«Es un error muy grande encasillar a la gente por su edad». Karina Olmedo

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El 4 de agosto se despide del Teatro Colón con una función de La Viuda Alegre (con música de Franz Lehár y coreografía de Ronald Hydn), un estreno para el Teatro, con producción invitada del Joburg Ballet de Sudáfrica.

Si bien es un retiro "voluntario", siente que la perjudica y comenta que para la dirección es fabuloso que la gente se vaya yendo del Teatro: “Pero lo ideal sería que haya alguien que tome el compromiso de que se hagan concursos para cubrir los lugares estables, porque la gente que se está yendo es gente estable. Ahora tenemos que el 80% de la compañía son chicos contratados”.

 

Por: Carolina Lázzaro/Luz Lassalle

Foto: Alicia Sanguinetti 

 

Cuando llegamos al bar elegido para la entrevista, ella ya estaba ahí, con el pelo suelto, a cara lavada, ropa cómoda y casual, nada que llamara la atención; sin embargo, su presencia, su forma de estar sentada, de moverse, bastó para que la reconociéramos desde lejos, era la bailarina que estábamos buscando: Karina Olmedo, la Primera Bailarina del Ballet Estable del Teatro Colón, y nos recibió con una gran sonrisa.

 

¿Cómo comenzaste tus estudios? ¿Cuándo "supiste" que querías ser bailarina?

– Lo mío es un caso atípico, bastante gracioso: tengo una hermana mayor, que hacía voley en el Club Independiente, en Barracas, y mi mamá la llevaba a entrenar, y me llevaba a mí. Tenía que esperar dos horas y yo me aburría. En el salón de enfrente de la cancha había una profesora de danzas, que daba en el mismo horario, entonces pensó: "capaz si la pongo acá, en esas dos horitas, aunque sea se divierte un poquito". Y empecé.

Y realmente lo agradezco, fue un regalo de la vida: la profesora era una chica joven, con un ángel! bella, apasionada con lo que hacía… Y mi mamá le habló: "Tengo esta chiquita que quiere hacer danza…" y la profesora dijo:  "Es muy chiquita, pero si me sigue en la clase, no hay problema, puede quedarse". ¡Y nunca más me fui!

¡Qué importante que es el referente, la admiración que uno siente, lo que se transmite, la pasión del maestro! Porque yo a veces veo acá a las chiquitas que entran en el Instituto (yo soy maestra) ocho años, nueve años, y claro, en una Institución, el método es diferente, se empieza desde algo muy simple, en una disciplina absoluta, con tiempos sumamente lentos, entonces hay que ver si el nene encuentra esa cosa mágica que tiene bailar… obviamente hay que hacerlo porque así es la formación de un niño. Pero cuando uno empieza con más libertad, como me pasó a mí… (me hacían bailar de chino, de muñequito, de títere…) subía al escenario y bailaba; quizás no era nada de perfección, pero encontré esa cosa de ser libre en el escenario. Después, la misma maestra dijo: "Creo que Karina tiene muchas condiciones, que podría llevarla a otro lugar que no sea el Club".

Y me llevaron a la Escuela Nacional de Danzas, María Ruanova. Ahí transité hasta los 14, en que me recomendaron a Gloria Kazda, y ella me preparó para entrar al Instituto del Colón. A los 16 rendí concurso para el Ballet y bueno, entré muy jovencita a la compañía.
 

¿Por qué La Viuda Alegre para despedirse? Contanos algo sobre  la obra

– La elección de esta obra fue un poco una casualidad. La realidad es que yo quería retirarme con Romeo y Julieta, que es una obra que estrené con Maximiliano Guerra hace muchos años, pero no nos pusimos de acuerdo con la Dirección. Entonces como hay un retiro voluntario, que tiene un plazo determinado, dije: "Bueno, será La Viuda Alegre", que es una obra también fantástica, que nunca bailé, que no se dio nunca en el Colón; un estreno con una producción fabulosa, unos trajes maravillosos…así que me voy como de Brodway!! (risas) Me voy de fiesta.

 

 

¿En qué términos te vas del Colón y  cuál es tu panorama económico/ laboral?

– Me voy con un retiro voluntario, que un poco me perjudica: me voy con una jubilación de un 65%, porque..acá consideran que el bailarín se tiene que ir a los 60 años. La Ley 20/40* (20 años de aporte con 40 años de edad mínima) nos la sacaron, hace varios años.

 

¿Es el Teatro que te empuja al retiro voluntario o es una decisión plenamente tuya?

