Muy demorado, puedo al fin ocuparme de dos óperas vistas en el Teatro El Nacional de la temporada del Metropolitan de New York presentada por la Fundación Beethoven en ciertos sábados, HD Live, que nos permite verlas por satélite. Dos obras completamente distintas en todo sentido se pudieron ver: “La fille du Régiment” de Gaetano Donizetti y “Die Walküre” (“La Walkiria”) de Richard Wagner.
Por Pablo Bardin.
En la temporada 2018-19 el Met repuso el ciclo completo de “El anillo del Nibelungo” de Wagner en la puesta en escena de Robert Lepage; la Primera Jornada fue elegida para HD Live: “Die Walküre” (“La Walkiria”), para muchos la preferida de las cuatro partes (aunque en mi caso empata con “El Ocaso de los Dioses”). No soy un entusiasta de esta régie, prefiero y con mucho la de Otto Schenk, grabada hace largo tiempo por Levine (ahora innombrable…) con un gran reparto, ya que responde al libreto plenamente y con verdadero estilo. El Primer Acto es extraordinario y tuvo los mejores cantantes: Stuart Skelton (Siegmund), Eva-Maria Westbroek (Sieglinde) y Günther Groissböck; también fue el acto mejor resuelto por Lepage. El director, uno de los mejores de la actualidad: Philippe Jordan. El Preludio resultó auspicioso: la música urgente y dramática fue complementada por sombras tras una cortina en el fondo del escenario que permitieron sugerir una persecución y así entender porqué sin solución de continuidad penetra Siegmund en la casa que resulta ser de Hunding y Sieglinde: “debo descansar aquí”, dice, y se desploma. Entra Sieglinde y se dice: “Un extranjero”; logra que reaccione y él pide algo para beber (“Ein Quell”); ella le trae agua. La música es lenta y expresiva, con solo de violoncelo y parca orquestación. Sieglinde le informa que es la casa de Hunding. Él cuenta sus peripecias: sus enemigos rompieron su lanza. Ella le trae hidromiel, bebida típica alemana de esos lejanos tiempos; repuesto, él quiere irse:”de mi triste suerte tuviste compasión, no quiero traerte problemas”; pero ella angustiada le pide que se quede, ya que ella también vive con amargura. Se miran con creciente interés acompañados por música intensamente romántica; pero suena en las trompas el tema de Hunding, que entra: Sieglinde le cuenta que ayudó al extranjero y Hunding asegura que su casa es sagrada: la hospìtalidad era en esa época primitiva una obligación. Sieglinde les sirve comida y bebida. Hunding los mira y le asombra el parecido que tienen. Marido y mujer le piden quién es: “llamaba a mi padre Lobo y tenía una hermana gemela; la perdí junto a mi madre. Lobo tuvo muchos enemigos; yo lo acompañaba. Un día volvimos a nuestra choza y la encontramos quemada, mi madre muerta y mi hermana ausente. Pasamos años cazando, él y yo, el Wölfing (hijo de lobo). Luchamos contra los Neidinge (tribu con ese nombre) pero un día quedamos separados y buscando a mi padre sólo encontré una piel de lobo. Busqué amigos y mujer, todos me rechazaron; por eso soy Wehwalt: la pena me espera siempre”. Sieglinde le pregunta cuál fue su último combate: “Una niña me pidió ayuda: su clan quería entregarla a un hombre; peleé contra sus opresores y los vencí; la niña vio caer a sus hermanos y los lloró sin querer moverse de donde estaban. Una cohorte de amigos de las víctimas me atacó y quebró mi arma; mataron a la niña”. Hunding reconoce a su enemigo: “esta noche te recibo, pero encuentra un arma sólida: mañana al alba combatiremos”. Echa a Sieglinde; que lo espere en la cama con la copa nocturna. Ella demora su partida llenando el cuerno de bebida y le señala a Siegmund una zona del fresno que está en el medio de la habitación de esa extraña casa, pero Hunding la empuja y vuelve a retar a Siegmund. Se van y Siegmund queda solo: éste es un buen momento para evaluar a los artistas. Conocí a Stuart Skelton cuando cantó Tristán para la inauguración del Met con Nina Stemme como Isolda hace dos temporadas, compromiso que fue un gran desafío, y Skelton me impresionó positivamente: una voz bien timbrada, resistencia, conocimiento seguro de la música y el texto (la memorización de ese personaje es muy ardua, especialmente para quien no es alemán) y una actuación lograda; no un Heldentenor memorable pero sí un cantante a seguir, ya que no sobran los talentos en este