Don Carlo en el 80 Maggio Fiorentino dirigido por Zubin Mehta

Imagen de Don Carlo en el 80 Maggio Fiorentino dirigido por Zubin Mehta

En esta octogésima edición del Maggio Fiorentino, cuando se retira de la responsabilidad musical el maestro Zubin Mehta, aunque seguirá siendo director vitalicio de esta institución, dirigió una nueva puesta en escena del Don Carlo de Verdi.

 

En esta octogésima edición del Maggio Fiorentino, cuando se retira de la responsabilidad musical el maestro Zubin Mehta, aunque seguirá siendo director vitalicio de esta institución, esta puesta en escena del Don Carlo de Verdi en italiano y 4 actos (hubo variantes más o menos largas y también en francés, como la original, cuya primera representación fue el 11 de marzo de 1867 en el Théâtre de l´Académie Impériale de Musique de París), lleva consigo la ebullición añadida que le aportan una situación financiera complicada, el cambio del Superintendente, la discusión sobre el papel del estado y las fundaciones en la gestión de este tipo de organizaciones, algunas enfermedades de los cantantes, que obligan, a veces, a sustituciones de infarto a última hora en algunos de los roles principales.

Antes del comienzo de la función, catorce representantes con pancarta de instituciones musicales italianas de todo el país, reivindican una mejor y saneada gestión de la economía, más que justificadas en todos los casos, pero sobre todo, que se sepa, en el Maggio, donde, me comentan algunos cantantes, no siempre se cobra el trabajo antes de los dos años. Y en eso están, cuando Mehta, Verdi y Schiller llaman a la puerta, en una tarde lluviosa donde nos reciben en la explanada del entrada al teatro, unos caballos rojos muy grandes, dando la bienvenida a un público que corre directamente al restaurante, para aprovisionarse de comida y de espacio.

Así pues, la función comienza unos siete minutos más tarde de las ocho, en una sala con una acústica mejorable, lejos de la estética preciosista a la que el ojo del visitante está acostumbrado cuando se habla de teatros líricos en Italia, como La Scala, la Fenice, el Don Carlos de Nápoles, el Reggio de Parma o el Massimo de Palermo. Sin embargo, hay personal atento y las butacas son muy cómodas, excelentes para ayudar a la escucha de esta velada, que va a prolongarse, más allá de medianoche.

Casi a la vez que en Florencia, se representa en Génova otro Don Carlo, pero vayamos al nuestro. Zubin Mehta conserva increíblemente intactas a sus 81 años, la ductilidad, la comprensión exquisita de la partitura verdiana. De hecho el Don Carlos es una de sus óperas favoritas y en sus declaraciones se queja amargamente de haberlo tenido que hacer en el Maggio hace cuatro años, en versión concierto. Tiene buena relación con la orquesta y el coro, dirigido por Lorenzo Fratini, fantásticos, que lo respetan como a un monumento colosal de la dirección orquestal. La calidez cuando hace falta de su batuta, la energía, ese pequeñísimo y casi imperceptible rubatto en muchas de sus entradas, para permitir, según algunos expertos, que los cantantes no vayan agobiados con los tempi. La orquesta y el coro del Maggio, son como un guante bien ajustado pero cómodo en sus manos y dan lo mejor de sí mismos, aunque tal vez le faltara un último punto de acabado final al sonido.

 

PH: Michele Borzoni – Terraproject Contrasto

Giancarlo del Monaco ha entendido no solo el libro de Schiller, sino también la historia de España, de la que toma, como Mehta, que confiesa preferir la época de las tres culturas “anterior a la Reina Isabel de Castilla, los trazos gruesos de la intolerancia, la razón de estado llevada a la crueldad y a la carnicería implacables, con los autos de fe, las intrigas palaciegas, el espionaje dentro y fuera de palacio y del reino, la tiranía y ese monarca que todo lo ve y todo lo puede, pero que está solo, espoleado además, por el poder temporal de la iglesia, representada por el Gran Inquisidor, que consigue alumbrar y avivar en el monarca, su parte menos humana y más sangrienta. Hay quien habla de una leyenda negra, en contra de los españoles, en la conquista de América, en Flandes o en la propia España y todos sus territorios, muy vastos, que incluían Portugal en el reinado de Felipe II. La verdad es que los Trastámaras (sus antepasados) y los Austrias Mayores (su familia inmediata) dejaron un reguero de sangre allá donde fueron.