– Un poco las dos cosas…Para ellos es fabuloso que la gente se vaya yendo;  pero lo ideal sería que haya alguien que tome el compromiso de que se hagan concursos para cubrir los lugares estables, porque la gente que se está yendo es gente estable. Ahora tenemos que el 80% de la compañía son chicos contratados.

 

¿Observás que mientras en otras artes pasados los cuarenta, cincuenta años,  los artistas están en el apogeo de sus carreras, explotando su madurez artística, los bailarines y bailarinas están inducidos a dejar el escenario?

– Yo no estoy de acuerdo. No hay edades. Para mí es un error muy grande encasillar a la gente por su edad. Yo no tengo ese concepto; mirá a Alessandra Ferri. Lo que pasa es que depende de la mentalidad de la Dirección; yo tengo una Dirección donde a los 40 años, el bailarín, caducó, esté como esté.

 

Pero ¿no pasa eso?  ¿En el clásico sobre todo?

-No, no en todos; si yo dirigiera una compañía, a mí la gente con trayectoria y con peso artístico me sumaría. Me suma porque la bailarina jovencita tiene oportunidades para crecer, tiene un referente, tiene a quién mirar, tiene para estudiar "cómo es que ella hace ésto", "cómo encara este personaje". Y eso me pasó a mí, yo era muy jovencita cuando gané mi concurso, tenía 21 años, y mis referentes eran Silvia Bazilis, Raúl Candal, Cristina Delmagro, Eduardo Caamaño, Raquel Rossetti,  Alicia Quadri; y yo estudiaba los roles, pero jamás me pusieron adelante de ellas, ¡jamás!; porque no existía en la cabeza de un director faltarle el respeto a una figura. Y aunque no bailara, crecí viendo cómo se preparaba una obra, cómo se ensayaba, las correcciones del coreógrafo, cómo incorporaban lo que les decían…

Tengo compañeras, chicas, que han sido alumnas mías, que tiene dieciocho años y no van a clase. Se ponen las puntas, y bailan. Están contratadas, y hasta hacen roles de solista…El espíritu de bailarín no tiene edad. Porque si vos a los dieciocho años le tenés que decir: "Mirá, hay que venir a clase"…que se dedique a otra cosa. Porque no es su vocación, no ama hacer esto. Subís al escenario del Colón,  hacés roles solistas, ¿y no hacés una clase? Algo no está funcionando.

Yo a los cuarenta y cinco años, en la dirección de Maximiliano,  iba a dejar; ya había hablado para buscar un ballet, se hizo Onegin ese año y dije: "Bueno, creo que ya con Onegin  es suficiente". Y llegó un maestro: Philip Balmain, que fue coach de Alessandra Ferri 15 años, maestro de Maxi, maestro de Julio, un tipo que volaba, directamente. Estábamos nosotros (abajo) y Philip un poquito más arriba… "¿¡Y por qué vas a dejar de bailar?! – me dice – ¡Estás regia! en el mejor momento tuyo". “No dejes de bailar; tenés para dos, tres años más, no dejes". Y bueno, empecé a hacer clases con él, clases no buenas: superlativas; donde me enseñó a conocer más mi cuerpo, a trabajar desde la verdad absoluta, y me sanó un montón de cosas que yo pensé que ya no podía. Falleció este año, fue tremendo para nosotros ; pero él me alargó casi tres años la carrera.

Yo no creo en las cosas absolutas. Lo que pasa es que hay sistemas; el sistema americano es así…en el American Ballet, a los cuarenta…chau!

 

Fuera de la danza ¿cómo es tu vida?

– Yo estudio teatro, amo el teatro, estudié con Lito Cruz, de hecho él me ayudó a preparar mi primer Romeo y Julieta, con escenas teatrales, y creo que fue una gran experiencia, una bisagra, que cambió mi carrera, encontrarme desde el teatro. Ahora estoy estudiando en la escuela de Alezzo. Es una vocación que me encanta.

Y tengo una familia fabulosa, una madre y un padre maravillosos que me han llenado siempre de paz, y cuando me veían atormentada me calmaban. Mi mamá ya no está más, pero siempre digo: "con mi mamá fui primera bailarina, porque ella me ayudó con las nenas muchísimo; ahora está mi papá, pero no es lo mismo… tres días seguidos y dice: "¡¡Adonde tengo que ir!!" (risas). ¡Las mamás no! Mi mamá era…atómica, ella iba, venía, "Yo te la llevo", "Yo te la traigo…". Y tengo mis pollas, y mi pareja, mi amor, que eso no tiene precio.