rubro. Con bastantes kilos de más, este Siegmund me resultó atrayente en su rendimiento y expresión; lo sentí asentado y capaz. En cuanto a Westbroek, hasta este momento canta poco pero la comprensión del personaje fue evidente y su estado vocal, impecable; semanas antes había cantado una muy relevante Minnie en “La Fanciulla del West” pucciniana; lástima que cuando cantó aquí Tosca estuvo resfriada y no pudo dar todo lo que se esperaba de ella, pero se trata sin duda de una cantante de primer nivel en calidad vocal y como intérprete. Groissböck es un bajo de notable material y me había gustado años atrás cuando aprecié su Ochs; generalmente los bajos alemanes son altos y macizos, él es alto pero flaco. Su interpretación de Hunding fue distinta de las habituales: su rostro largo y anguloso se corría hace un lado o al otro haciendo muecas de villano sin afectar su fraseo musical, siempre firme y cargado de odio.
Viene ahora un momento crucial: el monólogo de Siegmund “Mi padre me prometió una espada”: al principio preocupado, luego dulce al evocar a Sieglinde, a quien desea, y sus dos exclamaciones “Wälse” (su padre), donde se evalúa el fiato y la potencia de la voz (nadie como Melchior) muy honestamente resueltas por Skelton. Y aparece el tema de la espada cuando una llama ilumina unos momentos el lugar donde está en el tronco del árbol; el wagneriano sabe lo que Siegmund no logra entender, y fantasea que es lo que marcó la mirada de una mujer florecida (Sieglinde); la llama se apaga. Entra Sieglinde; dio una poción a Hunding para que duerma profundamente. Y a partir de su aria “Der Männer sippe” hasta el final del acto escuchamos el mejor Wagner; sólo la despedida de Wotan al final del Tercer Acto se le compara. Ella cuenta que el clan se aprestaba a entregarla a ese marido cuando entró un viejo (la música nos dice que es Wotan); miró al clan con un ojo tan intenso que los asustó pero para ella fue tierno. “Tomó una espada y la hundió en el fresno; muchos intentaron sacarla, nadie pudo; si eres el amigo que esperaba y puedes hacerlo, mis penas serán alegrías”. La música llega al colmo de la exaltación en las frases finales en tempo rápido y lleva directamente a la reacción de Siegmund: “Tú, mujer bendita, tienes en mí al amigo que buscabas, y mi corazón late sobre el tuyo”, y luego, “La Primavera ríe dentro de la sala” y escuchamos esa magnífica aria melódica de Siegmund, “Winterstürme wichen dem Wonnemond” (“Las tormentas de invierno huyen ante la Primavera vencedora”) en la que une la belleza primaveral con el amor humano, y es seguida por otra aria de Sieglinde, “Du bist der Lenz” (“Tú eres la Primavera”), una poética y apasionada declaración de amor y de admiración por la claridad de sus ojos y belleza de sus rasgos. Siguen en dúo alabándose ambos hasta que ella expresa: “este amigo mis ojos lo han visto tiempo atrás” y luego vuelve a recuerdos de infancia y del viejo, cuyos ojos se parecen a los de Siegmund. Y él le dice: “ya que me amas mi vida es la suprema alegría”. Y luego aclara que su padre se llamaba realmente Wälse; ella entusiasmada, “si eres un Wälsung la espada te espera en el fresno y te llamo Siegmund”. Y él a su vez nombra a la espada “Nothung” y con tremenda energía y música avasallante, logra extraer la espada de la dura madera, y dice a Sieglinde que es su prueba de amor y la sacará de este lugar detestado. “Hermana y esposa seas para tu hermano y que así florezca la sangre de los Wälsung”; se van mientras una orquesta vertiginosa cierra el acto de modo memorable. La enorme energía y coherencia de la música sólo está al alcance de artistas de alto nivel; Skelton y Westbroeck ciertamente lo son. Él no perdió nunca la concentración ni el rendimiento vocal y ella cantó y actuó con un apasionamiento rigurosamente controlado. Y Jordan llevó la orquesta con inteligencia y sensibilidad, siempre dando el apoyo necesario a los cantantes y manteniendo el tempo y los ritmos justos. Estos hermanos incestuosos son semidioses, hijos de Wotan y de una mujer humana. Aclaro que los textos que cito son una selección y a veces uno en un párrafo fragmentos distintos para no hacerlo demasiado largo; y que son traducciones mías. También que sólo cito unos pocos Leitmotiven, los que creo esenciales; hay muchos más.
