Entrevista a Ana María Stekelman: “El bailarín puede bailar mientras quiera y pueda”

Ana María Stekelman
Ana María Stekelman fue directora del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, organizó también el Taller de Danzas del mismo Teatro, y creó la célebre compañía Tangokinesis, con la cual lograría reconocimiento internacional.
Hablamos con ella sobre su historia y la actualidad de la danza.

Por Luz Lassalle/Carolina Lázzaro
-¿Cómo llegaste a la danza contemporánea, o cómo llegó a vos?


-En esa época se llamaba danza moderna. Yo estudiaba en la Escuela Nacional de Danzas y cuando tenía aproximadamente catorce años cambiaron los programas y pusieron Danza Moderna y Composición. Ahí entraron personas maravillosas:
Paulina Ossona, Cecilia Ingenieros –que nunca tuve la oportunidad de decirle lo mucho que la quiero- y Luisa Grinberg en Composición. Renate (Schottelius) daba clases optativas en la escuela.

Con la persona que más estuve en ese momento fue con Paulina, porque me invitó a su grupo; fue muy hermoso, hicimos giras. Fue realmente mi primera maestra de danza moderna.

-¿Estudiaste en la legendaria escuela de Marta Graham?

-Sí. Estudié y me gustó muchísimo. Me encantó estar en esa escuela, verla a ella, todo lo que quieras, pero lo mío es bastante argentino.

Yo sé que vengo de Marta Graham, pero más vengo de Paulina Ossona y de Renate, y mucho más de Oscar (Araiz) -es mi coreógrafo favorito, pero yo le digo mi maestro-.

-¿Cómo fue tu vínculo con Oscar Araiz?

-Con Oscar estuvimos del 68 al 72 en el Ballet del San Martín. Después hubo una pausa porque sacaron el presupuesto -esas cosas argentinas-, y luego entré como directora. Tuve que construir el Taller también. 

Oscar me encantaba como coreógrafo, solo quería bailar cosas de él, y bueno, me formé mirando como él coreografiaba.

Este año celebran los 45 años del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín y te mencionan como su primera directora. ¿Cómo fue ese entramado?

-El primer director del ballet fue Oscar, yo fui bailarina. Estoy RE orgullosa de haber trabajado con él. Era mi coreógrafo favorito, así que yo jamás sacaría a Oscar de la historia. Y trabajamos varias generaciones con él. Él juntó a las generaciones; también juntó a la gente de clásico.

¿Entonces Oscar es el creador del Ballet del San Martín?

-El que crea el ballet del San Martín es César Magrini, sacándolo de Amigos de la Danza. Al año sube Kive (Staiff), una persona sumamente importante para la continuidad de la danza moderna en el San Martín. Lo que pasa es que cuando Oscar dirige, en un momento sale Kive, sacan presupuesto para danza y por cinco años no hay ballet.

Después, cuando vuelve Kive lo reflota y me llama como directora -que es lo que ahora se festejó, los 45 años-, se llamaba Grupo de Danza Contemporánea del Teatro San Martín. Éramos ocho o nueve bailarines, y también armé el Taller de danzas. Yo dirigía las dos cosas. A los cinco años me fui del ballet, no quería dirigir más porque resultaba demasiado para mí. Me quedé con el taller diez, once años.

¿Cómo ves hoy a la compañía del Teatro San Martín?
 

-La veo bárbara. Me gusta mucho cómo está el ballet. Andrea (Chinetti) está dirigiendo muy bien y también está Elizabeth (Rodríguez) como asistente; ella está desde que yo dirigía, y es una fortaleza. Andrea también estuvo conmigo en el Taller y en el Ballet. Para mí es un honor que la compañía esté tan bien; una satisfacción.

Contanos un poco sobre Bolero, la obra con la que cerró la temporada el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín.
 

-La puse en el San Martín hace un tiempo – para la Martín Coronado-, después la hicieron ellos en otros lugares y ahora la repusieron. La repuso Elizabeth. Entonces vinieron Nora (Robles) y Pedro (Calveyra) a chequearla, para que los pasos de tango estén fieles al original, que hice con Tangokinesis.

¿Bolero tiene inspiración de danzas populares?

Bolero es una mezcla clarísima de danza contemporánea, tango y folklore. Yo traté de unir esas tres cosas sin que se noten los hilvanes, las costuras.

-Vimos algo de flamenco, ¿puede ser?
 

-¡Todos me dicen lo mismo! (risas). 

No, es folklore; yo trabajé con el Ballet Folklórico, lo conozco mucho, y es otra influencia. En el flamenco hay muchos modos que no estudié. Pero adoro a Gades (Antonio) y a Miguel de Molina, me parecen una síntesis de España. Como Saura también, que trabajaba con la música, con la historia, con la literatura de España. Son cosas muy representativas de un lugar. Entonces por ahí me pueden aparecer cosas del flamenco, qué sé yo.

Trabajaste con Saura ¿no?


-¡Sí! Tengo una foto de trabajo con él y otra con Storaro. Me encantó trabajar con ellos. Le pregunté mucho sobre Gades a Saura. Me decía: “Es un gitano. Cuando se siente mal, se cuelga de la puerta en vez de ir al fisiatra” (risas).

