Dos noches inolvidables con Maxim Vengerov

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Por Pablo A. Lucioni. Fotografías: Liliana Morsia (Mozarteum Argentino)
Mozarteum Argentino, Teatro Colón, funciones del 18 y 19 de agosto.

En su nueva visita, y en el formato de dúo para violín y piano, este excepcional violinista volvió a iluminar con la chispa de su magia musical el Teatro Colón, en dos excelentes conciertos para el Mozarteum Argentino, en los cuales se presentó con el muy buen pianista Roustem Saitkoulov.

 

No hay dudas de que Vengerov es un violinista fuera de serie, que ya desde chico conquistó audiencias, principalmente en base al asombro que generaba su virtuosismo y al hecho de ser un fenómeno. Su historia, nutrida de anécdotas, por la precocidad, por haber vivido el último tramo de la Unión Soviética y sus contradicciones, por haber triunfado muy temprano en casi todos los escenarios prestigiosos mundiales, e inclusive por haber “colgado” la carrera de estrella del violín por varios años, para luego resurgir con un ímpetu, una madurez y una perspectiva interpretativa todavía mayores…

En sus manos es extraordinario, inclusive, poder apreciar el sonido del Stradivarius ex Kreutzer (usa el instrumento que fuera de este famoso violinista nacido en Francia a quien Beethoven dedicó una de sus sonatas). Nuevamente estuvo en Buenos Aires formando dúo con su compatriota Roustem Saitkoulov, como en 2012, cuando se habían presentado cubriendo en el Abono Bicentenario la cancelación de Evgeny Kissin. La simbiosis y el entendimiento musical que hay entre ambos es notable, e inclusive parece más alta hoy en día que en esa anterior visita.

El programa, idéntico para ambos ciclos, empezó con una extraordinariamente delicada y cristalina versión del “Gran Dúo”, D.574 de Franz Schubert. Vengerov, que en ambos conciertos planteó un arranque con un silencio activamente paciente en espera de que el público cesara los ruidos en la sala, el cual era roto a intervalo ya pactado, y sin mirada entre ellos, por la sutil entrada del piano. La primera mitad contó también con la Sonata Op.30 No.2 “Heroica” de Beethoven, que también fue magníficamente resuelta por ambos.

La transparencia del sonido del Vengerov de mediana edad es impactante. Sus interpretaciones son profundamente comunicativas, refinadas pero jamás flemáticas, siempre fluidas, sinceras… con una técnica superlativa en todo lo que es el manejo del instrumento. Sus trinos pueden ser de una delicadeza y naturalidad increíbles, el dominio y la exactitud submilimétrica del arco, el rebote, la capacidad de mantener pianísimos con cuerpos y afinados en el sobreagudo, su fraseo, su comunicatividad permanente, que está presente en todo… Y pareciera que el hecho de haber estudiado dirección orquestal (algo que hizo mientras estuvo apartado del circuito top del violín), le aportó un entendimiento todavía más completo del fenómeno musical, que ha redundado en interpretaciones que manteniendo la perfección técnica son todavía más puras y substanciales en lo que transmiten.

La segunda parte, donde vistió un traje gris en reemplazo del negro del comienzo, tuvo una muy expresiva y refinada versión de la Sonata para violín y piano No. 2 de Maurice Ravel. Esta obra, con su movimiento central Blues: Moderato, que tiene un uso con fuerte impronta rítmica del violín, y que muchas veces toma un carácter desbocado en la visión de distintos instrumentistas, en él mantuvo una sobriedad absoluta, pero sin resignar nada en la comunicación.

Lo que siguió ya era un repertorio de lucimiento para gran violinista, no exento de compromiso. Las Variaciones sobre “La última rosa del verano” No.6 de los estudios polifónicos para violín solo de Heinrich Wilhelm Ernst son una obra que para la enorme y absoluta mayoría de los violinistas es inalcanzable. Sus exploraciones del registro entero, modos distintos de sonar, efectos, escalas ascendentes y descendentes de las características más variadas, en todo Vengerov llega a desenvolverse tan bien en lo técnico, que se da el lujo de que inclusive adquiera una dimensión expresiva importante. Esta fue la única obra que tocó sin el pianista, pero algo similar también pasó con el Cantabile para violín y piano en Re mayor, Op.17 de Paganini, y luego con otra obra suya: “I palpiti” sobre el Tancredi de Rossini. En estas, que también son para exploración de las capacidades extremas del violín, donde hay uso de harmónicos agudos fuera de registro, rebotes obsesivos, pizzicatos de mano izquierda armando una melodía contrapuesta en el medio de frases tocadas con cuerda frotada… en todo se desenvolvió excelsamente, pero jamás dando la sensación de que lo suyo era una proeza técnica, simplemente tocando con seriedad y naturalidad algo cercano a lo imposible, y así y todo sonando musical y atractivo.

El pianista Saitkoulov, que también está desplegando una carrera solista, claramente estaba para ser apoyo de Vengerov, pero no por eso su trabajo era secundario. Es muy refinado, efectivo, de una claridad también prístina en lo musical, y que justamente por eso se conjuga tan bien con la de un violinista así, constituyendo un dúo camarístico con pocos competidores por la integridad individual y grupal de lo que producen.

Fueron generosos también con los bises, y sin repetir ninguno hicieron cuatro la primera noche y tres la segunda, en que además era la víspera del cumpleaños de Vengerov. Fueron dos conciertos muy disfrutables, de un nivel musical memorable, con uno de los más extraordinarios violinistas de la actualidad, que además de una técnica impecable, un decir con el instrumento que es cautivante y multidimensional, se complementa con algo que sólo se ve en los más grandes: ser una persona afable y accesible.

 

© Pablo A. Lucioni

 

x.

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