
Por Pablo A. Lucioni
Fotografías: Arnaldo Colombaroli (Teatro Colón)
Festival de Música y Reflexión, Teatro Colón, función del 6/8/2016.
Cerrando el Festival de Música y Reflexión 2016 se produjo el tan ansiado debut en el Colón del astro de la lírica de nuestro tiempo: el tenor alemán Jonas Kaufmann. Su participación en el programa tenía sólo un ciclo de canciones de Mahler, que de hecho ni siquiera se supone escrito para su cuerda. Pero todos los que asistieron a la velada igual fueron conformados por lo que cantó, los dos bises y su carisma.
Atrás quedaron las versiones de que estaba enfermo, que ameritaron inclusive una desmentida formal a medios argentinos. Jonas Kaufmann llegó con su conocida jovialidad y simpatía, no le dedicó una sola palabra hablada al público que le brindó una ovación ya desde su ingreso a la sala, y redobló la expectativa para su recital solista el domingo 14 en el Abono Verde del Colón.
El concierto empezó con el Preludio al Acto Tercero de Die Meistersinger…, donde Barenboim con la W.E.D.O. volvieron a mostrar su veta wagneriana, como continuando el substancial programa que habían trabajado las dos noches anteriores. Sus cuerdas de fraseo homogéneo guiaron una narrativa muy envolvente, que aportó varios climas, y más allá de alguna pequeña imprecisión de cornos, fue redonda y acabada.
Ya en el segundo bloque la sala vivió el delirio Kaufmann. Es sin duda particular lo que genera, equivalente tal vez, por poner una referencia nada más, al furor que despertaba Plácido Domingo joven. Pero en este caso, el de Kaufmann, es hasta más llamativo, porque esta es una época donde hay pocos grandes ídolos de la lírica, en cierta medida por la ausencia de voces descollantes y personales, otro tanto por cierta apatía o saturación del público… Él no es latino, pero menos parece alemán, canta realmente bien, es simpático, dado, tiene pinta, actúa bien en video, se lo ve suelto en escena, parece buen tipo, y por todo eso, destaca un poco más que el resto. Tal vez sea el primer “gran tenor” que no ganó fama mundial por sus grabaciones, sino por internet. La sala del Colón estaba repleta: público, bastantes invitados, muchos artistas de la escena lírica local como espectadores… Cuando salió y el teatro lo ovacionó todo fue gestual, se entendió que agradecía y estaba impresionado por es calurosa bienvenida, y no tuvo que decir “¡Muchas gracias!” en un español de compromiso, aunque lo comunicó.
Los Lieder eines fahrenden Gesellen (traducidos en general como Canciones de un compañero de viaje) son un ciclo breve de Gustav Mahler, de hecho el primero que compuso como tal, y que aún siendo bastante joven ya muestra tanto su maestría musical como su espíritu melancólico y trágico. Los conocemos para barítono o mezzosoprano, y de hecho todas las grandes versiones en disco fueron por cantantes de estas cuerdas. Es real que la tesitura es levemente ambigua, y de hecho el barítono tiene que ser dramático con buenos agudos para interpretarlos. Kaufmann viene haciendo el ciclo en varios teatros, tanto con acompañamiento de piano como orquestal. Y su voz, de timbre rico del centro para abajo, funciona bastante bien con estos Lieder. En el Colón, por las dimensiones de la sala tal vez, no sonó con el carácter imponente de un barítono con voz importante. El acompañamiento de la W.E.D.O. estaba muy bien trabajado, y no le compitió en nada al solista, desplegando multitud de colores orquestales y construyendo todos los climas de estas tan dramáticas piezas. Barenboim en el arrobamiento de la música dio más de un zapatazo sobre el podio en momentos cumbre. Aún con la voz que quedaba un poco chica para las condiciones y la tesitura, costándole inclusive los graves al final de “Ich hab'ein glühend Messer”, la versión cantada fue buena. El decir de Kaufmann es perfecto, no sólo por su impecable dicción del alemán nativo, sino porque es muy bueno comunicando con el lenguaje. Interpretativamente sus cuatro lieder fueron muy ricos. La mitad de la platea, se entiende que por la ansiedad, aplaudió entre cada uno, algo que normalmente no se hace. Cuando terminó el ciclo hubo una ovación, que duró un rato largo, y recién en la tercera salida hizo un bis con orquesta puramente de tenor, donde su voz resplandeció en el Siegmund de Die Walküre. Acá sí el Colón conoció todo su fluir vocal en una espléndida versión. Tras la insistencia del público, acercaron un piano que había estado desde el principio al costado del escenario, y acompañado por Barenboim ambos hicieron el "Träume" de los Wesendonck lieder, una pieza que Kaufmann canta seguido, y que tuvo un profundo y logrado espíritu camarístico. Barenboim se quejó de que el público aplaudió ni bien había terminado el canto, y que él “quería tocar el final de eso, y que todos lo oigan”, así que se volvió a hacer silencio, tocó los compases que faltaban, y sobrevino el aplauso final. Con estos dos bises de Wagner mejoró lo que la mayoría del público entendía como gusto a poco del programa original. Antes, después, y en todos lados, Kaufmann, con una paciencia de oro, en estos días se sacó fotos con centenares de ansiosos espectadores, cantantes, directores, periodistas argentinos… las redes sociales fueron el álbum que expuso este furor.
Para cerrar el Festival, y volviendo a Mozart, que había arrancado el primer concierto, Barenboim dirigió la Sinfonía “Júpiter”. Fue una versión densa, bien tocada, pero falta de pulso y chispa. Aquello que en sus Wagners es maravilloso: ese ralentizado de los tiempos y la granularidad que consigue, en Mozart parece contraproducente, y no sólo lo hace sentir analítico, sino que no le deja desplegar la fluidez que debiera tener. Algún purista podría llegar a observar inclusive que fue una interpretación fuera de estilo.
Pero más allá de cualquier cosa objetable, ese sábado quedará en la memoria de todos como la noche que Kaufmann debutó en el Colón, y como tal, fue un evento especialmente emotivo.
© Pablo A. Lucioni