El Segundo Acto se inicia con un impresionante Preludio rápido y fortissimo que nos anuncia la presencia de Wotan y de Brunilda, su walkiria favorita. Sobre el final aparece el tema de la cabalgata famosa, que abrirá el Tercer Acto. La orquestación es enorme e incluye las tubas wagnerianas, inventadas por él. Se abre el telón y estamos en un salvaje paisaje de montaña. Wagner, siempre exigente, nos presenta a Wotan como Dios de la guerra y a Brunilda (Brünnhilde) como ejecutora de su orden: en el duelo debe morir Hunding y no irá al Walhalla, morada de Dioses y de héroes caídos y luego redivivos. Canto fortissimo y que termina en Fa sostenido, nota límite para un bajo barítono. No conocía a Greer Grimsley, que afronta en mi memoria al gran Hans Hotter. Y en el Met y el Colón, a James Morris. Grimsley, en este primer fragmento, lució bien, con armadura y lanza, alto y de rostro expresivo, pero su voz, aunque firme, sonó algo áspera, aunque con vibrato controlado. No abundan los Wotan en ninguna época; ni es fácil obtener información. Brünnhilde también, sin poder calentar la voz, debe cantar el peligroso canto de guerra “Hojotoho” de forma ABA: A, llegando al si y al do agudos; B, avisa a Wotan que está llegando Fricka y tendrá una dura batalla; A se repite casi idénticamente y Brunilda se va. Es Christine Goerke, a quien no había escuchado antes de esta ocasión. Por supuesto, mi referencia es Nilsson (1962-67) y no hubo nadie como ella en el Colón desde entonces; sí notables artistas como Sieglinde (Altmeyer), Wotan (Stewart, Morris), Siegmund (Jerusalem, King), Hunding (Moll, Salminen) y Fricka (Waltraud Meier, G.Hoffman) pero no como Brunilda en “La Walkiria” (sí Behrens en “El Ocaso de los dioses”). ¿Alternativas? Stemme, Theorin, quizá (no la conozco) Catherine Foster (Bayreuth 2018). Goerke fue demostrando que tiene una voz importante, pero su interpretación me irritó inicialmente, ya que con su pelo suelto y sus ademanes de niña juguetona estuvo lejos de mi imagen de Brunilda.