También es cierto que hay un antes y un después de ser mamá; porque hay que elegir entre muchas cosas, por ejemplo antes viajaba más. Ahora me llamaron de Brasil, para hacer un seminario por quince días; y pienso: "Tengo una nena de dieciséis, plena adolescencia, y otra de ocho, ¿Quince días? ¡¡Ni loca!!" Entonces ese es el momento en donde siento que hay cosas que importan más.

 

Cuando sos mamá  ¿cómo es la relación con el Teatro? ¿Te bancan?

-Mm… Ahora cambió todo mucho… Mis hijas vivieron acá adentro, sobre todo la más grande, porque Camila vino en una época en que yo bailaba y bailaba, estaba como loca; Anto también pero ya no tanto. Y ahora, con esta nueva gestión, están prohibidos los chicos, entonces, para que entren hay que elevar una nota, pidiendo y diciendo el día que tu hijo va a entrar; cosa insólita, porque si vos lo traes es porque tuviste un percance, y el percance no lo vas a anunciar por mail…¿no? Es una situación un poco rara. Y  digo: yo no hubiese podido hacer mi carrera si hubiesen limitado la entrada de mis hijas acá. Nahuel o mi mamá me traían a Antonella cada tres horas y yo le daba la teta. Está bien, si tenés un bebé hacés la nota, te dejan entrar, pero bueno es otra cosa…Mis hijas, cuando yo bailaba, andaban por el camarín de una chica, iban al camarín de otra, bajaban, las pasaban a la platea, dormían entre las camperas… No sé, sin ellas yo no le encuentro sentido, la verdad.

 

¿Cuáles son tus proyectos? ¿Pensaste en ser directora o coreógrafa?

– Soy docente, pienso seguir con eso y hacer una diferencia dando clases. Doy clases en el Instituto del Teatro y en estudios. Ahora que voy a estar más tranquila, voy a poder dar más clases.

También bailo, por fuera del Colón, con mi pareja (Nahuel Prozzi) y eso es lo que me está dando más satisfacciones;  hacemos teatro los dos, en la escuela de Alezzo,  y me gustaría poder fusionar un poquito más el ballet con la palabra y la actuación.

En cuanto a dirigir…voy a seguir mi línea: Que la vida me vaya llevando por el camino que tenga que ser. Si se da, bienvenido, porque creo que tengo un montón de cosas para enseñar, pero no voy a hacer un proyecto y presentarlo, no es mi forma… La danza, creo que está pasando por un momento  difícil en este país.

 

¿Tenés alguna anécdota de tu carrera?

– ¡Tengo muchas! Tengo una tragicómica con Maximiliano Guerra: hacíamos giras por la costa, todos los veranos, los espectáculos al aire libre, me acuerdo que ponían los escenarios al aire libre, la gente, millones y millones. Estábamos en Mar del Plata, para una función, y nos estábamos cambiando en una casita rodante. Y las chicas, el cuerpo de baile, tenía un camarín grande. Nosotros estábamos un poquito más alejados. Entonces no sé qué pasaba… porque el clima no estaba muy bueno, que sí, que no, que si arrancaba la función, bueno, se decidió que se hacía, pero no nos avisaron. Yo estaba con el tutú, las piernas así arriba de la mesa, y Maximiliano estaba ahí tirado, con la calza, la chaqueta de Paquita (hace mímica de fumar), yo no tenía ni las puntas puestas, nada, y escuchamos: Pam papa pam pam (música) ¿¿Qué?? ¡¡Descompuesta!! ¡En la casa rodante!  ¡¿¿Y las puntas??! No sé qué me hice en los pies, no recuerdo ni lo qué me até…claro en Paquita empiezo yo, tengo una entrada mortal. ¡Corría por el pasto! ¡¡Saltaba!! (risas) Así como corriendo entré tan tan, y arranqué la función, toda la zapatilla llena de pasto; cuando entró él, que empezaba el pass de deux, yo tenía acalambrada hasta las pestañas, y me faltaba todo el dúo. Creo que fue la sensación más espantosa que pasé en mi carrera. Y Maxi que era una estrella ¡cómo no le van a avisar a él! que se olviden de mí, bueno, ¿pero que se olviden de él? Era como la pesadilla de toda bailarina, que sueña que no llega, que llega tarde, que está así detenida en el tiempo o que se olvidó de salir…una pesadilla! Después nos reíamos…

Carolina Lázzaro/Luz Lassalle

 

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