Pablo Bardin ha asistido a lo largo del año a una gran cantidad de conciertos que nos viene compartiendo. Aquí nos comenta sobre la pianista rusa Svetlana Smolina (debut), Josu Okuñena (debut), Leonora Baldelli. También sobre el dúo de Marcela Roggeri y François Chaplin (debut), de Mischa y Lily Maisky y del conjunto Phil d´Or.
SOLO
La pianista rusa Svetlana Smolina (debut) había sido anunciada por AMIJAI en su breve ciclo de tres pianistas mujeres, pero por algún motivo ella finalmente se presentó en el CCK, Sala Sinfónica, el 24 de octubre. Como parece ser la tendencia teniendo en cuenta a Buniatishvili y según comentarios de colegas (no pude verla) a Valentina Lisitsa, que tocó en la Usina del Arte el 25 de Noviembre, estas jóvenes de la ex URSS tienen estupenda técnica pero sus interpretaciones son caprichosas, y además programan obras terriblemente difíciles. Además tienen siluetas para recordar…
Es siempre molesto y poco serio cuando cambian el programa y las diferencias se anuncian rápido y para colmo sin micrófono. En este caso en la Primera Parte se eliminó el Arabesque de Schumann y se agregó una pieza de Chopin a las dos anunciadas, además en otro orden. De modo que escuchamos el Scherzo Nº2 y las Baladas Nos. 3 y 1. Las tres son obras magníficas del Chopin más audaz, tan arduas de ejecutar como de interpretar. En las tres ocurrió lo mismo: las partes rápidas fueron vertiginosas, al extremo de imposibilitar una exacta articulación aunque agilísimas, y las lentas fueron bien cantadas pero con rubatos a veces mal manejados. La elección de los virtuosísticos y banales “Arabescos de concierto sobre `A orillas del hermoso Danubio azul´ de Johann Strauss II” de Adolf Schulz-Evler, extraordinariamente bien tocados, indicó que a la pianista le interesa más el despliegue acrobático que la interpretación.
También hubo cambios en la Segunda Parte, ya que se inició con una selección no prevista de “El Cascanueces” de Tchaikovsky, creo que en la transcripción de Mikhail Pletnev: la Obertura Miniatura, el Adagio del Pas de deux, la Danza de los mirlitones y el Vals de los copos de nieve; finas y elegantes ejecuciones. De los tres Scriabin que figuraban se tocaron dos (la eliminada fue la Fantasía en si menor): la Hoja de álbum Op.45, muy breve pero grata, y la importante y sucinta Cuarta Sonata, Op.30; aquí sí el lucimiento fue completo, ya que las complicadas y avanzadas texturas fueron expresadas con empatía y estilo. De la prevista “Selección de los Preludios Op.23 y 32” de Rachmaninov (no identificados) sólo quedó el Op.23 Nº4, bellamente tocado. Y habiendo eliminado la obra de cierre, las “Variaciones sobre ´Carmen´ de Bizet” de Horowitz, concluyó el programa con una obra que sí figuraba y es considerada una de las más exigentes de todo el repertorio, incluso Liszt: la Fantasía “Islamey” de Mili Balakirev. Fue una ejecución sorprendente y en su mayor parte admirable, pero no perfecta (¿podrá alguien lograrlo?) ya que es abrumadora la escritura aunque muy atrayente. Lamentablemente no pude quedarme para las piezas fuera de programa.
Atraído por un mail que prometía música vasca, fui a la Sala de Cámara de la Usina del Arte el 10 de Noviembre a la mañana a escuchar al pianista Josu Okuñena (debut). Pasó algo que nunca debería ocurrir: no hubo programa de mano; “el pueblo quiere saber de qué se trata”. Y aunque el artista, avisado, algo explicó, los datos no fueron suficientes y por eso lo ví después del concierto y le pedí información exacta. Me pareció un ejecutante muy probo y entusiasmado con su cometido: dar a conocer música vasca muy poco tocada. Se inició con tres Sonatas breves (como las de Soler) del Santuario de Nuestra Señora de Aránzazu, patrona de Guipúzcoa; si bien es un bello edificio moderno, su Basílica conserva valiosos libros, incluso musicales. Ya con compositores del siglo XX, Tres piezas (basadas sobre el folklore) de Pascual Aldave (1924-2013); Tres danzas, bastante elaboradas, de Tomás Garbizu (1901-89); y del bastante conocido Padre Donostia (1886-1956) un “Andante doloroso” y “Cuatro preludios vascos”. Fue grato conocer todo esto en versiones autorizadas. Okuñena terminó con el arduo arreglo pianístico del propio compositor de “La Valse” de Ravel; la obra nada tiene de vascuence pero sí su creador, ya que nació en la costa vasca francesa en Ciboure, cerca de Saint-Jean-de-Luz, a pocos kilómetros de la frontera con España; Okiñena demostró aquí su muy sólida técnica.