Conocimos a Fricka, la mujer de Wotan, ya en “El Oro del Rhin”, como persona de fuerte carácter que le marcaba los defectos y por cierto Wotan es muy falible. En “La Walkiria” tiene una sola escena pero es larga y al final gana ella. De modo bien directo dice que defiende a Hunding y sus lazos sagrados con Sieglinde y que debe castigarse a quien la raptó. Pero él replica que no le valen los lazos sin amor. Ella ataca el crimen de incesto, él pide que bendiga el amor que los une. La contestación de Fricka es extensa y equivale a un aria; además toca temas fundamentales: “So ist es denn aus”. “Entonces terminó el poder eterno desde que engendraste estos salvajes Wälsung. Niegas las leyes que controlaban tu conducta, quiebras los lazos establecidos por tú mismo. ¡Si tú has profanado los lazos conyugales! Sin embargo colocaste a las Walkirias bajo mi mando” (son el resultado del lazo de Wotan con Erda, la diosa Tierra que él decidió seguir cuando ella le avisa que debe entregar el oro; él lo hace pero luego la busca, dice, para que le enseñe su sabiduría…pero el resultado fue más allá: son las doncellas guerreras que llevan los héroes al Walhalla). “¡Y ahora quieres que el hijo de la Loba reine sobre tu esposa!” (o sea que la diosa sabe que Siegfried nacerá de esa unión). Es música intensa que necesita de una artista completa. Los dos tienen parte de razón: nada tiene de santa una unión sin amor y obligada; en un buen matrimonio debe haber respeto mutuo. Pero por otra parte se mezclan las cosas porque Hunding se casó con una semidiosa sin saberlo y la trata como una esclava. Estos dioses nórdicos son tan imaginarios como los griegos y tienen las mismas fallas. En cuanto al incesto es aún peor con la madre, pero el pobre Edipo no lo sabía. Me intriga que los incestos en las cortes europeas generalmente llevaron a deformaciones genéticas, pero jamás leí que ello haya ocurrido en Egipto, donde era plenamente aceptado y habitual; ¿podrá ser que la cara alargada y afeminada de Akenatón haya sido un caso, pese a que las razones aducidas son estéticas, porque el arte de esa época tiene esa característica general? Por otra parte Wotan era tan picaflor como Zeus. Ahora Wotan contesta a Fricka: “Todo tu conocimiento proviene de las costumbres, pero yo quiero lo que nunca se vio: quiero un héroe que libre de ayuda divina también sea libre de las leyes divinas. Él podrá hacer lo que yo no puedo”. Pero ella retruca: “Tú le has dado esos poderes, quítale la espada. Siegmund es mío. Que la Walkiria esté en su contra. Y que su espada se quiebre!”. Y entonces se escucha el grito de guerra de Brunilda. Fricka: “Todos los Dioses van a su fin si mi derecho no fuera plenamente vengado hoy por tu hija. ¿Me lo promete Wotan?” Él. “Toma mi juramento”. Fricka se dirige a Brunilda: “que él te diga lo que decidí”; y se va. Ella siente que los sucesivos errores de su marido están quitando poder a los Dioses y que sólo con comportamientos correctos se recuperarán, pero defiende a matrimonios fallados; si los dioses marcan las leyes, piensa el que analiza, ¿por qué ella acepta lo injusto en vez de corregirlas? Y en una versión pagana del libre albedrío, ¿no podrían dos almas nobles amarse sin ser hermanos y que él pudiera ganarle a Hunding con una espada normal mediante su capacidad guerrera? Fricka es un personaje muy ambiguo pero poderoso; necesita una mezzosoprano de amplio rango y volumen, una artista que actúe y cante con energía dándole todo su valor a las palabras. La Fricka ideal está grabada por Christa Ludwig y ya mencioné dos muy buenas escuchadas en el Colón; la amplia Jamie Barton tiene una sólida voz hábilmente manejada y un adecuado alemán; cumplió positivamente con un personaje pivote, ya que todo cambia a partir de su confrontación con Wotan.