La historia del final de Don Carlo, contada por algunos como un crimen de estado, justificada por los más oficialistas y conservadores defensores de las monarquías, como la de un heredero que no estaba a la altura del legado paterno y sí desequilibrado, es una especie de Mayerling avant la lettre, donde no está ausente una relación edípica brutal, nunca resuelta. Es por eso, que aunque alguna crítica no comprenda la falta del fantasma de Carlos V, el todopoderoso, el omnisciente emperador de medio universo conocido en el último acto y sí la espada homicida del padre, la concepción y la comprensión de del Monaco son correctas. Ha entendido la gravedad de la situación política y también a la perfección el marco artístico y literario. La gran estatua de Carlos V evoca a los Leoni, los escultores de la corte de Felipe y el decorado de fondo del Auto de Fe, concebido como dos partes, tiene un perfume al Entierro del Conde de Orgaz, de El Greco. Poco estuvo el maestro del Monaco, hijo del famoso tenor homónimo en esta producción, que quedó en manos de Sarah Schinasi, valiente y dispuesta directora de escena asociada, que no solo se ocupó de mantener el espíritu de la obra de su mentor del Monaco, sino que, convertida ella misma en una fuente de ideas, expandió su rol al coaching corporal y teatral de los cantantes, de distintas proveniencias, a veces desenfocados en sus papeles, con otras maneras propias de otras magnitudes y no de la austera y muy bien definida corte de los Austrias. Siempre dispuesta Sarah Schinasi, para ir donde los demás no llegan, siempre presente, siempre compañera. No reconocido su trabajo a veces ni en los papeles ni en lo cotidiano, es sin embargo su labor imprescindible y goza de una fluida relación personal y musical con el maestro Mehta. Un Cristo crucificado de Cellini de 500 kilos que evoca el conservado en El Escorial, residencia y panteón de los Austrias de un blanco inmaculado, encuadra un setting de terror, de desconfianza y de espanto. La religión no como amor y goce sino como verdadero sufrimiento y castigo. Como la entendió Verdi, como la recoge ahora Giancarlo del Monaco.

El tercero necesario en la puesta en escena es Carlo Centolavigna, que me recibe en su casa, donde llegamos con Sarah Schinasi. Fue ayudante de Franco Zeffirelli, realizador de grandes trabajos en el mundo operístico. Habla con afecto de su labor en la película Té con Mussolini, de las óperas que dirigió con del Monaco, como el Andrea Chenier que se hizo en el Teatro Real de Madrid. Opina con soltura y afecto sobre el maestro Mehta, reconociendo que “es una persona estupenda, muy inteligente, un hombre del espectáculo, delicioso” y “condescendiente”, agrega Sarah.

El vestuario de Jesús Ruiz, rico y suntuoso, real y cuidado trabajo de luces, del responsable Wolfang von Zoubeck.

Así se pasan las tardes en esta Florencia donde la primavera se resiste a vestirse del todo, entre amigos, los del Maggio, que conversan, que escuchan, que preguntan, los camareros del Scudieri, del Gilli, del Rivoire, esas confiterías míticas de hace tanto que siguen como siempre, porque esta ciudad de teatro sigue como solía, bañada en ocres, disfrutando del descubrimiento que hizo el renacimiento de la perspectiva, escuchando como en sueños los ecos de las peleas a muerte entre los grandes señores de aquellos tiempos, los banqueros Pazzi y sobre todo los Medici, los Albizzi, los Sforza y los Visconti y otros condottieri de renombre, los papas como el Borgia y su descarriada familia. Esta Florencia renacentista llena de luz y de belleza tiene sus claroscuros, sus sombras, como la propia historia de Don Carlo, asesinado sin merced por su padre Felipe II, con la aquiescencia del Gran Inquisidor, en una batalla sin cuartel por el poder y la gloria. Y entre tantos entresijos, las matanzas en Flandes, a sangre y fuego, territorio ocupados por el español, cuya guerra estuvo muy lejos de la amabilidad que contaba, entre sonrisas, la mítica película belga La Kermesse Heroica, de Jacques Feyder.

 

PH: Michele Borzoni – Terraproject Contrasto

Compone un buen Felipe II Dmitry Beloselskiy, vocal y teatral el bajo, sin llegar a las cotas de un Ferruccio Furlanetto, un especialista del papel, con solvencia. Pero tal vez con los consejos de Schinasi, consiguió obtener la compostura real, que exigían el protocolo de la corte española, como el saber estar de su reina, Isabel de Valois, desdichada consorte de un monarca que devoraba a sus mujeres. Tuvo cuatro y muchas fueron medio parientes, quimeras, como María Tudor, o murieron de sobreparto o sobreespanto. Esta hija de Catalina de Medici y Enrique II, el que murió a consecuencias de las heridas sufridas en unas justas en Francia, no ama a Felipe II y sí a su hijo, y compone emocionantes dúos con el infante a lo largo de la ópera, representada aquí por la soprano Julianna di Giacomo con una voz bien timbrada, rica y con buena línea de canto.

Rodrigo, marqués de Posa es aguerrido y apasionado, fiel amigo del heredero, de quien consigue contener el deseo amoroso e irresponsable, bella voz y ejecución de Massimo Cavalletti en este Don Carlo, aunque no se ponen de acuerdo los críticos sobre su prestación. Tiene una estampa espléndida en escena.