Al igual que otros coreógrafos, decís que el cine es una fuente de inspiración para vos.

Dos cosas muy fuertes en mí son la moda y el cine. Son mi educación, la educación sobre mí misma.

El cine es muy fuerte para mi generación. Nosotros íbamos al Lorca, esperábamos la obra de Fellini, de Scorsese, de Coppola (con quien también tuve el gusto de trabajar). Todo el cine italiano. ¡Y Kubrick también! El trabajo visual, de escenografía, vestuario, de todos estos cineastas es increíble. 

Empecé a gozar mucho de la moda con Tangokinesis, para ver qué vestidos hacía, porque ahí yo tenía que inventar la ropa. La ropa me la diseñaba Jorge Ferrari, pero él se guiaba con lo que yo le pedía. Ahí cambiamos también un poco el lenguaje de la moda del tango, con Tangokinesis.

-Para la danza contemporánea y el tango, ¿hubo un antes y un después de Tangokinesis?

-Creo que fui la primera que se atrevió con el tango. Bueno, el primero fue Juan Carlos Copes.

Pero su trabajo fue desde un lugar más tradicional…
 

-Copes sacó el tango de la milonga y lo puso arriba de un escenario. Eso fue un paso importante. Siento que me metí en el lenguaje, a través de Pedro y Nora. 

Tus bailarines favoritos…

¡Más bien yo soy la favorita de ellos! (risas). Ellos vinieron a buscarme. Son muy inteligentes; no querían hacerse las coreografías, querían que alguien los mirara. Él es bailarín de tango, y ella estudió clásico en Rusia cuando era chica –por eso tiene esas piernas que cortan el aire-. Una fusión muy interesante. Cuando se peleaban, yo me iba, les decía “Ya vuelvo”, me tomaba un café y cuando volvía ya se habían amigado. ¡Porque los bailarines de tango cuando se pone la coreografía se pelean!

bailarines abrazados en bolero de stekelman
Ph. Máximo Parpagnoli
¿Cómo llegaste al tango?

-Llegué al tango por Jazmines, bailando con Miguel (Ángel Zotto). Tenía un novio que me regalaba jazmines, la obra se llamó así, y está basada en tres cosas: la mujer blanca que es la novia, la mujer roja que es la sangre, y la mujer negra que es la muerte. Todo eso está en el tango.

Has trabajado en compañías oficiales con sueldo, y también te has desempeñado dentro de la danza independiente, ¿cuál es la perspectiva laboral para un bailarín contemporáneo?

-En el Ballet del San Martín tenés un sueldo, pero sos contratado; te sacan cuando te quieren sacar. Y salís sin una jubilación.

Yo estuve en Amigos de la Danza cinco años trabajando gratis. Después, el ballet que dirigió Oscar fue muy bueno para todos nosotros, pasar a tener un sueldo. Pero con lo que más gané fue con Tangokinesis. Viajamos mucho, y ahorré de eso. Por derechos de autor gané con Julio Bocca.

Y vivo de todo eso, pero es algo que no sucede todos los días. A mí me sucedió por casualidad. Vino una persona que le gustó y me invitó a Israel -que aquí ni la AMIA ni la DAIA me invitarían-, me mandaron los pasajes, me pusieron en un hotel cinco estrellas y me lo unió con una función en Ginebra. 

Después me empezaron a llamar. Tangokinensis fue muy importante para nosotros porque pudimos salir, porque después los bailarines acá no tienen trabajo.

Tuviste oportunidades en el exterior, tuviste éxito con tus obras, lo que te permite vivir de estos ahorros, pero ahora no tenés una jubilación.

-Claro, tengo ahorros, pero no sé cuánto me duren… tenés que estar siempre pensando cuánto podés vivir con el dinero que tenés.

Yo dejé de dar clase a los cincuenta y cinco, sesenta años; dar clases es muy cansador. Hay pocos ballets en el país que tienen jubilación.

En relación a las otras artes, ¿la danza recibe menos apoyo estatal?

-¡Mucho menos! Mucho menos que el teatro (y no hay tan buen teatro, como dicen; lo lamento), menos que la música, menos que el cine. ProTeatro tiene un millón de veces más que lo que tiene ProDanza. Como coreógrafo ganás menos que un director de teatro; ganamos menos regalías que por las obras. Yo tengo que agradecer a Argentores, porque tengo mi obra ahí, que hacen un lugar para la danza.

¿Hasta qué edad se puede bailar?

-Depende de qué bailás. Una cosa es bailar folklore, o tango, otra es clásico.

En clásico es hasta los cuarenta. Y punto. Con el progreso de hoy puede llegar hasta los cuarenta y cinco. Porque es una técnica realmente complicadísima. La danza moderna puede ser un poco más, pero no tanto.

También según cómo estés físicamente, o si engordás. Jiří Kylián por ejemplo, tenía su ballet principal y el ballet de grandes, que era con los bailarines que se retiraban, y Pina (Bausch) tenía todas las edades mezcladas. El bailarín puede bailar según mi opinión, mientras quiera y pueda.

La versión original de la entrevista está incluida en la revista impresa MusicaClasicaBA #12

 

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