Anthony Burgess se animó a cuestionar los valores de la sociedad occidental a través de uno de sus máximos exponentes: Ludwig van Beethoven. ¿Cómo fue que el himno a la hermandad universal pasó a ser sinónimo de la más cruda y sádica violencia? ¿Y ahora qué pasa, eh?
Por Iván Gordin.
Oh, era suntuoso, y la suntuosidad hecha carne. Los trombones crujían como láminas de oro bajo mi cama, y detrás de mi golová las trompetas lanzaban lenguas de plata, y al Iado de la puerta los timbales me asaltaban las tripas y brotaban otra vez como un trueno de caramelo. Oh, era una maravilla de maravillas. Y entonces, como un ave de hilos entretejidos del más raro metal celeste, o un vino de plata que flotaba en una nave del espacio, perdida toda gravedad, llegó el solo de violín imponiéndose a las otras cuerdas, y alzó como una jaula de seda alrededor de mi cama. Aquí entraron la flauta y el oboe, como gusanos platinados, en el espeso tejido de plata y oro. Yo volaba poseído por mi propio éxtasis, oh hermanos.
Anthony Burgess, La Naranja Mecánica (1962)
En los años sesenta, la idea de distopía era la violencia como actividad recreativa y la coerción estatal policial como adoctrinamiento ideológico. Por supuesto, nada que ver con nuestra realidad, que claramente es mucho peor. La Naranja Mecánica, de Anthony Burgess, fue publicada en 1962 y adaptada cinematográficamente (y popularizada) en el cine por Stanley Kubrick (1971). El universo de la novela se ambienta en una Londres futurista y derruida, que ha sido arrasada por el crimen y pintorescas pandillas de delincuentes juveniles. El protagonista, el adolescente Alex DeLarge, es un psicópata encantador, bon vivant y amante de la buena música. Su divertimento consiste en noches catalizadas por cócteles psicotrópicos de leche e intromisiones en casas ajenas. Dentro del retorcido código moral de Alex, hay un lugar especial reservado para la “belleza”, y esa belleza es la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven. “El viejo Ludwig van”, como lo apoda cariñosamente el joven deLarge, es la inspiración de un carnaval de atrocidades y, ulteriormente, como el instrumento de tortura definitivo.
Uno de los temas centrales de la novela es la voluntad humana y la naturaleza del mal. Eran épocas donde el estructuralismo francés y la filosofía de Foucault empezaban a crecer en la cosmovisión del pensamiento contemporáneo. La posguerra y la amenaza de un inminente apocalipsis nuclear puso en cuestionamiento las bases de la cultura occidental y, análogamente, la esencia moral del ser humano. Las instituciones ya no eran la fuente de racionalidad y confianza en la que solían confortarse los ciudadanos; esas mismas instituciones no solo les mentían, sino también podían traer su total destrucción. Además de este contexto completamente pesimista, Burgess fue víctima en carne propia de parte de la violencia que se describe en su novela. A través de su protagonista, una especie de precursor del antihéroe, el autor se pregunta sobre qué clase de monstruos engendra la sociedad. Y la respuesta está ahí en la superficie, no se trata de seres marginales, deformados e ignorantes. Son niños de clase media, cultos y carismáticos.
Junto a su trabajo literario, Burgess escribió música en muchos géneros y en muchos estilos. Su obra incluye sinfonías, conciertos, ópera y musicales, música de cámara que incluye una gran cantidad de trabajo para piano solo, así como una suite de ballet, música para cine, piezas ocasionales, canciones y mucho más. Se inspira tanto en música clásica como jazz y popular. Basada en la tradición de la tonalidad que abarca el período barroco hasta el romanticismo de finales del siglo XIX y el impresionismo francés de principios del siglo XX, la música de Burgess está fuertemente influenciada por las obras de Debussy y la escuela de inglés de Elgar, Delius, Holst, Walton y Vaughan.