Los llamados Concertos en Libertad se refieren a conciertos gratuitos que ocurren al mediodía en el Templo Libertad, a una cuadra del Colón. Allí suelen mostrar su joven talento muchos alumnos del ISA (Instituto Superior de Arte de nuestro Teatro), pero en este caso se trató del debut de una pianista italiana, Leonora Baldelli, en un programa Liszt, el 2 de Noviembre. En años pasados vi conciertos allí entrando directamente al Templo judío, pero esta vez casi me voy; el templo estaba cerrado y llovía. Menos mal que se me ocurrió preguntar al lado, donde está el Museo Judío, y allí me dijeron que se entraba ahora por el Museo; les dije entonces que pongan algún cartel que lo indique. Al llegar al amplio recinto del Templo, de atractiva arquitectura, me encontré con que sólo las primeras filas estaban habilitadas; las otras tenían cintas que no dejaban pasar. Pronto entendí el porqué: llegué sobre la hora y éramos 15 personas en total.
Injusto, más allá de las razones (entre otras el dificultoso acceso), porque Baldelli es una talentosa joven de interesante carrera; al día siguiente (no pude ir) ofreció un programa de música italiana contemporánea en otro ámbito. Me interesó ir porque salvo dos obras eligió Liszt poco tocado. El creador imaginó dos leyendas sobre santos cristianos; escuchamos “Leyenda de San Francisco de Paula caminando sobre las olas” (la otra es la de San Francisco de Asís predicando a los pájaros; dos Franciscos). Cuando un barquero se rehusó a cruzar al Santo en el Estrecho de Messina, Francisco improvisó balsa y vela con su manto y báculo y pasó al otro lado. Así, en ocho imaginativos minutos, Liszt nos da su visión musical. Ya aquí se hicieron notar los valores de la pianista, afianzados enseguida con expresivas versiones de “En el Lago de Wallenstadt” (del Primer Año, Suiza, de Años de Peregrinaje), del para mí nuevo Estudio Nº 9, muy sereno, de los muy tempranos Doce estudios Op.1, y terminando la Primera Parte con el bien conocido “Liebestraum Nº3” (“Sueño de amor Nº3”). De paso, me extraña lo de op.1, ya que sólo se utiliza actualmente el completísimo catálogo S (Searle) y en el diccionario Grove no figura ningún op.1.
La Segunda Parte fue dedicada a las virtuosísticas obras de Liszt sobre ciertas melodías de óperas de Verdi. Dos de ellas son raramente tocadas: la Fantasía sobre “Ernani” y la Fantasía sobre el “Miserere” de “El trovador”; en realidad es prácticamente sólo sobre esa majestuosa aria “O sommo Carlo”. En ambas sobra oropel y falta introspección, aunque ciertos climas ominosos están bien logrados en el “Miserere”. Y sí es bastante escuchada la Paráfrasis de concierto sobre “Rigoletto”, aunque es incorrecto, ya que sólo escuchamos el famoso Cuarteto, pero hay aquí algo más de frescura e imaginación. Las ejecuciones fueron de muy buen nivel y el escaso público aplaudió con entusiasmo; resultó que varios eran italianos. Lástima que la acústica es retumbante.
DÚO DE PIANOS
La penúltima sesión de abono de Nuova Harmonia en el Coliseo tuvo un programa de dúo de pianos denominado “París, Les Années folles, Le Boeuf sur le Toit”, y lo armaron Marcela Roggeri y François Chaplin (debut). ¿Cuáles son Los Años Locos? Los Años Veinte en Francia, especialmente en París. Y “El Buey sobre el Tejado” fue un ballet de Darius Milhaud inspirado en su experiencia como diplomático en Brasil cuando era Embajador Paul Claudel; allí el compositor se enamoró de la música popular de ese país, ya entonces tan característica, y el ballet sobre libreto de Jean Cocteau toma su título de “O boi no telhado” de Zé Boiadêro que es la divertida melodía rápida recurrente, pero hay unas treinta melodías citadas en un alarde de gracia, dentro del estilo politonal tan colorido de Milhaud (igualmente encantadoras son sus “Saudades do Brasil”). Hace muchos años que estoy enamorado de este ballet, que tengo grabado por el autor dirigiendo, y que tiene del otro lado esa obra maestra que es otro ballet suyo, “La creación del mundo”, donde la influencia asimilada es el jazz. No digo que la transcripción pianística del autor me haga olvidar su contagiosa orquestación, pero es bastante buena.