Brunilda queda preocupada y se da cuenta que Wotan perdió la batalla; él dice: “Hice las cadenas que me oprimen, ¡yo, el ser menos libre! “ Y explota su cólera, en un pasaje difícil que demanda volumen, afinación en agudos y un timbre trágico: “¡Males de los Dioses! ¡Mi pena es mayor que ninguna!” Brunilda: ”¡Cuéntame, mi corazón es leal, sólo soy lo que ordenes”. Wotan: “Hablo conmigo aunque me escuches”. Lo que sigue suele cortarse en el Colón y siempre lo lamenté: es verdad que cuenta lo que el público sabe porque vio “El oro del Rhin”, pero su sentido es que Brunilda lo sepa y comprenda los motivos del decaimiento de Wotan. Como corresponde Bayreuth y el Met no hacen cortes. La orquestación es mínima y debe cantarse piano. “Habiendo perdido la alegría del amor joven, quise el Poder y sometí al mundo; sin entenderlo, arreglos mentirosos englobaron lo malo; cedí ante las malicias de Loge. Sin embargo volví a sentir la necesidad del amor. Alberich lo rechazó y conquistó el oro del Rhin; forjó el Anillo, mi astucia lo tomó” (en realidad, la de Loge), “no lo devolvi y con él pagué el Walhalla, donde reiné” (frase errónea, ¡lo pagó con el oro, no con el anillo! Y queda reconocido en la siguiente frase: “Erda me hizo devolver el Anillo y predijo que sino provocaría la ruina eterna”; sin embargo, le fue entregado a los gigantes, no a las hijas del Rhin, y habiendo sido maldecido por Alberich, Fafner mató a su hermano Fasolt y se quedó con el anillo. “Bajé al corazón del mundo y mediante el amor conquisté a Erda, quien me libró sus secretos y te concibió; ocho hermanas te dimos y fueron creciendo: vuestro objetivo es evitar el peligro predicho: han llenado al Walhall de guerreros que lo protegerán”. “Si mediante su horda Alberich recuperase el anillo, sólo él puede usar su magia porque renunció al amor e incluso volver a los héroes contra mí. Fafner tiene el Anillo pero no puedo recuperarlo; los tratados me hicieron rey y me inhabilitan. Sólo un héroe a quien yo no controle podrá lograrlo” (Siegfried). “¿Cómo encontrarlo? Yo mismo no lo sé” (y se enfurece). Admite ante Brunilda que Fricka tiene razón, debe destruir a quien ama. Y desesperado, en un momento álgido de la música, admite: “Cae para siempre, reino esplendoroso, gloria divina; sólo quiero la Caída. Comprendo las siniestras palabras de la Wala (Erda): si el sombrío enemigo del Amor crea un hijo por despecho no tardará el Ocaso de los Dioses. Sé que sometió a una mujer con oro; el hijo del odio nacerá de ella. Pero el que yo quiero que nazca no nacerá. ¡Bendito sea tu reino, futuro Nibelungo! ¡Devorarás el esplendor de los Dioses”! Inesperadamente Brunilda se niega a ir contra Siegmund; el Dios se siente humillado y le dice: “¡No excites mi ira, Siegmund debe caer!” Y se va durante un poderoso pasaje orquestal. Grimsley, aunque con timbre un poco ingrato, afrontó toda la larga escena con entereza y comunicó la angustia de Wotan. Brunilda queda entristecida y luego se va.
El incómodo escenario de Carl Fillion, pedido por Lepage, ya causó dificultades en las escenas precedentes, con sus filosas bandejas en varios niveles. Tras un interludio notable, tenso y angustiado, aparecen Siegmund y Sieglinde; ella quiere seguir su rápida marcha pero está exhausta; él hace que se quede. Menciona en una sola frase que han tenido un encuentro sexual (“Dulces éxtasis”), que será el único que tendrán, como veremos luego, pero gracias al cual nacerá Sigfrido. Pero ella luego quiso huir, sin hacerle caso; diríamos que tuvo un ataque de pánico. Y ahora en plena histeria le dice: “vil, profanada, infame es mi carne, ¡huye de este cadáver!” Pero evoca entonces los supremos placeres de su encuentro con Siegmund antes de volver a su angustia:”¡Deja a la maldita!” Él le contesta: “¡Lo venceré, Nothung (la espada) le morderá el corazón y vengará todos los maltratos!” Pero ella cree escuchar que Hunding se ha despertado y está juntando hombres y perros para atacar a quien quebró el lazo conyugal; y pide a Siegmund que la bese antes de volver a su pánico: “¡los perros te desgarrarán, caes, la espada se quiebra en dos partes!” Y se desmaya; Siegmund besa su frente. La total comunicación que logró Westbroek en esta escena demostró sus valores artísticos.