Las obras de compositores reales e imaginarios proporcionan la banda sonora de fantasía, robo y asesinato en La Naranja Mecánica. En lugar de una banda sonora simple, y quizás más obvia, de música pop o rock and roll, considerada por el establecimiento como una fuerza corruptora e inmoral entre la cultura adolescente en desarrollo de los años 50 y 60 (el rumor dice que Kubrick estuvo a punto de contratar a Pink Floyd), Burgess utiliza el trabajo de Beethoven como dispositivo estructural y estético. Al elegir «el viejo Ludwig van» como la música preferida de Alex, Burgess presenta a su antihéroe como culto e inteligente. Martin Amis señala que la elección de música de Burgess en la novela revela “la insistencia del autor de que la Bestia sería susceptible a la belleza. De un solo golpe, y sin sentimentalismo, Alex es decisivamente realineado. Ahora ha sido equipado con un alma, e incluso una sospecha de inocencia”. Cuando el tratamiento Ludovico (pavloviano) elimina el amor por la música de Alex, también elimina su alma, algo que Burgess destaca como un ejemplo de la degeneración moral del estado. La banda sonora del film consiste de una reversión posmoderna de buena parte del repertorio clásico del siglo XVIII y XIX. Rossini, Purcell e incluso por momentos el mismísimo Beethoven son reinterpretados en otra luz con los sintetizadores de Wendy Carlos. Las obras, con esta decisión estética llevan un halo siniestro difícil de igualar.
Burgess amaba la música de Beethoven tanto como Alex: “Acepté la sinfonía de Beethoven como una especie de música suprema, algo a lo que los compositores de nuestra época no podían aspirar […] Sus sonatas y sinfonías eran dramas, tormentas y estrés, revelaciones de lucha personal y triunfo. El Mesías de Bonn […] pertenecía a un mundo que se esforzaba por hacerse moderno”. Burgess y su protagonista también comparten un odio por la música popular. Cuando Alex entra a una tienda de discos en la novela, mira los «popdiscs» y las «pequeñas vesches pop» (en su dialecto Nasdat) con evidente desdén. Del mismo modo, Burgess no tuvo tiempo para la música pop, calificándola de “tonterías” y afirmando que “la juventud no sabe nada más que una gran cantidad de clichés que, en su mayoría, a través de los medios de las canciones pop, se les imponen por medio empresarios y explotadores de mediana edad que deberían saber mejor”.
El amor de Burgess por la música no solo aparece en La Naranja Mecánica. Otras novelas están inspiradas en la base musical de Burgess. El hombre del piano (1986) se inspira en las experiencias del padre de Burgess tocando el piano en Manchester antes de la guerra; Poderes terrenales (1980) describe las tribulaciones de un compositor de películas; Byrne (1993) cuenta la historia de un duro compositor irlandés; y La víspera de San Venus (1964) comenzó como un libreto operístico. Pero es el amor de Burgess por Beethoven lo que le dio la mayor inspiración. El compositor alemán aparece como personaje en Mozart y Wolfgang (1991) y en Tío Ludwig, un guión cinematográfico no producido sobre la relación de Beethoven con su sobrino. Quizás lo más famoso es que la sinfonía Eroica del compositor proporciona la estructura de la Sinfonía de Napoleón (1974), la vida ficticia de Burgess de Napoleón Bonaparte. La versión dramática de Burgess de esta novela, Napoleón Rising (dedicada a Kubrick, quien también tuvo la aspiración de narrar la vida del jerarca francés), fue transmitida por primera vez por BBC Radio el 3 en diciembre de 2012 y protagonizada por Toby Jones en el papel principal.
Para Alex, la Novena Sinfonía representa una experiencia pura de total éxtasis, sus únicos rasgos de empatía son hacia aquellos que aman e interpretan su música. Irónicamente, la esencia de Alex es la apoteosis del último movimiento, su goce y perversidad se manifiesta en toda su gloria durante el “Himno a la alegría”. Una proclama de paz que, como queda evidente especialmente en el film, es la máxima referencia de las atrocidades del siglo XX. Burguess y Kubrick parecen indicarnos que Napoleón, Hitler y Beethoven son parte de la misma narrativa. Al fin y al cabo Wagner se ha usado para invadir Polonia. Un himno a la ultraviolencia.
Esta nota se incluyó en la revista digital Música Clásica 3.0.
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