Roggeri es una notable pianista argentina que vive en París pero nos visita regularmente y además de su brillante técnica tiene un espíritu inquisitivo. Ha encontrado en Chaplin un alma gemela y programaron una antología francesa, aunque no todo se atuvo al programa ya que hubo notables obras bastante anteriores o posteriores al período de los Años Veinte. Y varias fueron transcripciones de obras orquestales, no originales, o de piezas para canto y piano; yo hubiera preferido más piezas pensadas para dos pianos. Pero el placer musical siempre estuvo y ambos tocaron con empatía mutua y sólidas técnicas capaces de necesarias sutilezas pero también de pasajes exultantes y fortissimo. No en vano Chaplin grabó la obra completa para piano de Debussy.
La Danza macabra de Saint-Saëns es una talentosa evocación de la Muerte; lo hace con sarcasmo y ritmo valseado; no sé de cuándo es la transcripción pero el poema sinfónico data de 1874. Poulenc, notable pianista como Saint-Saëns, compuso obras de un “charme” muy particular, aunque a veces se pone serio como en la Elegía (en acordes alternados) escrita en 1959 en memoria de una amiga, y bien lejana a los Años Locos. Pero las otras dos sí lo son en su espíritu, no en las fechas; una se toca raramente y es un hallazgo: el Capricho basado en la cantata “Le Bal masqué” (“El Baile de máscaras”) de 1932; dice el autor: “es el clima de los crímenes en color del Petit Parisien de los sábados de mi niñez”. La otra es famosa: un irresistible valse-musette, “L´Embarquement pour Cythère”, se inspira en el cuadro de Watteau, data de 1951 y basa su material en música de Poulenc para la película “Le voyage en Amérique” (“El viaje en América”). Citerea era la isla griega consagrada a Venus, y allí iban los enamorados a amarse y rendir pleitesía a la Diosa.
La desbordante alegría y variedad de “Le Boeuf sur le toit” fue expresada con ritmo contagioso y evidente diversión por los intérpretes. Encontré una sola grabación en dos pianos pero unas cuantas de la orquestal, de modo que fue interesante escucharla en vivo. Luego supieron adaptarse a la bien realizada transcripción de esa maravilla que es el “Preludio a la siesta de un fauno”, acta de nacimiento del Impresionismo, y que este año escuchamos por Argerich y Barenboim; se acercaron a ese exaltado nivel en una versión musical y sensitiva.
La juvenil “Petite suite” (1889) de Debussy es original para piano a cuatro manos (excepción en el programa) y curiosamente se conoce más en la muy buena orquestación de Henri Büsser, que también compuso una “Petite Suite” (nada mala) y las grabó en el mismo disco. La tocaron con fineza. Luego volvieron a los dos pianos con la versión para ellos de la famosa “Pavana para una infanta difunta” de Ravel (también existe una transcripción para un solo piano) de 1899; recién la orquestó en 1910. Siguieron dos canciones arregladas: “Je te veux”, un delicioso vals de Satie de 1902 que es más Belle Époque que Années Folles, y “Les Chemins de l´amour” (“Los caminos del amor”) de Poulenc, para “Léocadia” de Anouilh, cuyo ánimo despreocupado no deja traslucir la guerra (fue escrita en 1940). Y finalmente “La Valse” de Ravel, que suena mejor en la transcripción para dos pianos que en la de un piano, porque la riqueza orquestal puede evocarse con mayor aproximación, fue muy bien tocada.
Los extras rindieron homenaje a dos grandes autores de canciones populares: “Les feuilles mortes” (“Las hojas muertas”) de Joseph Kosma, y de Norbert Glanzberg, que escribió “Padam.padam” para Piaf, el primer movimiento del Concierto para dos pianos llamado Suite Yiddisch. Tocaron estas piezas con cariño y emoción.
PIANO Y VIOLONCELO
El célebre violoncelista letón Mischa Maisky había tocado el 10 de noviembre con la Sinfónica (ya escribí sobre ese concierto). Al día siguiente, también en CCK y en la Sala Sinfónica se presentó en dúo con Lily Maisky, su hija pianista. La sorpresa fue la calidad de Lily (debut), que demostró ser una instrumentista de poderosos medios y muy buen estilo, a la par de su padre y a veces mejor (él se apasiona más allá del límite a veces, ella no). Hicieron un programa romántico alemán en la Primera Parte, y del siglo XX en la Segunda, con obras dedicadas a quien fue el maestro de Mischa, Rostropovich.
Las tres Piezas de fantasía Op.73 de Schumann son muy gratas, y la tercera resulta difícil e intensa. Si bien la versión original es para clarinete y piano, existen las variantes para violoncelo o para violín, ambas con piano. En cuanto a la Segunda Sonata, Op. 99, de Brahms, no hay rival en esa época (1886) para esta calidad trascendente que une sentido formal a sustancia expresiva. Fueron versiones para recordar, si bien la acústica de la sala hizo que Maisky, colocado al bies, proyectara más a la derecha que a la izquierda y ello provocara cierto desequilibrio con el poderoso piano brahmsiano.
