tenerla conmigo, fue algo mágico y fue también llegar a un lugar después de mucho esfuerzo, mucho esfuerzo», repite Bocca a Télam desde Uruguay.
De este lado del Río de La Plata, Rossetti recuerda aquella ceremonia de premiación en la que Bocca recibe la medalla de oro, agradece y se sienta. Pero tiene que volver a pararse, una, dos, tres… cinco veces porque los aplausos no paraban: «Varias veces me miró buscando esa complicidad, la alegría y el agradecimiento de haber logrado el sueño que se hizo realidad. Yo pienso que fui el soporte que él necesitaba por su corta edad, una compañera que tenía espíritu de guerrera, experiencia, coraje y mucha fe, y que valoró su talento artístico. Para mí, fue un placer bailar con un virtuoso de la danza, algo que ya se vislumbraba en ese entonces, pero también un luchador y un trabajador», concluye.
Fuente: telam.com.ar
Egurza Victoria