PH: Hernán Paulos
Elisabetta Riva dirige el Teatro Coliseo hace ya más de 5 años. En esta nota nos cuenta todo lo que implica el verbo dirigir. Además reflexiona sobre las posibilidades de la programación en relación a nuevos públicos y nos brinda su experiencia respecto a su formación como gestora cultural y a su postura como profesional del medio.
Una mujer ávida de conocimiento, que adoptó Buenos Aires como su bastión de creación cultural y que encuentra en el hacer su mejor escuela.
Por Lucila Bruno.
Sos Dra. en Letras y Filosofía especializada en cine, actriz, productora, docente, gestora cultural. ¿Todos estos tus estudios respondieron a una misma inquietud o bien fuiste buscando diferentes enfoques sobre el arte?
Las dos cosas. Cuando era adolescente tenía un horizonte de interés muy amplio sobre el arte, que iba desde las artes plásticas a la literatura, pasando por el cine y el teatro. Me interesaba y seducía tanto la parte académica como la practica. Me parecía imprescindible estudiar todo lo que permea y genera arte: los contextos históricos, filosóficos, geográficos, las biografías de los artistas, etc. Y de la misma manera me encantaba pintar, actuar y escribir. Me costaba sentir una vocación profesional clara y precisa, con lo cual elegí una carrera universitaria que me permitiría nutrir la amplitud del interés, para darme tiempo de poner en foco la vocación. Fue durante la carrera de Letras que empecé a focalizar y a encontrar en el teatro mi camino. Sentí que era una forma de arte ‘completa’ en la que confluía mucho de lo que me interesaba, y que de alguna manera sanaba la distancia entre lo académico y lo práctico. Así que el teatro se transformó de a poco en mi horizonte de búsqueda. Pero la amplitud de intereses (¡alguien la podría definir como delirio de omnipotencia!) siguió siendo mi rasgo inevitable, tanto que se fueron sumando la producción y la gestión cultural.
Desde 2014 sos la Directora general del Teatro Coliseo, ¿Qué implica ese cargo? ¿Cuales son tus tareas principales?
En el Teatro Coliseo el puesto implica ocuparse de todo. ¡La amplitud de horizontes me sigue persiguiendo! Hay teatros en los que el rol del director general tiene un alcance más limitado. Las tareas que cubro sola, en otras instituciones se reparten en distintas direcciones o áreas de subgerencias. Acá no es delirio de omnipotencia, es la limitación de recursos que impone hacer de dicha necesidad una virtud.
En el Coliseo me ocupo de la gestión general, de la programación de sala y de las temporadas de producción propias (NuovaHarmonia e Italia XXI, por ejemplo), de los recursos humanos, del fundraising, de la comunicación, etc. En los primeros años me he ocupado del master plan de relanzamiento, que incluyó el proyecto de restauración del edificio y de modernización del sistema de management. He aprendido mucho gracias a este amplio alcance. Me encanta aprender.
¿Cuál fue el objetivo principal de este proceso de modernización?
El objetivo a alcanzar era mejorar la oferta artística a nivel cualitativo y cuantitativo y para alcanzar ese objetivo había que ocuparse de un relanzamiento integral. El eslabón fundamental fue el relanzamiento edilicio, particularmente la reforma escenotécnica. En paralelo había que avanzar en todos los otros frentes para ponernos al día con las actuales dinámicas de gestión cultural. Trabajamos en el acercamiento a productores y artistas para una mejora de la propuesta, el posicionamiento de la institución frente al público y los medios, y realizamos un análisis de gestión para optimizar recursos y potenciar su eficacia.
¿Cómo ves el panorama de la música llamada clásica o académica? ¿Crees que se modificaron los hábitos de consumo?
Es un contexto muy crítico. Los hábitos de consumo se modificaron mucho para todas las artes escénicas que se consumen en vivo. La música clásica quizás sea la más afectada porque, además, es un genero que parece no interesar a las nuevas generaciones. No se estaría logrando el cambio generacional en las salas, ni siquiera en las mismísimas familias de abonados. Los jóvenes prefieren otros géneros. Esto es un desafío. ¿Cómo acercar los jóvenes a la experiencia de la música clásica? ¿Cómo seducirlos en un contexto cultural que privilegia la forma al contenido, con algo que es puro contenido? ¿Hay que esforzarse para hacerlo más glamoroso para las sensibilidades actuales? O quizás hay que modificar el ritual, la manera en el cual se presenta. Son muchas preguntas que quedan aún sin respuestas, para mí. Lo que es cierto es que se trata de un contenido que necesita un mínimo de preparación, de educación. El consumo es el último eslabón del deseo, que se nutre de impulsos y estímulos que se forman en la casa, en los ámbitos educativos, en la sociedad. Es allí donde no hay mucho de música clásica. Así que es difícil convencer si no se ha generado el deseo en primer lugar.
