Fotografías: Liliana Morsia (Mozarteum Argentino)
Teatro Colón, 29 y 30 de Sept. 2016.
El director Kent Nagano se presentó dirigiendo a la Orquesta Filarmónica Estatal de Hamburgo con un programa centrado en el post-romanticismo, y una indudable impronta germana. Se destacó particularmente el debut en Buenos Aires del excelente chelista francés Gautier Capuçon.
La visita de esta importante institución alemana en su gira por Latinoamérica, ofreció un programa variado, no sólo en estas dos funciones, pues luego, en Colombia, harían Tristán e Isolda completa en versión de concierto y Carmina Burana.
Hace unos pocos años (en 2013), Nagano se había presentado por primera vez en Argentina, dirigiendo en ese momento a la Orquesta Sinfónica de Montreal, de la cual era y sigue siendo su Director Musical. Si bien fueron en ese caso programas también variados, no parece casual que ahora los autores hayan sido Strauss, Brahms, Wagner y Bruckner, haciendo honor a la tradición germana de esta orquesta, que como la gran mayoría de las de ese país, se caracteriza por un sonido altamente disciplinado, con gran cohesión y unidad.
El primer concierto, el del jueves 29, empezó con el poema sinfónico Don Quixote, Op.35 de Richard Strauss. Esta obra, que no se hace seguido, requiere un solista en el chelo de primer nivel, además de una orquesta con carácter. Gautier Capuçon es un instrumentista muy refinado, de sonido pastoso, lleno, pero al mismo tiempo claro en el decir, y con muy buen fraseo. Fue muy efectivo en el despliegue de todos los motivos escénicos que la obra sugiere, y su integración con la orquesta fue exacta. Se lo veía muy al tanto del sonido del grupo, siempre atento. Junto a él Naomi Seiler, la primer viola de la Filarmónica de Hamburgo, se encargó de la nada pequeña parte que la obra le da a este instrumento, y fue con una claridad y elegancia notables. Seiler también forma parte de un cuarteto de cuerdas femenino, con todas instrumentistas de esta familia germano-japonesa.
La segunda parte del concierto presentó la Sinfonía No. 1, Op. 68 de Johannes Brahms. En este tipo de obras es donde la línea, el sonido con integridad y mucho entendimiento de conjunto de las orquestas alemanas, tiende a ser imbatible. Y así fue, la versión de Nagano con la Filarmónica de Hamburgo elaboró un Brahms lleno de sentido narrativo, con trazos amplios que convertían cada movimiento en una compacta unidad discursiva. En el segundo movimiento hubo buenas intervenciones del concertino en violín. Para cerrar la jornada, fuera de programa la orquesta hizo el intermezzo de Rosamunde de Schubert, y el tercer movimiento del Concierto Rumano de Ligeti, una obra llamativa, de lucimiento de secciones orquestales, que en los últimos años se viene volviendo un clásico para bises, y que ya pudimos escuchar en varias versiones.
El segundo concierto empezó con el Preludio y muerte de Amor de Tristán e Isolda. La versión fue prolija y de sonido elegante, pero al mismo tiempo con cierto sentido plano, unidimensional, lo cual no significa de ninguna manera que haya sido mala. Puede que las visitas regulares de Daniel Barenboim al Colón, quien, con Wagner en particular, logra unas lecturas de una maleabilidad y arrobamiento excepcionales, hayan ubicado la vara muy alta contra qué comparar otras interpretaciones. Luego siguieron con Wagner, haciendo unos interesantes Wesendock Lieder, en la versión orquestal típica de Félix Mottl. En este caso la solista fue la mezzosoprano de origen japonés Mihoko Fujimura. Su alemán es muy bueno, y de hecho es una cantante que ha hecho bastante esta obra. Fue una interpretación emotiva, con momentos bastante intensos. Tiene una voz potente y dramática, que en ocasiones resultaba un poco incisiva, puede que fundamentalmente por una tendencia a conformar los ataques con particular firmeza.
La segunda parte del programa fue con una grandiosa versión de la Sinfonía No. 6 de Anton Bruckner. Aquí Nagano hizo relucir el sonido pleno de la orquesta, con sus secciones fraseando como un todo, cada masa sonora y tímbrica definida y clara, todo fue de muy buena hechura y constituyeron una versión rica y con mucha autoridad. A diferencia del primero de los conciertos, y como pasa con varias orquestas europeas después de una obra de Bruckner, no hubo ningún bis.
Fueron dos noches con una muy buena orquesta, bien y claramente dirigida, y que particularmente en la primera función, tanto por la presencia de Capuçon, como por algo del repertorio, fue memorable.
© Pablo A. Lucioni