Viene ahora la extensa escena llamada “Todesverkündigung” (“Anuncio de la muerte”). “Siegmund, vengo a buscarte”, canta Brunilda; él le pregunta quién es, ella tan bella y grave. Contesta: “Sólo ven mi rostro los que mueren”. “Te llevaré al Walhalla; allí encontrarás a Wälse. Las hijas de Wotan te ofrecerán hidromiel, los héroes te recibirán con fasto.” ¿Encontraré a Sieglinde?” “No, ella quedará aquí “. Él: “saluda a todos de mi parte; no iré hacia las dulces vírgenes”. Ella: “Quien te dio la espada elimina la magia de ella”. “Vergüenza a quien me la dio; si muero no iré al Walhalla sino a Hella” (infierno). “¡Qué duro y glacial es tu corazón!” Ella: “Entrégame tu mujer, yo la protegeré”. Él: “¡Si debo morir la inmolaré!” Ella: “¡lleva en su seno el testimonio de tu amor!” Pero ni esta revelación convence a Siegmund; entonces ella decide salvarlo en un excitado pasaje y promete que él vivirá. Sale rápido en un magnífico interludio orquestal. Siegmund reflexiona y besa a la dormida Sieglinde antes de partir; se escucha el cuerno de Hunding repetidas veces; ya Siegmund está fuera de escena. Entonces Sieglinde en sueños recuerda el terrible episodio de la muerte de su madre y de su casa quemada y luego grita ¡Siegmund! Rayos y truenos acompañan la inminente lucha. Se escucha la voz de Hunding: “¡Wehwalt! Ven al combate” y Siegmund contestando “¿Acaso te ocultas?” Hunding: ¡Aquí Fricka te golpeará!” Siegmund le cuenta que él logró sacar la espada del fresno. Sieglinde grita que no se ataquen y Brunilda dice: “¡Ataca, Siegmund!” Pero aparece Wotan en una nube y exclama: “¡En pedazos la espada!” Y enseguida Hunding ataca con su espada el pecho de Siegmund, quien cae muerto; alarido de Sieglinde. Brunilda rescata a Sieglinde y sale galopando. Wotan ordena a Hunding: “¡Vete, esclavo! ¡Arrodíllate ante Fricka! Dile que la vengué. ¡Vete!” Y Hunding cae muerto. Wotan furioso expresa: “¡Terrible castigo tendrá Brunilda y será alcanzada en su fuga!” Desaparece entre truenos y relámpagos y cae el telón tras un vertiginoso cierre orquestal.
El último cuarto de hora es de una energía y rapidez cinematográfica, cabal demostración de la maestría wagneriana. Goerke gradualmente deja su estilo aniñado y va contagiándose del drama que vive Skelton, cuya actuación y canto son admirables. La Brunilda de la soprano va adquiriendo mayor densidad, como si fuera madurando y comprendiendo la trágica situación; la voz se afirmó y comunicó. Magnífica tarea de la orquesta y el director.