Como programadores podemos esforzarnos en renovarnos, buscar nuevas maneras de comunicar, pero si falta todo el resto en la sociedad… ¡no sé si lo vamos a poder lograr!
¿Cual dirías que es la búsqueda principal del Ciclo Nuovaharmonia? ¿Cómo se estructuró la agenda de conciertos de 2019?
Buscamos variación entre lo tradicional y lo innovador, siempre anclándonos en la cualidad artística. Presentamos programas clásicos como los de la Orquesta de Eslovenia con Misha Maisky (cuyo repertorio será Smetana, Schumann y Brahms) o como fue el caso de la Orquesta de Cámara Kiev Virtousi (que se enfocaron en Mendelsohn y Mozart), alternados con programas más innovadores como será el de Kremerata Báltica con Mario Brunello (que estrenará una versión para orquesta de cuerdas de Note sconte de Sollima) o del dúo D’orazio Nuti (que se centró en obras de Adams, Beiro, Rota). Hemos impulsado la composición de obras nuevas como el concierto para piano y orquesta de Stefano Bollani o las piezas contemporáneas compuestas especialmente para el programa “De aquel inmenso mar”, música en torno a las rutas ibéricas de circunnavegación del conjunto barroco La Folia. Hemos mezclado cine y música, propuesto danza clásica y contemporánea, ópera lírica clásica y menos conocida del repertorio argentino, con la Opera di Roma.
Alguno podrá decir que así hemos generado algo híbrido, que no deja de ser convencional y no logra ser del todo revolucionarlo, puede ser. Pero el objetivo es ser abarcativos y acercar a varios tipos de público a la música clásica, desacartonar la experiencia y hacerla accesible aún para un público no necesariamente ‘erudito’.
¿En algún momento de tu carrera sentiste dificultades u obstáculos por ser mujer?
El contexto me está empujando a una toma de conciencia mucho más profunda y radical de la que creía tener. Siempre me gustó pensar que mi género no era un límite, ni siquiera un tema. Nunca sentí que tendría que responsabilizar a mi género por las dificultades que encontraba, no tenía esa alarma ‘activada’, no fui criada con ese paradigma, con lo cual no lo sentí, en su debido momento. Empecé a registrar algo ‘raro’ cuando empecé a tener roles con más ‘poder’, en ámbitos típicamente masculinos. Una cosa era ser actriz o productora. Otra era ser Vicepresidenta de una Fundación que hace décadas era gestionada por hombres de negocios, grandes de edad, o una directora de un teatro en plenas negociaciones o en plena gestión de una obra de refacción edilicia millonaria. Me tuve que ganar un rol de poder por fuera de los moldes que mis interlocutores me proponían por default: seducción o rol secundario.
Un día registré que había gente que hablaba sobre mi competencia y que ni siquiera me habian dirigido la palabra. Ahí me di cuenta que si no me imponía un poco, no me iban a respetar. Pero no estaba dispuesta a transformarme en una –mala- imitación de un hombre. No quería imitar lo que hacían mis pares masculinos. La lucha de género para mí era un cambio de paradigma en la modalidad de hacer gestión, en la modalidad de ejercer el poder, de vivirlo más como verbo transitivo que como sustantivo. Era una cuestión de método, de formas.
No iba a luchar para ganar levantando el tono, no iba a ‘empujar’, a ‘no escuchar’, no iba a apropiarme de esas prerrogativas machistas para afirmarme. Iba a usar la inteligencia, la escucha, la empatía. Busco siempre la complementariedad con lo masculino, con lo ‘macho’. No me interesa eliminarlo. Sí me interesa poner el límite para que se me respete por lo que soy. Y hay maneras distintas de poner límites. La presencia de más mujeres es necesaria para naturalizar otras formas de dialogo, de debate y de poder. No es suficiente que haya cupos, hay que romper con moldes de comportamiento.
¿Cuál sería tu recomendación para quien comienza en gestión cultural?
Hacer, hacer, hacer,…y ¡hacer! Trabajar mucho en la cancha, no hay nada como la experiencia para formarse. Me encanta que estén surgiendo cursos de estudio en gestión cultural pero no valen absolutamente nada si no son integrados por una amplia experiencia. Me encuentro mucho con jóvenes –o menos jóvenes- que creen saber todo de gestión porque tienen títulos de estudio. Así como conozco genios exitosos de la gestión que no han leído ni un renglón de teoría. Esto es muy importante. Es como pretender de saber actuar habiendo leído los libros de Stanislavski o de saber tocar el piano por haber leído todo sobre Mozart.