Caetano Veloso se presentó anoche en el Gran Rex junto a sus hijos en medio de una austera y encantadora puesta. Esta noche el Gran Rex vuelve a vivir de nuevo una fiesta para el corazón, recordándonos que toda alma necesita un Veloso.
Por Natalia Cardillo.
Si uno dice simplemente “Caetano”, todos saben de quién se está hablando. Y eso es porque el paso por este planeta del músico de Salvador de Bahía, va más allá de su propia existencia, de su propio arte. Él deja a su paso estelas de cautivante belleza desde hace más de cinco décadas. Y lo hizo también hace tiempo, trayendo al mundo tres talentosos músicos que poco pueden envidiarle más que los años de trayectoria. Lo demás está intacto. El virtuosismo, la calidez, la entrega, las sonrisas, el amor. Y estas perlas – las mencionadas en la oración anterior y los Veloso – se dejaron ver y escuchar anoche en el gran teatro porteño. Caetano presentó junto a Moreno, Tom y Zeca el disco “Ofertório” que catapultó una nueva (¿?) versión del imparable cantante brasileño; como si fuera posible que al autor más popular de Brasil le quedara algo más por hacer.
Un espectáculo minimalista hasta en su cierre. Casi dos horas de bálsamo musical y Buenos Aires; que no quería que la “ofrenda” terminara y reclamó dos bises. Saludos de Caetano al público y al infinito. Con humildad y un “gracias” permanente en sus formas. Con un gesto mirando al cielo, como ofreciendo ese agradecimiento a un Dios al cual dice no rendirle culto, pero que vive omnipresente en su obra, inevitablemente.
El sonido fue de una perfecta precisión arriba del escenario. Abajo, el silencio de un auditorio que parecía utilizarlo a modo de veneración. Salvo en dos momentos en que acompañó coreando naturalmente y otra vez a pedido, los más que armónicos arreglos vocales que sólo replican cuatro voces tan cálidas como diferentes, entre la inoxidable voz del mayor de los Veloso y los graves y agudos, tan particulares como extremos en su estética, de los tres menores. El único fondo de sincronizada paleta de color y las luces acompañaban más que el clima, a la música, siendo parte de las notas, los silencios y los finales. El ritmo fue la clave. Sobre todo si le sumamos la cuota necesaria de los pasitos acompasados de Tom y la original percusión de Moreno quien además sacó a bailar a su siempre joven papá, que no cesaba de dar a conocer a su prole, con notable amor y orgullo. La virtuosa alternancia entre instrumentos de los únicos cuatro músicos en escena, sencillos hasta en su vestir, reflejaba que lo necesario para rendir culto a la música sólo es llevarla en la sangre.
Todo fue melodía y las queridas letras de hoy y las de siempre. Todo fue sencillez, amor, delicia e intimidad. La primigenia “Baby”, la sempiterna “Oração Ao Tempo”, la romántica “De Tentar Voltar” de Moreno o la nueva “Todo Homem” de Zeca pregonando con dulzura heredada que “todo hombre necesita una madre”, fueron parte de las plegarias de esta dádiva.
Esta noche de viernes la calle Corrientes nuevamente se vivirá esa “misa” que nos hace volver a la emoción más profunda; esa que viene con la descendencia, el legado, la posteridad y el milagro de la vida que suele cerrar en un círculo perfecto.
Esta noche el Gran Rex vuelve a vivir de nuevo una fiesta para el corazón, recordándonos que toda alma necesita un Veloso.