El Tercer Acto se inicia con la famosa Cabalgata de las Walkirias, que en una adaptación hecha por el autor se escucha a veces en concierto. Es sin duda el fragmento más escuchado suelto de esta ópera y su enorme impacto fue utilizado por Coppola en una escena fundamental de “Apocalypse now”. También resulta un prodigio de orquestación y es tanto Preludio como enseguida después la escena de la llegada de las ocho Walkirias hermanas de Brunilda. Ocho trompas, tres trompetas y cuatro trombones intervienen rodeadas de maderas y cuerdas en trinos y cuerdas en rápidos diseños; la pegadiza y rítmica melodía gradualmente domina hasta la llegada de la primera Walkiria, Gerhilde, con su Hojotoho, el habitual grito de guerra de ellas. Luego Helmwige, terminando con un trino coronado por un Si agudo. Se reanuda la cabalgata hasta que Waltraute y Schwertleite se unen a Gerhilde en un Heiaha. Sin Hojotoho Ortlinde dialoga con Waltraute y con otra Walkiria, Helmwige (lleva a un héroe en la silla de su caballo); pocos instrumentos, el tema de la cabalgata en pp. Se activa el tempo y la orquestación con la llegada de Siegrune y luego de Rossweisse junto con Grimgerde, ambas con héroes muertos en la silla; con efusivos Hojotoho las reciben sus hermanas, Helmwige y Ortlinde llegando al do agudo. Luego se ríen porque el padrillo en el que está un héroe ataca a la yegua de otro héroe muerto, extraño contagio ya que los caballos son de las valkirias. Ya están las ocho; hay que llevar a los héroes al Walhalla donde creen que Wotan las espera; y entonces se dan cuenta que falta Brünnhilde. Y aquí paro para referirme a la extraña puesta de Lepage/Fillion: las ocho han debido deslizarse desde el tope de un monte agresivo por un tobogán después de haber llegado con sus caballos, un efecto barato y kitsch; cómo extrañé la segunda puesta de Oswald, con caballos maniquí montados por símil valkirias y volando.
Ven llegar a Brünnhilde viniendo a una velocidad insólita y observan que no lleva a un héroe sino a una mujer en la silla. Su caballo Grane está exhausto. Reciben con Hojotohos a su hermana y le preguntan qué significa lo que ven. “Estoy huyendo de Wotan”. Las hermanas ven señales de Wotan en tormentas y sombríos vapores. Ella les cuenta lo que pasó y pide que la ayuden a ella y a Sieglinde. Todas le dicen que cometió un crimen contra Wotan. Ella les pide un caballo, se rehusan. Entonces interviene Sieglinde: “sólo quiero morir, para unirme a Siegmund; mátame con tu espada”. Pero Brunilda le dice: “llevas a un Wälsung en tu seno; debes vivir para él”: Y entonces Sieglinde se transforma: “¡Les pido que me ayuden a salvar a mi hijo!” Pero no se animan. Brunilda expresa su deseo: “¡Huye sola, yo me quedo a afrontar la ira d Wotan”. Siegrune informa: “hacia el Este encontrarás el bosque: en él Fafner convertido en dragón cuida el oro robado a Alberich”. Brunilda: “Es peligroso, pero allí no va Wotan, tiene miedo” (¿un Dios le tiene miedo a un dragón? me pregunto). “Debes irte ya y afrontar los peligros: llevas al más sublime héroe en tu seno. Yo conservé las dos mitades de la espada de Siegmund: te nombro a quien unirá las mitades en la forja: Siegfried”. Y Sieglinde canta un momento de inspirado lirismo wagneriano: “¡Oh santa maravilla! ¡Que mis gracias un día rían en tu frente! ¡Adiós, bendita”!, y se va corriendo hacia el Este. Espléndida despedida de Westbroek.
Se escucha la voz de Wotan, está llegando. Las hermanas tratan de ocultar a Brunilda. Se agrega en la orquestación la máquina de truenos. Wotan está furibundo, ellas le piden compasión, él les dice que nadie como ella escuchó y cumplió los deseos del Dios, y ahora lo traicionó; “¿oyes, Brunilda? Ven a recibir tu merecido”: Y Brunilda aparece: “Ordena, Padre, decide la pena”. Wotan le recrimina largamente su desobediencia y le decreta que no es más Walkiria. “Quiebro nuestros lazos. Estarás en esta roca inerte y sin armas; duerme tu sueño, que un hombre dominará a la virgen”. Las Walkirias horrorizadas le expresan que esa terrible decisión también las insulta a ellas, pero Wotan es implacable: si alguna se solidariza con Brunilda tendrá la misma suerte. Nunca deben volver a este lugar. Las hermanas se van, desesperadas, en medio de una tormenta, con música angustiosa y tremenda. La total obediencia es obligada por este Dios falible y duro. Antes de seguir, debo hacer notar que el trabajo musical de las ocho hermanas es arduo: sólo voces de buena calidad y artistas muy profesionales pueden resolver conjuntos muy complicados. Como siempre en el Met, las voces están cuidadosamente seleccionadas y el entrenamiento es riguroso; este grupo, además de buenos físicos, fue admirable en su seguridad y espíritu de equipo; sopranos, mezzos y contraltos, todas se lucieron. Vale la pena recordar que una de ellas, Waltraute, intervendrá en una importante escena de “El Ocaso de los Dioses”.