La Sonata Op.65 de Britten está escrita en desafiante Do mayor, como diciendo a los vanguardistas « soy tonal y me gusta serlo ». Sin embargo, esta obra de 1961 es bastante áspera y como dirían los ingleses, “quirky” (excéntrica). Tiene una curiosa estructura en cinco movimientos muy diversos: un Diálogo no muy empático, un Scherzo pizzicato, una Elegía, una Marcha y un Moto perpetuo. Sin duda ardua de tocar, su atracción varía y no está entre mis Britten favoritos, aunque tampoco lo desmerece. Padre e hija estuvieron admirables y mantuvieron la concentración en todo momento. Estuve en el estreno de “Le Grand Tango” de Piazzolla por Rostropovich y me pareció una obra de verdadera envergadura; escuchándola ahora por los Maisky sigo encontrándola una de las creaciones más valiosas de Astor y ellos supieron entender el ritmo del tango y reflejarlo con autenticidad.
Las ovaciones parecieron entusiasmar al veterano violoncelista, ya que nos dio nada menos que seis piezas extras. Su instrumento cantó como una mezzo en el arreglo de “Mon coeur s´ouvre à ta voix” (“Mi corazón se abre al oírte”) de “Sansón y Dalila” de Saint-Saëns y en la “Meditación” (original para violín) de “Thaïs” de Massenet. Después de Saint-Saëns sin solución de continuidad había tocado algo bien contrastante, el arreglo del Preludio “Minstrels” de Debussy, tan jazzístico. Luego un Vals de Tchaikovsky de los que escribió para piano (quizás el Vals sentimental Op.51/6), “El Cisne” de Saint-Saëns (miel pura) y para terminar con un moderno, el burlón humor de Shostakovich en el final de su Sonata para violoncelo y piano. Todo muy bien acompañado.
CLAVE Y ÓRGANO DE CAJÓN
Me tomaré una licencia poética en este artículo sobre pianos metiendo de rondón a otros instrumentos de teclado. El conjunto Phil d´Or también este año ha realizado conciertos en el Auditorio Ameghino de la Sociedad Científica Argentina, una buena sala (excepto algún ruido de calle) que años atrás utilizó Ars Nobilis; hicieron un ciclo de tres conciertos en el primer semestre del año, y otro ciclo de tres en el segundo. Las inteligentes programaciones nos ofrecen distintos aspectos del Barroco y evitan lo trillado. Los integrantes son José Luis Etcheverry, flautas dulces; Ignacio Caamaño, violoncelo; Evar Cativiela, archiláud; Matías Targhetta, clave y órgano de cajón; y Cecilia Arroyo, soprano. No pude asistir al primero, dedicado a Monteverdi y la Venecia de su tiempo, con la mezzosoprano Mattea Musso como invitada; ni al tercero, dedicado a Telemann; pero sí escuchar el segundo, el 1º de Noviembre, a cargo de Targhetta, denominado “Johann Jacob Froberger entre dos mundos”. Fue presentado por Etcheverry con humor sarcástico.
Froberger vivió entre 1616 y 1667 y es de los más personales compositores para clave y órgano de ese primer Barroco. Fue influido por el gran Girolamo Fescobaldi (1583-1643), de quien se escucharon la Toccata III en clave y la “Canzona secondo tuono” en órgano de cajón, y por los franceses como Jean-Henri d´Anglebert (1629-91), a quien pude apreciar en su “Chaconne du Vieux Gaultier” en clave. De Froberger a la italiana, la “Toccata VI alla Levatione” (Elevación), lenta y expresiva, y el Capriccio I para órgano de cajón, rápido y rítmico. A la francesa, el “Tombeau sur la mort de M. Blancheroche » (un laudista), lento pero “sin observar ninguna medida”. A su vez, el notable Louis Couperin escribió “Preludio imitando al Sr. Froberger”, o sea que la influencia fue mutua. Volvemos a Froberger en sus difíciles “Partite ´Auf die Maÿerin´ “ (o sea, variaciones sobre una canción picaresca de ese nombre), en órgano de cajón, que es un tipo de órgano de cámara. Más Froberger para terminar, con la Suite XX, en cuatro partes; curiosamente la primera se denomina “Meditación sobre mi muerte futura” y termina con una pieza más bien lenta, “Sarabande”, en vez de la Giga, que ocupa el segundo lugar. La pieza fuera de programa también fue de Louis Couperin.
Targhetta es un conocedor de ese Barroco temprano y un artista estudioso y serio. Más allá de algún error, nos hizo conocer con solvencia un repertorio atrayente y poco difundido. Sin duda Froberger merece el homenaje, pero además estuvo muy bien rodeado en este programa.
Pablo Bardin