Por Pablo A. Lucioni
P.H: Arnaldo Colombaroli
Por cuarto año consecutivo, el invierno porteño tuvo su gran festival de música clásica. Como sabemos, y no sería casualidad, esto coincide con el verano europeo, lo cual permite que una orquesta que hoy en día tiene muchos músicos nacidos o que trabajan en Europa, pueda estar en gira unos diez días en Buenos Aires, poniendo a prueba un repertorio que luego harán en varias salas de concierto en distintos países.
El raid Barenboim de este año en Buenos Aires consistió en nueve conciertos, uno público al aire libre, seis dentro del Festival y dos para el Mozarteum Argentino. Tal vez por la no importante convocatoria, y una trascendencia que había sido en general modesta, esta vez no hubo eventos extra-musicales como en años anteriores. Así que la poco comprensible ambigüedad por la cual en las ediciones anteriores era alternativamente nombrado Festival de Música y Reflexión o Festival Barenboim, a partir de ahora cedió claramente a la variante personalista a secas del título.
La calidad media fue bastante alta, tal vez más homogénea que en ediciones anteriores, con una estructura similar, salvo lo extra-musical ahora ausente, con un programa que se podría considerar menos osado.
Todo empezó el sábado 29 de julio, pasado el mediodía, con un gran concierto gratuito en Plaza Vaticano que fue transmitido en directo. El particular dúo que en los últimos años vienen conformando con cierta regularidad Martha Argerich y Daniel Barenboim anticipó lo que después serían dos conciertos similares en el Colón, uno de ellos esa misma noche. Con una convocatoria multitudinaria, pero con las claras limitaciones que la música instrumental amplificada en esas condiciones impone, fue la antesala a los conciertos del 29 a la noche y el 30 a la tarde. Ya se ha hablado bastante del piano con su nombre, que parece no gustarle a nadie salvo a él, pero en buena medida puede que este sea un fiel transductor del espíritu pianístico del Barenboim de madurez. En sus visitas últimas viene conjugando siempre la faceta como pianista y aquella como director. Indudablemente el contrapunto con Argerich es un juego de contrastes. ¿Complementario? No necesariamente. Sus dúos funcionaron bien, aunque no fueron tampoco un modelo estilístico, con un programa Debussy que empezando por su particular arreglo de la Obertura de El Holandés Errante, llevó a un gran bloque de trabajos propios del compositor francés. No parece difícil intuir que la responsabilidad de esta elección haya sido de Martha, y lógicamente fue quien más se lució con las obras.
P.H: Arnaldo Colombaroli
Las siguientes fechas (martes 1 y miércoles 2) el programa fue con dos Ravel orquestales, las Tres Piezas para Orquesta de Berg, y lo que se suponía sería el gran concierto para solista de todo el festival, lo más destacado: el Concierto para Piano, Trompeta y Orquesta de Cuerdas No. 1 de Shostakovich. Esta interesante obra del compositor ruso, si bien es más que valiosa, indudablemente no tiene el poder convocante de otros conciertos del gran repertorio, y es una obra que Argerich aprecia y ha tocado bastante, inclusive en el 2005 en el Gran Rex. Fue una buena versión, acompañada con muy buen desempeño por el trompetista de la WEDO: Bassam Mussad, que por esas extrañezas de la orquesta o la organización, ni siquiera estaba consignado en el programa, ¿tal vez porque estaba a prueba? Porque ahora sí aparece confirmado para Lucerna, Salzburgo… Sonaron muy bien y arrobadores Le Tombeau de Couperin y Ma mère l'Oye, y las piezas para Orquesta de Berg tuvieron convicción y una sólida preparación de la West-Eastern DivanOrchestra.
