Por Pablo A. Lucioni
Mozarteum Argentino, Primer Ciclo (18/09/2017). Ph: Liliana Morsia.
Ya en sus visitas anteriores a Buenos Aires, este extraordinario violinista nacido en Taiwán había dado muestras de una capacidad musical pasmosa. Tiene una forma de desenvolverse, una soltura, y un temperamento, que uno asocia naturalmente a occidente, pero eso contrasta con aquello a lo que remiten su apellido y sus ojos rasgados. Tras lo que mostró con el Concierto de Britten en 2014, después con el de Sibelius en 2016 (ambos con la Filarmónica), en esta primera presentación en formato camarístico, y para el Mozarteum, ratificó contundentemente que es uno de los más grandes violinistas de su generación, y no teniendo todavía ni treinta años de edad, podría llegar a hacer historia.
La teórica brecha cultural, en el caso de Chen es menor que la imaginable, porque aunque nació en Taipei, a los cuatro meses pasó a una particular versión de orientalismo: la de vivir y formarse en Australia. ¿Tal vez por eso su entendimiento musical y estilístico sea tan abrumador y mágico como si fuera centroeuropeo?
El programa de los tres conciertos que realizarían en Argentina (incluido uno en San Juan) para el Mozarteum, tal vez no contaba con obras tan emblemáticas y taquilleras de puro lucimiento para un virtuoso, a excepción quizás de la última (las Csárdás de Monti). Pero en buena medida por esto, permitió disfrutar de un concierto no sólo de un violinista excepcional, sino también de un pianista que juega en su misma liga: Julio Elizalde. La claridad como valor substancial, la maestría técnica no como regodeo, sino como recurso para la expresión, son coincidencias de temperamento y aproximación de estos dos músicos, que en conjunto rinden de manera substancial.
La Sonata para violín y piano nº1, Op. 12 de Beethoven, es apenas el comienzo de la producción del compositor de Bohn para dúos de estos instrumentos. Con raíces mucho más en el clasicismo que posteriores creaciones suyas, no es tan frecuente escucharla en vivo. Entre otras virtudes, Chen tiene la objetividad de no pretender volver genial una obra que si bien es interesante, dista bastante de la elaboración y contenido del Beethoven más maduro. La sutileza, la artesanía en la articulación, un respeto pero al mismo tiempo una creencia rotunda en la obra, hacen brillar una pieza como esta. Esa es probablemente uno de las cualidades que lo distinguen: es capaz de iluminar y hacer atrapantes inclusive obras que usualmente no son de las más emotivas. Y lo logra no en base a imponerla, sino a darle un aire, una respiración y una entidad que la realza. En esta partitura el piano tiene una participación importante, y ya se puso en evidencia el entendimiento que tienen con Julio Elizalde, un artista del teclado con equivalente transparencia a Chen. Las distintas voces, la integración del contrapunto, entre ambos fue todo una comunión permanente.
Juntos luego interpretaron la Sonata para violín nº1 de Saint-Saëns, a su vez inspirada por la famosa Sonata a Kreutzer, una de las últimas y más vibrantes creaciones de Beethoven para este formato. La cantidad de climas y momentos construidos en conjunto con el piano fue notable. La resolución de pasajes de altísima dificultad técnica como los que hay en el Allegro moderato, en Chen se ven no forzados, siempre con holgura. La extensión dinámica que logran ambos, con sutilezas notables en pianissimo, siempre con sentido narrativo… Fue una versión antológica de la obra.
Tras el intervalo Chen hizo la Sonata para violín solo Op.27 no.4 de Eugène Ysaÿe, aquella dedicada a Fritz Kreisler. Su aire barroco, casi de homenaje a Bach, fue reconstruido con precisión y musicalidad, resolviendo con maestría inclusive el entrecruce de líneas melódicas del finale.
Luego, junto al pianista hicieron un particular arreglo de Paul Kochanski de la Suite popular española de Manuel De Falla. En este caso el violín adopta la función de la voz cantada, y en carácter cada una tuvo su sentido y expresión. El fraseo y el espíritu cantabile estuvieron siempre presentes en el fraseo.
El programa terminaba con las famosas Csárdás de Vittorio Monti, una obra claramente para el despliegue virtuoso, y que empezó y terminó con uso de armónicos, un efecto que Chen utiliza bastante, y con notable control. Obviamente no tuvo ningún inconveniente con las dificultades de la pieza.
Ovacionado por el público, el primer bis de la noche fue una transcripción para violín y piano de Por una cabeza de Carlos Gardel. Su compañero Elizalde, que es de familia mexicana, luego explicaría en castellano que esa era la primera vez que Chen tocaba un tango. Lo hizo sin partitura, y con un sentido del canto notable. Por supuesto que habrá quien critique la “pureza” estilística según su propia subjetividad, pero como pieza musical fue irreprochable.
Continuando con lo popular también hicieron una versión de Estrellita de Manuel Ponce, rindiendo homenaje a los orígenes de Elizalde. Si un ejemplo faltaba de cuan buenos comunicadores son, ambos tenían una voz y un decir que se escuchaba con una claridad y proyección en el Colón que superaba a más de un cantante lírico. Tras la insistencia del público Chen aclaró en inglés que iban a hacer un “realmente último” bis, el tema de La lista de Schindler, de John Williams.
La entrega, la expresión, la afabilidad, el respeto por la música, el sentido de comunicar, el disfrute que irradian, y la sinceridad, todo está presente en el arte de estos dos grandes músicos. A veces, para ponderar la capacidad técnica de un intérprete se suele decir que puede hacer lo que quiere con el instrumento. Tal es el compromiso y la honestidad de Ray Chen y Julio Elizalde, que lejos de hacer lo que quieren con la música, logran algo mucho más precioso aun y que puede ser tanto más esquivo: hacer lo que corresponde.
© Pablo A. Lucioni
Próxima función:
Jueves 21 de Septiembre.
20 hs. Teatro Colón (Cerrito 628). Mozarteum Argentino.
VIOLÍN: Ray Chen. PIANO: Julio Elizalde.
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