De aquí en más sólo estarán en escena Wotan y Brunilda. Tras una introducción lenta y con admirables melodías, Brunilda, cantando una frase que llega al la grave, dará sus razones para actuar como lo hizo: “War es so schmälig was ich verbrach” (“¿Fue tan vergonzosa mi ofensa?”). Hasta la última nota de la obra el nivel de creatividad y belleza es extraordinario. Luego le dice Brunilda: “Cuando Fricka venció tu deseo” (salvar a Siegmund) “fuiste cautivo de su causa y enemigo de ti mismo”. Y le explica que vio la desesperación de Siegmund y su inmenso amor y recordó que su Padre lo ama y que al contárselo hizo que ella lo amara y la hiciera hermana del Wälsung (distintos tipos de amor pero reales). Y Wotan le replica que su decisión fue amarga y contraria a sus deseos pero necesaria; ella pudo beber el filtro de amor mientras él bebía hiel. Brunilda: “yo sólo quise amar al que amabas”. Le pide que sea un Wälsungo quien la despierte para no caer en manos de un hombre cobarde y le dice que nacerá de Sieglinde, pero el Dios no ceja en su propósito. Ella entonces le pide que la rodee de un fuego que ningún cobarde pueda cruzar, si no lo acepta prefiere que Wotan la mate. Y esta vez el Dios cede y la abraza, primer momento cumbre en la obra (jamás olvidaré la emoción que Mödl y Hotter comunicaron en el Colón) con una inspiración musical única. “Leb´ wohl” (“Adiós”), “¡tú que adoro, te rodeará un fuego nupcial como ninguno”, “que un hombre te despierte más libre que yo, Dios”. Y tras un extraordinario desarrollo orquestal, el segundo abrazo y momento cumbre, aún más emocionante. Algo importante: ese hombre es hijo de Wotan, o sea un Semidios. O sea que Fricka ganó pero perdió doblemente, ya que Hunding murió. Wotan rememora sus años con Brunilda, la más querida de sus hijas, antes de besar sus ojos y así quitar su divinidad. Ella cierra los ojos, él le pone su casco y armadura. Luego llama a Loge, el Dios del fuego: “¡Loge, hör!” “¡Defiende la roca con fuego!” Y el Leitmotiv de Loge domina las siguientes páginas, de estupenda orquestación. Wotan en sus últimas frases cierra como verdadero Dios responsable esta primera jornada: “¡Quien tema la punta de mi lanza que no cruce este fuego!” Un soberbio postludio orquestal desarrollando al máximo no sólo el Leitmotiv sino otros elementos enriquecedores de la textura cierra esta obra magistral. Tanto Grimsley como Goerke crecieron mucho en los últimos 40 minutos; la voz de Grimsley de mejor timbre y sus fraseos bien logrados; un buen Wotan con la resistencia necesaria. Y Goerke, asumiendo lo trágico y dejando las niñerías, también asentó su voz y su interpretación llegando a un resultado final respetable. Tuvieron el apoyo total del, director, un wagneriano de ley con una orquesta óptima.
Lamento terminar con una seria objeción: la puesta cayó en graves errores en los minutos finales. Resulta esencial que Brunilda quede donde está, pero grotescamente la llevan al tope y al fondo de la extraña escenografía y queda como colgando allá lejos. Por otra parte esperaba más del Met en cuanto al fuego poco sugerente y además desubicado debido al traslado de Brunilda.