El tercer programa del Festival fue el concierto de cámara, donde Barenboim padre junto a su hijo Michael y al muy buen chelista principal de la WEDO, Kian Soltani, hicieron tres tríos de Beethoven. Este año el conjunto funcionó mejor, notándose una más dedicada preparación de las obras en comparación a la sensación que había dejado en 2016. Fue nuevamente Soltani quien se destacara, el cual es indudablemente un chelista con unas condiciones notables, y que está llamado a poder hacer una gran carrera. Estuvo mejor preparado Daniel, llevando adelante la parte del piano desde su Barenboim, que cada vez quedan menos dudas que si para algo es bueno, no sería para hacer cámara. El que sí padeció varios segmentos de poca concentración, y/o hasta cansancio, fue Barenboim hijo, que tanto desde lo visual como en el entendimiento musical, estaba muy disociado de Soltani, con un sonido poco refinado, sin ángel, y al cual hasta se le podrían hacer observaciones técnicas. Como solista nunca ha rendido en particular en las distintas presentaciones que hasta ahora tuvo en Buenos Aires.
Por curiosidades de producción, o internas que nunca conoceremos, fue repetido en tres días consecutivos un concierto idéntico, una en el ciclo del Colón y dos para el Mozarteum Argentino. Afortunadamente tal vez este haya sido el plato más fuerte de todos los programas. La obra principal fue el poema sinfónico Don Quixote, Op.35 de Richard Strauss. Iba a tener que competir con un excelente recuerdo de esta misma obra, que hacía menos de un año había dejado un gran solista actual como Gautier Capuçon, en el concierto que dio dirigido por Kent Nagano para el Mozarteum. Kian Soltani aquí también demostró ser un chelista de primer nivel mundial, con una versión más clara, sumamente expresiva, sensible y de gran calidad instrumental, prestándole con las cuatro cuerdas elocuente sonoridad al Ingenioso Hidalgo de Cervantes. Una performance como esa, en una obra solista tan expuesta, hace hasta injustificado que el chelista, en la segunda parte vaya a ocupar una posición en la línea de la chelos, pero así ocurrió. En la voz de Sancho Panza, la viola de Miriam Manasherov fue muy eficaz también. La segunda parte de este programa fue una excelente versión de la Sinfonía No. 5 en Mi menor de Tchaikovsky, un compositor que Barenboimfrecuenta, y además conoce y concierta con igual lucidez que los clásicos del romanticismo alemán. Las dos obras de este concierto sonaron con un grado de articulación, una limpieza, un ajuste interno de las secciones instrumentales, con planos sonoros diversos, y por sobre todo una amplitud dinámica y una conciencia de intensidades tan perfecta de cada grupo de instrumentos, que como en años anteriores, llevaba a uno a creer que estaba en frente de una orquesta estable de una casa histórica de conciertos de Europa. Sin ir más lejos, el rendimiento de la WEDO haciendo este repertorio no es diferente al de la StaatskapelleBerlin, la gran orquesta que desde hace tiempo Barenboim moldeó según su concepción musical.
P.H: Liliana Morsia
Con mayor o menor énfasis en cada fecha del último programa, Barenboim hizo algo parecido a agradecer a Lahav Shani, el joven director israelí que apadrina, y que ofició como maestro preparador para los conciertos de Buenos Aires. Ya lo había presentado en la edición de 2015, y siendo que Daniel llega con una agenda apretada, muy poco antes del comienzo del Festival, no poco del ensamble, del sonido suntuoso, ordenado y sensible de lo que escuchamos este año, tal vez se deba al aporte de este maestro de veintiocho años, que con un trabajo mucho más de fondo, aunque claramente inspirado por la visión y los conceptos sonoros de Barenboim, sea quien construya las sólidas bases para la tan elaborada sonoridad orquestal con que se interpretaron estas obras. No hay forma de que en pocos ensayos de ajuste antes de las funciones se llegue a ese nivel sino, menos con una orquesta inestable.
En definitiva, pasó otro Festival, bueno, con todos conciertos de un nivel medio alto hacia arriba. Según se dejó trascender, por palabras del mismo Barenboim en que habla de programas hasta 2020, tendríamos asegurada actividad por varios años. En un contexto cultural, y de gestión de la cultura, tan inestable como el actual en Argentina, pensar con esos plazos parece casi utópico, pero se sabe que Daniel no está acostumbrado a ser contradicho ni por las personas ni por los hechos, así que tal vez su convicción y su influencia, puedan lograrlo.
© Pablo A. Lucioni