El Don Carlo de Roberto Aronica cumple con eficacia un papel difícil, lleno de matices en lo psicológico y despliega su entusiasmo y vitalidad a lo largo de toda la ópera. El amor y la desesperación expresados con un instrumento cálido, de agudos agradecidos y emisión segura.

La princesa de Éboli es la intrigante presente en todas las cortes, aunque esta figura histórica española alcanzara en estos quehaceres cotas inigualables de traición, infidelidad y engaño. Muy bien la mezzo Ekaterina Gabanova, sobre todo en las famosas Canzone del Velo o en O Don fatale.

Menos brillante y con muchas carencias vocales el Gran Inquisidor que compone Eric Halfvarson, indispuesto por una alergia el día de esta función, le faltó todavía más dramatismo y osadía cuando se dirige al rey, lo aconseja y se desarrolla este diálogo entre ambos: “Padre (al Gran Inquisidor): ¡Que la paz reine entre nosotros!”, pide el soberano. “¿La paz?”, le contesta el sacerdote. “Olvidar lo que ha sucedido aquí”, aclara Felipe II. “Tal vez”, concluye el Inquisidor, mientras se aleja, lento y amenazante.

Los acompañantes de los protagonistas están muy adecuados en su papel, como el monje de Oleg Tsybulko, algunos reinciden en el Maggio, como Severio Fiore, el heraldo real, la graciosa y encantadora Simona di Capua en el agradecido rol de Tebaldo, que hace una escena deliciosa con el precioso tul negro de Eboli, o Una voz del cielo, que defiende con amplitud y dulzura, Laura Giordano, fuera del escenario, una futura madre, embarazada de seis meses.

El Conde de Lerma, Enrico Cossutta solvente, igual que la delegación de los diputados flamencos, bien conjuntados escénica y vocalmente y con el empaque necesario que solicitan las causas perdidas.

Como todo es mejorable, habrá quien diga que otra versión de Don Carlo, anterior o contemporánea es mejor o más adecuada. Siempre se puede afilar el lápiz y la daga. Por mi parte, recuerdo como si fuera hoy, las representaciones de esta ópera a cargo del dúo Plácido Domingo y Piero Cappuccilli en el teatro de La Zarzuela de Madrid. Así que ya me dirán… No se puede, no se debe pasar el tiempo en comparar, recordar, lo que se ha visto ya se fue y ahora somos esto y estamos aquí. La versión de este Don Carlo postrero pero no último fue representada con entusiasmo, con entrega, con devoción dentro y fuera del gigantesco escenario del Maggio Fiorentino. Estuvieron absolutamente disponibles sus intérpretes, los músicos, los cantantes y los técnicos y un público entusiasta reconoció el esfuerzo y el trabajo bien hecho. En medio de las dificultades financieras, de los problemas de salud, de la inseguridad global de los tiempos que corren, se regalan aquí, un oasis de empatía, dedicación, de buen gusto, de excelente música. Una ópera conseguida, una maravilla!

 

Alicia Perris

 


 

Don Carlo de Giuseppe Verdi. Ópera en 4 actos de François-Joseph Méry y Camille du Locle a partir de un texto de Friedrich Schiller. Traducción italiana de Achille de Lauzières y Angelo Zanardini. Edición: Edwin F. Kalmus & Co. Boca Raton, Florida.

Escenas del- ABAO-OLBE de Bilbao, de la Fundación Ópera de Oviedo, del Teatro de la Maestranza de Sevilla y del Festival Ópera de Tenerife (España).

Trajes y zapatería: Cornejo (Madrid), atrezzo, Rancati, Milán, Hijos de Jesús Mateos (Madrid).

Subtítulos en italiano e inglés de Prescott Studio, Florencia con Inserra Chair e ICAMUS, USA.

Director de la organización de producción y Servicios Musicales: Giovanni Verona.

 

Elenco

Filippo II, Rey de España: Dmitry Beloselskiy

Don Carlo, Infante de España: Roberto Aronica

Rodrigo, Marqués de Posa: Massimo Cavalletti

El Gran Inquisidor: Eric Halfvarson

Un monje: Oleg Tsybulko

Isabel de Valois: Julianna Di Giacomo

La Princesa de Eboli: Ekaterina Gubanova

Tebaldo, paje de la reina: Simona Di Capua

El Conde de Lerma: Enrico Cossutta

Un heraldo real: Saverio Fiore

Una voz del cielo: Laura Giordano

Diputados flamencos: Tommaso Barea, Benjiamin Cho, Quanning Dou, Min Kim, Chanyoung Lee, Dario Shikhmiri

    

Dirección de escena (regia): Giancarlo Del Monaco

Dirección de escena asociada: Sarah Schinasi

Escenografía: Carlo Centolavigna

Vestuario: Jesús Ruiz

Luces: Wolfgang von Zoubek

    

Director musical: Zubin Mehta

Maestro del Coro: Lorenzo Fratini

Coro y Orquesta del Maggio Musicale Fiorentino

 

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