Djavan. El volcán de Alagoas en la calle que nunca duerme

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El 13 de junio, setenta años después de aquel sol de Maceió y con más de veinticinco álbumes en su haber, este ganador de un Latin Grammy hizo caer nuevamente el Gran Rex de Buenos Aires, presentando “Vesúvio”; un disco que habla de amor, de política y del poder de la naturaleza.

Por Natalia Cardillo. PH: Graciela Asensio.

 

En los años cuarenta Brasil se dedicó a regar flores. En los comienzos de esa década se anticipaba al mundo un Caetano Veloso, presagiando las mejores perlas que saldrían del  cercano Atlántico. Así fue entonces como poco antes de los años cincuenta y bajo un sol de fines de enero asomaba otra orquídea: Djavan Caetano (para sellar el vaticinio) Viana. Figura relevante de la Música Popular Brasileña, no dudó en regar su propio jardín. No aquél que plantó y cuida en su casa de las afueras de su tierra natal, si no ese que va desde aquellos primeros covers de The Beatles a sus propias composiciones; muchas de las cuales ya fueron versionadas dentro y fuera de Brasil, por grandes figuras de la música.

El pasado jueves 13 de junio, setenta años después de aquel sol de Maceió y con más de veinticinco álbumes en su haber, este ganador de un Latin Grammy hizo caer nuevamente el Gran Rex de Buenos Aires, presentando “Vesúvio”; un disco que habla de amor, de política y del poder de la naturaleza. Lo hizo dando cátedra sobre eclecticismo de géneros, fusionando a uno propio, de sonoridad única, pop, funk, rock y jazz como un eslabón más de toda base de música afro. Para ello una banda tan ajustada como profesional acompañó toda la obra y la energía del brasileño (incluso sus típicos pasitos de baile cargados de singularidad y sencillez pero toda la onda).  Un Djavan con sello disonante navegó en el colchón perfectamente ensamblado compuesto por Paulo Calasans en piano, Renato Fonseca en teclados y coros, Arthur de Palla en un bajo eléctrico que más que base dibujaba también armonías, Felipe Alves en batería y la virtuosísima guitarra de Torcuato Mariano que parecía salido de otra era.

Lo típico sería mencionar algunos de sus clásicos, y otros no tanto, que desfilaron en la noche húmeda de la calle Corrientes como “Eu te devoro”, “Acelerou”, las menciones infaltables a sus flores en “Madresilva” y “Orquídea”, “Flor de lis” entre otras, y las indelebles “S” (Sé, Samurai y Sina). Bises con “Océano” y “Amor Puro”. Todo plasmando el plan ideal: que su fiel público argentino no dejara de corear y bailar. Todo sumando a la alegría la balada romántica, recordándonos  así que esta también puede ser brasilera.

Pero lo atípico como siempre es lo que más llama la atención. El concierto de este cantautor del nordeste de Brasil pero tan “argentino” al punto de empeñarse en hablar en un trabajoso español es una muestra contundente de que el idioma de la música es el universal. No hacen falta traductores cuando un artista se muestra cercano, no dejando de dar la mano a sus seguidores y mezclándose con ellos entre el pulman. Cargado de sentimientos puros, simples; como su decir, sus melodías, su energía y su “fina estampa”, lacrando aquel presagio “veloseano” que más que un cierre es un Vesuvio en erupción permanente.

 

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